Fernando Álvarez de Toledo, tercer
duque de Alba se ganó a pulso la fama de implacable. No hay que negarle su genio
militar y su lealtad a Carlos I y Felipe 11, que, con frecuencia, lo utilizaron
como "apafuegos" de los conflictos más duros.
En 1546 Carlos I le encomendó el ejército
que saldría victorioso en la batalla de Mühlberg contra la Liga alemana. Felipe
11 le nombró virrey de Nápoles en 1566 para que expulsase a los franceses de
Italia. Además de conseguirlo, entró en Roma que aún no había olvidado el famoso
"saco" de 1529. Después de estos triunfos, fue enviado a Flandes, lugar
casi en perpetua fricción con España, donde los herejes comenzaban a hacer de
las suyas. La acción del duque de Alba debía ser, en primer lugar, represora de
la sublevación flamenca, para continuar con una campaña de clemencia. La
primera parte se cumplió, pero la segunda no llegó a producirse nunca.
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