CLEMENTE DE
ALEJANDRÍA nació hacia el año 150, probablemente en Atenas, de padres paganos;
después de hacerse cristiano, viajó por el sur de Italia y por Siria y Palestina,
en busca de maestros cristianos, hasta que llegó a Alejandría; las enseñanzas de
Panteno hicieron que se quedara allí. Hacia el año 202, la persecución de
Septimio Severo le obligó a abandonar Egipto, y se refugió en Capadocia, donde
murió poco antes del 215.
Su conocimiento de
los escritos paganos y de la literatura cristiana es notable; según Quasten, en
sus obras se encuentran unas 360 citas de los clásicos, 1500 del Antiguo
Testamento y 2000 del Nuevo.
La amplia cultura
pagana de Clemente no fue borrada por su encuentro con el cristianismo; seguía
encontrando en ella mucho de positivo y la gran trascendencia de su obra se
deberá precisamente a lo mucho que contribuyó a que la filosofía fuera aceptada
en la Iglesia. Los filósofos gentiles, Platón en especial, se hallaban según él
en el camino recto para encontrar a Dios; aunque la plenitud del conocimiento y
por tanto de la salvación la ha traído el Logos, Jesucristo, que llama a todos
para que le sigan. Éste es el tema del primero de sus escritos, el
Protréptico o «exhortación», una invitación a la conversión.
A los que se
deciden a seguir a Cristo, Clemente dedica la segunda de sus obras, el
Pedagogo, el «preceptor». En el primero de los tres libros de que se
compone, de carácter más general, trata de la obra educadora del Logos como
pedagogo y establece principios generales de moral. En el segundo y el tercero
trata de situaciones de la vida ordinaria en Alejandría, siguiendo una relación
pormenorizada y dando normas sobre ellas: la manera de vestir y de divertirse,
el uso de perfumes, la asistencia a los baños, la música y la danza, la vida
conyugal, la disposición y ornato de la casa, las buenas maneras, etc.; son
cuadros en los que vemos retratado un ambiente refinado de gran ciudad, en el
que se desarrolla la vida de sus oyentes. Clemente no les pide que renuncien a
ese mundo, en el que se da una mezcla de cosas buenas y malas, pero sí les
previene y les da consejos para que, sin salirse de su sitio, sepan portarse
como cristianos. Esta misma idea aparecerá en su tratado Quis dives salvetur,
«quién es el rico que se salvará», una homilía que comenta la escena
evangélica del joven rico: no todos necesitan abandonar sus posesiones, pero sí
desprenderse del apego al dinero.
Para cerrar esta
trilogía, Clemente proyectaba otra obra, el Didascalos, en la que iba a
exponer sistemáticamente la religión cristiana, pues «el Logos primero exhorta,
luego educa y finalmente enseña». Pero no llegó a escribirla.
En cambio escribió
unos Stromata, o «tapices», donde va tratando temas variados con los que
Clemente quiere crear inquietudes religiosas en el gentil. En ellos domina el
interés por presentar el cristianismo como una verdadera gnosis; como Ireneo,
rechaza el uso que algunos hacen de la gnosis, pero no se queda en una postura
negativa; hace notar el valor de la filosofía pagana para el cristiano, pues
aunque la filosofía nunca podrá reemplazar a la revelación, ha preparado a una
parte de la humanidad, a los griegos, para la venida de Cristo, de manera
semejante a como el Viejo Testamento preparó a los judíos. Así, al mismo tiempo
que rechaza la falsa gnosis, sostiene que el cristiano es el verdadero gnóstico,
es decir, el verdadero sabio; la perfección moral, que consiste en la castidad y
el amor a Dios, es el rasgo característico de este verdadero gnóstico en
contraste con el falso.
El texto de estas
obras ha llegado hasta nosotros razonablemente bien conservado. De otras obras
de menor entidad sólo tenemos algún fragmento, o se han perdido enteramente;
entre éstas se encontraba el Hypotyposeis, ocho libros que al parecer
eran de comentarios alegóricos a algunos versículos de las Escrituras.
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