La
caída del Imperio Romano de Occidente (año 476) señala de hecho el fin del
período áureo de la literatura y la ciencia eclesiásticas en esta parte de la
Iglesia. No faltan, sin embargo, figuras de relieve en esta última etapa, que
se prolonga hasta finales del siglo VII. Más que de grandes pensadores, se
trata de escritores que tratan de aplicar la doctrina de los grandes Padres y
doctores anteriores a las nuevas realidades que comparecen en la escena europea:
los pueblos de origen germánico.
A
diferencia del Oriente, el Occidente cristiano sufrió mucho a causa de las
invasiones de estos pueblos, que desde mucho tiempo antes presionaban en las
fronteras del Imperio Romano, más allá del Rhin y del Danubio. Por otra parte,
al desaparecer por completo una autoridad política fuerte, los Obispos de Roma
quedaron libres del peligroso influjo de la autoridad civil, que había
comenzado a manifestarse con el emperador Constantino y que se desarrollaría
sobre todo en Oriente por obra de los emperadores bizantinos. En Occidente no
fue así. Más aún, en medio de la gran catástrofe que supuso la caída del
Imperio, los ojos de todos se volvieron instintivamente a la única autoridad
moral que permanecía en pie: el Pontífice romano. Libres de ataduras
políticas, los Papas se convirtieron en los verdaderos líderes (también en el
plano civil y organizativo) de los pueblos occidentales, que acudían a ellos en
demanda de justicia y de protección. Ahí tuvo su origen el Estado pontificio,
que duraría hasta finales del siglo XIX.
Una
de las características de este período es que no hay (fuera de San Gregorio
Magno) escritores de renombre universal; en cambio, en cada nación surgen
figuras que tienen el mérito de haber sabido recoger y transmitir a los pueblos
germánicos el saber profano y teológico acumulado desde la antigüedad. De
este modo hicieron posible la floración intelectual y cultural de la Edad
Media.
En
el norte de Africa (antes de que primero los vándalos, y definitivamente los
árabes, borraran casi todo vestigio de cultura cristiana) destaca San
Fulgencio, obispo de Ruspe, fiel seguidor de San Agustín. En Italia, además
del Papa San Gregorio Magno, brillan San Máximo de Turín, el filósofo Boecio
(considerado por muchos como «el último romano y el primer escolástico») y
el monje Casiodoro. La Galia experimenta una gran floración de figuras,
especialmente en torno al monasterio de Lerins, en Marsella: San Vicente de
Lerins, Salviano de Marsella, San Cesáreo de Arles, San Gregorio de Tours...
También la Iglesia visigoda de España y Portugal aporta figuras de relieve:
San Martín de Braga, San Ildefonso de Toledo y, sobre todo, San Isidoro de
Sevilla, con quien se suele cerrar el período patrístico en Occidente.
El
panorama teológico de esta época se halla dominado por las controversias en
torno a la gracia. En la lucha contra el pelagianismo, San Agustín y algunos de
sus continuadores utilizaron algunas expresiones que parecían poner en sombra
el papel de la libertad del hombre para alcanzar la propia salvación. Con este
motivo se desarrolló una polémica en torno a lo que se ha llamado
impropiamente «semipelagianismo», que tuvo como protagonistas, de una parte, a
los seguidores de San Agustín; y de otra, a un grupo de Padres y escritores
reunidos alrededor del monasterio de Lerins, en Francia (los llamados
«marselleses»), que defendían las prerrogativas de la libertad hasta el punto
de afirmar, erróneamente, que el primer deseo de salvación y la perseverancia
final pueden provenir del hombre, sin la ayuda de la gracia.
La
polémica, comenzada ya en los últimos años de la vida de San Agustín (año
430), continuó durante los siglos V y VI; se resolvió definitivamente en el
Concilio II de Orange (año 529), gracias a San Cesáreo de Arles, que apoyado
en algunos documentos de los Pontífices Romanos condenó el semipelagianismo y
promovió una interpretación mitigada de la doctrina de San Agustín.
A
lo largo de este período reciben su configuración los diversos ritos
litúrgicos occidentales. Aparte del rito romano, que se puede considerar
definitivamente conformado bajo el pontificado de San Gregorio Magno (años
590-604), hay que recordar el rito ambrosiano de Milán (llamado así por
considerar que San Ambrosio fue su principal inspirador), el rito visigodo (más
tarde llamado mozárabe) en España y Portugal, el rito galicano en Francia, el
rito celta en Irlanda e Inglaterra.
LOARTE
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