En la Edad Media fueron muchas las mujeres que escogieron los muros de los conventos como contradictorio lugar de libertad, alejadas de lo que podía suponer el yugo del matrimonio y la amenaza mortal de la maternidad, que por entonces segaba la vida de muchas mujeres. En los cenobios tenían la posibilidad de acercarse a una educación más o menos rica y desarrollar su talento iluminando libros, dedicándose a la música o simplemente sumergiéndose en obras cultas no aptas para seglares.
De aquellas monjas, algunas salieron de sus claustros y se aventuraron a observar, analizar e incluso criticar el mundo que habían abandonado.
El caso más conocido es el de la gran erudita
De aquellas monjas, algunas salieron de sus claustros y se aventuraron a observar, analizar e incluso criticar el mundo que habían abandonado.
El caso más conocido es el de la gran erudita
- Hildegarda de Bingen . Abadesa, mística, escritora, científica, compositora, fue una de las mujeres más admirables de su tiempo, cuya obra sobrevivió a lo largo de los siglos.
Además de su amplia labor tras los muros de
- Disibodenberg cerca de Bingen, Hildegarda estuvo siempre al tanto de la vida más allá del cenobio.
En 1159 un antipapa había sido designado, con el beneplácito del emperador Barbarroja con el nombre de Victor IV, para contrarrestar el poder de Alejandro III, sentado entonces en la silla de Pedro en Roma. Hildegarda no dudó en dirigir duras misivas tanto a Víctor IV como a Barbarroja dirigiendo graves amonestaciones a ambos. Famosa por sus arrebatos místicos y sus visiones premonitorias, Hildegarda alertó del futuro oscuro e incierto para aquellos que alteraban el orden establecido por la Santa Sede.
El mismo camino siguió otra monja, Santa Brígida de Suecia.
Antes de vestir los hábitos, Brígida estaba casada con Ulf. Fueron un matrimonio profundamente religioso que dedicaba parte de su vida a la oración y las peregrinaciones; una de las más importantes a Santiago de Compostela. Fue en el año 1338 cuando emprendieron camino hacia el sur y tuvieron ocasión de ver las calamidades y problemas que la guerra de los Cien Años estaba acarreando a la población. En dicho viaje también fueron testigos de la fastuosa y poco piadosa corte de Aviñón en la que el papa Clemente VI se había instalado huyendo de Roma.
Años después, cuando Brígida enviudó, se volcó de lleno en la vida religiosa. Entonces no le tembló el pulso a la hora de escribir una dura carta al papa de Aviñón instándole a que mediara en el litigio entre Francia e Inglaterra a la vez que le pedía que dejara la suntuosa y lujosa corte en la que se había instalado y volviera a la sede romana. Brígida defendía un modelo de papado basado en la austeridad y la obediencia, exigiendo para ello una profunda reforma en la Iglesia.
En 1349 Brígida decidió viajar a Roma esperando que el papa volviera pronto a su sede original. Instalada en la Ciudad Santa, se dedicó a las obras de caridad y a ayudar a los peregrinos. Y continuó con su crítica valiente a aquellos sectores de la Iglesia que se alejaban de la humildad original.
Como Santa Brígida, Santa Catalina de Siena., también tuvo el coraje de denunciar públicamente el despilfarro de la corte pontificia de Aviñón. Además, ella que había nacido en Siena, vivía en su propia piel los disturbios de los estados italianos en los que, a la desaparición del papado de Roma de manera oficial, se unían luchas intestinas entre distintos poderosos. Catalina no solo consiguió la paz entre la república rebelde de Florencia y la Santa Sede, sino que ayudó al retorno temporal del papado a Roma.
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