Pórtico del templo de Antonino y Faustina, en el Foro romano (141 a.C). Grabados en la piedra se pueden leer los nombres del emperador Antonino y su esposa Faustina, precedidos de las palabras divo/ae, lo que indica que se les consideraba dioses y como a tales se les rendía culto.
Los
romanos no pretendieron crear un imperio con una única religión, pero, a
la larga, los que querían alcanzar puestos de importancia en las
provincias solían adorar a los dioses de Roma, especialmente los que
exaltaban su poder. En muchos lugares, era frecuente una clara
diferencia entre los gobernantes de la zona, que practicaban la religión
romana, y la gran mayoría de la población, que mantenía el culto que
existía antes de la llegada de los romanos.
Sin
embargo, los romanos actuaban severamente con las religiones y los
cultos que, según su consideración, podían plantearles problemas. Por
ejemplo, el senado prohibió las bacanales, fiestas en honor a
Dioniso-Baco a comienzos del siglo II a.e.c.
En
las provincias, los dioses locales de la guerra fueron desarraigados,
salvo que pudieran utilizarse en favor de Roma. En el siglo I e.c.
también fueron puestos fuera de la ley los druidas.
Un
caso muy notable de persecución religiosa fue la vivida tanto por los
cristianos como por los judíos. Ambas religiones fueron acusadas de
estar en contra de la religión romana y su emperador, por lo que se
castigó en diversos momentos a sus seguidores, incluso con la muerte.
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