Piedras cristianizadas
Tras los Concilios
de Toledo que condenaban la adoración de las piedras sagradas, el pueblo continuaba
aferrado a sus piedras sagradas que, en la mayoría de los casos eran representaciones
de la Diosa Madre neolítica, símbolo de la fecundidad. Ante su aparente
fracaso, la Iglesia decidió cristianizarlas.
Bastaba con colocar
una imagen o una cruz sobre ellas; después, se construía un templo o una ermita
en su lugar y el lugar quedaba integrado en la religión oficial.
De este modo tan
burdo, la Diosa Madre pasó a ser la Virgen María, y muchas imágenes medievales de
la Virgen se coloquen sobre peanas esferoides que recuerdan las primitivas
piedras desaparecidas, como la advocación de Nuestra Señora de Piedras Santas,
patrona de Pedroche (Córdoba).
En el Andévalo
onubense es famosa la romería al santuario de la Virgen de Piedras Albas. La Esfera
de la catedral de Jaén, hoy en la plaza de Santa María, en Arjona, se veneraba
como peana de la Virgen del Soterraño, patrona del templo. La piedra conserva
la escotadura tallada en la que se encastraba la imagen de la Virgen.
La Piedra Santa de
la catedral de Toledo se guarda en un edículo de mármol rojo no mayor que un
buzón de correos, adosado a la Capilla del Descendimiento. La piedra sólo es
visible a través de dos ventanitas enrejadas por las que las devotas introducen
un dedo para tocarla e impregnarse de santidad. Según la tradición, la Virgen
María posó sus plantas sobre la piedra sagrada cuando descendió del cielo para
imponer una casulla a san Ildefonso, arzobispo de aquella diócesis.
A ambos lados de la
escalera de entrada a la basílica de Guadalupe hay unas rejas de un par de palmos
de ancho, tras las cuales se conservan fragmentos de la piedra sagrada sobre la
que, según la tradición, la Virgen posó los pies en su visita a aquel
santuario.
La Virgen del Pilar
de Zaragoza se apareció encima de un pilar de piedra o columna, lo que
justifica la veneración de esta piedra que sostiene la imagen de la Virgen.
En San Frutos de
Duratón (Segovia) la piedra santa es un bloque cuadrangular al que las devotas acarician
y besan con unción. Se conserva bajo el santo, pero oculto por un altar de
madera, lo que obliga a los devotos a arrodillarse y reptar por un angosto deambulatorio
entrando por una puertecita y saliendo por otra para cumplir el ancestral rito
de rodear la piedra; tal como se hacía cuando
el lugar era un
santuario matriarcal, antes de ser cristianizado en el siglo IV como ermita de
la Virgen de la Hoz.
En el monasterio del
Sacromonte (Granada), durante las fiestas de san Cecilio, patrón de la ciudad, las
devotas entran en las catacumbas (la cueva sagrada) y prueban la virtud de dos
grandes piedras que, según la creencia popular, ayudan a encontrar marido (la
blanca) o a librarse de él (la negra).
Llamar ermita de san
Miguel de Arretxinaga (Markina, Guipúzcoa) despista mucho porque los devotos
vascos han levantado un edificio de proporciones catedralicias para abrigar
dignamente las tres enormes rocas sagradas que cobijan, a su vez, la imagen del
santo.
Para acabar,
reflexionemos sobre el significado que encierra la acción de bendecir la
primera “piedra” de un edificio en presencia de autoridades y medios de
comunicación.
Álvaro
Rendón Gómez
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