(ARNALDUS, ARNOLDUS, ERNALDUS) Nacido en Brescia a finales del siglo once, se desconoce la fecha de la muerte. Si hay alguna verdad en las afirmaciones de Otto de Freisingen de que Arnaldo completó sus estudios bajo la dirección de Abelardo, debió haber ido a París alrededor de 1115. Esto explicaría el afecto que mostró más tarde hacia el maestro francés y podríamos entender fácilmente que Abelardo le llamara a su lado después del Concilio de Letrán de 1139, como dice S. Bernardo. Para algunos críticos no hay suficientes pruebas de esta estancia de Arnaldo en Francia, de la que sólo habla Otto de Freisingen.
Arnaldo entró muy joven en un convento de canónigos regulares de su ciudad natal, donde fue ordenado sacerdote y llegó a ser superior de la comunidad. Parecía hecho para el oficio por la austeridad de su vida, su lejanía de las cosas terrestres, su amor a la disciplina religiosa, la claridad de su intelecto y un encanto y originalidad de expresión que puso al servicio de su elevado ideal. Tuvo mucha influencia en Brescia y con los años Arnaldo fue colocado a la cabeza del movimiento de reforma que se fraguaba en la ciudad. Precisamente Brescia, por entonces, como la mayoría de las ciudades lombardas entraba en el ejercicio de las libertades municipales. El gobierno estaba en manos de dos cónsules elegidos anualmente, aunque sobre su autoridad seguía estando la del obispo como principal propietario de terrenos. De ahí que surgieran los inevitables conflictos que además de las pasiones políticas había intereses de religión. La constatación de esta situación llevó a Arnaldo a intentar buscar soluciones. Analizando los cantantes males que afligían a la ciudad llegó a la conclusión de que las causas eran la riqueza de los clérigos y el poder temporal del obispo. ¿No era pues, mejor tomar medidas drásticas para quitar la riqueza a los monasterios y pasar a los laicos? ¿No era esta la mejor manera de satisfacer a las autoridades civiles que hacer volver al clero a la práctica de la perfección por la pobreza? Para hacer que esto funcionara, Arnaldo formuló las siguientes proposiciones: “Los clérigos que tengan propiedades, los obispos que tengan regalías (concesiones reales) y los monjes con posesiones no pueden salvarse. Todas estas cosas pertenecen al príncipe (temporal) que no puede disponer de ellas excepto a favor de los laicos.”
Se puede suponer la acogida que tuvo entre el clero alto. Brescia pasó por una crisis alarmante, aunque por falta de documentos no podamos ser más explícitos al hablar de los sucesos. Por el testimonio de varios altores como Otto de Freisingen, S. Bernardo Juan de Salisbury (autor supuesto de la “Historia Pontificalis”), se pueden asegurar los siguientes hechos: un viaje del obispo a Roma alrededor de 1138, una insurrección durante su ausencia: el intento de Arnaldo de advertirle a su regreso que no intentara tomar posesión de su sede y poder temporal; la apelación del preboste rebelde y su condenación por Inocencio II en el Concilio laterano, en 1139. Las penas fueron silencio y exilio y la prohibición de volver a Brescia sin el permiso expreso del papa. Al año siguiente (1149) encontramos a Arnaldo en Sens junto a Abelardo, que estaba a punto de comenzar su lucha contra el campeón de la ortodoxia. S. Bernardo aguantó el empuje de ambos combatientes a los que derrotó. En palabras del Abad de Claraval el escudero sufrió la derrota de su caballero. La sentencia del concilio sobre Abelardo fue confirmada por Inocencio II. A Arnaldo no le fue mejor pues ambos fueron condenados a reclusión perpetua en monasterios separados (Bula del 16 julio, 1140). Este decreto, sin embargo nunca fue ejecutado. Mientras Abelardo se refugió junto a Pedro el Venerable, abad de Cluny, Arnaldo fingió retirarse al Monte de Sta Genoveva de París, donde daba clases públicas de teología moral. Tenía pocos discípulos y estos, según Juan de Salisbury eran tan menesterosos que tenían que pedir limosna para su alimentación diaria.
Pero todo esto le venía bien a las enseñanzas del nuevo profesor que censuraba cruelmente el lujo de los obispos y las posesiones terrenales de los monjes, condenando la riqueza como el virus real que estaba infectando a la Iglesia. Los ataques de Arnaldo no se detenían ahí. Le perseguía el recuerdo de su condena y perseguía con sus burlas a los detractores de Abelardo. Así, describía al abad de Claraval como un hombre “lleno de vanagloria y celoso de todos los que habían ganado fama en las letras o en la religión, si no son de su escuela”. Bernardo, retado así tan atrevidamente, recogió el guante y denunció a Arnoldo a Luis VII como “cismático incorregible, sembrador de discordias, perturbador de la paz, y destructor de la unidad y logró que “el muy cristiano rey expulsara del reino de Francia” al que ya había exiliado Italia. Obligado a huir, Arnaldo se refugió en Suiza y fijó su vivienda en Zurich en la Diócesis de Constanza. El abad de Claraval continuó la persecución activa y poco después le vemos (1143) en Bohemia pidiendo la protección de un legado papal llamado Guy. Este prelado - que no debe confundirse con el discípulo de Abelardo, del mimo nombre, y después papa – le recibió con amabilidad y conmovido por sus desgracias, lo trató amigablemente. Esta actitud molestó a S Bernardo que dirigió al delegado discurso sobre la prudencia al que Guy no hizo caso. Todo parece indicar que Arnaldo había dado a su huésped garantías de sincera sumisión porque sólo eso explicaría su retorno a Italia, que en adelante le estaba abierta. Y esto explica también la abjuración solemne en Viterbo ante el papa Eugenio III, en 1145. El papa, al reconciliarle con la iglesia, le impuso penitencias usuales entonces, ayunos, vigilias y peregrinaciones a los principales santuarios romanos. Desafortunadamente, flotaban en el ambiente los gérmenes de la revuelta.
Roma intentaba restablecer el sanado en detrimento del poder temporal de los papas. Un movimiento que encajaba tan bien en las ideas anteriores y en los secretos deseos del arrepentido innovador no podía producir en él otra cosa que simpatía y hasta su apoyo expreso. Pronto se recubrió que estaba difamando al clero y diseminaba desde la capital sus planes de reforma eclesiástica. La Curia se convirtió en el principal objetivo de sus ataques; describía a los cardenales como viles hipócritas y miserables que jugaban entre los cristianos el papel de los judíos y los fariseos. Tampoco escapó de sus críticas el papa, al poco antes había reconocido el terrible reformador su gentil moderación y de repente lo convertía en ejecutor de la Iglesia, más preocupado “en mimar su propio cuerpo y en llenar sus bolsillos que en imitar el celo de los Apóstoles cuyo lugar ocupaba”. Arnaldo reprochaba particularmente al papa que ejerciera violencia física y por “defender con homicidio” sus derechos cuando le eran discutidos. Eugenio III fue obligado a abandonar la Ciudad Eterna y durante algún tiempo (1146-49) triunfó la democracia romana bajo Arnaldo de Brescia. Aunque excomulgado por el papa (15 de julio de 1148) Arnold no cambió de postura.
Pero gradualmente su programa revolucionario fue cambiando de aspecto. La abolición del poder temporal del papa era sólo el primero de sus objetivos; el segundo contemplaba la subordinación del poder espiritual al poder civil. Wetzel, uno de sus discípulos presumió de ofrecer al rey Conrado III las llaves de Sant´ Angelo para que el emperador alemán tuviera siempre a su disposición la tiara y el gobierno de Roma. La política de Arnaldo que al principio era republicana terminaba así en imperialismo puro. Pero Federico Barbarroja, sucesor de Conrado, rehusó apoyar los planes de los agitadores romanos. De morfa inteligente y con mucho tacto, Eugenio III se ganó al emperador para su causa, con lo que Arnaldo quedaba sin apoyos. Las elecciones senatoriales de noviembre de 1152 se volvieron contra él, marcando el principio de su caída.
Poco se sabe de Arnaldo durante el breve reinado de Anastasio IV (Julio1153 - diciembre 1154), pero la elección de Adriano IV fue fatal para su causa. Había caído en manos de Odón, cardenal –diácono de S. Nicolás in carcere Tulliano, pero fue liberado por el vizconde de Campagnatico y durante algunos años encontró un refugio en su territorio. “Le miraban como a un profeta” inspirado por Dios. Sin embargo, en un acuerdo entre Adriano y Barbarroja, el papa obtuvo del emperador la promesa de que cogería a Arnaldo y lo alejaría, quisiéralo o no, de la custodia del vizconde. Federico no dudó en hacer y cumplir tal promesa y Arnaldo fue entregado a la Curia. Es muy difícil dar una relación exacta del juicio. Según la historia documentada por Gerhoh de Reichersperg fue sacado en secreto de las cárceles eclesiásticas y ejecutado por los servidores del prefecto de Roma, que había sufrido muchas injurias en la revolución fomentada pro Arnaldo. Es muy probable, sin embargo, que la Curia tuviera una parte mayor en la condena Un analista va más lejos y afirma que el mismo parpa ordenó que fuera ahorcado. Otro escritor afirma, con más probabilidad de verdad, que Adriano se conformó con pedir la degradación de Arnaldo, de manera que pudiera ser entregado al poder secular. Según el autor de un poema descubierto después, (y parece que el autor estaba bien informado) Arnaldo, cuando fue llevado ante el cadalso se enfrentó con valor a su muerte.
Cuando se le pidió que se retractar de sus enseñanzas, respondió que no había nada que tuviera que retirar y que estaba listo para sufrir la muerte por ellas, pidió solamente un momento para orar y pedir el perdón de Cristo por sus pecados. Después de una oración mental se entregó al verdugo y ofreció su cabeza a la soga. Después de colgar en el patíbulo durante un tiempo, se quemó su cuerpo y las cenizas fueron arrojadas al Tíber, “por miedo”, dice un cronista, d que el pueblo las recogiera y honrara como las cenizas de un mártir”. “Creador de herejías”, “sembrador de cismas”, “enemigo de la Fe Católica”, “cismático”, “hereje”, son los términos usados por Otto de Freisingen, por el autor de la “Historia Pontificalis,” por el abad de Claraval, por Eugenio III y Adriano IV para estigmatizar a Arnaldo.
Dada la ambigüedad de estas caracterizaciones, no es fácil especificar los errores dogmáticos en los que cayó el innovador. Otto de Freisingen se hace eco del rumor por el que Arnaldo mantenía puntos de vista ofensivos sobre el bautismo y la Eucaristía. Sus contemporáneos (sobre todo S. Bernardo, que persiguió tan amargamente al “escudero” de Abelardo) nada dicen de la clase de cargos. El abad de Claraval en una de ss cartas acusa a Arnaldo de ser “un enemigo de la Cruz de Cristo”. Pero ¿hemos de concluir de ellos que Arnaldo era un seguidor de Pierre de Bruys que condenaba la adoración de la Cruz? Es mucho más probable que las palabras de S. Bernardo han de tomarse en sentido amplio o metafórico. En realidad era en las cosas prácticas en las que Arnaldo se mostraba enemigo de las enseñanzas aceptadas en su tiempo. El comenzó por condenar los abusos ocasionados por la riqueza de los eclesiásticos, un hecho que le colocaba entre la clase de los verdaderos reformadores. S. Bernardo y Gerhoh de Reichersperg decían las mismas cosas. Arnaldo no se detuvo ahí, llegó hasta negar el principio del derecho de propiedad como lo defendía la iglesia y consiguientemente asaltó el poder del papado. “Todas las posesiones terrenales pertenecen al príncipe, el papa debiera abandonar l gobierno de Roma, los sacerdotes y monjes no pueden poseer nada sin incurrir en la pena condenación eterna”.
En estos puntos, el innovador, por decir lo mínimo, era culpable claramente de temeridad. Y puesto que chocó con una jerarquía que no estaba preparada para sancionar sus puntos de vista, terminó cuestionando su autoridad. Para él, la Iglesia se había corrompido en las personas de los sacerdotes obispos y cardenales codiciosos y simoníacos y ya no era la verdadera iglesia. “El papa”, dice, ya no es el Apostolicus real y como no da ejemplo con su vida de las enseñazas de los Apóstoles, no hay obligación de reverenciarlo ni obedecerle”. Este clero indigno ha perdido el derecho de administrar los sacramentos y los fieles no necesitan confesarse con ellos”. Es suficiente que se confiesen unos con otros. Si esto es verdad, como dice el autor del poema citado arriba, que Arnaldo había caído en estos errores, el carácter cismático y herético de sus enseñanzas no ofrece ya dudas. Sus discípulos, i.e. aquellos a los que los documentos del siglo trece llaman Arnaldistas, enseñaron otros errores no menos serios, de los que, sin embargo, Arnaldo no puede ser considerado responsable.
Bibliografía
Para las fuentes sobre ARNALDO, ver Historia Pontificalis (de la que es autor probablemente JUAN de SALISBURY) en Mon. Germ. Hist. (fol., Hannover, 1868), XX, 537, 538; OTTO OF FREISINGEN, Gesta Friderici imperatoris, II, 20-23, e Mon. Germ. Hist., XX, 366, 367, 403, 404; GUNTHER, Ligurinus, versos 262-348, in P.L., CCXII, 369-371; Gesta per imperatorem Fridericum Barbam Rubeam in partibus Lombardie et Italie, fragment of an anonymous poem, published by E. MONACI in Archivio della societa romana di storia patria (Rome, 1878), I, 466-474; Annales Augustani Minores, en Mon. Germ. Hist., X, 8; BOSO, Vita Hadriani IV, en DUCHESNE, Liber pontificalis (Paris, 1889), II, 390; Cartas de Eugenio III, en BARONIUS, Annales ecclesiastici (ad. ann. 1148, No. 38); GERHOH OF REICHERSPERG, De Investigatione Antichristi, I, xlii; ed. SCHEIBELBERGER (1875), I, 87-89; ST. BERNARD, Epist., clxxxix, cxcii, cxcv, cxcvi, in P.L. CLXXXII, 354-357, 358, 359, 361-362, 363, 364; Carta de WETZEL, el discípulo de ARNOLD, y una carta anónima [posiblemente ARNALDO] en MARTENE AND DURAND, Veterum scriptorum et monumentorum. . .amplissima collectio (Paris, 1724), II, 399, 400, 554-557; ANON., Commentaire des causes heretiques, inserted in HUGUCCIO’S Summa Decreti, 1211-15, xxix of Cause 23, quest. 4. cf. TANON, Histoire des tribunaux de l’Inquisition (Paris, 1893), 456, note 2; BUONACORSO OF MILAN (end of twelfth century), Vita hoereticorum, in P.L., CCIV, 791-792; SCAELCHIN, Arnold von Brescia (Zurich, 1872); BENVICENNI, Arnaldo da Brescia, condennato a morte per ordine di papa Adriano IV (Florence, 1873); GIESEBRECHT, Arnold von Brescia (Munich, 1873, Italian translation by ODORICI, Brescia, 1877); DE CASTRO, Arnaldo da Brescia e la rivoluzione romana del XII secolo (Leghorn, 1875); G. GAGGIA, Arnaldo da Brescia (Brescia, 1882); E. VACANDARD, Arnauld de Brescia, in the Revue des quest. histor. (Paris, 1884) XXXV, 52-114; cf. Vie de Saint Bernard (Paris, 1895), II, 235-245, 257, 258, 467-469); F. TOCCO, L’eresia nel medio evo (Florence, 1884), 231-256; and Quel che non c’e nella Divina Commedia, o Dante e l’eresia (Bologna, 1899); HAUSRATH, Arnold von Brescia (Leipzig, 1891); MICHELE DI POLO, Due novatori del XII secolo (Florence, 1894), 79 sqq.; E. COMBA, I nostri protestanti: Avanti la Riforma (Florence, 1895), I, 173 sq.; FECHTRUP, Arnold von Brescia in Kirchenlex., I, 1419-20; DEUTSCH, Arnold von Brescia in Realencyclopaedie fuer protest. Theologie und Kirche (3d ed., Leipzig, 1897), II, 117-122; VERNET, Arnaud de Brescia in Dict. de theol. cath. (Paris, 1903), I, 1972-75. For other less important references see: CHEVALIER, Repertoire des sources hist. du moyen age (2d ed., 320, 321).E. VACANDARD.
Transcrito por John Fobian , en memoria de Helen L. Johnson .
Traducido por Pedro Royo
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