El
nacionalismo del siglo XIX influyó también en el judaísmo y dio lugar al
sionismo, que pretendía la concentración en un territorio de la
dispersa nación judía.
El
sionismo, aunque sustentado en un anhelo religioso, presenta rasgos
seculares que son primordiales. En muchos casos los dirigentes sionistas
han utilizado la religión como pretexto para consolidar su posición y
justificar sus acciones a pesar de ser ateos.
Otra
respuesta diferente a la modernidad la ejemplifican los judíos
ortodoxos. Estos niegan el marco teóricamente igualitario propugnado por
los estados laicos, porque consideran que propicia la conversión de la
religión en una mera y difusa seña de identidad individual.
Pero el impacto de la modernidad es inseparable de su quiebra, que resulta más que ejemplar en el caso judío.
El
terrible exterminio de un tercio de la población judía fue diseñado por
las autoridades nazis en los años cuarenta del siglo XX y ha tenido una
profunda incidencia en el judaísmo actual. Este hecho marcó un hito en
la aberración humana, más doloroso por cuanto se realizó en una época y
un territorio inesperados, en plena contemporaneidad, cuando se creían
consolidados en Europa los derechos de las minorías a su propia
identidad.
El
genocidio resultó un terrible modelo que ha debilitado las opciones
contemporizadoras y ha consolidado la fuerza moral de las posiciones
ortodoxas. Se deshizo el hechizo de la racionalidad y la modernidad. Sin
embargo, esto no ha conseguido minar completamente las actitudes de
prepotencia que algunas autoridades del Estado de Israel han demostrado,
con respecto al sometimiento de los palestinos desde hace más de medio
siglo.
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