Una de las señas de identidad del judaísmo son las normas
relativas a lo que se puede y lo que no se puede comer. La comida pura y
aceptable por la religión toma el nombre hebreo de kasher.
Un shojet matando un pollo al modo kasher en Nazaret, Israel.
En la
Torá se exponen las prescripciones alimenticias que distinguen los
animales comestibles de los que no lo son. El cerdo, por ejemplo, es un
animal impuro y no puede comerse, lo mismo que el conejo.
Además,
no se puede comer la sangre, por lo que hay que matar a los animales de
modo que se desangren completamente para que se conviertan en alimento
puro. De ahí que el oficio de shojet o «matarife» esté muy relacionado
con la religión. Tampoco está permitido comer a la vez carne y leche, ni
cocinarlas juntas, de tal modo que en muchas familias judías hay dos
vajillas que no se mezclan: una para cocinar y servir la carne y otra
para la leche y sus derivados.
Estas
normas alimenticias impiden a los judíos cumplidores aceptar comida de
no judíos o de judíos no cumplidores, ya que la mínima cantidad de
comestible impuro contamina al resto. Por ejemplo, un huevo que tenga
una pequeña mancha de sangre en su interior no puede comerse.
Así,
a lo largo del tiempo, estas costumbres relativas a la dieta impidieron
que las poblaciones judías y no judías desarrollaran los lazos de
amistad que se consolidan en la comensalidad, es decir, en la acción de
comer en común, importante para muchas sociedades porque las relaciones
entre los que comen juntos son de amistad.
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