SUMARIO:
I. Novedad de una cuestión antigua:
1. Raíces filosóficas y culturales del debate:
a) Instancia y concepto de autonomía,
b) Instancia y concepto de teonomía,
c) Referencias de la revelación y de la tradición;
2. Tendencias teológicas:
a) Las razones de la "moral autónoma",
b) Las razones de la "ética de la fe",
c) Más allá del debate.
1. Raíces filosóficas y culturales del debate:
a) Instancia y concepto de autonomía,
b) Instancia y concepto de teonomía,
c) Referencias de la revelación y de la tradición;
2. Tendencias teológicas:
a) Las razones de la "moral autónoma",
b) Las razones de la "ética de la fe",
c) Más allá del debate.
II. Reflexiones sistemáticas:
1. Moralidad cristiana:
a) Haber encontrado a Jesucristo,
b) Vivir el encuentro con Dios en el encuentro con el otro,
c) La atención a la relación con Dios y a la propia moralidad,
d) Dimensión ética de la vida de fe;
2. La moral de los cristianos:
a) Moralidad cristiana y conocimientos morales,
b) Dimensión histórica,
c) Objetividad,
d) Fe y racionalidad,
e) Transmisión de valores y normas;
3. La vía del diálogo ético:
a) En la moral cristiana,
b) En la moral humana.
1. Moralidad cristiana:
a) Haber encontrado a Jesucristo,
b) Vivir el encuentro con Dios en el encuentro con el otro,
c) La atención a la relación con Dios y a la propia moralidad,
d) Dimensión ética de la vida de fe;
2. La moral de los cristianos:
a) Moralidad cristiana y conocimientos morales,
b) Dimensión histórica,
c) Objetividad,
d) Fe y racionalidad,
e) Transmisión de valores y normas;
3. La vía del diálogo ético:
a) En la moral cristiana,
b) En la moral humana.
I.
Novedad de
una cuestión antigua
El
cristiano adulto que reflexiona sobre su fe en Jesucristo es consciente de la
importancia que tiene su creer para su actuar: la llamada de Dios es llamada a
vivir en relación con él; la respuesta toma cuerpo en las decisiones de la
vida y en el comportamiento cotidiano. También es consciente -a pesar de las
dificultades que puede encontrar- del hecho que la fidelidad al Señor en las
pequeñas y en las grandes decisiones de la vida conduce a la realización de su
propia humanidad, de sus expectativas más profundas y auténticas. Sabe que la
presencia de Dios en su vida es presencia activa, no sólo a través de las
circunstancias externas, sino también y sobre todo a través de su esperanza
espiritual; ahí donde él es y se siente más profundamente él mismo, con su
libertad y su capacidad de comprensión y de decisión. El cristiano sabe que su
respuesta debe ser "personal", es decir, que debe proceder del corazón,
de su inteligencia y de su querer (voluntad) para que implique todo lo que es su
vida. La gracia no sustituye a su voluntad; más bien la postula y la provoca,
la exige. La palabra de Dios no exime a su capacidad humana de comprender lo
verdadero y lo bueno; la supone y urge su ejercicio, la anima y la integra. Pero
la armonía entre naturaleza y gracia, razón y fe, en la experiencia de los
creyentes no es una adquisición tranquila y pacífica. Hay una experiencia de
división interior, de lucha entre carne y espíritu. Existen unas consecuencias
no sólo del pecado y de las limitaciones personales, sino también de una
historia de pecado y de limitaciones que llamamos concupiscencia, ignorancia y
error. Y, sin embargo, es este hombre histórico el que es llamado a una vida de
creyente, en la búsqueda y en la realización de
una vida moral buena y de unos comportamientos correctos.
No
es la primera vez en la historia de la Iglesia que aparece la pregunta sobre el
"cómo" de esta búsqueda. Los temas implicados y que hoy aparecen en
el debate teológico son antiguos; su contexto problemático es nuevo. La
reflexión teológica está empeñada en descifrar, dentro de este contexto, los
elementos de sentido que piden y hacen posible un intellectusfidei en el
hoy de la historia. Continuando y profundizando el tema de la /especificidad
cristiana de la moral de los cristianos, la problemática indicada en los términos
"autonomía" y "teonomía" pone sobre la mesa las diversas
cuestiones de teología moral fundamental, confrontándolas con una serie de
demandas específicas de nuestro tiempo unidas a situaciones eclesiales y
culturales, pero también a determinadas premisas filosóficas que han entrado a
formar parte de una generalizada concepción del hombre y del mundo.
1.
RAÍCES FILOSóFICAS Y CULTURALES DEL DEBATE. La viveza de la discusión, que han
mantenido sobre todo los teólogos moralistas de origen cultural alemán, pero
que se ha extendido por todos los países de Occidente, indica la seriedad del
problema y muestra a la vez claramente cómo están en juego categorías
mentales, conceptos y sensibilidades que tienen raíces muy profundas en la
historia del pensamiento, ya antes del contemporáneo, y que desbordan el específicamente
teológico. Habrá que poner atención a qué instancias y a qué conceptos están
unidos los términos "autonomía" y "teonomía" en el
contexto actual para poder sacar de este mismo debate indicaciones
clarificadoras sobre el problema.
a)
Instancia y concepto de autonomía. La afirmación de la autonomía
de la moral encuentra su formulación explícita y temática en la filosofía de
E. Kant, y por lo tanto en el contexto cultural del iluminismo. Se reivindica
para la moral un estatuto epistemológico y una fundamentación propios: de la
razón práctica y de sus condiciones de posibilidad, no desde otros ámbitos de
experiencia o de ciencia, provienen los conocimientos y los juicios morales, con
sus criterios de evidencia y verificación. Aun afirmando una relación entre el
ámbito moral y el teológico (Dios es postulado por la razón práctica), Kant
niega que la relación sea de fundamentación (en ese caso se trataría de
"heteronomía' ). Se sabe que, en el pensamiento kantiano, la afirmación
de la autonomía de la moral responde a la necesidad de explicar y fundamentar
el carácter vinculante de la ética, el "deber"; desde esta
perspectiva, el hombre, en cuanto ser racional, tiene en sí mismo su propia
ley.
Sucesivas
posturas más radicales, denominadas con el término genérico de
"autonomismo", han indicado después que toda afirmación de Dios y de
la relación con él era necesariamente heterónoma: la exigencia de autonomía
se convierte en exigencia de emancipación de Dios y de su negación; la
religión pasa a ser entendida como un factor de "minoridad", estaría
contra el hombre, y la teología contra la razón. Otras corrientes filosóficas
(especialmente la "teoría crítica" de la escuela de Frankfurt)
llegan a cuestionar la confianza iluminista en la razón, recordando sus
limitaciones visibles y manifiestas en las consecuencias históricas de la
convivencia social y política (guerras mundiales).
Ni
la formulación kantiana ni su contexto iluminista son algo totalmente nuevo si
se mira lo que subyace en el fondo del concepto de autonomía. Las épocas de
"humanismo", en sus
distintas expresiones, habían sido ya antes momentos de afirmación del valor
originario de lo humano. Baste pensar, dentro de la filosofía y la teología
escolástica, en el tema de la / ley natural, en el papel atribuido a la
/conciencia en la experiencia ética, a la dignidad y la función de la razón
en teología. Por otra parte, la reflexión crítica sobre el iluminismo en la
cultura posterior no ha hecho tabula rasa de sus logros y planteamientos
en términos de autonomía de lo humano. Lo que distingue al humanismo actual
del de los siglos XII y xln, por ejemplo, es sobre todo el acento
antropocéntrico que nuestra cultura .-también la teológica- ha asumido tan
profundamente. El papel y el peso de la secularización, también en torno a la
problemática de la autonomía moral, está en línea de continuidad con los
mismos planteamientos subyacentes. En nombre de la dignidad del hombre y de la
autonomía de la razón se toman posturas claramente en contra de la religión o
se afirma su irrelevancia; desde los mismos planteamientos se afirma, a su vez,
la importancia de la fe cristiana e incluso su necesidad como fundamento y
garantía de lo auténticamente humano.
b)
Instancia y concepto de teonomía. En el campo teológico parece obvio
afirmar la fundamentación teónoma de la ética. Y, sin embargo, ni siquiera el
concepto de teonomía es tan unívoco que pueda pasar indemne a través de
contextos culturales, filosóficos y teológicos diversos. En la antigua
escolástica, también para la ética Dios era el legislador "en
cuanto" creador (ley moral natural) y redentor (ley evangélica o del
espíritu [/ Ley nueva]). Pero cuando el jusnaturalismo interpretó de forma
más bien positivista la ley natural, la imagen de Dios legislador apareció
"junto" a la de creador y redentor.
En el primer contexto, autonomía y teonomía no se encontraban en clara
contradicción. En el segundo, en cambio, la teonomía asumió una manifiesta
connotación heterónoma. Frente a ésta reaccionó de hecho el iluminismo, pero
no sólo él. Una fundamentación teónoma/ heterónoma resultaría inaceptable
hasta para la teología cristiana, que, sin embargo, no puede renunciar a una
fundamentación teónoma. El planteamiento de fondo subyacente en el concepto de
teonomía, en cuanto exigencia de la fe, y por lo tanto presente de diversas
maneras en toda la tradición teológica, es suficiente y satisfactorio cuando
Dios es entendido como fundamento real de la moral humana, en cuanto fundamento
y fin del hombre.
c)
Referencias de la revelación y de la tradición. Al
teólogo que quiera encontrar motivaciones para su posición en torno al
problema de la relación entre teonomía y autonomía le es prácticamente
inevitable contrastar los textos de la revelación y de la tradición
teológica. En cualquier caso suele hacerse, al menos implícitamente, a través
de un conocimiento asimilado de las fuentes, tal como de hecho está presente en
el modo de comprender la propia fe y la moral dentro de ella. De forma más o
menos amplia, este contraste existe, incluso de forma explícita, en el debate
actual en cuestión. Hay que señalar de todas formas que la referencia a las
fuentes sigue siendo una operación de gran complejidad. Con ingenuidad o con
astucia, siempre es posible forzar el sentido de las fuentes recurriendo a ellas
para justificar posiciones ya tomadas más que para buscar luz sobre las
posturas a adoptar: En cualquier caso, nunca debe hacerse una simple
trasposición de argumentos o de textos. Siempre que se lee un texto revelado 'o
un párrafo de
la tradición teológica, al preguntarse desde un problema actual ya se le está
interpretando. No es el "texto mismo" el que responde al interrogante.
Es quien hace la pregunta el que puede situarse como interlocutor del texto y
encontrar así una respuesta con la ayuda del mismo. A tal fin convendrá ser
conscientes de los dos contextos diversos y de la inevitable tarea
interpretativa para una operación hermenéutica lo más correcta y transparente
posible en sus diversos momentos.
Los
términos y los conceptos "autonomía" y "teonomía" están
marcados los dos por la cultura contemporánea cuando son usados para expresar
la pregunta sobre la relación que existe entre moral y fe cristiana: su
significado está determinado por la red de relaciones que une entre ellos los
significados de muchos términos a ellos referidos en el vocabulario
contemporáneo. Ambos conceptos no son independientes entre sí. Ni la Sagrada
Escritura ni santo Tomás tienen estos términos en su vocabulario, y ni
siquiera los conceptos correspondientes. Tienen, eso sí, cuestiones y términos
análogos si se les entiende correctamente en los presupuestos de sus
respectivos contextos. Esta analogía permite su actual comprensión siempre
que, a la vez, se sepa reconocer igualmente los puntos de partida o presupuestos
de la propia problemática.
2.
TENDENCIAS TEOLÓGICAS. En los actuales términos del debate, las líneas o
tendencias que aparecen en los distintos autores vuelven a plantear
sustancialmente una doble orientación, en continuidad con las posturas
existentes en el tema de lo específico cristiano de la moral cristiana (i
Especificidad). Para designar estas dos posturas se han hecho habituales las
fórmulas "moral autónoma" y "ética de la fe". Respecto a
los términos
"autonomía" y "teonomía", que son el elemento unificador
de ambas, cada una de ellas acentúa respectivamente el primero o el segundo de
ellos. La diferencia de acento conduce a una diversa organización de la
reflexión moral, lo cual afecta a todos los niveles del planteamiento general y
concreto de la moral "fundamental", que a su vez debería tener
consecuencias para cada uno de los temas particulares de la moral
"especial", cosa que no siempre es del todo evidente.
a)
Las razones de la "moral autónoma" : Las posturas de esta
tendencia han tenido sus antecedentes en la teología católica y protestante.
Hay que recordar en este sentido a los teólogos S. Mutschelle, Th. Steinbüchel,
P. Tillich. También habría que recordar a muchos que han contribuido al actual
debate con aportaciones concretas pero importantes: argumentación ética y
parénesis (B. Schüller, W. Wolbert), normas y modelos éticos (D. Mieth),
moral revelada (J. Blank, W. Kerber, R. Hasenstab). Con planteamientos y matices
diferentes son muchos los autores que se identifican con esta tendencia, cuyos
exponentes más conocidos y reconocidos son A. Auer, F. Bóckle y J. Fuchs.
A.
Auer es el autor que de forma más nítida (y repetidamente en muchos escritos
desde 1971) propone el modelo de la "moral autónoma" para la
interpretación de la relación entre "lo humano" y "lo
cristiano" en la experiencia ética de los creyentes y en la
estructuración de la ética teológica. En su pensamiento es central la
referencia a la tesis de la capacidad humana para conocer la verdad, para
alcanzar la objetividad de lo real. De esta manera él subraya la racionalidad
de la realidad y la racionalidad del conocimiento. El ámbito de la moral es
presentado como el ámbito de
la racionalidad para asumir responsablemente la tarea que se deriva de las
objetivas posibilidades del bien o de la auténtica humanidad, que nos presenta
el mundo real. Un modo de pensar histórico sobre lo real/ posible y sobre su
verificabilidad en términos de "bien humano" le permite formular la
función de la ética como racional, dinámica y siempre abierta críticamente a
una posible comprensión y realización ulterior. El planteamiento teológico
que subyace es el de la creación, que permite interpretar la realidad como
predispuesta e internamente ordenada a una vida auténticamente humana en el
mundo: la razón del hombre es capaz de leer e interpretar las posibilidades de
lo real para ordenarlo históricamente hacia esa existencia y convivencia
humana. La revelación es una ayuda para descifrar correctamente la realidad:
una aportación a la objetividad del conocimiento, tanto sobre el contenido de
la moral como sobre sus objetivos. La adhesión de fe será, a la vez,
responsabilización de cara a las posibilidades objetivas de realizar el bien.
La fe tiene una función de crítica, de estímulo y de integración respeco a
cualquier logro alcanzado, quedando también la moral de los cristianos
estructurada autónomamente. En la ética teológica también se llega al nivel
normativo pasando a través del conocimiento objetivo de los datos y de los
fenómenos (aportación que deben hacer necesariamente las / ciencias humanas) y
a través de una integración antropológica de tales conocimientos, que de este
modo pueden ofrecer criterios de valoración para realizar juicios morales y
elaborar normas objetivas.
Aunque
expresada con metodología y lenguaje distintos, sustancialmente convergente es
la posición~de J. Fuchs. A1 considerar la moral cristiana en su proceso de
formación y de desarrollo, reconoce como necesariamente
humano-autónomo (ejercicio de la recta ratio) el proceso de experiencia,
comprensión y formulación de los juicios morales. Sobre la base de la
referencia teológica a Dios creador y a la redención en Cristo, la moral
cristiana puede ser considerada en sí misma como la moral del ser
humano, pero en cuanto tal no es posesión exclusiva ni de-finida de nadie.
La referencia a la creación y a la redención es también una cuestión
cognoscitiva, pero en primer lugar es una realidad de gracia, y de gracia
acogida en la adhesión de fe; es vida "en Cristo" de persona
consciente. En el proceso de búsqueda de valores, juicios y normas morales,
esto aporta una novedad de horizonte de comprensión y de motivación
completamente nuevos. En la unidad personal (comprensión y decisión) del vivir
en Cristo, la "motivación" específica está al servicio de una
intencionalidad que reafirma la comprensión y la vivencia ética como
seguimiento de Cristo. Como consecuencia de esta intencionalidad, coeteris
paribus, el dinamismo moral (humanoautónomo) de la persona queda en
condiciones históricamente óptimas.
La
afirmación de que Dios es el fundamento último de toda normatividad ética y
el fundamento también de su misma "autonomía" se hace presente de
distinta manera en todos los autores. F. Bdckle le dedica más atención y
espacio de modo consciente. Él habla de una "autonomía teónoma" y
de una "teonomía racional". La fundamentación teónoma de la moral
cristiana exige el carácter razonable y comprensible del acto moral y de las
normas del comportamiento humano. La referencia específica a Jesucristo, a su
vida y enseñanzas, al misterio del amor salvador del, Padre que en él se
revela y se realiza, comporta ciertamente elementos antropológicos e
indicaciones de valor que forman parte de la constitución
de la moral cristiana. Pero lo que se propone a la responsabilidad de la
conciencia no puede ser "misterioso", sino constitutiva y
necesariamente inteligible. La vida nueva en Cristo se expresa en
comportamientos morales concretos y tiende a crear un ethos comunitario
cristiano específico, históricamente reconocible incluso a nivel de contenidos
concretos, como se puede ver en el NT. Pero la originalidad de significado
antropológico que hay presente y viva en él es profundamente humana y
comunicable. El modo en que se llega a determinar las exigencias éticas
concretas, en la moral cristiana también, es siempre el de su inteligibilidad
racional. Ni siquiera los resultados históricos característi~ cos de la moral
de una comunidad creyente quedan fuera de la comprensibilidad humana.
b)
Las razones de la "ética de la fe-". En contraposición a la
tendencia anterior, algunos autores han intervenido en el debate teológico,
acusándola de errónea, o por lo menos insuficiente, y queriendo poner en claro
la necesidad de la fundamentación teónoma de la ética. También los autores
de esta tendencia teológica plantean la cuestión en estrecha relación con el
problema de la especificidad de la moral cristiana. Se cuestiona la recepción
del concepto de "autonomía" en la teología, porque, según ellos,
estaría en contradicción con la evolución histórica que ha tenido en el
pensamiento filosófico de nuestra cultura (K. Hilpert); se afirma que en tal
planteamiento no se respetan las indicaciones del Vat. 11 (Ph. Delhaye); el
planteamiento de una fundamentación "autónoma" de la moral tiende a
reducir y minusvalorar el papel del magisterio, la estrecha conexión entre fe y
moral, la dimensión eclesial de la ética cristiana (J. Ratzinger); la moral no
puede encontrar
su propio sentido sin la fe en Cristo (B. Stóckle, H.U. von Balthasar). Con
frecuencia la contraposición polémica es más clara que la diferencia objetiva
de las afirmaciones teológicas propuestas. Por lo demás, se trata
frecuentemente de intervenciones más bien breves y no muy elaboradas
sistemáticamente.
B.
Sttickle es, quizá, el representante más nítido de la corriente conocida como
"ética de la fe" a causa de sus puntuales y repetidas intervenciones.
La posibilidad de precisar y formular contenidos éticos vinculantes es,
también para él, una realidad histórica unida a la experiencia, en primer
lugar a la experiencia de contraste que, dentro de un ethos vivo, hace
surgir la negatividad de lo que amenaza al ser humano del hombre y permite de
esta manera señalar lo positivo que la reflexión puede captar e indicar. La
reflexión ética es necesaria para confirmar, verificar y purificar el ethos
que ya se vive, incluso respecto a los valores que habían sido reconocidos
y asumidos. En torno a esta tarea de la reflexión hay que reconocer que la
razón humana es capaz de conocer y de formular normas morales válidas. Sin
embargo, la razón humana es frágil y limitada; no es capaz de desvelar y
descubrir su origen y su destino; está históricamente condicionada. Es,
además, la razón del hombre pecador; el pecado constituye una situación
histórica existencial que condiciona desde dentro las posibilidades humanas.
Por esto, cuanto la razón humana es capaz de reconocer y de proponer a nivel
ético, aunque sea válido, tendrá siempre el sello de la discontinuidad, de la
fragmentariedad y de la imperfección. Especialmente difícil para la razón del
hombre es fundamentar con certeza sus propias conclusiones, ya que no es capaz
de lograr su total evidencia. Es necesaria la fe para dar fundamento evidente al
sentido y al fin
de la vida humana. Por esto sólo en la fe se hace evidente el carácter
propiamente vinculante de la exigencia ética; sólo en la fe es evidente con
plenitud el núcleo fundamental de los contenidos morales (el mandamiento de la
caridad) en su instancia absoluta e incondicionada. Además, por la base
específica de la fe y de la vida de gracia, la comunidad creyente tendrá
contenidos morales propios, de ningún otro modo accesibles a la sola razón
humana.
En
sus lineas fundamentales, el pensamiento del autor es nítido: una
fundamentación teónoma es necesaria para la moral, incluso a nivel
cognoscitivo, para el conocimiento cierto y evidente del carácter vinculante de
la instancia ética misma y del reconocimiento de sus contenidos. El debate en
cuestión ha conocido otras muchas posiciones que no se pueden desarrollar con
exactitud en una de las dos tendencias esquemáticamente recordadas aquí y que
de distinto modo tratan de unir las dos instancias de la autonomía y de la
teonomía. El modo fuertemente polémico con que se rechazan en bloque los
intentos de la "moral autónoma", y que a veces acentúa más lo
negativo que lo positivo, hace muy difícil precisar con exactitud la
aportación de los diversos autores. La negación de la autonomía se mezcla,
alguna vez, con afirmaciones que difícilmente se distinguen de lo que diría
uno de la "moral autónoma". Por eso vamos a tratar de precisar al
menos lo que sin ser afirmado por todos tampoco nadie lo niega ni parece que
pueda negarse dentro de una reflexión teológica.
c)
Más allá del debate. Para todos estos
autores el hombre es criatura, capaz de reconocer lo verdadero y lo bueno, por
lo tanto libre y responsable, por su constitución capaz de relación con Dios.
Además de las
limitaciones propias de su condición de ser creado, está marcado por el
pecado, que implica una serie de consecuencias para toda su persona,
conocimiento y libertad, interioridad y visibilidad de las relaciones,
individualidad y solidaridad histórico-social. Pero de la misma manera, la
redención de Cristo es eficaz y extiende su eficacia sobre toda la persona:
redención que le es dada al hombre, que por él necesita ser acogida y por la
cual incluso la capacidad de acogerla es don de Dios en Cristo. Habrá que
recordar que la unidad de gracia y revelación en Jesucristo hace brotar un ethos
cristiano en la historia humana: en él no es posible separar "lo
humano" de "lo cristiano" (pero tampoco será indiferente
distinguirlos); "lo cristiano" puede y debe ser
"humanamente" vivido y testimoniado.
El
debate nos recuerda que teológicamente no tiene sentido hacer concesiones a una
autonomía entendida como independencia de Dios o como arbitrariedad; la ética
no puede ser reducida a los resultados cognoscitivos de las ciencias humanas; la
salvación tampoco puede ser reducida a la razón humana y a sus resultados
históricos. Por otro lado, la teonomía no puede ser interpretada de manera
heterónoma; en nombre de la teonomía no se puede hacer una devaluación ética
del conocer humano o de la responsabilidad (humana, racional) de la aceptación
moral de la salvación; de ningún modo puede legitimarse una interpretación
ahistórica de la revelación. La referencia a la creación no legitima el
olvido de la historia de pecado con su eficacia negativa. Pero la comprensión
del pecado del hombre no es todavía "cristiana" si olvida la
encarnación y la pascua como obra de Dios en Cristo, yapresente y operante con
su eficacia histórica sobre lo humano.
El
uso teológico del concepto de "autonomía"
comporta necesariamente una variación en su significado, por influencia del
contexto de significados -los de vocabulario teológico precisamente- en que es
asumido: como siempre sucede en la historia de la teología (también en la que
nos testimonian las tradiciones bíblicas) cuando un concepto viene asumido
desde un ámbito extra-teológico. En cualquier caso, el uso del término y la
oportunidad de hacerlo es opinable: depende fundamentalmente de la valoración
que se haga del peso de los equívocos a que puede dar lugar. No tan opinable
parece ser, en cambio, la necesidad de aceptar la provocación que la instancia
de la autonomía propone a la teología moral: en el modo de entender 1a
fundamentación de la experiencia y de los conocimientos éticos se cuestiona el
modo de entender al hombre y su relación con Dios, el modo de hablar del hombre
y de Dios, el modo de estar presentes en nuestro mundo como personas creyentes.
II.
Reflexiones sistemáticas
Los
temas y problemas que hemos visto antes sugieren la consideración de las
instancias de autonomía y teonomía, distinguiendo los varios niveles en que se
sitúan: respecto a la moralidad personal, como experiencia consciente de la
libre responsabilidad propia; respecto a la reflexión ética, que tiende a
formular un conjunto orgánico de principios y normas en función de la vida
moral; respecto a los contenidos individuales de valores y de normas en el
proceso de su comprensión y transmisión.
1.
MORALIDAD CRISTIANA. La experiencia moral, incluso en la parcialidad de sus
distintos momentos y en la determinación concreta de decisiones individuales y
comportamientos
particulares, se propone siempre con la pretensión de cualificar a toda la
persona, reclamando su libre responsabilidad como lazo unificador de toda la
existencia del sujeto moral consciente de sí. En este sentido, la moralidad no
es una experiencia "sectorial" en la vida de una persona. Ella asume
más bien toda la experiencia personal y la califica en cuanto expresión de
libertad y de responsabilidad. También la adhesión de fe se propone como
unificadora de toda la experiencia personal: la relación con Dios no es una
relación entre otras muchas, no se sitúa como una experiencia de conciencia y
tampoco como uno más entre los muchos ámbitos en que la experiencia de
conciencia se expresa. La fe asume la experiencia moral y la califica en base a
la relación con Dios. La reflexión sobre la moralidad cristiana afecta, pues,
al modo en que la vida moral es asumida conscientemente dentro de la relación
con Dios en Jesucristo.
a)
Haber encontrado a Jesucristo. El NT presenta en términos de
/conversión y /seguimiento el resultado positivo del encuentro con Jesús
reconocido como Señor. En Jesús de Nazaret, Dios sale al encuentro del hombre
en su propia experiencia humana. La novedad de la fe dada y acogida es novedad
de vida que pone en situación de comunión con Dios a todo el comprender y
actuar de la persona. El comienzo se realiza con la cercanía a Dios; su
cumplimiento es la comunión con él, realidad que se da gratuitamente,
experiencia de l gracia, de amor perdonador y salvador. En el encuentro con
Jesús, en la experiencia consciente y viva de la relación con él, la propia
libertad se sitúa en el horizonte de liberación del l pecado, la propia
responsabilidad se sitúa en el horizonte de posibilidades que da la fuerza de
la comunión. Por ella se califica
la /conciencia moral misma en su momento cognoscitivo y en el de las decisiones.
La nueva comprensión de sí y de la propia moralidad no es fruto de una nueva
"idea" de Dios o de un nuevo "conocimiento" de algo que
tiene que ver con la acción de Dios o de su voluntad. Lo decisivo, por ejemplo,
para Zaqueo (Lc 19,1-10) no es el saber que Dios quiere la observancia del
mandamiento ("no robar"); lo decisivo es el haber encontrado a Dios en
Jesucristo. Lo mismo, para Pedro y los demás discípulos, lo decisivo no es el
haber aprendido nuevos contenidos de la predicación de Jesús, sino el haberle
encontrado a él. Resultado del encuentro en la liberación interior, que surge
de la comunión, del estar con él y de ponerse en movimiento "como"
él: la gratuidad (más allá del precepto) sella la respuesta de Zaqueo; y la
radicalidad (primero la adhesión al Señor y, a partir de ella, la definición
de cualquier otra relación y de cualquier otro valor) será el distintivo del
progresivo madurar de los discípulos. En este sentido la experiencia asumida de
la cercanía de Dios, que en Cristo ama y salva, determina el nuevo horizonte de
comprensión y de decisión en el que la conciencia moral del cristiano queda
constituida.
b)
Vivir el encuentro con Dios en el encuentro con el otro. Ya que la
experiencia de fe cualifica a la persona en su dimensión de conciencia moral,
precisamente lo que compromete su libre responsabilidad será el lugar más
señalado de encarnación de la fe. La relación con Dios se hace intérprete de
las relaciones interhumanas. El encuentro con el otro se vive como recuerdo del
Señor encontrado: "como yo os he amado" (Jn 15,12). De esta manera el
"mandamiento" del amor fraterno es interpretado sobre el modelo de su
gratuito
hacerse prójimo (cf la parábola del buen samaritano, Lc 10,25-37). El
encuentro personal con Dios en Jesucristo es, pues, constitutivo de la
intencionalidad específica que apoya y dirige la moralidad del creyente a hacer
propia la misma intencionalidad de la acción salvífica de él, con la mirada
siempre atenta al hermano.
Precisamente
para que esto sea verdad, el cristiano tendrá que poner al servicio de la
fe-comunión todas sus capacidades humanas de comprensión y decisión: es
necesario ver y entender quién es la persona con la que se encuentra, cuáles
son sus condiciones objetivas, cuáles las posibilidades de hacer bien; a partir
de esto será posible hacerse prójimo. La intencionalidad cristiana tiene
necesidad de la recta ratio para existir y hacerse historia. La relación
con Dios no vive en la moralidad personal, sino en la consciente autenticidad de
un comportamiento de acuerdo con la razón,
c)
La atención a la relación con Dios y a la propia moralidad. El
encuentro fundante con Dios debe ser algo presente. La conciencia cristiana del
creyente es la que hace realidad vital en sus decisiones el sentido y los
criterios que han animado el hacerse prójimo de Jesús. La estrecha relación
con él y con su palabra, que el Espíritu que nos ha sido dado hace posible, no
puede sustituirse con otras argucias: se trata de una relación personal que
como todas debe alimentarse para mantenerla viva y hacerla progresar. Desde una
relación con Dios vivida con vivacidad, desde la atención constante a su
palabra, desde la íntima comunión con él vivida y comprendida, el creyente va
adquiriendo una visión interpretativa "en la fe" sobre la vida y el
mundo que le capacita para orientar su comportamiento como cristiano, es decir,
"para caminar como él caminó"
(Un 2,6). A partir de esto, la exigencia ética que las realidades concretas de
la vida nos presentan pueden ser entendidas como voluntad de Dios, como
posibilidad interior de vivir en comunión con él, como posibilidad real que se
nos ofrece de "realizar" el sentido más auténtico de la propia
existencia.
A
esto hay que añadir la necesaria atención a la sinceridad de cada una de las
decisiones para que sean expresión y encarnen realmente la propia opción
fundamental por una moralidad positiva "en el Señor". La bondad moral
de una persona se expresa, efectivamente, en la búsqueda sincera y en su
correspondiente actuación de un comportamiento objetivamente justo. Pertenece a
la responsabilidad de formación de la propia conciencia la atención básica a
informarse correctamente y a conocer con exactitud, en la medida de lo posible.
Tener un cuidado constante de nuestro propio mundo interior, como cuidado de la
propia capacidad moral, es básico para el reconocimiento y la elección del
bien. Para el creyente, esto va unido con los cuidados que pone en mantener viva
la relación con Dios: está en juego su responsabilidad de conciencia.
d)
Dimensión ética de la vida de fe. La fe es un don, la comunión con
Dios en Cristo es gracia. Pero Dios se revela y se comunica al hombre en la
forma de un encuentro personal y reclama una correspondencia. Desde el primer
momento, pues, la adhesión de fe se presenta como un hecho de conciencia que
implica conocimiento y libre decisión. Esto significa responsabilidad moral de
la respuesta de fe, que precisamente para ser adhesión responsable necesita ser
"razonable", o sea, consciente y libre responsabilidad. Es Dios quien
sale al encuentro del hombre; es "humano" el modo de vivir ese
encontrarse en
él. Toda la moralidad cristiana está basada en la relación Dios; la
posibilidad personal de vivir esta relación que se nos ofrece es toda ella
interna a la estructura de libre responsabilidad.
Como
la moralidad personal del creyente está toda ella asumida en la fe, también su
vida de fe es toda ella expresión de moralidad. Está en juego la conciencia
moral del hombre al decidirse a acoger o no la palabra de Dios cuando él se
revela. El carácter de respuesta que tiene la fe indica precisamente su
dimensión moral, poniendo en el primer plano la conciencia ética, que
precisamente en cuanto tal recibe la capacidad de vivir la relación personal
con Dios. A nivel de la moralidad personal cristiana, teonomía significa
vivencia consciente de la relación fundamental con Dios en Cristo; autonomía
significa libre y consciente responsabilidad de la respuesta y de las formas en
que la respuesta se da.
2.
LA MORAL DE LOS CRISTIANOS. La
moralidad personal se expresa en las pequeñas y en las grandes decisiones de la
vida, en ellas se encarna la verdad de la persona; para el creyente, tanto la
verdad de su adhesión al bien moral como la verdad de su adhesión a Dios.
Ordenar y seleccionar los conocimientos morales es tarea de la ética, que para
los creyentes será teológica, es decir, ejercicio de la inteligencia humana
iluminada por la fe.
a)
Moralidad cristiana y conocimientos morales. En cuanto la conciencia
creyente es "cristiana", la forma concreta de actuar expresa la
sinceridad de su respuesta de fe, encarna su vida teologal. Esto supone ser
consciente del don recibido y transparencia de la relación personal con Dios,
libertad interior y docilidad al Espíritu al valorar y decidir qué voy a ser,
una intencionalidad real cristiana para buscar el fin último a través de la
búsqueda de los fines intermedios. Entender y decidir la propia vida moral como
seguimiento de Cristo significa actuar tal seguimiento en la continuidad de las
decisiones particulares. La sinceridad de esta realización es ciertamente una
realidad interior que afecta "al corazón" del creyente. Pero no vive
si no es en la concreción real del gesto, por lo tanto en la decisión por la
realización de valores concretos. Ahora bien, ni de la revelación ni de
ningún principio de fe se puede obtener directamente el juicio moral concreto
para actuar. La moralidad cristiana sincera necesita la mediación de la
comprensión humana de los valores que va a activar.
En
cuanto la conciencia cristiana es "moral", su sinceridad se expresa en
la búsqueda de lo que objetivamente es bueno. Esto exige la correcta
apreciación de los valores a cuya realización se nos invita y su correcta
valoración comparativa para poder reconocer en ellos su jerarquía y su
urgencia de cara a un juicio correcto. A este juicio es al que se vincula
después la elección en conciencia, que es a su vez expresión de la libre
responsabilidad personal. En este proceso de decisiones siempre está actuando
un conjunto de conocimientos morales que el individuo recibe de otros, que le es
hecho llegar a través de la mediación del ethos y de la ética de su
ambiente. Pero la conciencia moral "propia" hace su elección de
conocimientos, que aunque le vienen efectivamente a través del ambiente, ella
los interioriza a través de su personal percepción y forma de asumir los
valores, de manera que nunca puede verse reducida a una mera receptora de los
conocimientos de los otros. El ámbito de la libre responsabilidad, generador de
experiencia ética
consciente, es también lugar de conocimiento específico moral.
b)
Dimensión histórica. En el modo relacional del vivir humano, la
moralidad personal es constitutivamente interpersonal: la moralidad de cada
individuo se hace posible, se favorece y se condiciona con la moralidad de los
demás; cada uno entra activamente en esta red de relaciones que hacen posible,
favorecen y condicionan la moralidad personal de los individuos. Esto afecta
tanto a la bondad (honestidad) de las personas como a su correcto conocer lo que
es objetivamente bueno. También para los cristianos la formación de un ethos
compartido es una realidad histórica. También para los cristianos los
conocimientos morales son accesibles dependiendo del momento y la realidad
histórica.
La
evidencia del fundamento y la evidencia del fin último no dan por sí solos la
evidencia de un contenido de valor determinado. El hecho de hablar de
"evidencia" es afirmar un estatuto humano racional de los
conocimientos morales, es afirmar que será siempre a través de la capacidad
humana de comprensión como se harán accesibles al hombre las verdades que
tienen que ver con su vivir. Por esto deberá ser siempre humana y racional la
reflexión ética y la formulación en principios y normas de lo que se entienda
como éticamente importante.
c)
Objetividad. Una correcta afirmación
del carácter histórico de los conocimientos morales no tiene por qué
significar naturalmente ! relativismo o subjetivismo; de lo contrario se
vaciaría de sentido cualquier reflexión ética. La exigencia moral no ha sido
confiada a la arbitrariedad del individuo ni a la de un grupo social. Porque es
fundamental para la vida, el vínculo ético no es una decisión
que dependa de la mayoría ni de la unanimidad, sino de la objetividad del valor
propuesto. Pero hay que precisar: objetividad "conocida".
A
nivel de las decisiones morales actuales de la persona individual poseemos una
afirmación tradicionalmente aceptada: el último juicio práctico de la
conciencia es vinculante para ella incluso en el caso de que taljuicio fuera
declarado erróneo por los demás (o por la misma persona en un tiempo
posterior). El juicio personal no es fundamento de la verdad y de la objetividad
de los términos de valor en cuestión; pero es el único modo como la persona
puede alcanzarlos. Por esto el comportamiento es bueno (es expresión positiva
de la libre responsabilidad personal), aunque se base en un juicio erróneo,
cuando la persona no es culpable en conciencia de dicho error.
A
nivel de las normas morales, la reflexión es más compleja, aunque análoga: la
verdad moral conocida es vinculante. Esto significa quedonde surjan motivos
objetivos de duda sobre la idoneidad de una formulación normativa, la
conciencia no tiene excusa por el simple hecho de que exista esa determinada
norma. La objetividad se entiende como tarea vinculante moralmente, incluso por
encima de la norma formulada (y hasta contra ella, si realmente se da el caso de
no ser correcta). El consenso de los conocimientos morales que se crea en la
formación y en la transmisión de un ethos no es por sí mismo
fundamento de la verdad ni de la idoneidad de una norma. Pero el consenso es la
vía humanamente deseable para llegar a la verdad y a la norma moral justa. En
cuanto es así, es vinculante de la misma forma que lo es vínculo del juicio de
conciencia para la decisión moral del individuo.
d)
Fe y racionalidad. La moral cristiana tiene que ver, también para el
conocimiento objetivo de los valores y para su formulación normativa, con los
datos de la revelación. Es necesaria una lectura hermenéutica. Las
indicaciones éticas de la tradición (dentro de la Biblia y después en la
Iglesia) no pueden simplemente "repetirse", sino que han de
interpretarse a lo largo de una traditio viva. La hermenéutica hace
posible la continuidad de la tradición, permite distinguir lo que es valor
permanente y lo que es ropaje con que la contingencia histórica lo ha revestido
en su formulación, permite reconocer los niveles de normatividad presentes en
los textos que de otro modo parecerían proponer contenidos totalmente ajenos a
las condiciones y exigencias de épocas sucesivas.
La
reflexión ética teológica no recurre, pues, a la revelación y a la
tradición de la Iglesia sólo para recibir de ellas indicaciones sobre los
datos antropológicos que afectan al fundamento y al fin de la existencia
humana; recurre también a ellas para el conocimiento objetivo de los valores
humanos, que por eso mismo son éticamente importantes, con los que la
existencia cristiana concreta de la persona se encuentra comparada. En este
recurso que aporta la fe, la reflexión ética de los cristianos es ejercicio de
la capacidad humana de comprender. La humana experiencia consciente de los
valores es la base de la misma posibilidad de leer en el texto de la Sagrada
Escritura (o, análogamente, en los textos de la tradición eclesial) una
indicación de valor. Esto vale para los contenidos de ética normativa y para
los elementos antropológicos de fondo. Se trata de una precomprensión que abre
a la vez el acceso al texto y condiciona su lectura. Por otra parte, la
capacidad humana de comprender los términos morales, ejercitada en el recurso
creyente a los textos de. la tradición de fe, recibe de ésta una ayuda en su
inteligencia: en el
sentido de confirmarlos o como apunte crítico o como novedad respecto a la
comprensión que antes tenía. La comprensión humana del creyente es ayudada
así en su continuo tener que comprender: es ayudada a ser verdaderamente
comprensión humana de lo humano, de la verdad y del bien de los hombres.
e)
Transmisión de valores y normas. La comunidad cristiana, en cuanto
comunidad y en cuanto cristiana, da vida a un ethos cristiano que se
desarrolla en la historia. Va acompañado por la reflexión que presenta una
ética formulada, en el intento de hacer más comprensible y personalmente
asumible el patrimonio moral, fruto de la experiencia y del conocimiento que han
madurado ya y que van madurando entre los creyentes. Cuestión importante, y
quizá crítica en el dinamismo histórico del ethos, también del ethos
cristiano, es la transmisión de sus contenidos. Ya que se trata de
contenidos éticos que necesitan ser asumidos como éticos, la comunicación
necesaria implica a las conciencias, afecta al conocimiento y a la libre
responsabilidad de las personas. No se trata simplemente de informar de la
existencia de determinadas reglas de comportamiento. Una norma moral es
efectivamente transmitida cuando obtiene la adhesión interior al valor que en
ella se formula. Por eso es conveniente que el valor sea indicado con las
razones que le hacen ser algo valioso. Es conveniente que sea afirmado dentro
del contexto ordenado que le pone en referencia con los otros valores. Por otra
parte, argumentos y testimonio no tienen eficacia si no es a través de la
adhesión libre y responsable. Valores y normas no sólo no deben, es que no
pueden ser impuestos. Los distintos medios de imposición son interiormente
ilusorios, incluso los de la "persuasión", a
pesar de su aparente eficacia. Pueden obtener la conformidad de comportamientos,
pero no su aceptación moral; y, por lo tanto, tampoco su auténtica
transmisión.
3.
LA VIA DEL DIÁLOGO ÉTICO. Una
real solidaridad, en el bien y en el mal, estructura la formación y el
dinamismo de todo ethos histórico como consecuencia del carácter
relaciona) de la vida personal humana. Esto no significa que se dé
necesariamente un desarrollo lineal o un proceso siempre positivo y a salvo de
involuciones. Significa que se da necesariamente una reciprocidad de influencias
liberadoras y condicionantes, tanto en los momentos en que se comparten sin
problemas como en las tensiones y conflictos. El espacio de libre
responsabilidad de los individuos, ámbito de la moralidad personal, está en
continua interrelación con la libre responsabilidad de los demás. En esta
relación de reciprocidad se constituye la costumbre moral compartida, en ella
maduran los conocimientos morales en su posible explicitación, formulación y
transmisión. La atención para que esta fundamental relación entre las
conciencias sea correcta parece que ha de ser una de las primeras
responsabilidades morales. Si a esta relación la llamamos "diálogo",
ése es el tema del diálogo como virtud moral.
a)
En la moral cristiana. La comunidad cristiana nace por el mutuo
testimonio de los discípulos, en el compartido "recuerdo"del
encuentro con el Señor. El ethos cristiano se forma sobre la base de una
comprendida y decidida comunión fraterna, que pretende encarnar en la praxis
ética la comunión con Dios en Cristo. Acoger el evangelio compartiendo la fe
en Jesús Señor es acoger su luz que interpreta lo auténticamente humano de
los comportamientos y compartir un
camino de conversión y de seguimiento de Cristo. Pero ¿cuál es el camino del
compartir a nivel ético?
El
creyente es persona que vive moralmente y trata de comprender el propio
comportamiento en sus planteamientos básicos y en sus contenidos. Reconoce en
el hermano el mismo actuar de Dios y el mismísimo don del Espíritu, que sabe
ser fundamento de la propia novedad de vida y de la propia esperanza. Sabe que
tiene necesidad de conversión y no se hace juez del corazón de los demás. En
la lógica del "hacerse prójimo" trata de buscar el bien del otro.
Como consecuencia de la propia experiencia moral comprendida en la fe, el
creyente siempre tiene que decir una palabra ante lo que compromete su moralidad
y la del hermano. Por estos mismos motivos sabe también que hay una palabra del
otro que debe escuchar. Desde luego, no puede aceptar sino lo que interiormente
puede consentir en consciente y libre responsabilidad. Pero a la vez sabe que el
otro no puede aceptar sino lo que su conciencia puede consentir en consciente y
libre responsabilidad.
Todo
esto es el diálogo ético. Es búsqueda del bien en la comunión veraz. Es
buena conciencia situada junto a la conciencia del otro en la búsqueda común
de lo que es moralmente justo. "En el Señor" significa, desde este
punto de vista, en la radical confianza de que él es el salvador del hombre y
que su salvación está en acción. Significa también que la gratuita entrega
del Señor se hace interpretación y fundamento de la propia y gratuita entrega
al hermano; lo cual debería llevar transparencia en la capacidad de escucha y
en la capacidad de hablar, expresiones ambas de la caridad. La esperanza,
además, es el alma de una fidelidad paciente y constante, capaz de soportar el
peso del tiempo y de descubrir cómo el mismo caminar hacia la comunión es ya
comunión, la que hoy es posible, de la que somos responsables.
También
dentro de la Iglesia, a pesar de la ayuda que significa el reconocimiento común
en Cristo, el diálogo ético conoce las dificultades debidas a la diversidad
cultural, social, de mentalidad y de sensibilidad. Respecto a los problemas
nuevos y a los valores que aparecen con más fuerza o en las situaciones de
crisis sobre valores y normas de la tradición, los distintos modos de hablar
-además del recíproco respeto vivido con caridad- necesitan basarse en la
transparencia de las motivaciones y de los argumentos que se presentan. Está en
juego el vínculo con la objetividad. Cuando la comprensión de un valor o de
una norma no es compartida todavía o ya no lo es, la discusión no debe
centrarse más que en el valor objetivo, a cuyo servicio la escucha y la palabra
deben tratar de hacer que broten las razones verdaderas. También sobre estos
problemas, naturalmente, el servicio de la autoridad tiene una función
específica en la comunidad eclesial, precisamente de-cara ala comunión. Pero
el recurso a la autoridad no debe ser "sustitutivo" de los argumentos
necesarios para la inteligibilidad de lo que se le propone a la conciencia como
quehacer. Una transmisión dialogal es necesaria para la traditio. Es
necesaria también para posibilitar mejor su comprensión y para formular de
manera más adecuada los conocimientos morales.
b)
En la moral humana. El ethos cristiano y su reflexión ética no
son independientes de la historia humana en la que van creciendo. Una
solidaridad une la moral de los cristianos a la comprensión moral de los
ámbitos culturales en que viven. La historia enseña las influencias que los
cristianos han recibido y las que han aportado ellos. La exigencia de
conocimientos objetivos sobre el modo correcto
de vivir la propia libertad y la propia responsabilidad plantea una tarea común
a todas las personas que quieren vivir honestamente. La reflexión anterior
sobre el diálogo ético dentro de la comunidad creyente hay que ampliarla en
una perspectiva que implica a toda la humanidad.
Ciertamente
que no es al mismo modo ni al mismo nivel como se puede tratar de compartir la
comprensión moral con quienes comparten la misma fe en Jesucristo que con
quienes no la comparten. Pero el terreno común de lo auténticamente humano que
hay que comprender y asumir responsablemente presenta ya una tarea objetiva de
comunión con todos: tarea que al cristiano le invita su propia fe con mayor
urgencia, ya que él conoce su fundamento y su fin. Se podría hablar de
testimonio de los cristianos en el campo de los valores humanos. Pero el
concepto de diálogo puede sugerir una visión más amplia y quizá más
correcta. También aquí se trata de escucha y de palabra; pero donde la
capacidad de escucha es, de alguna manera, previa a la capacidad de palabra
significativa.
Ya
en las tradiciones bíblicas se ve claramente cómo la comprensión moral humana
de otros, surgida fuera y antes que en estas tradiciones, provocó e hizo crecer
la moral de los creyentes. Así ocurrió y sigue' ocurriendo en la historia de
la Iglesia con la moral de los cristianos. Tal capacidad de asumir "desde
el exterior" los logros de la moral humana supone una capacidad de visión
positiva de la historia, con la actitud de reconocer lo que razonablemente es
propuesto. La aceptación humana de un valor éticamente importante, si lo es,
independientemente de quien lo proponga, es una gran ayuda para vivir la
docilidad al Espíritu: en la medida en que se reconoce su verdad, es vinculante
para la persona creyente, como persona y como creyente.
La
verdad humana, que los creyentes comprenden con la ayuda de la fe, tiene
"palabras humanas- para ser comunicada. En el campo ético, el conocimiento
de lo que compromete la conciencia de la persona en cuanto tal puede y debe ser
propuesto de manera comprensible a la inteligencia de los hombres. Esto no
significa que lo acepten todos necesariamente. Significa, en cambio, que se
tiene una palabra para pronunciar y para confiar a la comprensión humana de
todos. Hasta los valores que son aceptados "del exterior", una vez
integrados en el contexto cristiano, pueden recibir una interpretación
purificada y más profunda. En este caso, el diálogo ético hace posible que
sean repropuestos con una comprensión más humana: contribución específica de
los cristianos a la verdad moral de los hombres; eficacia ética del evangelio,
que va más allá de los límites de la fe explícita.
El
creyente reconoce la acción de Dios en la honestidad y en la capacidad ética
de todo hombre. Reconoce también como voluntad de Dios la exigencia que implica
su libre responsabilidad de compernder, testimoniar y transmitir lo que es
moralmente justo. También en este sentido se podrían usar juntos los términos
"autonomía" y "teonomía". Dentro de una ética teológica,
expresan siempre dos dimensiones internamente correlativas entre sí. Tanto la
moralidad como la moral de los cristianos son realidades "humanas" de
personas "creyentes". El cristiano no puede afirmar la autonomía de
la moral si no es reconociendo en Dios su fundamento. No puede afirmar la
fundamentación teónoma de la moral si no es a partir de la propia autonomía.
La referencia que se fundamenta en Dios y el ejercicio de la "recta
razón" acompañan a todos los niveles de la moralidad personal y de la
reflexión ética cristiana. Las dos instancias se exigen y se precisan
mutuamente en la unidad personal del vivir y del comprender cuando la libre
responsabilidad de la conciencia es asumida en la fe cristiana explícita.
[/Especificidad (de la moral cristiana);
/Ética filosófica y ética teológica; /Ética normativa; /Gracia; /Ley natural;
/Ley nueva; /Parénesis].
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S.
Bastianel
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