Aceptación, amor y valoración,
base de la autoestima personal
Victòria Cardona
Educadora Familiar
Educadora Familiar
Al iniciar este artículo sobre la autoestima, desearía que
entendiéramos con toda la responsabilidad de buenos padres una gran verdad
que es de sentido común: los niños y niñas de bien pequeños empiezan a
apreciarse según la actitud que tengamos hacia ellos, puesto que el
contacto principal lo tienen con nosotros. Ellos se ven a través nuestro y
tienen de ellos la viva imagen que les damos nosotros. Tampoco saben lo
que está bien o mal y lo aprenden según nuestro comportamiento y el de los
otros familiares del entorno. Somos realmente su espejo, y
según la seguridad que les damos, se sabrán autovalorar y tener o no tener
confianza en ellos mismos. Si riñéramos siempre a nuestros hijos, si
encontráramos que todo lo hacen mal, si a menudo estuviéramos alterados y
enfadados cuando estamos en casa y no reflejáramos la alegría de disfrutar
de su presencia, sería fácil que los hijos, al encontrarse poco agradables
para sus padres, perdieran autoestima; y al perderla, no serian capaces de
enfrentarse a los retos que les surgirán a lo largo de su vida. Por lo
tanto, para fomentar su autoestima tenemos que recordar que toda persona,
y especialmente nuestros hijos al llegar a este mundo, tienen que saberse
aceptados, amados y valorados.
Queremos favorecer la autoestima de los hijos, porque sabemos que si la
tienen, pueden ir tranquilos por la vida y superar todas las dificultades
que se les presenten. Desde luego que nuestra actitud tiene que ser
positiva, y al hablar, actuar, informar y motivar nuestros hijos
transmitir nuestra comprensión. Enumeraremos los tres factores que
influyen en esta manera de hacer:
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Aceptación total, incondicional y permanente: Nuestro hijo es una persona única y irrepetible. Él tiene cualidades y defectos, pero tenemos que estar convencidos de que lo más importante es que capte el afán de superación y la ilusión de cubrir pequeños objetivos de mejora personal. Las cualidades son agradables de descubrir, los defectos pueden hacer perder la paz a muchos padres, pero se pueden llegar a corregir con paciencia, porque aceptamos totalmente la forma de ser del hijo, incondicionalmente y por siempre. La serenidad y la estabilidad son consecuencia de la aceptación y, esto quiere decir, actuar independientemente de nuestro estado de ánimo. También en circunstancias de más dificultades, como serían las de tener hijos discapacitados tendremos que crear la aceptación plena no sólo de los padres si no también de los hermanos y familiares, con la convicción de que repercutirán todos los esfuerzos en bien de la familia.
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Amor: Nuestro testigo de amor constante y realista será la mejor ayuda para que nuestros hijos logren una personalidad madura y estén motivados para rectificar cuando se equivoquen. Al amar siempre deberemos corregir la cosa mal hecha, ya que al avisar damos la posibilidad de rectificar y, en todo caso, siempre deberemos censurar lo que está mal hecho, nunca la persona. Dice San Pablo en la Epístola a los Colosenses: ''Padres, no importunéis a vuestros hijos, para que no se desalienten''. El amor es la base de la familia y la mejor escuela para aprender a darse y a recibir y nuestro hijo o hija es un don, un obsequio a quien hace falta entregarle toda nuestra vida con generosidad, afecto y agradecimiento.
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Valoración: Elogiar el esfuerzo de nuestro hijo, siempre es más motivador para él, que hacerle constantemente recriminaciones. Ciertamente que a veces, ante las desobediencias o las malas respuestas, podemos perder las formas, pero los mayores debemos tener la voluntad de animar aunque estemos cansados o preocupados; por esto, en caso de perder los nervios, lo mejor es observar, pensar y cuando estemos más tranquilos decir, por ejemplo: ''esto está bien, pero puedes hacerlo mejor''. Durante el tiempo que estamos con los hijos siempre tenemos ocasiones para valorar su esfuerzo, no pedirle más de lo que puede hacer y ayudarlo a mejorar viendo la vida con un sentido deportivo. Tenemos que procurar que aprenda a aceptarse y que con optimismo supere sus dificultades. De esta manera, conseguiremos que nuestro hijo sepa que le amamos por lo que es él y será capaz de desarrollar al máximo todas sus capacitados personales. Tenemos que decir lo que está bien, sin darle ningún calificativo a él. Como dice el pedagogo Oliveros F. Otero: ''Se tiene que censurar la tarea, no la persona, se tiene que alabar la tarea, no la persona''. Nuestra actitud positiva, comprensiva y motivadora incrementará la seguridad de nuestros hijos y hijas.
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