SUMARIO
I.
Diálogo y discernimiento:
1. El ateísmo sistemático;
2. El agnosticismo ateo;
3. El antropocentrismo extremo;
4. Rechazo de una falsa imagen de Dios;
5. El desinterés completo.
1. El ateísmo sistemático;
2. El agnosticismo ateo;
3. El antropocentrismo extremo;
4. Rechazo de una falsa imagen de Dios;
5. El desinterés completo.
II.
El ateo, un desafío para los cristianos:
1. El ateo comprometido por la justicia;
2. El ateo coherente;
3. El ateo que busca;
4. El ateo que quiere insertarse en la historia:
5. Un desafío a nuestra imagen de Dios y del hombre
1. El ateo comprometido por la justicia;
2. El ateo coherente;
3. El ateo que busca;
4. El ateo que quiere insertarse en la historia:
5. Un desafío a nuestra imagen de Dios y del hombre
III.
¿Es posible una moral del ateo?
IV.
¿Espiritualidad del ateo?
I.
Diálogo y discernimiento
Creo
que los no. 19-21 de la Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual
y la Declaración sobre la libertad religiosa
se cuentan entre los documentos y
enseñanzas más importantes del Vat. II. Indican una voluntad humilde y
resuelta de buscar el diálogo con discernimiento. Sería una grave
equivocación pensar que se trata de una especie de indiferentismo. Al
contrario: el concilio invita a vivir la fe con coherencia y a dar testimonio
convincente de ella para poder entablar un diálogo con cuantos no tienen fe o
no han llegado aún a ella. Los mi. 19 y 20 de la GS ofrecen como una
fenomenología de las diversas formas y causas del ateísmo. Esta fenomenología
es absolutamente indispensable para decir algo razonable y existencial sobre el
ateísmo. El Vat. !I no podía acometer una sistematización teórica completa,
pero quiso al menos situarse frente a las formas más típicas del ateísmo
actual.
Me
parece muy característico el hecho de que la GS 19 no se abra con la
enunciación de las pruebas de la existencia de Dios. Para la Iglesia no se
trata de encontrar a alguien que crea en la existencia de un ser superior, sino
más bien de indicar la esencia de nuestra fe: una vocación a la comunión con
Dios. En el centro de nuestra fe está la convicción firme y existencial de que
Dios es amor y nos ha buscado por amor. Se trata de fiarse totalmente de Dios,
el cual quiere ser reconocido y amado libremente. En el mismo párrafo, al
hablar del ateísmo no se toca preferentemente la cuestión de la existencia,
afirmada o negada, de un ser supremo: el ateísmo consiste en
"desentenderse de este vinculo íntimo y vital con Dios".
1.
EL ATEÍSMO SISTEMÁTICO - "Unos niegan a Dios expresamente". Estamos
frente al ateísmo arrogante. El hombre osa afirmar que no existe un Dios, que
no puede ni debe existir. Theodor Heuss, en la biografía de Robert Bosch',
cuenta que éste, después de haber abandonado su iglesia (era protestante),
recibió la visita de algunos representantes de una organización de ateísmo
militante, que le invitaron a adherirse a su sociedad. Después de un momento de
silencio, Bosch, con calma, preguntó: "¿Estáis tan seguros de que no
existe un Dios?". Se quedaron perplejos sin responder nada. Tranquilamente,
Bosch fue hacia la puerta y, abriéndola, dijo: "Entonces...". En el
inconsciente más profundo del ateo militante existe a menudo esta perplejidad, que
él intenta ocultar recurriendo al fanatismo. La pregunta sobre la existencia de
Dios y sobre el significado que puede tener para el hombre no está aún del
todo eliminada, a pesar de que parezca lo contrario. Sin embargo, a nivel
consciente existe un grandísimo interés por la no existencia de Dios, por la
imposibilidad de su existencia y porque nadie profese fe en él.
Entre
los exponentes más declarados de este ateísmo arrogante está Nicolai Hartmann',
para el cual, si verdaderamente existiese un Dios omnipotente y santo, el hombre
no estarí en condiciones de elegir libremente los sistemas de los valores y de
los deberes. El hombre no seria ya el demiurgo independiente que quiere realizar
sus valores. Para Hartmann, la idea de un Dios creador omnipotente sería
justamente la antítesis de la autonomía absoluta del hombre.
GS
afronta el argumento del ateísmo sistemático en el n. 20: "Con
frecuencia, el ateísmo moderno reviste también la forma sistemática, la cual,
dejando ahora otras causas, lleva el afán de autonomía humana hasta negar toda
dependencia del hombre respecto de Dios. Los que profesan este ateísmo afirman
que la esencia de la libertad consiste en que el hombre es el fin de sí mismo,
el único artífice y creador de su propia historia". El texto conciliar
sugiere que semejante doctrina puede verse favorecida, al menos hasta cierto
punto, por el sentido de protesta del hombre técnico, que piensa
particularmente en tal progreso. No fue éste el caso de N. Hartmann; pero sí
el de muchos otros, sobre todo del ateísmo sistemático de Karl Marx y de sus
seguidores.
El
punto de partida del ateísmo marxista no es la realización de valores éticos,
porque el marxismo, como socialismo científico, está marcado desde su raíz
por un cierto determinismo. Sin embargo, en la práctica el comunismo tiene una
teoría ética que no deja espacio para Dios. Brezniev lo explicó en un
congreso del PCUS (1978) ante los representantes de casi todos los partidos
comunistas del mundo, al decir: "Nosotros mantenemos que todo lo que
favorece el avance y el triunfo del comunismo es bueno, y todo lo que lo
obstaculiza es malo".
En
el párrafo segundo del n. 20, GS trata del ateísmo sistemático y arrogante
del marxismo. Dos sobre todo son las características que pone de relieve el documento
conciliar: a) la religión se considera un obstáculo a la liberación
económica y social, porque la esperanza de la vida futura distraería las
energías de la edificación de la ciudad terrena. El marxismo dialéctico debe
empeñar por completo las fuerzas del hombre, de los grupos, de las sociedades y
de las naciones para llegar a constituir aquellas infraestructuras económicas y
sociales que, según este sistema, conducirían como resultado a la liberación
del hombre; b) el modelo marxista -tal como se ha experimentado en Rusia, en
China y en otras partes- abate la religión por la violencia; no se trata
solamente de un ateísmo militante, sino que en su agresión llega a usar todos
los "medios de presión que tiene a su alcance el poder público, sobre
todo en materia educativa". En gran parte, cuanto se afirma en este segundo
párrafo del n. 20 encuentra confirmación también en la ideología del
nacionalsocialismo hitleriano.
2.
EL AGNOSTICISMO ATEO - "Otros afirman que nada puede decirse acerca de
Dios" (GS 19). El agnosticismo puede revestir diversas formas. Se da el
arrogante: no se quiere saber nada, porque ello llevaría inevitablemente a
sacar consecuencias. La investigación cerebral ha demostrado que en el hombre
hay toda una serie de filtros que impiden que muchas de las informaciones
disponibles se presenten ala atención explícita del individuo y en cierto modo
las mantienen en circulación a nivel de la corteza cerebral. El hombre mismo es
el que se crea estos filtros; pero también grupos o subculturas construyen
ideologías, como el agnosticismo, para mantener alejada la idea de Dios, que
podría influir en las opciones fundamentales de la vida.
Sostener
que el hombre es incapaz de decir nada sobre Dios puede ser también una
reacción contra ese tipo de enseñanza religiosa que querría definir a Dios
con categorías humanas, como si Dios no fuese infinitamente más grande que
cualquiera de nuestros pensamientos o de nuestras palabras. Una cosa es el
agnosticismo declarado y otra el silencio respetuoso y abierto a la posibilidad
de la existencia de un Dios que trasciende cualquiera de las imágenes que
podamos hacernos de él.
"Los
hay que someten la cuestión teológica a un análisis metodológico tal, que
reputan como inútil el propio planteamiento de la cuestión" (GS 19). Uno
de estos métodos inadecuados es el del análisis lingüístico, el cual desde
el principio de su investigación parte de supuestos -verbigracia, que solamente
palabras de contenido bien circunscrito y definido pueden tener sentido- que
restringen el horizonte ya antes de comenzar el análisis.
"Muchos,
rebasando indebidamente los límites de las ciencias positivas, pretenden
explicarlo todo sobre esta base puramente científica, o, por el contrario,
rechazan sin excepción toda verdad absoluta" (Ib). La gran dificultad que
se observa en muchos contemporáneos es la educación unidimensional. En los
largos años de la formación científica y profesional no se brinda centro
alguno de vida, como tampoco síntesis alguna, sino sólo lo que puede
contribuir al éxito económico y profesional. Un sistema educativo de este
género, especialmente si en el ambiente de la familia existen las mismas
categorías de pensamiento, es uno de los mayores filtros que cierran el
horizonte. Semejante modo de razonar no encuentra la longitud de onda del
misterio de Dios. Cualquier tipo de instrucción meramente cerebral,
intelectualista y no existencial, cierra fácilmente el acceso a la fe. Además
de las experiencias existenciales y de las reflexiones parciales, se requiere un
instrumento sistemático de estudio; y, en relación con la fe en Dios, es
necesario que se sensibilice todo el hombre: entendimiento, voluntad y afecto.
La
investigación científica empírica observa los hechos, los acontecimientos,
los procesos, e intenta explicarlos con hipótesis de trabajo. El hombre de
ciencia está siempre dispuesto a rastrear una hipótesis mejor, más adecuada
para integrar los fenómenos observados. La ciencia moderna progresa con una
experimentación continua, sin darse nunca por satisfecha. Esta postura, que
podríamos calificar de ascética, puede significar una apertura y ofrecerle
cierta ayuda al hombre religioso; ¿acaso se contenta él con el conocimiento y
las experiencias religiosas ya conseguidas? Será un desafío a abrirse cada vez
más al misterio de Dios, infinitamente mayor que todas nuestras palabras y
categorías. No obstante, el empirismo puede resultar un poderoso filtro contra
la fe en Dios; así sucede cuando el hombre se coloca en el centro y lleva a
cabo su investigación principalmente con
vistas a la utilidad que podría obtener.
3.
EL ANTROPOCENTRISMO EXTREMO - El
cristianismo revela un Dios para los hombres. "Por nosotros y por
nuestra salvación bajó del cielo". Dios se acerca a sus criaturas, y en
modo particular a la humanidad. Pero Dios no seria ya Dios si pudiera admitir
que el hombre se coloque en el centro. Dios es nuestra salvación a condición
de que le adoremos y le demos gracias toda nuestra vida. Esta es la paradoja de
la fe, que nos pone en comunicación con él. Ciertas formas de religiosidad, de
misticismo y de sacramentalismo han cedido a una visión tan individualista como
verticalista. Al degenerar en tal dirección, la religión ve desaparecer el
compromiso por el prójimo y por la sociedad terrena. La reacción al
verticalismo es un horizontalismo exasperado, que hace de la palabra
"Dios" un símbolo vacío e instrumental. Sólo falta un paso para la
negación o la afirmación de la inutilidad de la oración y de la adoración, e
incluso de la fe en un Dios transcendente [>Horizontalismo/verticalismo.
También
aquí hemos de darnos cuenta de que la fenomenología jamás será completa e
indiscutible. Para algunos, por ejemplo, el compromiso en favor del hombre, la
afirmación de su dignidad y la promoción de la solidaridad con los demás es
un camino que puede conducir a la fe, mientras que para otros lleva al
egocentrismo y ala clausura de la búsqueda.
4.
RECHAZO DE UNA FALSA IMAGEN DE DIOS -
"Hay quienes imaginan un Dios por ellos rechazado, que nada tiene que ver
con el Dios del evangelio" (GS 19). El n. 21 especifica de algún modo este
fenómeno. Puede ser que quien se declara ateo se haya creado él mismo una
imagen equivocada de Dios para refutarla luego. Pero también puede.ser que la
haya encontrado en una educación o en un ambiente, acogiéndola de modo
inmaduro. Como también puede tratarse simplemente de una reacción, de un
aferrarse obstinadamente a la oposición. Sin embargo, la negación de esa
representación equivocada también puede ser un momento fecundo y señalar el
principio de una búsqueda más profunda y madura de la verdad. Aunque tal
búsqueda puede considerarse atea, de hecho contiene ya el deseo de un
Dios infinitamente más grande que el representado.
Deseo
sacar aquí una consecuencia: la excelente fenomenología ofrecida por el Vat.
II no debe considerarse completa o estática.
Debemos
ver claramente si el ateo es un hombre cerrado, negativo y destructor, o bien un
hombre que, rechazando algo no asimilable, anda ya en busca de la verdad y del
bien; alguien que con recta conciencia se une a los otros hombres compartiendo
las experiencias y las reflexiones, a fin de llegar a un conocimiento más
profundo de la verdad y a un compromiso más resuelto por el bien.
5.
EL DESINTERÉS COMPLETO - "Otros ni siquiera se plantean la cuestión de la
existencia de Dios, porque, al parecer, no sienten inquietud religiosa alguna y
no perciben el motivo de preocuparse por el hecho religioso" (GS 19). En
una cultura técnico-científica enteramente orientada al bienestar material, el
hombre está a veces tan inmerso en el trabajo y el consumo, que no se plantea
ya la cuestión de los valores últimos y del significado de la vida. Si el
hombre no siente ya inquietud religiosa, nos encontramos ante un fenómeno que
ha de contarse entre los más preocupantes.
Victor
Frankl afirma que la neurosis noógena es la enfermedad del futuro ya iniciado,
y que la causa de esta neurosis es el vacío existencial, la falta de voluntad
para plantearse la cuestión del significado supremo de la vida. Pero, según
este autor, el mismo hecho neurótico indica que en el inconsciente del hombre
perdura la aspiración e inquietud por la razón última de la existencia.
Según
el concilio, el desinterés por la cuestión religiosa puede provenir también
del hecho de que el hombre "ha adjudicado indebidamente el carácter
absoluto a ciertos bienes humanos que son considerados prácticamente como
sucedáneos de Dios" (GS 19). Para estudiar la espiritualidad del ateo, el
problema más importante está en lograr identificar los valores que, por
haberse puesto tan en primer lugar, han impedido toda preocupación religiosa.
Parece que en grandes sectores de la cultura materialista es el desinterés por
la problemática religiosa lo que determina el clima espiritual. Es raro ya
sentir la pasión de un Albert Camus por la búsqueda del "santo sin
Dios"".
Los
valores que ocupan el primer puesto determinan la cualidad del ateísmo.
Si existe este deseo de tener "santos sin Dios", entonces subsiste la
búsqueda de la bondad, de la justicia y de la paz. De un género muy distinto
es en cambio el desinterés suscitado por la sociedad de consumo. En otras
palabras, hay ideales que se oponen diametralmente a la búsqueda de Dios,
mientras que otros valores, considerados como supremos, pueden indicar todavía
una búsqueda, al menos oculta'.
La
gama del ateísmo va desde la clausura total del egoísmo a todo valor más alto
hasta una búsqueda constructiva que hace del rechazo de una cierta concepción
religiosa el comienzo de una disponibilidad más profunda y más sincera frente
a la dimensión sobrenatural.
II.
El ateo: un desafío para los cristianos
La
Iglesia no puede dejar de "reprobar con dolor, pero con firmeza, como hasta
ahora lo ha hecho", el ateísmo, que contrasta con la razón y con la
experiencia más auténtica de los hombres (cf GS 21). Sin embargo, el enfoque
pastoral del Vat. II lleva a reconocer que el ateísmo del hombre moderno merece
un examen serio y profundo. En esta fase de examen la Iglesia nos invita a
aceptar diversas formas de ateísmo como un desafio lanzado a los cristianos.
1.
EL ATEO COMPROMETIDO POR LA JUSTICIA - No se puede ignorar la existencia de un
tipo de personas que se definen ateas y que están verdaderamente comprometidas
en favor de la justicia social, nacional e Internacional. Creen en cierto modo
en la unidad y la solidaridad de las clases sociales y de los pueblos,
manifestando así una característica que podría indicar una fe implícita en
un Dios único. Estos hombres actúan como deberían actuar, con todo el
corazón y con todas las energías, cuantos creen en un Dios único, creador y
padre omnipotente de todos. Un episodio: me contó un hombre rico que su hijo no
quiso aceptar nada para sí de cuanto le ofrecía y que cuanto aceptó lo había
destinado a los menesterosos. Ese hijo se profesaba ateo, argumentando que la fe
del padre no servía de ayuda a nadie, pues no le impedía ser paternalista y
autoritario con sus subordinados, a los que miraba casi como si fueran
habitantes de otro planeta. El hombre aceptó el desafío, concluyendo que le
era ya imposible rezar sinceramente por la conversión de su hijo, o lograr que
sus palabras tuvieran un contenido, si antes no vivía radicalmente la propia
fe, comprometiéndose hasta el fondo por aquella justicia que honra a Dios Padre
y a su Cristo con una imitación verdaderamente generosa.
2.
EL ATEO COHERENTE - También el ateo que sigue un ideal o una ideología con
firme compromiso y evidente coherencia es un desafío para nosotros los
creyentes, a menudo tan inseguros. Si es un gran pecado no creer en Cristo, no
lo es menos no creer posible amarnos los unos a los otros según la medida de
Cristo. La dicotomia entre fe dogmática y moral resulta para muchos un
escándalo; para los creyentes mismos es un desastre. El que lucha en favor de
esta o aquella fórmula dogmática sin preguntarse nunca cuál podría ser el
significado y la dinámica de la vida, o el que actúa en el campo de la moral
familiar, cultural, política o social como si no tuviese fe en un solo Dios
Padre y en un único liberador, debería sentirse humillado frente al ateo
coherente.
Un
ateísmo organizado que espera en la unidad del género humano, en un mundo
libre por fin de explotaciones y opresiones, incluso si opera con medios
equivocados, puede convertirse en un desafío punzante para todos los creyentes
(o supuestos tales) que profesan su fe en un Dios único y salvador con las
palabras, pero la contradicen con la rivalidad y el egoísmo tanto individual
como colectivo, hasta convertirse en obstáculo de aquella unidad que, sin
embargo, deberían construir para responder a la llamada de Dios. El testimonio
deseado por Cristo es que sus discípulos vivan tan explícitamente la unidad en
la justicia y en la paz, que el mundo pueda creer en la misión que el Padre le
confió (cf Jn 17,20-23).
Aun
dentro de la obligada autocrítica, no olvidemos, sin embargo, que los santos
constituyen para los cristianos incoherentes un desafío mayor que el de los
ateos. Según el Mahatma Gandhi, todo verdadero creyente sabe con infalibilidad
absoluta que ningún hombre puede explotar a otro, que el varón no puede
oprimir y abusar de la mujer, que ningún grupo social puede permitirse emplear
como instrumento a otro y que ninguna nación puede colonizar a las demás.
Cuando esta infalibilidad se oscurece, no se puede hablar ya de verdadera fe o
de auténtico creyente.
3.
EL ATEO QUE BUSCA - Al exponer la fenomenología del ateísmo, o mejor del ateo,
vimos cómo uno puede declararse tal y, al mismo tiempo, andar buscando la
verdad con conciencia sincera y comprometida.
El
ateo arrogante, satisfecho con sus negaciones, puede suscitar sentimientos
parecidos a los del cristiano autosuticiente, contento con las fórmulas
aprendidas de memoria y con la rutina de las "buenas obras". En
cambio, un ateo en situación de búsqueda sincera y que actúa según las luces
que le vienen del momento presente, es una provocación para el que vive una
religión tradicional sin preguntarse por el significado de su credo y sin
buscar con los demás hombres una luz más viva y soluciones más justas para
los nuevos problemas que surgen, tanto en la vida individual como en la social (cf
GS 16).
4.
EL ATEO QUE QUIERE INSERTARSE EN LA HISTORIA - El marxismo ateo se basa en
aquella "filosofía de la historia" que, en Francia, se opone al Ordre
Social concebido de manera estática y restauradora. Esta filosofía fomentó el
desprecio a los cristianos nostálgicos de la vieja situación anterior a la
revolución (ancien régirne).
La
teología blandida por una iglesia en estado de autodefensa, en busca de
seguridad en el orden estático, lo mismo en el ámbito religioso que en el
económico, político o cultural, y una "flosofía perenne", que se
desentendían de las nuevas experiencias y de la nueva cultura, provocaron el
rechazo de los jóvenes. Por su parte, el ateísmo marxista y otras formas de
ateísmo predicaron una visión sumamente dinámica de la historia, en la cual
querían insertarse como actores. Si los filósofos y los teólogos cristianos
hubieran presentado la fe como historia de Dios con el hombre en la alianza, en
la que éste actúa como co-artista, co-revelador y co-creador, hubieran podido
entusiasmar a tantos jóvenes que, en cambio, se dejaron seducir por aquellas
formas de ateísmo que supieron presentar una visión dinámica de la vida y de
la historia.
El
individualismo predominante en ciertas corrientes filosóficas y teológicas
presentó el futuro de manera casi exclusiva en la perspectiva de la salvación
del alma individual, a la vez que consideraba
fácilmente el mundo cultural, social y político sobre todo como ocasión
próxima de pecado, de la que el cristiano, consiguientemente, debía guardarse
(si no huir) para no comprometer su propia salvación. Este individualismo, más
que a una visión bíblica, respondía a un platonismo de las ideas y de las
almas liberadas del cuerpo y de la tierra, mientras que ciertas formas de
ateísmo -en primer término la filosofía dialéctica de la historia- parecían
proseguir y heredar la gran visión de la solidaridad del pueblo judío y de la
justa dimensión eclesial.
Es
indiscutible que alguna corriente marxista pudo intuir la verdadera solidaridad
que rebasa los límites de la lucha de clases para abrirse a la expectativa de
una sociedad sin clases.
Numerosos
han sido los pensadores cristianos que se han esforzado por responder al
problema del sufrimiento del mundo. Con frecuencia no supieron distinguir entre
los sufrimientos inherentes a una situación siempre imperfecta y los causados
por el pecado, la injusticia y las mentiras del hombre. Mas lo peor es que no
hicieron todo lo posible para eliminar el sufrimiento, al menos el que el hombre
puede y debe suprimir.
El
ateo que se enfrenta con la injusticia y el sufrimiento para eliminarlos, aun
cuando no dé con los medios justos, es un desafío al hombre religioso, que
habla de ellos, pero que no se preocupa de comprometerse concretamente.
5.
UN DESAFÍO A NUESTRA IMAGEN DE DIOS Y DEL HOMBRE - Hemos visto cómo, junto al
ateo arrogante y al desinteresado, está el ateo que busca sinceramente hacerse
una idea justa del hombre y de su destino y, conscientemente o no, se esfuerza
en encontrar a aquel Dios verdadero, infinitamente más grande que la imagen o
la idea que los cristianos de su ambiente le han ofrecido. La búsqueda
de una imagen auténtica del hombre y el compromiso coherente a su favor son un
desafío para aquella teología y aquel creyente en los que la imagen de Dios y
del hombre no guardan relación vital alguna entre sí. Pensemos, por ejemplo,
en los educadores, los moralistas y las autoridades que hablaban fácilmente de
pecado mortal de los niños sin preguntarse qué idea de Dios reflejaban con
tales exageraciones.
Un
moralista serio, que no se siente atraído por el ateísmo, afirma que las
temáticas religiosas, anquilosadas en las
fórmulas tradicionales y en las soluciones estereotipadas de los problemas
morales, tienen necesidad del desafio del ateísmo para liberarse de sus juicios
rutinarios'. Esta utilidad del ateísmo no proviene obviamente de su error de
fondo, sino de la debilidad de los sistemas convencionales y de los creyentes
que han perdido el contacto con el Dios vivo. Por lo demás, no hay que olvidar
que también los ateos pueden ser poco sinceros y libres en la búsqueda de la
verdad.
De
lo dicho hasta ahora, se sigue claramente que nosotros los cristianos, y
particularmente los teólogos, no podemos vivir sin enfrentarnos continuamente
con el ateísmo y sin interrogarnos seriamente sobre nuestra vida y sobre
nuestro sistema de pensamiento para comprobar si ofrecen el testimonio de una fe
viva. Ante el ateísmo, que se difunde con rapidez, hemos de considerar como uno
de los pecados mayores aquellas formas de religiosidad y aquellas soluciones
estereotipadas que, además de falta de vitalidad y de fantasía, indican un
ateísmo oculto muy en lo profundo y que hasta puede anidar en quien declara ser
creyente.
Ante
esta situación, es urgente que indaguemos dentro de nosotros mismos para
desenmascarar el ateísmo recóndito en nuestros pensamientos, en nuestros
deseos y en nuestra vida. Sin una lucha leal y comprometida contra este ateísmo
oculto, no podemos pretender dialogar con los demás, especialmente con quienes
estarían dispuestos a buscar y a dialogar con nosotros si pudiéramos
ofrecerles un testimonio verdaderamente coherente y convincente del Dios de la
historia y del hombre co-revelador y co-creador; en una palabra, una visión
existencial y una síntesis profunda entre conocimiento de Dios y del hombre,
entre amor de Dios y compromiso por el hombre.
III.
¿Es posible una moral del ateo?
Las
reflexiones desarrolladas hasta aquí nos han conducido a una pregunta que ha
suscitado ya muchos debates: ¿Cabe una moral en el ateo? Debemos distinguir,
desde el principio, claramente los componentes: 1) ¿Existe una moral de las
personas ateas?, ¿cuál puede ser su carácter? 2) ¿Puede el ateo en cuanto
tal darle una justificación válida?
a)
No se puede negar que ciertas personas, aun declarándose ateas, demuestran
poseer principios morales y desarrollan una actividad moral no raras veces
admirable. El ateo no podría ser un desafío para el cristiano si no realizase
algunos valores morales muy excelentes; por ejemplo, compromiso firme y hasta el
sacrificio de la vida, coherencia entre teoría y praxis, búsqueda sincera de
la verdad y su concretización existencial, superación del complejo de
seguridad existente a menudo en los creyentes, etc. A veces hay ateos que miran
con gran entusiasmo y optimismo el futuro. Sería contrario a nuestra moral
negar estos valores.
Podemos,
además, preguntarnos si en el ateo puede existir una opción fundamental que
pueda calificarse de buena y comparable a la opción fundamental del creyente.
El ateo arrogante, que por orgullo no quiere reconocer una instancia más alta,
ha realizado su opción fundamental contra Dios. Tratándose de una persona
psíquicamente responsable, ha hecho una opción fundamental errada. Lo mismo
vale del ateo indiferente, que no quiere preguntarse sobre el significado
último de la vida. Semejante ateo no ha llegado aún a su identidad o madurez,
o, si la indiferencia de fondo es resultado de opciones parciales, ha cortado el
árbol que podría dar el fruto de una moral válida. Con esto no se excluye que
esté en condiciones de realizar valores morales parciales; pero, en conjunto,
manifiesta una perspectiva caótica respecto a una escala de valores.
No
considerar a Dios digno de ser conocido y aceptado es la verdadera fuente de las
perversiones morales. Recordemos al apóstol san Pablo: "Y como no
procuraron tener conocimiento cabal de Dios, Dios los entregó a una mente
depravada para hacer cosas indebidas, llenos de toda injusticia, malicia,
perversidad, codicia, maldad" (Rom 1,28-29). Con estas expresiones no nos
arrogamos el derecho de juzgar a un individuo del que no conocemos ni la medida
de su libertad y responsabilidad, ni tampoco las causas psíquicas o sociales
que le impulsan en esta dirección.
Mucho
más positiva puede ser la moralidad del que busca a Dios o del que rechaza un
concepto erróneo de Dios, pero sin renunciar a la propia dignidad de persona y
respetando la de los demás en la disponibilidad al servicio. Semejante ateo,
aunque aún no posea el don de una fe explícita, expresa a veces la
analogía fidei y, con ella, una opción fundamental
en algún modo positiva. Al vivir con
conciencia sincera y buscar honestamente la
verdad y el bien, aceptará gustoso a Dios cuando suene para él
la hora de la gracia.
Un
humanismo antropocéntrico constituye de suyo una elección fundamentalmente
equivocada. Mas si tal opción se expresa sólo como oposición a un
verticalismo vacío y descarnado y la persona que la realiza se transciende en
el servicio del prójimo, puede decirse que su situación existencial es del
todo positiva. Esto no impide que el humanismo antropocéntrico forme parte del pecado
del mundo. De todas formas, no olvidemos que en este terreno los mismos
cristianos desempeñan a veces un papel poco noble, oscureciendo más que
revelando la verdadera imagen de Dios. Sólo un humanismo cristiano muy
comprometido puede abrir los ojos de quien ha realizado una opción de
antropocentrismo con intenciones fundamentalmente rectas.
b)
De un tipo absolutamente diverso es la otra pregunta: si el ateo en cuanto tal
puede justificar de modo convincente su moral. En el diálogo con un ateo en
actitud de búsqueda sincera, no me colocaría nunca de inmediato en un plano
abstracto; comenzaría más bien por un nivel existencial. En la conciencia
moral parece que hay siempre implicado, de alguna manera, un absoluto. La verdad
y el bien manifiestan una majestad propias y airean por ello derechos sobre
nuestra conciencia, aun cuando una existencia egoísta se subleve.
El
ateo en busca del bien puede comunicarnos su experiencia, a saber, que el bien
no se experimenta sólo como elemento útil para la propia realización o
felicidad. El bien y la verdad transcienden también el individualismo y el
egoísmo colectivos. En el análisis de la conciencia moral realizado por
pensadores para los cuales el trono de Dios está provisionalmente vacío,
aparece en algún lugar o en algún momento un absoluto. Ejemplo típico: Erich
Fromm. Este autor evita cuidadosamente dar a su ética un fundamento religioso
en sentido propio. No recurre en ningún caso a la fe en Dios, pero cree en valores
objetivos que obligan a todo hombre. Condena severamente un ateísmo que
destruye la moral: "Con su pretensión de que no hay valores objetivos
válidos para todos los hombres, y con su concepto de la libertad, que equivale
a arbitrariedad egoísta, Sartre y sus
seguidores pierden el logro más importante de la
religión teísta y no teísta, así como de la tradición humanista"6. En
su análisis, Fromm discierne un elemento esencial que, según él, posee
carácter de fe ética. "El niño empieza la vida con fe en la bondad, en
el amor, en la justicia"7. Coherentemente saca la consecuencia de que la
pérdida de tal fe significa en la práctica la destrucción del fundamento
ético. "Da lo mismo que la fe que se quebrante sea fe en una persona o fe
en Dios. Es siempre la fe en la vida, en la posibilidad de confiar en ella, de
tener confianza en ella, la que se quebranta"8.
Similarmente,
Julián Huxley, uno de los representantes más conocidos de la ética
evolucionista, está convencido de la validez intrínseca y perenne del amor, de
la justicia, del compromiso por la solidaridad y el conocimiento del bien y de
la verdad. Esta convicción moral se apoya en su fe firme en el no absurdo de la
evolución entera del cosmos y de la historia humana. No puede imaginarse una
evolución tan estupenda sin un significado y carente de una tensión dinámica
para la realización del bien y de la verdad. "La ética está en relación
con la evolución, que es sensata y de duración ilimitada... Una ética
evolucionista es ante todo y necesariamente una ética rebosante de esperanza,
por cuanto tal esperanza justificada puede ser moderada por la conciencia de la
larga duración y de las dificultades de la misión ética del hombre"9.
Otros,
al adherirse firmemente a valores morales y a una escala de valores vinculantes,
aun sin profesar la fe en un Dios personal, realizan, por así decir, un acto de
fe o cumplen un gesto de esperanza y de valerosa confianza. Erich Fromm, el cual
cree en una ética personalista sin ligarla al reconocimiento del teísmo, dice
de Karl Marx, Sigmund Freud y Spinoza: "Los tres fueron escépticos y,
simultáneamente, hombres de fe profunda"10.
Jean-Paul
Sartre, si bien se mira, no parece ser una excepción e este respecto. Al
considerar la existencia como absurda, también la voluntad ética debe ser
absurda para él. Al creer que vale la pena poner constantemente a prueba la
propia libertad, de algún modo realiza un acto de confianza en el significado
del compromiso libre, que parece ser el único que da sentido a la existencia
personal. De esta manera, también la filosoffa del absurdo o, mejor, la
filosofía absurda, refuerza a su modo la tesis de que es imposible realizar y
justificar racionalmente el dato moral sin manifestar en el fondo confianza y fe
en la existencia misma.
Con
estas reflexiones no intentamos probar que toda moral auténtica encuentre su
propia justificación sólo en la fe en un Dios personal. Es algo muy distinto
creer en un Dios al cual nos dirigimos en la oración, al que se confía la
propia existencia y se responde con humildad y fidelidad mediante una vida
ética, y conservar sólo una cierta especie de fe y de confianza en el sentido
de la existencia humana. En efecto, queda el problema de fondo: si tal acto de
fe y de esperanza puede justificarse, mientras se rechaza la fe en un Dios, amor
supremo y origen de nuestra vida.
La
realización libre de valores morales contiene indudablemente la afirmación de
que el mundo y la vida humana tienen un significado. En una moral altruista
vivida, la persona sale de sí, supera su propio aislamiento y se sitúa
realmente en una apertura al otro. Podemos, pues, afirmar que una vida ética
auténtica es una búsqueda "creyente" de aquella realidad más grande
que nuestro "yo", que tiene derecho a exigir nuestra adhesión
existencial. Una vida moral auténtica es siempre, en definitiva, un esfuerzo
por llegar al fundamento mismo del significado, un esfuerzo coherente para
encontrarse a si mismo encontrando lo que nos llama al bien y a la verdad. De
esta manera nuestra existencia se experimenta como don y como invitación
dirigida a nosotros mismos.
Para
concluir, la realización de una ética personalista supone, en última
instancia, que el fundamento del significado sobre cuya base acepta la persona
la propia existencia y la coexistencia con el prójimo como don y como llamada
obligatoria, no puede ser un principio abstracto o una idea impersonal.
Solamente puede tratarse del valor absoluto personal que llamamos Dios.
B.
Häring
IV.
¿Espiritualidad del ateo?
El
ateo, cuanto más convencido está de que Dios es una creación quimérica de
los hombres, tanto más se resiste a ser interpretado dentro de una
espiritualidad cristiana. Aunque intentemos introducirlo en una espiritualidad cristiana
acogedora, se siente miserablemente ahogado. Su perspectiva espiritual completa
se circunscribe enteramente a una promoción humana temporal. Es necesario
respetar la conciencia del ateo, incluso en lo referente al modo de juzgarse.
Aquí se intenta bosquejar una hipótesis interpretativa de la posible
espiritualidad del ateo a la luz de la historia salvífica, no por creer que
hacemos con ello algo de su agrado, sino solamente para comprobar cómo la
misericordia de Dios puede concebirse de manera ampliamente salvífica. Además,
es evidente que aquí tenemos presente, ante todo, aquel tipo de ateo "bonae
fide¡", del que se habla reiteradamente en las páginas precedentes.
El
Vat. II ha dicho: "Cristo murió por todos, y la vocación suprema del
hombre en realidad es una sola, es decir, divina. En consecuencia, debemos creer
que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de
sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual" (GS 22). La
teología espiritual puede legítimamente intentar, a título de hipótesis,
explicar la existencia atea misma como un modo parcial y deficiente de
realizarse en Cristo Jesús.
El
ateo desea encarnarse en la historia humana, como gota de agua que se suma a las
inmensas aguas del mar; acepta ser absorbido y sacrificado en el flujo incesante
del devenir humano histórico; aspira a no subsistir más en sí mismo, con tal
que esto lleve consigo la aparición de un bien más grande por encima de la
propia personalidad. En él aflora y repercute el misterio de la encarnación,
en el cual el Verbo, por la salvación de los hombres, se anuló bajo la forma
de carne.
El
ateo testimonia evangélicamente la experiencia de ser "pobre". Se
presenta ante los otros como ciego que no sabe orientarse en el camino hacia el
infinito. Si el creyente posee la certeza tranquilizadora de que Dios le ama, el
ateo es el que ignora al creador porque Dios es completamente distinto, no cae
bajo su experiencia, lo encuentra en si mismo incognoscible y como ser deformado
en la imaginación de los creyentes. El ateo es el pobre que no posee la gozosa
certeza de tener a Dios por padre. Con su incredulidad testimonia cómo sólo en
virtud del misterio pascual de Cristo es posible convertirse en espíritu
conocedor de Dios. El ateo es el pobre que infatigablemente
busca ver a Dios, pero no lo consigue. "A Dios nadie le ha visto jamás"
(Jn 1,18).
Así,
el ateo experimenta y testimonia a Cristo,
en sus misterios de encarnación y de pascua, con modos propios y complementarios
de los del creyente. Entre las dos formas
de espiritualidad --creyente y atea- se
puede crear una integración dialéctica,
la cual sirve para concebir, desvelar y
amar más adecuadamente la grandeza del Señor.
T.
Goffi
Notas.
(6) Erich Fromm, El corazón del
hombre. Su potencia para el bien y para el mal Fondo de Cultura Económica,
Madrid 1982, 10.- (7) Ib, 25.- (8) lb, 26.-
(9)J. Huxley, Touchstones for ethics 1893-194J Ethics and the dialectic of
evolution, N. York 1947, 254.-(10) E. Fromm, o.c. (nota 8), 178.
B18L.-AA.
VV.. El ateísmo ¿tentación o estímulo?, Apostolado Prensa, Madrid 1985.-AA.
VV., El problema del ateísmo, Sígueme, Salamanca 1987.-AA. VV., Dios, hoy,
Kairós. Barcelona 1988.-AA. VV., El ateísmo contemporáneo, 3 vols.
Cristiandad. Madrid 1971 -Bogliolo, L, Ateísmo y cristianismo. Confrontación
dialéctica, Paulinas, Madrid 1971.Fabro, C, Introduzione al'ateismo moderno, 2
vols, Studium, Roma 1971.-Küng, H., ¿Existe Dios?, Cristiandad, Madrid 1978.-Lubac.
H. de, Ateísmo y sentido del hombre, Euramérica, Madrid 1989.-Mareel, G,
incredulidad y fe, Guadarrama, Madrid 1971.-Moral, G. Dios, ¿alienación o
problema del hombre?, FontaneIla, Barcelona 1970.-Pascual de Aguilar, J. A, El
ateísmo, ¿experiencia de Dios?, Monte Casino. Zamora 1973.-Wackenheim, Ch, La
quiebro de la religión según Karl Marx, Península,
Barcelona 1973.-Widmer, G. Ph, El Evangelio y el ateo, Marova, Madrid
1988.
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