lunes, 16 de septiembre de 2013

Autocracia.


La palabra a. se ha formado como término abstracto derivado del adjetivo «autócrata», que a su vez viene de las raíces griegas autós y kratía y significa el que tiene el poder (kratía) en sí mismo (autós). Autócrata es, pues, el gobernante que ejerce jurídicamente el poder omnímodo y absoluto, sin ninguna clase de limitaciones jurídicas representadas por otros poderes, ajenos al suyo propio, existentes en la Sociedad por él mismo regida. Y a. es el sistema de gobierno realizado por un poder autocrático.
Los orígenes del uso del término a. se hallan en los antiguos imperios orientales, cuyos monarcas ejercían un poder omnímodo sobre sus súbditos. En la gran expansión de la cultura griega representada por la helenización del Oriente, los soberanos del Egipto ptolemaico adoptaron la denominación de autócrata (autokrátes) para expresar el carácter ilimitado y total del poder que ejercían. Tras la conquista de Egipto por Roma, Augusto y sus sucesores consideraron a Egipto no como una provincia de Roma, sometida a la dominación de la Civitas, sino como un reino personal, en el cual ejercitaban poderes dinásticos como sucesores de Julio César. De aquí que en Egipto los emperadores conservasen, en calidad de reyes, el título ptolemaico de «autócrata» junto con el de «césar» que llevaban en todo el Imperio.
La evolución del principado augusteo hacia formas de monarquía absoluta, y el mantenimiento del poder imperial en las provincias orientales helenizadas, hizo que el título de autócrata usado en Egipto, y la noción misma de poder total por él expresada, se expandiese en todo Oriente, fijando el carácter de la monarquía bizantina. Especialmente es de señalar que los poderes autocráticos del Emperador se ejercitaban igualmente en el terreno temporal que en el religioso. La cristianización del Imperio hizo que también sobre la Iglesia los emperadores, atribuyéndose el título de isapóstolos - igual a los Apóstoles -, ejercitasen poderes muy amplios que se extendieron a cuestiones muy diversas.
La separación de todo Occidente de la dominación bizantina, y la afirmación en el Papado de los poderes espirituales propios del sacerdotium, e independientes del poder temporal, hizo que sólo en Bizancio se conservase la noción autocrática de gobierno extendido por igual a los terrenos temporal y religioso. Absoluto en este último campo, el poder imperial bizantino lo fue también en las materias extrasacrales por falta total de poderes sociales independientes del Emperador que pudiesen limitar su autoridad. En tal terreno, la antigua formulación romana de la lex regia: «quod principi placuit, legis habet vigorem» ( «Lo que quiere el príncipe tiene fuerza de ley» ) fue también un sólido fundamento doctrinal para afirmar el poder total del Emperador autócrata. Así se mantuvo el sistema durante toda la existencia de Bizancio, hasta su desaparición por la conquista turca.
La caída de Constantinopla hizo que los grandes duques de Moscú, emparentados con la antigua familia imperial bizantina, se sintieran sucesores del Imperio. La religiosidad ortodoxa rusa y su cultura eclesiástica eran de signo bizantino. Moscú fue proclamada «tercera Roma» y los grandes duques asumieron los antiguos títulos imperiales: Zar (César) y Autócrata. Con el mismo carácter autocrático que los emperadores de Constantinopla habían ejercitado plenos poderes espirituales y civiles, los zares implantaron y extendieron su imperio ejerciendo una autoridad omnímoda e ilimitada, no sin tener que vencer resistencias y revueltas de la aristocracia. A partir del reinado de Pedro I el carácter autocrático del poder imperial es una realidad concreta, además de una formulación jurídica. Esta autocracia se mantuvo de hecho hasta la extinción del Imperio en 1917, como expresión del poder total y omnímodo de los soberanos rusos.
Los tratadistas políticos de Occidente que desde el s. XVIII se asomaron a las instituciones políticas de Rusia, tomaron el título de «autócrata» con que proclamaban su soberanía los zares con un sentido francamente peyorativo, transmutando el valor semántico de la palabra. Desde entonces, en Occidente, donde la evolución política en conjunto se orienta en las líneas del constitucionalismo y la democracia, las palabras autócrata ya son tomadas como antitéticas de democracia y asumen una significación muy vecina de las correspondientes a despotismo y tiranía.
En la línea de contraposición de significaciones autocracia-democracia, y desligado ya el vocablo de su significación histórica concreta realizada en el marco de las sucesiones políticas que van del Egipto ptolemaico a la Rusia zarista, los tratadistas consideran como poder autocrático aquel que es ejercitado a título personal y con carácter absoluto en el Estado, sin referencia ninguna a un poder más originario de carácter social. En esta acepción serían poderes autocráticos los de los reyes absolutos del Antiguo Régimen, e igualmente los de los dictadores en los Estados modernos. Incluso algunos autores consideran también apropiada la noción de a. para calificar las formas de gobierno por partidos totalitarios.
Estas utilizaciones modernas del término a. resultan sin embargo un tanto difíciles de utilizar con significación unívoca. En primer lugar, ya hemos visto que no cabe univocidad entre el uso moderno, peyorativo, del vocablo, y el que tuvo en los Imperios que lo utilizaron como título oficial y solemne de sus monarcas. En segundo término, tampoco hay correlación total entre a. y monarquía absoluta, porque los reyes absolutos de Occidente no ejercitaron, a diferencia de los de Oriente, poderes religiosos incontestados en el seno del cuerpo social, ni cuando ejercitaron algunos lo hicieron con un título sacral comparable, p. ej., al de isapóstolos de los Emperadores bizantinos. Por otra parte, todo sistema dictatorial contemporáneo, sea una dictadura personal, o de partido totalitario, utiliza siempre como justificación última un pretexto de servicio a la comunidad, o de delegación o interpretación de la voluntad popular, que le diferencia de las antiguas a. que desconocieron la noción de justificación intramundana del poder, por lo que tampoco cabe aquí una correlación inatacable entre totalitarismo y a.

BIBL.: G. COMBES DE L'ESTRADE, L'empire russe, París s. f.; R. K. WHITE, Autocracy and Democracy. An experimental enquiry, Nueva York 1960.
J. SOLÉ ARMENGOL.

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