viernes, 6 de noviembre de 2015

Dolor.

SUFRIMIENTO
Etim.: Latín suffere, sostener.

Definición - La experiencia de mal o la privación de algún bien. Aunque comúnmente es sinónimo a dolor, el sufrimiento es mas bien la reacción al dolor y por lo tanto es un factor muy importante en la espiritualidad cristiana.
Causa: El sufrimiento es consecuencia del pecado. Desde el pecado original el sufrimiento es propio de toda criatura en la tierra. Todos los humanos, santos y pecadores, sufrimos.
Valor del sufrimiento: Cristo nunca pecó pero asumió el sufrimiento humano y nos redimió abrazando la cruz hasta la muerte.  "Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día"  Mateo 16,21, Cf. Mc 8,31, Lc 9,22.
Juan Pablo II «El sufrimiento humano ha entrado en una dimensión completamente nueva y en un orden nuevo en la pasión de Cristo», porque «allí ese sufrimiento ha sido unido al amor que crea el bien», y «el bien supremo de la redención del mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo» (Salvifici doloris, 18).
Benedicto XVI
«Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que sufrió con amor infinito» (Spe salvi, 38). 
«el tiempo transcurrido al lado de quien se encuentra en la prueba es fecundo en gracia para todas las demás dimensiones de la pastoral» (Mensaje para la Jornada del Enfermo, 2010).

Jesús nos enseña a tomar nuestra cruz y seguirle.
Entonces dijo Jesús a sus discípulos: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame". Mateo 16,24

Para los cristianos es una alegría sufrir por Cristo: "Ellos marcharon de la presencia del Sanedrín contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre" Hechos 5,41  Cuando está en juego el deber o la vocación cristiana, el amor exige que no se evite el sufrimiento necesario. Es el caso de Pedro cuando Jesús anuncia la pasión camino a Jerusalén.
El Cristiano atiende con amor al que sufre
Por monseñor Francisco Gil Hellín, arzobispo de Burgos:
"Con todo, sería un fragante error no hacer nada para aliviar y combatir el dolor. Al contrario, la lucha contra la enfermedad es para los cristianos un modo concreto de introducirse en el surco de la misión salvífica de Cristo, Médico divino que «pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo»; y tomarse en serio el mensaje que dio a sus apóstoles: «Curad a los enfermos».
La Iglesia asumió con alegría este encargo. De hecho, ya en las primeras comunidades cristianas existió la costumbre de que los presbíteros ungiesen con el óleo santo a los enfermos para aliviarles en su enfermedad. Desde entonces, aunque las formas han sido muy variadas y múltiples las estructuras, la Iglesia no ha cesado de inclinarse, como buena samaritana, sobre los hombres y mujeres que encuentra malheridos en su cuerpo, en su psique y en su corazón, y llevar el bálsamo de su presencia y el aceite de su ayuda. ¡Cuántos hospitales, cuántos dispensarios, cuántos consultorios, cuántas clínicas han surgido como fruto del amor compasivo de los cristianos!
En el momento actual, la enfermedad sigue sin ser vencida. Han sido superadas algunas de sus formas, pero han aparecido otras nuevas, quizás más virulentas. Pienso, por ejemplo, en tantos matrimonios rotos, en tantas familias desestructuradas, en los emigrantes desprotegidos, en los ancianos solos y/o despreciados, en los enfermos incurables, en las madres que sufren el síndrome del postaborto, en tantos padres a los que angustia el enfriamiento y la increencia de sus hijos. Sin contar los que sufren los efectos de la drogadicción, del alcohol, del Sida, de la ludopatía, de las enfermedades venéreas, etcétera.
San Pedro nos enseña que los cristianos sufren confiando en el porvenir que Dios tiene preparado.
Alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis
alborozados en la revelación de su gloria. I Pedro 4,13

procurando descubrir a qué tiempo y a qué circunstancias se refería el Espíritu de Cristo, que estaba en ellos, cuando les predecía los sufrimientos destinados a Cristo y las glorias que les seguirían. I Pedro 1,11
Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar.
Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo soportan los mismos sufrimientos. El Dios de toda gracia, el que os ha llamado a su eterna gloria en Cristo, después de breves sufrimientos, os restablecerá, afianzará, robustecerá y os consolidará.   I Pedro 5:9-10
San Pablo valora el sufrimiento.
Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros. Romanos 8,18
Que ninguno de vosotros tenga que sufrir ni por criminal ni por ladrón ni por malhechor ni por entrometido: pero si es por cristiano, que no se avergüence, que glorifique a Dios por llevar este nombre. I Pedro 4,15-16
Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación. Si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, lo somos para el consuelo vuestro, que os hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos.  Es firme nuestra esperanza respecto de vosotros; pues sabemos que, como sois solidarios con nosotros en los sufrimientos, así lo seréis también en la consolación.
II Corintios 1,5-7
Las características del apóstol se vieron cumplidas entre vosotros: paciencia perfecta en los sufrimientos y también señales, prodigios y milagros. II Corintios 12,12
No te avergüences, pues, ni del testimonio que has de dar de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; sino, al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios, II Timoteo 1,8
Por este motivo estoy soportando estos sufrimientos; pero no me avergüenzo, porque yo sé bien en quién tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel Día.
II Timoteo 1,12
Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio. II Timoteo 4,5

Pues compartisteis los sufrimientos de los encarcelados; y os dejasteis despojar con alegría de vuestros bienes, conscientes de que poseíais una riqueza mejor y más duradera. Hebreos 10,34

Debemos reconocer que conviene tratar de hacer todo lo posible para mitigar los sufrimientos de la humanidad y para ayudar a las personas que sufren —son numerosas en el mundo— a llevar una vida buena y a librarse de los males que a menudo causamos nosotros mismos: el hambre, las epidemias, etc.

Pero, reconociendo este deber de trabajar contra los sufrimientos causados por nosotros mismos, al mismo tiempo debemos reconocer también y comprender que el sufrimiento es un elemento esencial para nuestra maduración humana. Pienso en la parábola del Señor sobre el grano de trigo que cae en tierra y que sólo así, muriendo, puede dar fruto. Este caer en tierra y morir no sucede en un momento, es un proceso de toda la vida.

Cayendo en tierra como el grano de trigo y muriendo, transformándonos, somos instrumentos de Dios y así damos fruto. No por casualidad el Señor dice a sus discípulos: el Hijo del hombre debe ir a Jerusalén para sufrir; por eso, quien quiera ser mi discípulo, debe tomar su cruz sobre sus hombros y así seguirme. En realidad, nosotros somos siempre, un poco, como san Pedro, el cual dijo al Señor: No, Señor, este no puede ser tu caso, tú no debes sufrir. Nosotros no queremos llevar la cruz. Queremos crear un reino más humano, más hermoso en la tierra.

Eso es un gran error. El Señor lo enseña. Pero Pedro necesitó mucho tiempo, tal vez toda su vida, para entenderlo. Porque la leyenda del Quo vadis? encierra una gran verdad: aprender que precisamente llevar la cruz del Señor es el modo de dar fruto. Así pues, yo diría que antes de hablar a los demás, nosotros mismos debemos comprender el misterio de la cruz.

Ciertamente, el cristianismo nos da la alegría, porque el amor da alegría. Pero el amor es siempre un proceso en el que hay que perderse, en el que hay que salir de sí mismo. En este sentido, también es un proceso doloroso. Sólo así es hermoso y nos hace madurar y llegar a la verdadera alegría. Quien quiere afirmar o quien promete sólo una vida alegre y cómoda, miente, porque esta no es la verdad del hombre. La consecuencia es que luego se debe huir a paraísos falsos. Precisamente así no se llega a la alegría, sino a la autodestrucción.

Sí, el cristianismo nos anuncia la alegría; pero esta alegría sólo crece en el camino del amor y este camino del amor guarda relación con la cruz, con la comunión con Cristo crucificado. Y está representada por el grano de trigo que cae en tierra. Cuando comencemos a comprender y a aceptar esto, cada día, porque cada día nos trae alguna insatisfacción, alguna dificultad que también produce dolor, cuando aceptemos esta escuela del seguimiento de Cristo, como los Apóstoles tuvieron que aprender en esta escuela, entonces también seremos capaces de ayudar a los que sufren.

Es verdad, siempre resulta problemático que uno que tiene buena salud o está en buena condición trate de consolar a otro que está afectado por un gran mal, sea enfermedad, sea pérdida de amor. Ante estos males, que conocemos todos, casi inevitablemente todo parece sólo retórico y patético. Pero yo diría que, si estas personas pueden percibir que nosotros tenemos com-pasión, que somos com-pacientes, que queremos llevar juntamente con ellos la cruz en comunión con Cristo, sobre todo orando con ellos, asistiéndolos con un silencio lleno de simpatía, de amor, ayudándoles en la medida de nuestras posibilidades, podemos resultar creíbles.

Debemos aceptar que, tal vez en un primer momento, nuestras palabras parezcan sólo palabras. Pero si vivimos realmente con este espíritu del seguimiento de Jesús, también encontraremos la manera de estar cerca de ellos con nuestra simpatía. Simpatía etimológicamente quiere decir com-pasión por el hombre, ayudándolo, orando, creando así la confianza en que la bondad del Señor existe incluso en el valle más oscuro. Así podemos abrirles el corazón para el Evangelio de Cristo mismo, que es el verdadero Consolador; abrirles el corazón para el Espíritu Santo, llamado el otro Consolador, el otro Paráclito, que asiste, que está presente.

Podemos abrirles el corazón no para nuestras palabras, sino para la gran enseñanza de Cristo, para su estar con nosotros, ayudándoles para que el sufrimiento y el dolor se transformen de verdad en gracia de maduración, de comunión con Cristo crucificado y resucitado.

La forma nueva de vivir el sufrimientoEl padre Raniero Cantalamessa comenta Mateo 10,37-42
En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija mas que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá».

¿Por qué la cruz?

Jesús, en el Evangelio, nos habla de la necesidad de tomar la propia cruz. Pero ¿cómo hacer comprender esta palabra a una sociedad, como la nuestra, que opone el placer? Partamos de una constatación. En esta vida, placer y dolor se suceden con la misma regularidad con la que a la elevación de una ola en el mar le sigue una depresión y un vacío capaz de succionar a quien intenta alcanzar la orilla. El hombre busca desesperadamente separar a esta especie de hermanos siameses, de aislar el placer del dolor. A veces se hace ilusiones de haberlo logrado, pero por poco tiempo. El dolor está ahí, como una bebida embriagadora que, con el tiempo, se transforma en veneno.

Es el mismo placer desordenado que se retuerce contra nosotros y se transforma en sufrimiento. Y esto, o improvisamente y trágicamente, o un poco cada vez, en cuanto que no dura mucho y genera hartura y hastío. Es una lección que nos viene de la crónica diaria, si la sabemos leer, y que el hombre ha representado en mil formas en su arte y en su literatura. «Un no sé qué de amargo surge de lo íntimo de cada placer y nos angustia incluso en medio de las delicias», escribió el poeta pagano Lucrezio.

El placer en sí mismo es engañoso porque promete lo que no puede dar. Antes de ser saboreado, parece ofrecerte el infinito y la eternidad; pero, una vez que ha pasado, te encuentras con nada en la mano.

La Iglesia dice tener una respuesta a este que es el verdadero drama de la existencia humana. Ha habido, desde el inicio, una elección del hombre, hecha posible por su libertad, que le ha llevado a orientar exclusivamente hacia las cosas visibles ese deseo y esa capacidad de gozo de la que había sido dotado para que aspirara a gozar del bien infinito que es Dios. Al placer, elegido contra la ley de Dios y simbolizado por Adán y Eva que prueban del fruto prohibido, Dios ha permitido que le siguieran el dolor y la muerte, más como remedio que como castigo. Para que no ocurriera que, siguiendo a rienda suelta su egoísmo y su instinto, el hombre se destruyera del todo a sí mismo y a su prójimo. (¡Hoy, con la droga y las consecuencias de ciertos desórdenes sexuales, vemos cómo es posible destruir la propia vida por el placer de un instante!). Así al placer vemos que se le adhiere, como su sombra, el sufrimiento.

Cristo por fin ha roto esta cadena. Él, «en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz» (Hb 12,2). Hizo, en resumen, lo contrario de lo que hizo Adán y de lo que hace cada hombre. Resurgiendo de la muerte, Él inauguró un nuevo tipo de placer: el que no precede al dolor, como su causa, sino que le sigue como su fruto; el que halla en la cruz su fuente y su esperanza de no acabar ni siquiera con la muerte.

Y no sólo el placer puramente espiritual, sino todo placer honesto, también el que el hombre y la mujer experimentan en el don recíproco, en la generación de la vida y al ver crecer a los propios hijos o nietos, el placer del arte y de la creatividad, de la belleza, de la amistad, del trabajo felizmente llevado a término. Todo gozo. La diferencia esencial es que es el placer en este caso, no el sufrimiento, el que tiene la última palabra.

¿Qué hacer entonces? No se trata de ir en busca del sufrimiento, sino de acoger con ánimo nuevo el que hay en la vida. Podemos comportarnos con la cruz como la vela con el viento. Si lo toma por el lado adecuado, el viento la hincha e impulsa la barca por las olas; si en cambio la vela se atraviesa, el viento parte el mástil y vuelca todo. Bien tomada, la cruz nos conduce; mal tomada, nos aplasta.

[Original italiano publicado por «Famiglia Cristiana». Traducción realizada por Zenit]
ZS05062401

No pretendo poder responder. Este misterio no lo entenderemos completamente en la tierra. Pero si debemos tomar en cuenta lo que Dios nos revela al respecto: Dios no se quedó distante. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. El mismo sufrió en su carne los mas atroces dolores de la cruz por amor.
Jesús está presente en el sufrimiento de cada persona. Quien hace daño a su prójimo se lo hace al mismo Jesús:
Y el Rey les dirá: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.- Mateo 25,40
Dios no quiere que nadie sufra. El sufrimiento lo causamos los hombres por el pecado que es rebelión contra Dios. Dios lo permite porque nos hizo libres, pero lo transforma de manera que pueda ser camino de liberación. Al morir en la cruz, Jesús hizo que el sufrimiento ya no fuese en vano. Lo podemos ofrecer a Dios uniéndolo a los sufrimientos de Cristo.
El sufrimiento NO es señal de culpa personal. Jesús sufrió y todos, buenos y malos sufrimos. El mal nos viene por un solo hombre, Adán; La salvación nos viene por un hombre: Jesús. En El todos tenemos acceso a la gracia para vencer en las pruebas.
No podemos, sin embargo, quedarnos en las palabras. Ante el sufrimiento de nuestros hermanos Dios nos manda a responder con todo nuestro corazón. Estamos ante el mismo Cristo sufriente y debemos hacer todo lo posible por ayudarles.
Pero al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar.-Mateo 18,6
Aun los niños tienen la capacidad de entender que los sufrimientos tienen gran valor si los ofrecemos a Dios. Los niños de Fátima son un gran ejemplo: Ellos sufrieron mucho pero comprendieron que lo podían ofrecer por los pecadores.
El sufrimiento no es la última palabra. Todo pasa muy rápido y después será la victoria y la recompensa de los que han sido fieles.
¿Un tesoro escondido en el sufrimiento?
Toda situación adversa nos hace volver el rostro a Dios, recordarlo y amarlo.
Autor: Jesús David Muñoz, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores
Después de varios años de estar fuera de mi país, regresé para visitar a mis padres. En esta breve visita mi madre me presentó una amiga suya llamada Amalia. Amalia es, en muchos sentidos, muy especial, no sólo por sus limitaciones físicas sino, sobre todo, por su gran corazón. Los pies torcidos, casi deformes, le dificultaban mucho el caminar. Las manos, en una situación muy similar. Esta situación le obligaba a tener que valerse de otra persona para hacer las acciones más elementales y las necesidades básicas. La única persona que se ocupaba de Amalia era su madre, lo único que le quedaba en la vida. Amalia, que casi siempre tenía una sonrisa en sus labios retorcidos por la enfermedad.

-¿Qué pasa, Amalia? - preguntó confundida mi madre.
-Mi... mamá... mu...rió hace... una se... mana.

A mi madre se le cortó la voz en aquel momento, se llevó las manos a la boca y dejó escapar unas lágrimas mientras la abrazaba. “Dios mío, ¿cómo permites que esto le suceda a una criatura tan indefensa?”- fue la primera idea que se le vino a la cabeza. Después sintió que Dios le respondió en su interior: “Para eso te puse a ti”.

¿Qué quiere decir esto? Es normal hacernos la pregunta: ¿por qué Dios no quitó el sufrimiento del mundo? ¿Por qué dejó algo que nos molesta tanto? Muchas respuestas han querido darse a estos interrogantes. Por desgracia, la más normal es la del que sienta a Dios en el banquillo de los acusados y, después de un juicio acalorado, lo condena por ser el “causante” o simplemente por haberlo permitido.

Sin embargo, esta posición de la criatura que juzga al creador no es en nada justa. Decirle a Dios lo que debe hacer y lo que no debe hacer suena a broma, pero es muchas veces la manera en la que reaccionamos.
Nuestra actitud ante el dolor no debe ser la de juzgar a Dios y darle consejos de cómo ser Dios, sino más bien la de buscar encontrar lo qué quiere enseñarnos, las lecciones que quiere que saquemos. ¡Se puede sacar tanto bien de las situaciones adversas y de los sufrimientos!
El dolor, que toca nuestra puerta siempre, implica una pérdida de algo que estimamos, algo que amábamos: pérdida de la salud, de un ser querido, de algo material, etc.
El sentirnos vacíos de algo que amábamos nos hace vernos necesitados. ¡Qué frágiles, impotentes y débiles nos sentimos cuando sufrimos! Es en esta soledad cuando miramos a Dios y reconocemos nuestra dependencia de Él. Un hombre que no sufre, fácilmente terminará por considerarse a sí mismo como un dios. Toda situación adversa nos hace volver el rostro a Dios, recordarlo y amarlo. Por ello oramos cuando sufrimos.
El dolor en la vida nos lleva a mirar a Dios. Él lo permite para que nos acerquemos y reconozcamos que la verdadera felicidad no está en aquello en lo que confiábamos tanto. El sufrimiento nos quita aquello en lo que estaba apoyado el corazón, nos hace buscar una respuesta en Dios. Él es el único que puede responder, que puede llenar el vacío que ha dejado aquello que se ha perdido. Esta manera en la que Dios nos acerca a Él, nos lleva hacia la verdadera felicidad. Sólo en Dios nuestro corazón encontrará lo que busca.

Incluso cuando el dolor no nos afecta directamente, como en el caso de Amalia, esconde perlas que podemos descubrir. Este es el sentido de aquella inspiración interior: “para eso te puse a ti”. A todo hombre que se queja de la violencia que envuelve el mundo, de los desastres naturales, del sufrimiento de los inocentes, Dios le contesta:
“Para eso te puse a ti”. No hay tiempo para lamentarnos, Dios nos quiere ver trabajar por “vencer el mal con el bien” (Rm 12,21). La joya preciosa que podemos sacar de estas situaciones es la caridad, el verdadero amor a nuestro prójimo.
¿Qué podemos sacar del sufrimiento? El sufrimiento nos puede enseñar a amar. Es un gran maestro del amor a Dios y nos ayuda a tenerle a Él como el único apoyo. Es un gran instructor de caridad hacia el prójimo. Ante la realidad del dolor podemos vivir amargados, renegando o incluso odiando a Dios toda la vida o puede convertirse en una oportunidad para ejercitarnos en el amor.
Dios es bueno, pero esto no significa que no exista el sufrimiento y el dolor. Dios es tan bueno, que incluso de lo malo puede sacar un bien mayor. Incluso del mal, del dolor más atroz, Dios puede sacar algo mejor. Es cuestión de estar atentos a descubrirlo.

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