En todas las religiones es la fiesta un elemento esencial del culto: con ciertos ritos asignados a ciertos tiempos, la asamblea rinde homenaje, ordinariamente en medio del gozo o regocijo, de tal o cual aspecto de la vida humana; da gracias e implora el favor de la divinidad. Lo que caracteriza a la fiesta en la Biblia es su conexión con la historia sagrada, pues pone en contacto con Dios que actúa sin cesar en favor de sus elegidos; sin embargo, estas fiestas están enraizadas en el suelo común de la humanidad.
AT.
I. ORIGEN DE LAS FIESTAS JUDÍAS.
El retorno del ciclo lunar, que delimitaba el mes israelita, dio muy naturalmente lugar a fiestas: a veces la luna llena (Sal 81,4), ordinariamente la luna nueva (neomenia: 1Sa 20,5; 2Re 4,23; Am 8,5), finalmente el sábado que fijaba el ritmo de la semana (Éx 20,8-11). El ciclo solar traía consigo la fiesta del Año Nuevo, conocida en todas las civilizaciones; en un principio se unió a la fiesta de la recolección en otoño (Éx 23,16), luego a la pascua de la primavera (Éx 12,2); de esta liturgia derivan ciertos ritos del día de la expiación (cf. Lev 16).
Además del marco formado por el ritmo de los astros, la vida cotidiana del israelita, pastor y luego agricultor, dio lugar a fiestas que tienden a confundirse con las precedentes. El día de rascua, fiesta pastoril de primavera, tenía lugar la ofrenda de las primicias del ganado; el trabajo de la tierra dio origen a tres grandes fiestas anuales: ázimos en primavera, mieses o semanas en verano, recolección o vendimia en otoño (Éx 23,14-17; 34,18.22). El Deuteronoinió une la pascua a los ázimos y da a la fiesta de la recolección el nombre de fiesta de los tabernáculos (Dt 16,1-17). Ciertos ritos de las fiestas actuales no pueden comprenderse sino en razón de su abolengo pastoril o agrario.
Después del exilio aparecieron algunas fiestas secundarias: Purim (Est 9,26; cf. 2Mac 15,36s), dedicación y día de Nicanor (1Mac 4,52-59; 7,49; 2Mac 10,5s; 15,36s).
II. SENTIDO DE LAS FIESTAS JUDÍAS.
Las diversas fiestas adquieren nuevo sentido en función del pasado que recuerdan, del porvenir que anuncian, del presente, cuya exigencia revelan.
1. Celebración agradecida de las grandes gestas de Yahveh.
Israel celebra a su Dios por diversos títulos. Al Creador se le conmemora cada sábado (lx 20,11); el Libertador de Egipto está presente no sólo el día del sábado, sino también en la fiesta de pascua (Dt 5,12-15; 16,1); la fiesta de los tabernáculos recuerda las marchas por el desierto y el tiempo de los desponsales con Yahveh (Lev 23,42s; cf. Jer 2,2); finalmente, el judaísmo tardío asoció a la fiesta de las semanas (en griego pentecostés) el don de la ley en el Sinaí. Así las fiestas agrarias se convertían en fiestas conmemorativas: en la oración del israelita que ofrece sus primicias se eleva la acción de gracias, tanto por los dones de la tierra como por las grandes gestas del pasado (Dt 26,5-10).
2. Anticipación gozosa del porvenir.
La fiesta actualiza en una esperanza auténtica el término de la salud: el pasado de Dios asegura el porvenir del pueblo. El éxodo conmemorado anuncia y garantiza un nuevo éxodo: Israel será un día definitivamente liberado (Is 43,15-21; 52,1-12; 55,12s), el reinado de Yahveh se extenderá a todas las naciones, que subirán a Jerusalén para la fiesta de los tabernáculos (Zac 14,16-19). El pueblo debe, pues, “llenarse todo de gozo” (Sal 118; 122; 126): ¿no está en presencia de Dios (Dt 16, 11-15; Lev 23,40)?
3. Exigencias para el presente.
Pero este gozo no es auténtico sino cuando emana de un corazón contrito y purificado; los mismos salmos gozosos hacen presentes estas exigencias: “¡Oh Israel, ojalá me escucharas!”, se dice con ocasión de la fiesta de los tabernáculos (Sal 81 9ss), Precisando más, la fiesta de la expiación dice el deseo de una conversión profunda a través de las confesiones colectivas (Sal 106; Neh 9,5-37; Dan 9,4-19). Por su parte, los profetas no cesan de protestar contra la seguridad ilusoria que puede dar una liturgia gozosa celebrada por corazones infieles: “Odio, desdeño vuestras fiestas...” (Am 5,21; cf. Os 2,13; Is 1,13s). Con estos oráculos aparentemente destructores no se pretende la supresión real de las fiestas, sino la realización de su sentido pleno: el encuentro con el Dios viviente (Éx 19,17).
NT.
I. DE LAS FIESTAS JUDÍAS A LA FIESTA ETERNA.
Jesús practicó sin duda las fiestas judías de su tiempo, pero mostraba ya que sólo su persona y su obra les daban pleno significado: así tratándose de la fiesta de los tabernáculos (Jn 737ss; 8,12; cf. Mt 21,1-10 p) o de la dedicación (Jn 10,22-38). Sobre todo, selló deliberadamente la nueva alianza con su sacrificio en un marco pascual (Mt 26,2.17ss.28 p; Jn 13,1; 19,36; 1Cor 5,7s). Con esta pascua nueva y definitiva realizó Jesús también el voto de la fiesta de la expiación, pues su sangre da acceso al verdadero santuario (Heb 10,19) y a la gran asamblea festiva de la Jerusalén celestial (12,22s). Ahora ya la fiesta verdadera se celebra en el cielo. Con palmas en la mano, como en la fiesta de los tabernáculos (Ap 7,9), la multitud de los rescatados por la sangre del verdadero cordero pascual (5,8-14; 7,10-14) canta un cántico siempre nuevo (14,3) a la gloria del cordero y de su Padre. La fiesta de pascua ha venido a ser la fiesta eterna del cielo.
II. LAS FIESTAS CRISTIANAS.
Si la pascua del cielo redujo a su unidad escatológica la multiplicidad de las fiestas judías, en adelante confiere un nuevo sentido a las múltiples fiestas de la Iglesia en la tierra. A diferencia de las fiestas judías, conmemoran un acontecimiento acaecido de una vez para siempre, que tiene valor de eternidad; pero las fiestas cristianas, como las fiestas judías, están sometidas al ritmo del tiempo y de la tierra. aun cuando refiriéndose a los hechos mayores de la existencia de Cristo. La Iglesia, si bien debe procurar que no se dé valor excesivo a sus fiestas (cf. Gál 4,10), las cuales también son sombras de la verdadera fiesta (cf. Col 2,16), sin embargo, no tiene por qué temer la multiplicidad de aquéllas.
En primer lugar concentra la celebración en el misterio pascual conmemorado en la eucaristía, que congrega a la comunidad el domingo, día de la resurrección del Señor (Hech 20,7; 1Cor 16,2; Ap 1,10). El domingo, punto de partida de la semana, cuyo término era el sábado, marca la novedad radical de la fiesta cristiana, fiesta única, cuya irradiación ilumina el año entero, y cuya riqueza se desarrolla en un ciclo festivo centrado en pascua.
Luego podrá empalmar con los ciclos naturales (p.e., las cuatro témporas) evocando las riquezas de su patrimonio judío, pero siempre actualizándolo mediante el acontecimiento de Cristo y orientándolo según el misterio de la eterna fiesta celeste.
DANIEL SESBOÜÉ y MLF
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