martes, 26 de julio de 2016

Figura.

El griego typos y el latín figura son utilizados por los teólogos para designar los simbolismos más originales que se descubren en el lenguaje de la Biblia: las prefiguraciones. Los libros sagrados emplean con el mismo objeto otros varios términos que expresaban ideas conexas: antitypos (réplica de typos), hypodeigma (ejemplo y, de ahí, imagen anunciadora, reproducción anticipada), paradeigma (ejemplo), parabole (símbolo), skia (sombra), mituema (imitación). Por su sentido general todos estos términos tienen afinidad con imagen (eikdn), modelo (typos: 1Tes 1,7); pero las más de las veces comportan un matiz particular que los acerca a tipo/ figura.

AT.

El lenguaje del AT, como todo lenguaje religioso, recurre frecuentemente al simbolismo sin detenerse en definir su naturaleza y sus fuentes. Pero fácilmente se pueden identificar las concepciones fundamentales de donde deriva su uso de los símbolos; esto es lo que aquí nos interesa.

1. SIMBOLISMO EJEMPLARISTA: EL MODELO CELESTIAL Y SUS IMITACIONES TERRENALES.

Como todas las religiones antiguas, el AT se representa el mundo divino, el mundo celeste como el prototipo sagrado a cuya imagen está organizado el mundo de acá abajo. Como un rey reside Dios en un palacio celeste (Miq 1,3); está circundado de una corte de servidores (Is 6,1ss), etc. Y como la finalidad del culto consiste en poner al hombre en relación con Dios, en él se procura reproducir este modelo ideal, de modo que el mundo celeste se ponga en cierto modo al alcance del hombre. Así Jerusalén y su templo son imitación del palacio divino, con el que se identifican en cierta manera (cf. Sal 48,1-4). Por eso el código sacerdotal muestra a Dios en el Sinaí comunicando a Moisés un modelo con el que deberá conformar el tabernáculo (heb. tabnit; gr. typos, Éx 25,40, o paradeigma, Éx 25, 9); este modelo es una especie de plano de arquitecto (cf. 1Par 28,11: tabnit, paradeigma) trazado por Dios según su propia morada. Asimismo, según Sab 9,8, el templo construido por Salomón es “imitación (mimema) de la tienda sagrada que Dios se preparó desde los orígenes”. Este simbolismo ejemplarista no está muy alejado de la teoría platónica de las Ideas. Así, en este punto Platón no hace sino elaborar filosóficamente un dato corriente en las tradiciones religiosas del antiguo Oriente.

II. SIMBOLISMO ESCATOLÓGICO:

LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN Y SU CONSUMACIÓN FINAL.

1. La concepción bíblica de la historia sagrada

Las mitologías antiguas aplicaban el mismo principio ejemplarista a los ciclos cósmicos (revolución de los días, de las estaciones, etc.) y a las experiencias fundamentales de la historia humana (advenimiento regio, guerra, etc.). Tanto en lo uno como en lo otro veían reflejos terrestres de una historia divina acaecida anteriormente a todos los tiempos, arquetipo primordial de todo acaecer cósmico y de todo obrar humano. Este arquetipo, indefinidamente imitado en el tiempo, confería a las cosas de acá abajo su significación sagrada. Por eso el mito se actualizaba en el culto con un drama ritual, a fin de poner a los hombres en relación con el obrar de los dioses. Ahora bien, la revelación bíblica, al eliminar el politeísmo, vacía de su contenido la única historia sagrada que conocían los paganos vecinos: para ella, Dios no tiene actividad más que respecto a la creación. Pero en esta nueva perspectiva descubre otra clase de historia sagrada, que los paganismos ignoraban totalmente: la historia del designio de Dios, que desde los orígenes se desenvuelve en el tiempo en forma lineal y no ya cíclica, hasta su realización plenaria, que tendrá lugar el final del tiempo, en la escatología.

2. Sentido de los acontecimientos de la historia sagrada.

El término del designio de Dios no será revelado claramente sino cuando tome cuerpo en el acontecimiento escatológico. Sin embargo, Dios comenzó ya a darlo a conocer oscuramente a su pueblo partiendo de los acontecimientos de su historia. Experiencias como el éxodo, la alianza sinaítica, la entrada en la tierra prometida, etc., no eran accidentes privados de sentido.
Actos de Dios en el tiempo humano, llevaban en sí mismos la marca del fin que persigue Dios al dirigir el curso de la historia e iban esbozando progresivamente los rasgos del mismo. Por esta razón pueden ya alimentar la fe del pueblo de Dios. Por esto también los profetas, evocando en sus oráculos escatológicos el fin del designio de Dios, muestran en ellos la reproducción más perfecta de las experiencias pasadas: nuevo éxodo (Is 43,16-21), nueva alianza (Jer 31,31-34), nueva entrada en la tierra prometida hacia una Jerusalén nueva (Is 49,9-23), etc. Así pues, la historia sagrada, con todos los elementos que la componen (acontecimientos, personajes, instituciones) posee lo que se puede llamar un simbolismo escatológico: manifestación parcial de los designios de Dios a un nivel todavía imperfecto, muestra en forma velada hacia qué término camina este designio.

3. La escatología y los orígenes.

El mismo principio se aplica eminentemente al punto de partida de la historia sagrada, la creación. Porque, si ya no hay en la revelación bíblica historia divina primordial, subsiste este acto primordial por el cual inauguró Dios su designio, descubriendo desde los comienzos los fines que quería perseguir acá abajo. La escatología, acto final de Dios, debe ostentar de nuevo sus rasgos. Según los oráculos proféticos no será solamente un nuevo éxodo, etc., sino una nueva creación (Is 65,17), análoga a la primera, puesto que reasumirá el mismo designio, pero más perfecta, puesto que soslayará los obstáculos que hicieron fracasar en un principio los planes de Dios, el pecado y la muerte. Las mismas imágenes de perfección y de fidelidad sirven, pues, para evocar en las dos extremidades del tiempo el paraíso primitivo y el paraíso hallado de nuevo (p.e., Os 2,20-24; Is 11,5-9; 51,3; 65,19-25; Ez 36,35). Entre los dos se desarrolla la historia sagrada, conscientemente vivida por el pueblo de la antigua alianza, que espera su consumación en la nueva alianza.

4. El culto y la historia sagrada.

El culto del AT no tiene ya historia mítica de dioses que actualizar en un drama ritual para hacer que participen en ella los hombres. Pero, puesto que la historia sagrada no deja de ser una gesta divina realizada en el tiempo humano, las fiestas litúrgicas adquieren poco a poco la función de conmemorar (y en este sentido de actualizar para la fe de Israel) los grandes hechos que la componen. El sábado se convierte en memorial de la creación (Gén 2, 2s; Ex 31,12ss); la pascua, en un memorial del éxodo (Ex 12,26s); pentecostés, en un memorial de la alianza en el Sinaí (en el judaísmo postbíblico); los tabernáculos, en un memorial de la permanencia en el desierto (Lev 23,42s). Y puesto que, por otra parte, estos acontecimientos pasados eran presagios de la salvación final, su conmemoración cultual es portadora de esperanza: Israel sólo recuerda los beneficios históricos de Dios para aguardar con más fe el beneficio escatológico, del que son anuncios velados insertos en la trama de la historia.

III. EJEMPLARIDAD MORAL.

Finalmente, el AT conoce un ejemplarismo moral, en el que los hombres tipo del pasado son modelos dispuestos por Dios con miras a la instrucción de su pueblo. Así Henoc fue un ejemplo (hypodeigma) con miras a la penitencia (Eclo 44,16). Un ejemplarismo de este género se explota en los libros sapienciales. Adquiere fuerza particular cuando se apoya en el simbolismo escatológico de la historia sagrada tal como acabamos de definirlo (cf. Sab 10-19).
Vemos que la doctrina de las prefiguraciones estaba ya muy viva en el AT. Dimanando de una concepción de la historia sagrada, que pertenece por derecho propio a la revelación bíblica, difiere profundamente del mero simbolismo ejemplarista, que, sin embargo, conoce el AT y lo explota cuando se presenta la ocasión. Esta doctrina proporciona a los oráculos proféticos el lenguaje, gracias al cual pueden evocar anticipadamente el misterio de la salvación. Está también ligada con la dialéctica misma de la revelación. El NT acabará de mostrarlo.

NT.

I. LAS ACTITUDES DE JESÚS.

Jesús tiene conciencia de conducir a su término los tiempos preparatorios (Mc 1,15) y de inaugurar en la tierra el estado de cosas anunciado por los oráculos proféticos (cf. Mt 11,4ss; Lc 4,17ss). Así pues, toda la historia sagrada transcurrida bajo el régimen de la primera alianza adquiere su significado definitivo en los actos que realiza Jesús, en las instituciones que establece. en el drama que vive. Así, para definir su obra y hacerla inteligible, la relaciona intencionadamente con los elementos figurativos contenidos en esta historia. La comunidad que crea se llamará iglesia (Mt 16, 18), es decir, una asamblea cultual análoga a la de Israel en el desierto (cf. Hech 7,38); reposará en los doce apóstoles, cuyo número recuerda el de las tribus, estructura fundamental del pueblo de Israel (cf. Mt 19, 28). Igualmente la cena, que explica el sentido de su cruz y hace presente su realidad bajo signos sacramentales, se comprende en función de la pascua (Lc 22,16 p) y de la alianza sinaítica (Lc 22,20); el pan de vida prometido, que es su cuerpo, sobrepuja por sus efectos al maná que era su imagen imperfecta (In 6, 58). Estos ejemplos muestran cómo Jesús, recogiendo los simbolismos escatológicos de la historia sagrada, los explota para evocar concretamente el misterio de la salvación sobrevenido al final de los tiempos, inaugurado en su persona y en su vida, llamado a actualizarse en la historia de su Iglesia y a consumarse en la eternidad cuando haya tenido fin el tiempo humano. De esta manera hace comprender cómo los acontecimientos y las instituciones del AT adquieren en él su pleno sentido, velado hasta entonces en parte, pero revelado ahora en su plenitud por el acontecimiento hacia el que tendían.

II. LA EXPLOTACIÓN DE LAS FIGURAS BÍBLICAS.

Como lo había hecho Jesús, el conjunto de los autores sagrados del NT recurre constantemente al principio figurativo, ya para mostrar que el misterio de la salvación se desarrolla “conforme a las Escrituras”, ya para definirlo en un lenguaje cargado de alcance religioso. Así Mateo transfiere a Jesús lo que Oseas decía de Israel, “hijo de Dios” (Mt 2;15; cf. Os 11,1), mientras que Juan aplica a Cristo en la cruz la descripción del cordero pascual (Jn 19.36). En los dos casos el cumplimiento de las Escrituras tiene por fundamento el cumplimiento de las prefiguraciones bíblicas. En no pocos pasajes el lenguaje doctrinal del NT halla así su punto de partida en la experiencia histórica del pueblo de Israel, sea que los oráculos proféticos hubieran transpuesto ya los datos refiriéndolos a la escatología (así Ap 21 reproduciendo a Is '62), sea que esta transposición de los textos sea labor propia de los autores del NT (como 1Pe 2,9 reproduciendo el pasaje de Éx 19,5s). Sin embargo. sólo san Pablo y la carta a los Hebreos definirán con precisión el principio teológico de las prefiguraciones.

llI. SAN PABLO.

Para Pablo los personajes y los hechos de la historia sagrada encierran las figuras anunciadoras (es el sentido que da a la palabra typos) del misterio de Cristo y de las realidades cristianas. Ya en los orígenes. Adán era una figura del Adán que había de venir (Rom 5,14). Más tarde los acontecimientos del Éxodo tuvieron lugar figurativamente (1Cor 10,11); son “figuras que nos conciernen a nosotros que estamos tocando el fin de los tiempos” (1Cor 10,6); la realidad prefigurada por estos tipos es nuestra participación efectiva en el misterio de Cristo, confiada a los sacramentos cristianos. Así en 1Pe 3,21 se llama al bautismo anticipo del diluvio. El ejemplarismo moral fluye fácilmente de esta interpretación figurativa de la historia sagrada: los castigos de nuestros padres en el desierto son una lección para nosotros (cf. 1Cor 10,7ss) y anuncian la condenación definitiva de los cristianos infieles; la destrucción de Sodoma y la preservación de Lot son un ejemplo (hypodeigma) para los impíos venideros (2Pe 2,6); viceversa, la fe de Abraham “se refería también a nosotros” (Rom 4, 23s), de modo que “los que se apoyan en la fe son hijos de Abraham” (Gál 3,7).
Prolongando las líneas de tal tipología se permite Pablo alegorizar ciertas páginas de la Escritura, en las que halla los símbolos de las realidades cristianas. Lo dice explícitamente en Gál 4,24 cuando transfiere a los cristianos lo que decía el Génesis de Isaac, hijo de la promesa. Esta alegorización no se confunde pura y simplemente con la tipología que la funda: es un método práctico utilizado para adaptar los textos bíblicos a un objeto distinto del que enfocaban primitivamente, a riesgo de superponer un significado secundario a todos los detalles que contienen. Por lo demás, Pablo tiene conciencia de que las figuras bíblicas no eran sino imágenes deficientes en relación con las realidades actualmente descubiertas. Así el culto judío no contenía sino “la sombra de ias cosas venideras” (skia), cuya realidad (soma) era el cuerpo de Cristo (Col 2,17).

IV. LA CARTA A LOS HEBREOS.

En san Pablo, el simbolismo escatológico ya explotado por los oráculos proféticos venía a verterse en las parejas de palabras typos/antitypos y skia/soma. En la carta a los Hebreos, este simbolismo escatológico se entrecruza, con un simbolismo ejemplarista común a las religiones orientales, al platonismo e incluso al AT. Es que el misterio de Cristo, el sacrificio que realiza, la salvación que aporta son a la vez las cosas celestiales (Heb 8,5; 9,23; 12,22), eternas por naturaleza (5,9; 9,12; 13,20), y las “cosas venideras” (6,5; 10,1), acaecidas al final de las edades (9,26). Tales son las realidades verdaderas (8,2; 9,24), a las que nuestros padres en la fe, los hombres del AT, sólo podían aspirar (11,16.20), mientras que nosotros, los cristianos, las hemos gustado ya con la iniciación bautismal (6,4). En efecto, la primera alianza sólo contenía reproducciones anticipadas (hypodeigma, 8,5; 9,23) de las mismas, sombras (skia, 8,5), réplicas (antitypos, 9,24) de un modelo que existía ya en el cielo, aunque sólo debía ser revelado acá abajo por Cristo. Este modelo (typos), que fue mostrado a Moisés en la montaña cuando construyó el tabernáculo (8,5 = Éx 25, 40; cf. Hech 7,44), es el sacrificio de Cristo, que entró en el santuario celeste como sumo sacerdote de los bienes venideros para realizar la nueva alianza (9,lls). Las realidades eclesiales no encierran solamente una sombra (skia) de los bienes venideros, sino una imagen (eikon) que contiene toda su sustancia y permite participar en ellos misteriosamente.
Así queda definida la economía sacramental de la nueva alianza, por oposición a la economía antigua y a su culto figurativo.
En el lenguaje técnico la palabra typos reviste un sentido inverso del que tenía en san Pablo, puesto que no designa ya las prefiguraciones del NT en el AT, sino el acto de Cristo que, al final de los tiempos, realiza el acontecimiento de la salvación. Hay aquí un vestigio claro del simbolismo ejemplarista, ya que la relación del AT con el misterio de Cristo es la misma que la de las cosas cultuales de la tierra con su arquetipo celestial. Sin embargo, dado que este arquetipo es al mismo tiempo el término de la historia sagrada, las cosas del AT son sus réplicas (antitypos) sin duda en virtud de un simbolismo escatológico: en Cristo, que pertenece a la vez al tiempo y a la eternidad, la relación entre la tierra y el cielo y la relación entre la historia figurativa y su término se recubren o, mejor dicho, se identifican.
En realidad, en otros pasajes se comprueba que el autor de la carta está tan atento como Pablo a la dimensión horizontal de la tipología, aun cuando su lenguaje sugiera más bien la dirección vertical. En efecto, en los acontecimientos del AT descubre las prefiguraciones del acontecimiento de la salvación: Isaac en la pira es un símbolo (parabolé) de Cristo muerto y resucitado (11,19); el reposo de la tierra prometida, en que entraron nuestros padres, simboliza el reposo divino, en el que nos introduce la economía cristiana (4,9s; cf. 12,23). De este simbolismo escatológico fluye naturalmente un ejemplarismo moral: los hebreos en el desierto son para nosotros un ejemplo (hypodeigma, 4,11) de desobediencia, y su castigo presagia el que nos aguarda si, como ellos, somos infieles; por el contrario, los santos del AT son para nosotros un ejemplo de fe (11,1-40).
El principio de las prefiguraciones, esbozado ya en el AT, explotado constantemente en el NT, definido explícitamente (con matices apreciables) por san Pablo y la carta a los Hebreos, es, pues, esencial a la revelación bíblica, cuyo desarrollo ayuda a comprender. De un Testamento al otro pone de relieve la continuidad de una vida de fe llevada por el pueblo de Dios a diferentes niveles, el primero de los cuales anunciaba “por modo de figuras” el que le debía seguir.
PIERRE GRELOT

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