Devoción a la Pasión de Cristo: Los sufrimientos de Nuestro Señor, que culminaron con su muerte en la Cruz, parecen haber sido concebidos como un todo inseparable desde época muy temprana. Incluso en los Hechos de los Apóstoles (1,3) San Lucas habla de aquellos a los que Cristo «se les presentó después de su Pasión" (griego: me to pathein utou). En la Vulgata esto ha sido traducido como post passionem suam, y no sólo el Testamento de Reims, sino las versiones anglicanas autorizadas y revisadas, así como la traducción medieval al inglés atribuida a Wyclif, han conservado la palabra "passion" en inglés. También encontramos Passio en el mismo sentido en otros escritos tempranos (por ejemplo, Tertuliano, "Adv. Marción.", IV, 40), y la palabra era claramente de uso común a mediados del siglo III, al igual que en Cipriano, Novaciano y Comodiano. Este último escribe:
Pero mientras que se puede admitir fácilmente la existencia de tal tendencia a correr un velo sobre el aspecto físico de la Pasión, sería fácil exagerar el efecto producido por los modos de pensamiento paganos sobre el sentimiento cristiano en los primeros siglos. Harnack va demasiado lejos cuando afirma que la mayoría de los griegos consideraron la Muerte y la Pasión de Cristo como un misterio demasiado sagrado como para ser objeto de contemplación o de especulación, y cuando declara que el sentir de la Iglesia Griega primitiva es representado con exactitud en el siguiente pasaje de Goethe: “Corremos un velo sobre los sufrimientos de Cristo simplemente porque los reverenciamos muy profundamente. Afirmamos que es una presunción reprensible el jugar, burlarse de y embellecer esos profundos misterios en los que yacen escondidas esas divinas profundidades de sufrimiento, no descansar nunca hasta que incluso el más noble parezca mediocre y de mal gusto "(Harnack," History of Dogma", tr, III, 306; cf. J. Reil," Die frühchristlichen Darstellungen der Kreuzigung Christi", 5).
Por otra parte, mientras que Harnack habla con cautela y moderación, otros escritores más populares se entregan a generalizaciones imprudentes como puede ilustrarse con el siguiente pasaje del arcediano Farraro: "El aspecto", dice, "en el que los primeros cristianos vieron la Cruz fue el de triunfo y exultación, nunca el de gemidos y miseria. Fue el emblema de la victoria y el éxtasis, no de sangre o de angustia" (Vea "El Mes", mayo de 1895, 89). Por supuesto, es cierto que hasta el siglo V los especímenes del arte cristiano que se han conservado en las catacumbas y en otros lugares no muestran rastros de ningún tipo de representación de la crucifixión. Incluso la simple cruz se encuentra raramente antes de la época de Constantino (Vea Arqueología de la Cruz y el Crucifijo), y cuando se va a indicar la figura de la víctima divina, a primera vista aparece más comúnmente bajo alguna forma simbólica, por ejemplo, la de un cordero, y por regla general no hay un intento de representar la crucifixión en forma realista. Una vez más, la literatura cristiana que ha sobrevivido, ya sea griega o latina, no se detiene en los detalles de la Pasión o muy frecuentemente recurre al motivo de los sufrimientos de nuestro Salvador. La tragedia conocida como "Cristus Patiens”, que se imprime con las obras de San Gregorio Nacianceno y se le atribuía anteriormente a él, es casi seguro una obra de fecha muy posterior, probablemente no antes del siglo XI (ver Krumbacher, "Byz . Lit.”, 746).
A pesar de todo esto sería precipitado inferir que la Pasión no era un tema de contemplación favorito de los ascetas cristianos. Para comenzar, los escritos apostólicos conservados en el Nuevo Testamento están lejos de dejar los sufrimientos de Cristo en el trasfondo como un motivo de esfuerzo cristiano. Tomamos, por ejemplo, las palabras de San Pedro (1 Pedro 2,19.21.23): “Porque bella cosa es tolerar penas, por consideración a Dios, cuando se sufre injustamente”; “Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas”; “…el que al ser insultado no respondía con insultos, al padecer no amenazaba…” etc.; o de nuevo: “Ya que Cristo padeció en la carne, armaos vosotros de este mismo pensamiento” (ibid., 4,1). Así San Pablo (Gál. 2,19-20): “…con Cristo estoy crucificado, y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”; y (ibid., 5,24): “Pues los que son de Cristo han crucificado la carne con sus vicios y concupiscencias” (cf. Col. 1,24); y quizás lo más sorprendente de todo (Gál. 6,14): “En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo.” Al ver la gran influencia que ejerce el Nuevo Testamento desde un período muy temprano sobre los líderes del pensamiento cristiano, es imposible creer que tales pasajes no dejaron su huella en la práctica devocional de Occidente, a pesar de que es fácil descubrir razones plausibles de por qué este espíritu no debería haberse mostrado más visible en la literatura. Sin duda, se manifestó en la devoción de los mártires que murieron en la imitación de su [[Jesucristo|Maestro], y en el espíritu de martirio que caracterizó a la Iglesia primitiva.
Además, realmente encontramos en un Padre Apostólico como San Ignacio de Antioquía, que, aunque sirio de nacimiento, escribió en griego y estaba en contacto con la cultura griega, un recuerdo muy continuo y práctico de la Pasión. Después de haber expresado en su Carta a los Romanos (cc. IV, IX) su deseo de ser martirizado, y al soportar muchas formas de sufrimiento para probarse a sí mismo como verdadero discípulo de Jesucristo, el santo continúa: “"Busco a Aquél que murió por nosotros; deseo a Aquél que resucitó por amor a nosotros. Los dolores de un nuevo nacimiento están sobre mí. Permitidme recibir la luz pura. Cuando yo llegue allí entonces seré un hombre. Permitidme ser imitador de la Pasión de mi Dios. Si alguno le tiene dentro de sí mismo, que entienda lo que deseo, y permitidle tener simpatía conmigo, porque él sabe las cosas que me afligen". Y otra vez, dice en su carta a los de Esmirna (c. IV): "cerca de la espada, cerca de Dios (es decir, Jesucristo), en compañía de las bestias salvajes, en compañía de Dios. Sólo dejad que sea en el nombre de Jesucristo. Para que podamos sufrir juntamente con Él" (griego: eis to sympathein auto).
Por otra parte, tomando la Iglesia siria en general ---y tan rica como lo fue en las tradiciones de Jerusalén estaba muy lejos de ser una parte de la cristiandad sin influencia--- encontramos que desde una época temprana se estableció una forma de devoción pronunciada e incluso emocional a la Pasión. Ya en el siglo II un fragmento de San Melitón de Sardes preservado para nosotros habla como el Padre Faber pudo haber hablado en los tiempos modernos. Apostrofando al pueblo de Israel, dice:
Por otra parte San Efrén, que escribió en el último cuarto del siglo IV, es anterior en fecha y aún más abundante y realista en su estudio minucioso de los detalles físicos de la Pasión. Es difícil expresar en una breve cita una impresión real del efecto producido por la largamente sostenida nota de lamentación en la que el orador y poeta da seguimiento a su tema. En los Himnos sobre la Pasión (Efrén, "Syri, hymni et Sermones", ed. Lamy, I) el escritor se mueve como un peregrino devoto de una escena a otra, y de un objeto a otro, encontrando por doquier nuevos motivos para la ternura y la compasión, mientras que los siete "Sermones para la Semana Santa", por su espíritu y tratamiento, podrían haber sido escritos por cualquier místico medieval. "¡A Él sea la gloria! ¡Cuánto sufrió!" es una exclamación que brota de labios del predicador de vez en cuando. Para ilustrar el tono general, el siguiente pasaje de una descripción de la flagelación debe ser suficiente:
Difícilmente podemos dudar de que poco después que las reliquias de la Cruz auténtica hubieron sido llevadas por los fieles devotos a todos los países cristianos (conocemos el hecho no sólo por la declaración de San Cirilo de Jerusalén mismo, sino también por las inscripciones halladas en el norte de África en fecha sólo un poco posterior) se introdujo algún ceremonial análogo a nuestra moderna "adoración" de la Cruz en el Viernes Santo, a imitación de la veneración similar rendida a la reliquia de la Cruz auténtica en Jerusalén. Fue en esta época también que se comenzó a representar la figura del Crucificado en el arte cristiano, aunque durante muchos siglos fue casi desconocido todo intento de presentación realista de los sufrimientos de Cristo. Incluso en Gregorio de Tours (De Gloria Mart.) una imagen de Cristo en la Cruz parece ser tratada como una especie de novedad.
Incluso himnos tales como "Pange lingua gloriosi praelium certaminis", y el "Vexilla Regis", ambos de Venancio Fortunato (c. 570), marcan claramente una tendencia cada vez mayor a detenerse en la Pasión como un objeto separado de contemplación. El más o menos dramático recital de la Pasión por tres diáconos que representan al "cronista", "Christus" y "Sinagoga", en el Oficio de Semana Santa se originó probablemente en el mismo período, y pocos siglos más tarde empezamos a encontrar las narraciones de la Pasión en los cuatro evangelistas copiada por separado en los libros de devoción. Este, por ejemplo, es el caso de la colección en inglés del siglo IX conocida como "el Libro de Cerne", la cual es una colección de devociones del siglo VIII (manuscrito Harley 2965) que contiene páginas relacionadas con los incidentes de la Pasión. En el siglo X el Cursus de la Santa Cruz fue añadido al oficio monástico (vea Bishop, "Origin of the Prymer", p. XXVII, n.).
Aún más sorprendente en su revelación de la evolución de la imaginación devocional es la existencia de tal poema vernáculo como el “Sueño de la Cruz", de Cynewulf, en el que se concibe el árbol de la cruz como contando su propia historia. Una parte de este poema anglosajón todavía está grabado con letras rúnicas en la célebre Cruz de Ruthwell en Dumfriesshire, Escocia. Las líneas en itálicas en el siguiente son partes del poema que aún se pueden leer sobre la piedra:
Bajo ninguna circunstancia hay que destacar que el primer caso registrado de estigmas (si dejamos fuera del relato el dudoso caso de San Pablo) fue el de San Francisco de Asís. Desde su tiempo ha habido más de 320 manifestaciones similares que tienen reclamos razonables para ser considerados genuinos (Poulain, "Gracias de la Oración Interior", tr., 175). Si consideramos éstos como totalmente sobrenaturales o en parte naturales en su origen, la frecuencia comparativa del fenómeno parece apuntar a una nueva actitud del misticismo católico en lo que se refiere a la Pasión de Cristo, que sólo se ha establecido desde el comienzo del siglo XIII. El testimonio del arte señala a una conclusión similar. Fue sólo cerca de esta época que los crucifijos realistas y a veces retorcidos extravagantemente encontraron algún favor general.
La gente, por supuesto, se rezagó detrás de los místicos y de las órdenes religiosas, pero ellos siguieron a su paso; y en los siglos XIV y XV tenemos innumerables ejemplos de la adopción por parte de los laicos de nuevas prácticas de piedad en honor a la Pasión de Nuestro Señor. Una de las más fecundas y prácticas fue ese tipo de peregrinación espiritual a los Santos Lugares de Jerusalén, que finalmente cristalizaron en lo que hoy conocemos como el "Camino de la Cruz". Las "Siete Caídas" y los "Siete Derramamientos de Sangre" de Cristo pueden considerarse como variantes de esta forma de devoción. Cuan verdaderamente genuina era la piedad evocada en una peregrinación real a Tierra Santa se hace muy evidente, entre otros documentos, por el relato de los viajes del dominico Félix Fabri a finales del siglo XV, y el inmenso trabajo que realizó para obtener las medidas exactas muestra cuán profundamente se conmovían los corazones de los hombres incluso por una imitación de peregrinación.
Igualmente, a este periodo pertenecen tanto la popularidad de los Pequeños Oficios de la Cruz y "De Passione", que se encuentran en muchas de las horas, manuscritos e impresos, así como la introducción de nuevas Misas en honor de la Pasión, como para ejemplo las que se celebran ahora casi universalmente en los viernes de Cuaresma. Por último, una inspección de los libros de oraciones compilados hacia el final de la Edad Media para el uso de los laicos, tales como el "Horae Beattie Mariae Virginis", el "Hortulus Animae", el "Paradisus Animae", etc., muestra la existencia de un inmenso número de oraciones ya sea conectadas con los incidentes de la Pasión o dirigidas a Jesucristo en la Cruz. Las más conocidas de ellos tal vez sean las quince oraciones atribuidas a Santa Brígida, y que se describen con más frecuencia como "Las Quince Os", por la exclamación con que comienza cada una.
En los tiempos modernos ha surgido una vasta literatura y también una himnodia en relación directa con la Pasión de Cristo. Muchas de las innumerables obras producidas en los siglos XVI, XVII y XVIII ya se han olvidado por completo, aunque todavía se continúa leyendo algunos libros como el medieval "Vida de Cristo" por el cartujo Ludolfo de Sajonia, los "Sufrimientos de Cristo" por el Padre Tomás de Jesús, el “Monte Calvario” del carmelita Guevara, o "la Pasión de Nuestro Señor" por el padre de La Palma, S.J. Aunque autores como Justo Lipsio y el Padre Gretser, S.J., a finales del siglo XVI, y Dom Calmet, OSB, en el siglo XVIII, hicieron mucho para ilustrar la historia de la Pasión a partir de fuentes históricas, la tendencia general de toda la literatura devocional fue ignorar los medios de información provistos por la arqueología y la ciencia, y mirar hacia las revelaciones de los místicos para complementar los relatos del Evangelio. Entre éstas, las Revelaciones de Santa Brígida de Suecia, de María de Agreda, de Marina de Escobar y, en tiempos relativamente recientes, las más famosas son la de Ana Catalina Emmerick.
Sin embargo, en los últimos años del siglo XIX se produjo una reacción contra este procedimiento, una reacción debida probablemente al hecho de que muchas de estas revelaciones claramente se contradicen entre sí, por ejemplo, sobre la cuestión de si el hombro derecho o el izquierdo de Nuestro Señor fue herido por el peso de la Cruz, o si nuestro Salvador fue clavado en la cruz de pie o acostado. En las mejores vidas modernas de nuestro Salvador, tales como las de Didon, Fouard y Le Camus, se hace todo uso de fuentes auxiliares de información, sin olvidar incluso el Talmud. La obra “La Pasión” (tr. 1905) de Pere Ollivier sigue el mismo curso, pero en muchos obras devocionales sobre este tema ampliamente leídas, por ejemplo: Faber, "Al Pie de la Cruz"; Gallwey "Los relojes de la Pasión", Coleridge,"Tiempo de Pasión", etc.; Groenings, “Historia de la Pasión" (tr. inglés); Belser, D'Gesch. d. Leidens d. Hernn; Grimm, "Leidengeschichte Christi", los escritores parecen haber considerado que la investigación histórica o crítica era incompatible con el propósito ascético de sus obras.
Fuente: Thurston, Herbert. "Devotion to the Passion of Christ." The Catholic Encyclopedia. Vol. 11. New York: Robert Appleton Company, 1911. 21 Jan. 2013 <http://www.newadvent.org/cathen/11527b.htm>.
Traducido por Luz María Hernández Medina.
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- "Hoc Deus hortatur, hoc lex, hoc passio Christi
- Ut resurrecturos nos credamus in novo saeclo."
Pero mientras que se puede admitir fácilmente la existencia de tal tendencia a correr un velo sobre el aspecto físico de la Pasión, sería fácil exagerar el efecto producido por los modos de pensamiento paganos sobre el sentimiento cristiano en los primeros siglos. Harnack va demasiado lejos cuando afirma que la mayoría de los griegos consideraron la Muerte y la Pasión de Cristo como un misterio demasiado sagrado como para ser objeto de contemplación o de especulación, y cuando declara que el sentir de la Iglesia Griega primitiva es representado con exactitud en el siguiente pasaje de Goethe: “Corremos un velo sobre los sufrimientos de Cristo simplemente porque los reverenciamos muy profundamente. Afirmamos que es una presunción reprensible el jugar, burlarse de y embellecer esos profundos misterios en los que yacen escondidas esas divinas profundidades de sufrimiento, no descansar nunca hasta que incluso el más noble parezca mediocre y de mal gusto "(Harnack," History of Dogma", tr, III, 306; cf. J. Reil," Die frühchristlichen Darstellungen der Kreuzigung Christi", 5).
Por otra parte, mientras que Harnack habla con cautela y moderación, otros escritores más populares se entregan a generalizaciones imprudentes como puede ilustrarse con el siguiente pasaje del arcediano Farraro: "El aspecto", dice, "en el que los primeros cristianos vieron la Cruz fue el de triunfo y exultación, nunca el de gemidos y miseria. Fue el emblema de la victoria y el éxtasis, no de sangre o de angustia" (Vea "El Mes", mayo de 1895, 89). Por supuesto, es cierto que hasta el siglo V los especímenes del arte cristiano que se han conservado en las catacumbas y en otros lugares no muestran rastros de ningún tipo de representación de la crucifixión. Incluso la simple cruz se encuentra raramente antes de la época de Constantino (Vea Arqueología de la Cruz y el Crucifijo), y cuando se va a indicar la figura de la víctima divina, a primera vista aparece más comúnmente bajo alguna forma simbólica, por ejemplo, la de un cordero, y por regla general no hay un intento de representar la crucifixión en forma realista. Una vez más, la literatura cristiana que ha sobrevivido, ya sea griega o latina, no se detiene en los detalles de la Pasión o muy frecuentemente recurre al motivo de los sufrimientos de nuestro Salvador. La tragedia conocida como "Cristus Patiens”, que se imprime con las obras de San Gregorio Nacianceno y se le atribuía anteriormente a él, es casi seguro una obra de fecha muy posterior, probablemente no antes del siglo XI (ver Krumbacher, "Byz . Lit.”, 746).
A pesar de todo esto sería precipitado inferir que la Pasión no era un tema de contemplación favorito de los ascetas cristianos. Para comenzar, los escritos apostólicos conservados en el Nuevo Testamento están lejos de dejar los sufrimientos de Cristo en el trasfondo como un motivo de esfuerzo cristiano. Tomamos, por ejemplo, las palabras de San Pedro (1 Pedro 2,19.21.23): “Porque bella cosa es tolerar penas, por consideración a Dios, cuando se sufre injustamente”; “Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas”; “…el que al ser insultado no respondía con insultos, al padecer no amenazaba…” etc.; o de nuevo: “Ya que Cristo padeció en la carne, armaos vosotros de este mismo pensamiento” (ibid., 4,1). Así San Pablo (Gál. 2,19-20): “…con Cristo estoy crucificado, y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”; y (ibid., 5,24): “Pues los que son de Cristo han crucificado la carne con sus vicios y concupiscencias” (cf. Col. 1,24); y quizás lo más sorprendente de todo (Gál. 6,14): “En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo.” Al ver la gran influencia que ejerce el Nuevo Testamento desde un período muy temprano sobre los líderes del pensamiento cristiano, es imposible creer que tales pasajes no dejaron su huella en la práctica devocional de Occidente, a pesar de que es fácil descubrir razones plausibles de por qué este espíritu no debería haberse mostrado más visible en la literatura. Sin duda, se manifestó en la devoción de los mártires que murieron en la imitación de su [[Jesucristo|Maestro], y en el espíritu de martirio que caracterizó a la Iglesia primitiva.
Además, realmente encontramos en un Padre Apostólico como San Ignacio de Antioquía, que, aunque sirio de nacimiento, escribió en griego y estaba en contacto con la cultura griega, un recuerdo muy continuo y práctico de la Pasión. Después de haber expresado en su Carta a los Romanos (cc. IV, IX) su deseo de ser martirizado, y al soportar muchas formas de sufrimiento para probarse a sí mismo como verdadero discípulo de Jesucristo, el santo continúa: “"Busco a Aquél que murió por nosotros; deseo a Aquél que resucitó por amor a nosotros. Los dolores de un nuevo nacimiento están sobre mí. Permitidme recibir la luz pura. Cuando yo llegue allí entonces seré un hombre. Permitidme ser imitador de la Pasión de mi Dios. Si alguno le tiene dentro de sí mismo, que entienda lo que deseo, y permitidle tener simpatía conmigo, porque él sabe las cosas que me afligen". Y otra vez, dice en su carta a los de Esmirna (c. IV): "cerca de la espada, cerca de Dios (es decir, Jesucristo), en compañía de las bestias salvajes, en compañía de Dios. Sólo dejad que sea en el nombre de Jesucristo. Para que podamos sufrir juntamente con Él" (griego: eis to sympathein auto).
Por otra parte, tomando la Iglesia siria en general ---y tan rica como lo fue en las tradiciones de Jerusalén estaba muy lejos de ser una parte de la cristiandad sin influencia--- encontramos que desde una época temprana se estableció una forma de devoción pronunciada e incluso emocional a la Pasión. Ya en el siglo II un fragmento de San Melitón de Sardes preservado para nosotros habla como el Padre Faber pudo haber hablado en los tiempos modernos. Apostrofando al pueblo de Israel, dice:
- "Tú mataste a tu Señor y Él fue levantado sobre un árbol y se le fijó una tableta para indicar quién era él que fue condenado a muerte ---¿Y quién era éste?--- Escuchen mientras tiemblan: ---Aquel por cuya causa tembló la tierra; El que suspendió la tierra fue colgado; El que fija los cielos fue fijado con clavos; El que apoyó la tierra fue apoyado en un árbol; el Señor fue expuesto a la ignominia con un cuerpo desnudo; Dios fue [homicidio|asesinado]]; el Rey de Israel muerto por una mano derecha israelita. ¡Ah, la fresca maldad del asesinato fresco! El Señor fue expuesto con un cuerpo desnudo, Él no fue considerado digno siquiera de ropa, pero a fin de que no pudiera ser visto, las luces fueron apagadas, y el día se oscureció porque estaban matando a Dios, que estaba desnudo en el madero" (Cureton,"Spicilegium syriacum ", 55).
Por otra parte San Efrén, que escribió en el último cuarto del siglo IV, es anterior en fecha y aún más abundante y realista en su estudio minucioso de los detalles físicos de la Pasión. Es difícil expresar en una breve cita una impresión real del efecto producido por la largamente sostenida nota de lamentación en la que el orador y poeta da seguimiento a su tema. En los Himnos sobre la Pasión (Efrén, "Syri, hymni et Sermones", ed. Lamy, I) el escritor se mueve como un peregrino devoto de una escena a otra, y de un objeto a otro, encontrando por doquier nuevos motivos para la ternura y la compasión, mientras que los siete "Sermones para la Semana Santa", por su espíritu y tratamiento, podrían haber sido escritos por cualquier místico medieval. "¡A Él sea la gloria! ¡Cuánto sufrió!" es una exclamación que brota de labios del predicador de vez en cuando. Para ilustrar el tono general, el siguiente pasaje de una descripción de la flagelación debe ser suficiente:
- ”Después de muchas protestas vehementes contra Pilato, el Todopoderoso fue azotado como el más vil criminal. Seguramente debe haber habido conmoción y el horror a la vista. Que se sobrecojan los cielos y la tierra al contemplar al que oscila la vara de fuego, Él mismo herido con azotes, para que contemplen al que extendió por toda la tierra el velo de los cielos y quien fijó los cimientos de las montañas, el distribuye el peso de la tierra sobre las aguas y envía el abrasador relámpago, ahora golpeado por infames desgraciados sobre una columna de piedra que Su propia palabra ha creado. Ellos, en efecto, estiraron sus piernas y le ultrajaron con burlas. Un hombre a quien Él formó ejerció esgrimió el flagelo. Aquel que sostiene todas las criaturas con su poder sometió su espalda a sus azotes. Él que es el brazo derecho del Padre cedió sus propios brazos para ser extendidos. El pilar de la ignominia fue abrazado por Él que lleva y sostiene los cielos y la tierra en todo su esplendor" (Lamy, I, 511 ss.).
- "La columna misma debe haber temblado como si estuviera viva, la piedra fría debe haber sentido que el Maestro estaba atado a ella, el que le había dado su ser. La columna se estremeció sabiendo que el Señor de todas las criaturas estaba siendo azotado". Y añade, como una maravilla, atestiguada incluso en su propia época, que la "columna se había contraído de miedo bajo el cuerpo de Cristo".
Difícilmente podemos dudar de que poco después que las reliquias de la Cruz auténtica hubieron sido llevadas por los fieles devotos a todos los países cristianos (conocemos el hecho no sólo por la declaración de San Cirilo de Jerusalén mismo, sino también por las inscripciones halladas en el norte de África en fecha sólo un poco posterior) se introdujo algún ceremonial análogo a nuestra moderna "adoración" de la Cruz en el Viernes Santo, a imitación de la veneración similar rendida a la reliquia de la Cruz auténtica en Jerusalén. Fue en esta época también que se comenzó a representar la figura del Crucificado en el arte cristiano, aunque durante muchos siglos fue casi desconocido todo intento de presentación realista de los sufrimientos de Cristo. Incluso en Gregorio de Tours (De Gloria Mart.) una imagen de Cristo en la Cruz parece ser tratada como una especie de novedad.
Incluso himnos tales como "Pange lingua gloriosi praelium certaminis", y el "Vexilla Regis", ambos de Venancio Fortunato (c. 570), marcan claramente una tendencia cada vez mayor a detenerse en la Pasión como un objeto separado de contemplación. El más o menos dramático recital de la Pasión por tres diáconos que representan al "cronista", "Christus" y "Sinagoga", en el Oficio de Semana Santa se originó probablemente en el mismo período, y pocos siglos más tarde empezamos a encontrar las narraciones de la Pasión en los cuatro evangelistas copiada por separado en los libros de devoción. Este, por ejemplo, es el caso de la colección en inglés del siglo IX conocida como "el Libro de Cerne", la cual es una colección de devociones del siglo VIII (manuscrito Harley 2965) que contiene páginas relacionadas con los incidentes de la Pasión. En el siglo X el Cursus de la Santa Cruz fue añadido al oficio monástico (vea Bishop, "Origin of the Prymer", p. XXVII, n.).
Aún más sorprendente en su revelación de la evolución de la imaginación devocional es la existencia de tal poema vernáculo como el “Sueño de la Cruz", de Cynewulf, en el que se concibe el árbol de la cruz como contando su propia historia. Una parte de este poema anglosajón todavía está grabado con letras rúnicas en la célebre Cruz de Ruthwell en Dumfriesshire, Escocia. Las líneas en itálicas en el siguiente son partes del poema que aún se pueden leer sobre la piedra:
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- Yo tenía todo el poder
- para hacer caer a sus enemigos,
- pero aun así, me mantuve firme.
- Entonces, el joven héroe se preparó,
- que era el Todopoderoso,
- fuerte y firme de ánimo,
- montó la sublime cruz,
- valientemente a los ojos de muchos,
- cuando quiso redimir a la humanidad.
- Yo temblaba cuando el héroe me abrazó,
- aun así no me atreví a inclinarme a tierra,
- a caer al seno de la tierra,
- sino que me vi obligada a permanecer firme,
- una cruz fui criada yo,
- levanté el poderoso Rey,
- El Señor de los cielos,
- no me atreví a caer.
- Me han traspasado con clavos oscuros,
- sobre mí son visibles las heridas.
Bajo ninguna circunstancia hay que destacar que el primer caso registrado de estigmas (si dejamos fuera del relato el dudoso caso de San Pablo) fue el de San Francisco de Asís. Desde su tiempo ha habido más de 320 manifestaciones similares que tienen reclamos razonables para ser considerados genuinos (Poulain, "Gracias de la Oración Interior", tr., 175). Si consideramos éstos como totalmente sobrenaturales o en parte naturales en su origen, la frecuencia comparativa del fenómeno parece apuntar a una nueva actitud del misticismo católico en lo que se refiere a la Pasión de Cristo, que sólo se ha establecido desde el comienzo del siglo XIII. El testimonio del arte señala a una conclusión similar. Fue sólo cerca de esta época que los crucifijos realistas y a veces retorcidos extravagantemente encontraron algún favor general.
La gente, por supuesto, se rezagó detrás de los místicos y de las órdenes religiosas, pero ellos siguieron a su paso; y en los siglos XIV y XV tenemos innumerables ejemplos de la adopción por parte de los laicos de nuevas prácticas de piedad en honor a la Pasión de Nuestro Señor. Una de las más fecundas y prácticas fue ese tipo de peregrinación espiritual a los Santos Lugares de Jerusalén, que finalmente cristalizaron en lo que hoy conocemos como el "Camino de la Cruz". Las "Siete Caídas" y los "Siete Derramamientos de Sangre" de Cristo pueden considerarse como variantes de esta forma de devoción. Cuan verdaderamente genuina era la piedad evocada en una peregrinación real a Tierra Santa se hace muy evidente, entre otros documentos, por el relato de los viajes del dominico Félix Fabri a finales del siglo XV, y el inmenso trabajo que realizó para obtener las medidas exactas muestra cuán profundamente se conmovían los corazones de los hombres incluso por una imitación de peregrinación.
Igualmente, a este periodo pertenecen tanto la popularidad de los Pequeños Oficios de la Cruz y "De Passione", que se encuentran en muchas de las horas, manuscritos e impresos, así como la introducción de nuevas Misas en honor de la Pasión, como para ejemplo las que se celebran ahora casi universalmente en los viernes de Cuaresma. Por último, una inspección de los libros de oraciones compilados hacia el final de la Edad Media para el uso de los laicos, tales como el "Horae Beattie Mariae Virginis", el "Hortulus Animae", el "Paradisus Animae", etc., muestra la existencia de un inmenso número de oraciones ya sea conectadas con los incidentes de la Pasión o dirigidas a Jesucristo en la Cruz. Las más conocidas de ellos tal vez sean las quince oraciones atribuidas a Santa Brígida, y que se describen con más frecuencia como "Las Quince Os", por la exclamación con que comienza cada una.
En los tiempos modernos ha surgido una vasta literatura y también una himnodia en relación directa con la Pasión de Cristo. Muchas de las innumerables obras producidas en los siglos XVI, XVII y XVIII ya se han olvidado por completo, aunque todavía se continúa leyendo algunos libros como el medieval "Vida de Cristo" por el cartujo Ludolfo de Sajonia, los "Sufrimientos de Cristo" por el Padre Tomás de Jesús, el “Monte Calvario” del carmelita Guevara, o "la Pasión de Nuestro Señor" por el padre de La Palma, S.J. Aunque autores como Justo Lipsio y el Padre Gretser, S.J., a finales del siglo XVI, y Dom Calmet, OSB, en el siglo XVIII, hicieron mucho para ilustrar la historia de la Pasión a partir de fuentes históricas, la tendencia general de toda la literatura devocional fue ignorar los medios de información provistos por la arqueología y la ciencia, y mirar hacia las revelaciones de los místicos para complementar los relatos del Evangelio. Entre éstas, las Revelaciones de Santa Brígida de Suecia, de María de Agreda, de Marina de Escobar y, en tiempos relativamente recientes, las más famosas son la de Ana Catalina Emmerick.
Sin embargo, en los últimos años del siglo XIX se produjo una reacción contra este procedimiento, una reacción debida probablemente al hecho de que muchas de estas revelaciones claramente se contradicen entre sí, por ejemplo, sobre la cuestión de si el hombro derecho o el izquierdo de Nuestro Señor fue herido por el peso de la Cruz, o si nuestro Salvador fue clavado en la cruz de pie o acostado. En las mejores vidas modernas de nuestro Salvador, tales como las de Didon, Fouard y Le Camus, se hace todo uso de fuentes auxiliares de información, sin olvidar incluso el Talmud. La obra “La Pasión” (tr. 1905) de Pere Ollivier sigue el mismo curso, pero en muchos obras devocionales sobre este tema ampliamente leídas, por ejemplo: Faber, "Al Pie de la Cruz"; Gallwey "Los relojes de la Pasión", Coleridge,"Tiempo de Pasión", etc.; Groenings, “Historia de la Pasión" (tr. inglés); Belser, D'Gesch. d. Leidens d. Hernn; Grimm, "Leidengeschichte Christi", los escritores parecen haber considerado que la investigación histórica o crítica era incompatible con el propósito ascético de sus obras.
Fuente: Thurston, Herbert. "Devotion to the Passion of Christ." The Catholic Encyclopedia. Vol. 11. New York: Robert Appleton Company, 1911. 21 Jan. 2013 <http://www.newadvent.org/cathen/11527b.htm>.
Traducido por Luz María Hernández Medina.
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