miércoles, 30 de septiembre de 2015

Tefat.

El Tofet (originariamente quizá Tefat = hoguera) era un lugar execrado con los sacrificios humanos por el fuego (Jr 7,31-34; 19,3-9). Se encuentra en el Valle de Hinnom Gehenna. Se convierte en lugar de castigo escatológico.

Tofet

El Tofet (originariamente quizá Tefat = hoguera) era un lugar execrado con los sacrificios humanos por el fuego (Jr 7,31-34; 19,3-9). Se encuentra en el Valle de Hinnom Gehenna. Se convierte en lugar de castigo escatológico.

lunes, 28 de septiembre de 2015

David, Rey.

En la Biblia, el nombre de David sólo lo ostenta el segundo rey de Israel, el bisnieto de Booz y Rut (Rut 4 18 ss.). Era el más joven de los ocho hijos de Isaí, o Jesé (I Reyes 16 8; cf. I Cro 2 13), un pequeño propietario de la tribu de Judá que habitaba en Belén, dónde nació David. Nuestro conocimiento de la vida y características de David se deriva exclusivamente de las páginas de Sagrada Escritura (ver I R 16; II R 2; I Cro 2, 3 y 10-19; Rut 4 18-22) y los títulos de muchos Salmos. Según la cronología usual, David nació en 1085 y reinó de 1055 a 1015 a.C. Recientes escritores han datado su reinado, deduciéndolo de inscripciones asírias,  unos 30 ó 50 años más tarde. Por las limitaciones, no es posible dar más que un esbozo de los eventos de su vida y una simple estimación de sus características y su importancia en la historia del pueblo elegido, como rey, salmista, profeta e imagen del Mesías.
La historia de David se divide en tres períodos: (1) antes de su elevación al trono; (2) su reinado, en Hebrón sobre Judá y en Jerusalén sobre todo Israel, hasta su pecado; (3) su pecado y sus últimos años. Aparece primero en la historia sagrada como un joven  pastor que cuidaba los rebaños de su padre en los campos cercanos a Belén, "rubio, de bellos ojos y hermosa presencia”.
Samuel, el profeta y último de los jueces, fue enviado a ungirlo en lugar de Saúl. a quien Dios había rechazado por su desobediencia. Los relatos de David no parecen haber reconocido la importancia de esta unción que lo marcó como sucesor al trono después de la muerte de Saúl.
Durante un período de enfermedad, cuando un espíritu maligno atormentaba a Saúl, David fue llevado a la corte para aliviar al rey tocando el arpa. Ganó la gratitud de Saúl y lo puso al frente del ejército, pero su estancia en la corte fue breve. Más tarde, mientras sus tres hermanos mayores estaban en el campo, luchando bajo Saúl contra los Filisteos, David fue enviado al campamento con algunos comestibles y regalos; allí oyó las palabras con las que el gigante, Goliat de Gat, desafiaba a todo Israel a un combate singularizar y él se ofreció para matar al filisteo con la ayuda de Dios. Su victoria sobre Goliat provocó la derrota del enemigo. Las preguntas de Saúl a Abner en este momento, parecen implicar que él nunca había visto antes a David, sin embargo, como hemos visto, David ya había estado en la corte. Se han hecho varias conjeturas para explicar esta dificultad. Como el pasaje hace pensar en una contradicción en el texto hebreo, es omitido por la traducción de los Setenta, algunos autores han aceptado el texto griego en preferencia al hebreo. Otros suponen que el orden de las narraciones se ha confundido en nuestro texto hebreo actual. Un solución más simple y más probable mantiene que, en la segunda ocasión, Saúl sólo preguntó a Abner por la familia de David y sobre su infancia. Antes no había prestado atención a estas cosas.
La victoria de David sobre Goliat le ganó la amistad entrañable de Jonatán, el hijo de Saúl. Obtuvo un lugar permanente en la corte, pero su gran popularidad y las imprudentes canciones de las mujeres excitaron los celos del rey, que intentó matarlo en dos ocasiones. Como jefe de mil hombres buscó nuevos riesgos para ganar la mano de Merab, la hija mayor de Saúl: pero, a pesar de la promesa del rey, fue dada a Adriel de Mejolá. Mical, la otra hija de Saúl, estaba enamorada de David, y, con la esperanza de que finalmente fuera muerto por los Filisteos, su padre prometió dársela en matrimonio, con tal de que David matara a cien Filisteos. David tuvo éxito y se caso con Mical. Este éxito, sin embargo, hizo temer más a Saúl y finalmente le indujo a ordenar que debiera matarse a David. Por mediación de Jonatán fue perdonado durante un tiempo, pero el odio de Saúl le obligó finalmente a huir de la corte.
Primero fue a Ramá y desde allí, con Samuel, a Nayot. Los grandes esfuerzos de Saúl por asesinarlo eran frustrado por la interposición directa de Dios. Una entrevista con Jonatán le convenció de que la reconciliación con Saúl era imposible y de que, para el resto del reino, él era un desterrado y un bandido. En Nob, David y sus compañeros fueron armados por el sacerdote Ajimélec,  que después fue acusado de conspiración y asesinado con todos sus sacerdotes. De Nob, David fue a la corte de Aquis, rey de Gat,  de donde escapó de la muerte fingiendo locura. En su retorno se convirtió en cabeza de una banda de aproximadamente cuatrocientos hombres, algunos parientes suyos otros entrampados y desesperados, que se reunieron en la cueva o refugio de Adulán. Poco tiempo después su número llegó a seiscientos. David liberó la ciudad de Queilá de los filisteos, pero fue obligado a huir de nuevo de Saúl. Su siguiente morada fue el desierto de Zif, memorable por la visita de Jonatán y por la alevosía de los zifitas que avisaron al rey. David se libró por la llamada a Saúl para rechazar un ataque de los filisteos. En los desiertos de Engadí estuvo de nuevo en gran peligro; pero, cuando Saúl estaba a su merced, él generosamente le perdonó la vida. La aventura con Nabal, el matrimonio de David con Abigail, y una segunda ocasión rehusada de matar a Saúl, fueron seguidas por la decisión de David de ofrecer sus servicios a Aquis de Gat y así poner fin a la persecución de Saúl. Como vasallo del rey filisteo, se estableció en Sicelag, desde donde hizo incursiones a las tribus vecinas, devastando sus tierras y no dejando con vida hombre ni mujer. Pretendiendo que estas expediciones eran contra su propio pueblo de Israel, se aseguró el favor de Aquis. Sin embargo, cuando los filisteos se prepararon en Afec para emprender la guerra contra Saúl, los otros príncipes no fueron partidarios de confiar en David, y él regresó a Sicelag. Durante su ausencia había sido atacada por los amalecitas. David los persiguió, destruyó sus fuerzas y recuperó todo su botín. Entretanto había tenido lugar la fatal batalla en el monte de Gelboé, en la que Saúl y Jonatán fueron muertos. La elegía conmovedora, que se conserva para nosotros en II Reyes 1, es un arranque de pesar de David por su muerte.
Por mandato de Dios, David, que tenía ahora treinta años, subió a Hebrón para reclamar el poder real. Los hombres de Judá lo aceptaron como rey y fue ungido de nuevo, solemne y públicamente. Por influencia de Abner, el resto de Israel permanecía fiel a Isbóset, hijo de Saúl. Abner atacó las fuerzas de David, pero fue derrotado en Gabaón. La guerra civil continuó durante algún tiempo, pero el poder de David aumentaba continuamente. En Hebrón tuvo seis hijos: Amnón, Quilab, Absalón, Adonías, Sefatías, y Yitreán. Como resultado de una riña con Isbóset, Abner hizo maniobras para llevar a todo Israel bajo el poder de David; sin embargo, fue alevosamente asesinado por Joab, sin el consentimiento del rey. Isbóset fue asesinado por dos benjamitas y David fue aceptado por todo Israel y ungido rey. Su reinado en Hebrón sobre Judá había durado siete años y medio.
David tuvo éxito en sus sucesivas guerras, haciendo de Israel un estado independiente  y provocando que su propio nombre fuera respetado por todas las naciones circundantes. Una notable hazaña fue, al principio de su reinado, la conquista de la ciudad jebusita de Jerusalén, a la que hizo capital de su reino, “la ciudad de David”, el centro político de la nación. Construyó un palacio, tomó más esposas y concubinas, y engendró más hijos e hijas. Habiéndose liberado del yugo de los filisteos, resolvió hacer de Jerusalén el centro religioso de su pueblo, transportando el Arca de la Alianza (ver artículo) desde Baalá (Quiriat Yearín). La trajo a Jerusalén y la puso en la nueva tienda construida por el rey. Después, cuando propuso construir un templo para ella, le fue dicho, por el profeta Natán, que Dios había reservado esta tarea para su sucesor. En premio a su piedad, le fue hecha la promesa de que Dios le construiría a una casa y establecería su reino para siempre.
No hay detalles sobre las diversas guerras emprendidas por David; sólo tenemos algunos hechos aislados. La guerra con los amonitas es recordada de un modo más completo porque, cuando su ejército estaba en el campo durante esta campaña, David cometió los pecados de adulterio y asesinato, atrayendo por ello grandes calamidades para él y su casa. Estaba entonces en la plenitud de su poder, era un gobernante respetado por todas las naciones, del Eufrates al Nilo. Después de su pecado con Betsabé y el asesinato indirecto de Urías su marido, David la convirtió en su esposa. Pasço un año de arrepentimiento por su pecado, pero su contrición fue tan sincera que Dios le perdonó; aunque, al mismo tiempo, le anunció los severos sufrimientos que le sucederían. El espíritu con que David aceptó estas penas lo ha hecho en todo tiempo modelo de penitentes. El incesto de Amnón y el fratricidio de Absalón (ver artículo) trajeron la vergüenza y la aflicción a David. Absalón permaneció tres años en el destierro. Cuando fue llamado de regreso, David lo mantuvo en desgracia durante dos años más y entonces le restauró a su anterior dignidad, sin ninguna señal de arrepentimiento. Molesto por el tratamiento de su padre, Absalón se consagró durante los siguientes cuatro años a seducir a la gente y finalmente se proclamó rey en Hebrón. David fue cogido por sorpresa y obligado a huir de Jerusalén. Las circunstancias de su huída se narran en la Escritura con gran simplicidad y patetismo. El rechazo de Absalón del consejo de Ajitófel y su consecuente retraso en la persecución del rey, hizo posible a éste último reunir sus fuerzas y vencer en Majanáin dónde Absalón murió. David retornó triunfante a Jerusalén. Una gran rebelión bajo Seba fue reprimida rápidamente en el Jordán.
En este punto de la narración de II de Reyes leemos que “hubo hambre, en los días de David, durante tres años consecutivos”, en castigo por el pecado de Saúl contra los gabaonitas. A su llamada, siete de la familia de Saúl fueron entregados para ser crucificados. No es posible fijar la fecha exacta de la hambruna. En otras ocasiones, David mostró gran compasión con los descendientes de Saúl, sobre todo con Mefibóset, el hijo de su amigo Jonatán. Después de una breve mención de cuatro expediciones contra los filisteos, el escritor sagrado recuerda un pecado de orgullo por parte de David en su resolución de hacer un censo del pueblo. Como penitencia por este pecado, se le permitió escoger entre hambre, derrotas o peste. David escogió la tercera y en tres días murieron 70.000. Cuando el ángel estaba a punto de golpear Jerusalén, Dios se apiadó y cesó la peste. David fue enviado a ofrecer un sacrificio en la era de Arauná, el lugar del futuro templo.
Los últimos días de David fueron perturbados por la ambición de Adonías, cuyos planes para la sucesión fueron frustrados por Natán, el profeta, y Betsabé, la madre de Salomón. El hijo que nació después del arrepentimiento de David, fue elegido con preferencia sobre sus hermanos mayores. Para asegurarse que Salomón le sucedería en el trono, David lo había ungido públicamente. Las últimas palabras recogidas del anciano rey son una exhortación a Salomón a ser fiel a Dios, premiar a los sirvientes fieles y para castigar a los malos. David falleció a la edad de setenta años, tras haber reinado en Jerusalén treinta y tres años. Fue enterrado en el Monte Sión. San Pedro dice que su tumba todavía existía en el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles (Hch 2 29). David es honrado por la Iglesia como un santo. Se le cita en el Martirologio romano, el 29 de diciembre.
El carácter histórico de las narraciones sobre la vida de David ha sido atacado principalmente por escritores que han desatendido el propósito del narrador de I Cro. Este pasa por encima los acontecimientos que no están relacionadas con la historia del Arca. En los Libros de los Reyes se narran los eventos principales, buenos y malos. La Biblia recuerda los pecados de David y sus debilidades sin excusa ni paliativos, pero también recuerda su arrepentimiento, sus actos de virtud, su generosidad hacia Saúl, su gran fe y su piedad. Los críticos que han juzgado duramente su carácter no han considerado las circunstancias difíciles en las que vivió o los modales de su edad. No es crítico ni científico exagerar sus faltas o imaginar que toda la historia es una serie de mitos. La vida de David fue un momento importante en la historia de Israel. Fue el fundador real de la monarquía, la cabeza de la dinastía. Escogido por Dios “como un hombre según Su propio corazón”, David fue probado en la escuela del sufrir durante los días de destierro y se convirtió en un renombrado líder militar. A él es debida la completa organización del ejército. Dio una capital, una corte y un gran centro de culto religioso, a Israel. La pequeña banda de Adulán se convirtió en el núcleo de una eficiente fuerza. Cuando fue proclamado rey de todo Israel, tenía 339.600 hombres bajo su mando. En el censo se cuentan 1.300.000 capaces de empuñar un arma. Un ejército dispuesto, que constaba de doce cuerpos, cada uno con 24.000 hombres, que se turnaban para servir durante un mes cada vez, en la guarnición de Jerusalén. La administración de su palacio y su reino exigió un gran séquito de sirvientes y oficiales. Sus diferentes funciones están fijas en I Cro 27. El rey mismo ejerció la función de juez, aunque posteriormente los levitas fueron designados para este propósito, así como otros oficiales menores.
Cuando el Arca fue llevada a Jerusalén, David emprendió la organización del culto religioso. Las funciones sagradas se confiaron a 24.000 levitas; además 6.000 fueron escribas y jueces, 4.000 porteros, y 4.000 cantores. Organizó las diversas partes de los ritos, y asignó a cada sección sus tareas. Los sacerdotes estaban divididos en veinticuatro familias; los músicos en veinticuatro coros. A Salomón había sido reservado el privilegio de construir la casa de Dios; pero David hizo amplias preparaciones para el trabajo reuniendo tesoros y materiales, así como transmitiendo a su hijo un plan para el edificio y todo sus detalles. Se nos relata en I Cro.,  cómo exhortó a su hijo Salomón para llevar a cabo este gran trabajo y dio a conocer a la asamblea de jefes la importancia de las preparaciones.
La parte más importante de los trabajos del templo, musicada y cantada, como compuso  David, está rápidamente explicada con sus habilidades poéticas y musicales. Su habilidad para la música se recuerda en I Reyes, 16 18 y Amós 6 5. Se encuentran poemas compuestos por él en II Reyes, 1, 3, 22 y 23. Su conexión con el Libro de Salmos, muchos de los cuales se atribuyen expresamente a diferentes situaciones de su carrera, fue tomada para atribuirle por parte de muchos,  en los últimos tiempos, todo Salterio. La paternidad literaria de estos himnos y las cuestiones acerca de en qué medida pueden ser considerados un medio para proporcionar material ilustrativo sobre la vida de David, se trata en el artículo los SALMOS.
David no fue meramente un rey y gobernante, también fue un profeta. “El espíritu del Señor ha hablado por mi y su palabra por mi lengua” (II Reyes, 23 2), es una declaración directa de inspiración profética en el poema allí  recordado. San Pedro nos dice que era un profeta (Hch  2 30). Sus profecías están inmersas en los Salmos literalmente mesiánicos que compuso y en las “últimas palabras de David” (II R 23). El carácter literal de estos Salmos Mesiánicos se indica en el Nuevo Testamento. Ellos se refieren al sufrimiento, la persecución y la liberación triunfante de Cristo, o a las prerrogativas conferidas a Él por el Padre. Además de estas profecías directas, el propio David siempre ha sido considerado como un modelo del Mesías. En esto la Iglesia siguió las enseñanzas de los profetas del Antiguo Testamento. El Mesías sería el gran rey teocrático; David, el antepasado del Mesías, era un rey según el corazón de Dios. Se atribuyen sus cualidades y su mismo nombre al Mesías. Episodios en la vida de David son considerados por los Padres como prefiguración de la vida de Cristo; Belén es el lugar de nacimiento de ambos; la vida de pastor de David apunta hacia Cristo, el Buen Pastor; las cinco piedras escogidas para matar a Goliat son tipo de las cinco llagas; la traición por su consejero de confianza, Ajitófel, y el pasaje en el Cedrón nos recuerda la Sagrada Pasión de Cristo. Muchos de los Salmos davídicos, tal y como los comprendemos, desde el Nuevo Testamento, son claramente el anuncio del futuro Mesías.
JOHN CORBETT
Transcrito por Judy Levandoski

En memoria de Andrew Levandoski
Traducido por Quique Sancho

DESIERTO. TEOLOGÍA BÍBLICA.

SUMARIO: I. Antiguo Testamento: 1. ¿Idealización del desierto? 2. Experiencia del éxodo: a) Geografía espiritual, b) Las aguas de Mará, c) El maná y las codornices, d) El agua de la roca; 3. Sentido del período del desierto; 4. Finitud y libertad. II. Nuevo Testamento: 1. Jesús tentado en el desierto; 2. El desierto-salvación.

La experiencia monástica desde la antigüedad, la literatura patrística y luego, paulatinamente, una serie innumerable de escritos espirituales han cristalizado en un cliché teológico-espiritual relativo al "desierto", bien en sentido real, bien en sentido metafórico, como "lugar" de encuentro con el absoluto, como escuela de ascesis y de oración. Los Hermanitos de Spello, por ejemplo, enseñan cómo pasar una "jornada en el desierto". El "desierto" se ha convertido también en sinónimo de eremitismo o de retiro espiritual. Esta indicación basta para comprender toda la fuerza evocativa, para la espiritualidad cristiana, del tema del desierto. Pero ¿cómo nos presenta la Biblia la experiencia del desierto?
I. ANTIGUO TESTAMENTO. 1. ¿IDEALIZACIÓN DEL DESIERTO? El AT utiliza varios términos para hablar del desierto, es decir, el lugar contrapuesto a la tierra cultivada o rica en pastos, habitada por el hombre y transformada por su trabajo. El desierto es un "lugar" no humanizado. Sin embargo, los desiertos de los que habla la Biblia no estaban totalmente deshabitados, bien porque había en ellos oasis o bien por las abundantes lluvias de otoño y de invierno, que hacían crecer un poco de hierba y permitían a los beduinos un poco de pasto. Por otra parte, en Palestina no hay grandes extensiones de arena. Para muchos textos bíblicos, lo que está en primer plano es el desierto asociado al período del éxodo y de la entrada en la tierra de Canaán.
Lo que es característico del lenguaje bíblico del desierto es la asociación del desierto con el caos primordial. Efectivamente, en el desierto reina "la soledad rugiente de la desolación"(Dt 32,10), símbolo del castigo de Dios que lo reduce todo a "una desolación, árida como el desierto" (Sof 3,2). El desierto es la morada de las fieras, de los búhos, de las avestruces y de los sátiros (Is 13,21); lugar frecuentado por los perros salvajes, por las hienas y por el demonio de la noche, Lilit (Is 34,14). El desierto es una región árida, esto es, sin vida (Lev 16,22; cf Is 53,8; Ez 37,11), porque carece de agua, fuente de vida. Es un lugar terrible y espantoso, en donde sólo viven serpientes venenosas y escorpiones; lugar de sed y sin agua (Dt 8,15). El desierto es también en donde el Creador planta para el hombre el jardín de Edén, con abundancia de agua y de vida (Gén 2,814); la acción creadora divina es vista como una victoria sobre el desierto inhabitable, sobre el caos primordial.
De los pasajes citados no se saca ciertamente la impresión de que Israel idealizase el desierto. Al contrario, éste mantiene en el AT una connotación negativa. Sin embargo, en ese desierto interviene Dios con amor en favor de su pueblo (Dt 32,10; Jer 31,12; Os 9,10) para vincularlo consigo, lo guía para que pase seguro a través de la prueba (Dt 8,15; 29,4; Am 2,10; Sal 136,16; etc.), lo lleva sobre sus espaldas lo mismo que un padre cargado con su hijo.
El desierto fue el período del enamoramiento: "Esto dice el Señor: Me he acordado de ti, en los tiempos de tu juventud, de tu amor de novia, cuando me seguías en el desierto, en una tierra sin cultivar" (Jer 2,2). Pero esto no significa que el desierto fuera el "tiempo ideal", como si dijéramos: ¡Israel estaba afligido y Dios se enamoró de él! Lo que hace recordar con nostalgia ese "momento" no es tanto la belleza o el atractivo del desierto, sino más bien la experiencia del amor de Dios. Quizá la atribución a los profetas anteriores al destierro de una idealización del período del desierto dependa de una opción incorrecta y basada en prejuicios, según la cual los profetas se habrían opuesto a cualquier forma de culto y habrían deseado una "fe desnuda" (cf Am 5,2127).
También /Oseas añora un retorno al desierto; pero para expresar el deseo de un nuevo comienzo de la historia de Israel, que se había contaminado de los cultos cananeos (Os 2,1419). Dice el Señor: "Pero yo la atraeré y la guiaré al desierto, donde hablaré a su corazón" (Os 2,16). Para Amós, Oseas y Jeremías el desierto no es un ideal de vida nómada a la que aspiren contra la forma de vivir urbana o campesina. Ellos se distinguen con claridad de la secta de los recabitas (Jer 35). Por lo demás, la Biblia nunca muestra "pasión" alguna por el tipo de vida nómada en el desierto. Era Caín el que soñaba con el ideal nómada, e Ismael, Esaú, los amalecitas, los madianitas y los quenitas, poblaciones todas ellas no israelitas.
El desierto es un lugar de paso hacia la tierra prometida: "La guiaré al desierto, donde hablaré a su corazón. Luego le restituiré sus viñas; haré del valle de Acor una puerta de esperanza, y ella me responderá como en los días de su juventud" (Os 2,1617). El desierto no es la meta ni el ideal, sino el paso de la esclavitud a la libertad. "Exodo-desierto-tierra" designa una experiencia que el pueblo puede repetir en su historia: "Ha hallado gracia en el desierto el pueblo escapado de la espada (éxodo). Israel se dirige a su descanso (la tierra). De lejos el Señor se le ha aparecido. Con amor eterno te he amado, por eso te trato con lealtad. Te construiré de nuevo y serás reconstruida" (Jer 31,23). El esquema arquetípico éxododesiertotierra subyace a toda la predicación del DéuteroIsaías.
2. EXPERIENCIA DEL ÉXODO. Fijemos nuestra atención de manera especial en la experiencia del desierto tal como nos la presenta el libro del /Éxodo.
a) Geografía espiritual. En Ex 15,22 se dice: "Moisés hizo partir a los israelitas del mar Rojo. Avanzaron hacia el desierto de Sur". Luego, "la comunidad partió de Elim y llegaron al desierto de Sin" (Ex 16,1). Una tercera etapa: "La comunidad de los israelitas partió del desierto de Sin por etapas, según les ordenaba el Señor, y acamparon en Rafidín" (Ex 17,1). Finalmente, el pueblo de Israel llegó "al desierto de Sinaí, donde acamparon. Israel acampó frente a la montaña" (Ex 19,2). Por Núm 10-13 sabemos que la marcha continúa desde el Sinaí, a través de varias etapas, hasta el desierto de Farán. Luego el pueblo llega a Cades, un oasis en el desierto, donde murió María, la hermana de Moisés (Núm 20,1). Desde allí emprende de nuevo el camino hacia Canaán.
La geografía, en una primera lectura, parece clara y precisa; pero tras un examen más detenido resulta muy enigmática. ¿Qué trayecto siguió el grupo de Moisés después de la salida de Egipto? Es imposible responder con certeza, ya que el texto bíblico actual refleja las diversas experiencias de diferentes grupos en diversos períodos. Por eso sería posible, partiendo de unos datos bastante vagos, intentar diversas reconstrucciones del itinerario realizado. Por otra parte, los textos no son de fácil interpretación y algunos lugares son desconocidos, imposibles de identificar.
Hay, sin embargo, una etapa muy importante y bien conocida: la estancia en el oasis de Cades, en una región semidesierta situada en los confines del Negueb; de allí partió el intento fallido de "conquistar" el país de Canaán por el sur (Núm 1314).
Dada la oscuridad de las indicaciones geográficas y su difícil identificación, hay que decir que para los autores bíblicos el período del desierto, más que un recuerdo preciso de hechos bien documentables, representaba una época ejemplar, un lugar simbólico. Allí Yhwh se reveló como salvador de las aguas mortales de Egipto (Éxodo) y guió a su pueblo a las aguas de la vida nueva que él quería dar a Israel.
El desierto se convierte entonces en metáfora de la vida. Para los libros de Éxodo, Números y Deuteronomio el desierto, más que una descripción detallada desde el punto de vista histórico-geográfico, es un cuadro de la existencia y de los problemas del pueblo de Israel. Detrás del símbolo hubo ciertamente una serie variada y múltiple de experiencias de diversos grupos en diferentes períodos, que nosotros no podemos reconstuir con certeza y para la cual es inútil buscar soluciones. En los relatos sobre el desierto y sobre el Sinaí, Israel intentó captar el misterio histórico de su propia existencia, es decir, el hecho de ser y la forma de seguir siendo el pueblo de Yhwh. Lo que es visto como algo permanente para el pueblo de Dios es narrado como acontecimiento singular y único.
b) Las aguas de Mará. Es el episodio que se narra en Ex 15,22-26. Mará significa "amarga", del hebreo mar. En aquel lugar las aguas no eran potables por causa de su amargor. El pueblo "murmura"; invoca al Señor, que señala un madero capaz de endulzar las aguas.
Las aguas de aquel sitio eran "amargas"; el término "amargo" no evoca solamente un "mal sabor", sino que sugiere la idea de unas aguas que pueden producir la enfermedad y la muerte. Intentemos comprenderlo bien. En aquel sitio tienen lugar dos hechos: a) Dios le da al pueblo una ley y un derecho ("Allí el Señor dio al pueblo leyes y estatutos": v. 25a); b) Dios prueba la fidelidad del pueblo ("y lo sometió a prueba": v. 25b). El versículo 26 aclara el nexo entre estos dos hechos: "Les dijo: `Si verdaderamente escuchas la voz del Señor, tu Dios, y haces lo que es recto a sus ojos, prestas oídos a sus mandatos y observas todos sus estatutos, no enviaré sobre ti ninguna de las plagas con que castigué a los egipcios, porque yo soy el Señor, tu salvador' ". Si Israel se esfuerza por cumplir la ley dada por Dios, se curará. Porque Dios envió enfermedades a los egipcios, pero quiere ser un médico para su pueblo.
Se da, por tanto, una conexión entre el don de la ley y el don del agua dulce: si Israel observa la ley divina, su vida no se verá amenazada por aguas venenosas y mortales, sino que saciará su sed con agua dulce. Se presenta a Yhwh como el médico de Israel, su pueblo, no en el sentido de que lo libere solamente de enfermedades "espirituales", sino en el sentido concreto de sanar de las enfermedades y de dar la salud física. Leamos Éx 23,25-26: "Si servís al Señor, vuestro Dios, él bendecirá tu pan y tu agua; y yo alejaré de ti toda enfermedad. En tu tierra no habrá mujer que aborte, ni mujer estéril; colmaré el número de tus días". La salud es uno de los bienes concedidos por la bendición divina. Hay que advertir que aquí no se trata de la salud en sentido metafórico ni de la salud del individuo, sino de la salud de la comunidad israelita, a la que van dirigidas las prescripciones de Ex 20-23. Si la sociedad israelita es obediente a las normas dadas por Yhwh, será una sociedad sana, en contraste con las sociedades corrompidas y enfermas de este mundo.
El libro del Deuteronomio expresa muy bien esta acción médica divina para con la sociedad israelita, siempre que se construya sobre la base de sus leyes: "Por haber escuchado estos mandamientos, haberlos guardado y puesto en práctica, el Señor, tu Dios, mantendrá contigo la alianza y la misericordia que juró a tus padres. Te amará, te bendecirá, te multiplicará: bendecirá el fruto de tus entrañas y el fruto de tu suelo, tu trigo, tu mosto, tu aceite, las crías de tus vacas y las de tus ovejas, en favor tuyo. Serás bendecido sobre todos los pueblos. No habrá en ti ni en tus ganados macho ni hembra estéril. El Señor alejará de ti toda enfermedad y no te enviará ninguna de las malignas plagas de Egipto, que tú bien conoces, sino que las descargará sobre tus enemigos" (Dt 7,12-15).
La condición para recibir la bendición es escuchar la voz de Yhwh. Si una sociedad como la que quiere Yhwh escucha su voz y la pone en práctica, entonces Yhwh la "cura" y le da la salud.
En el desierto Israel se ve sometido a la prueba; un peligro mortal cae sobre él. ¿Será capaz de confiar en Dios escuchando y guardando su palabra? El pueblo "murmuró" y gritó al Señor. La "murmuración" no es un indicio de rebeldía, sino que tiene aquí un sentido positivo. Se trata de una protesta legítima, de un lamento contra una situación insostenible y "amarga". Este episodio es un ejemplo de cómo Dios escucha el grito de su pueblo, que viene "de lo profundo", esto es, del "desierto". El camino hacia la salvación, hacia la libertad y hacia el gozo pasa a través de la prueba del desierto, del peligro de muerte. Pero la salvación viene de la atención a Dios y de la observancia de su propuesta de vida.
c) El maná y las codornices. En el desierto el pueblo sacia su hambre con el maná y con las codornices. Se trata de dos fenómenos naturales de la península del Sinaí, pero que tienen lugar en regiones diferentes. El maná del Sinaí es la secreción de dos insectos que viven en los tamariscos, que se encuentran casi por todas partes en la península del Sinaí; pero los insectos productores del maná viven solamente en el Sinaí central. Las codornices emigran en otoño desde Europa hacia el Sinaí; después de atravesar el mar Mediterráneo están tan exhaustas que se caen a tierra y pueden capturarse fácilmente. El fenómeno de las codornices interesa a la zona de la costa noroeste de la península del Sinaí. Se trata de dos fenómenos que experimentaron en su viaje a través del desierto algunos grupos que más tarde concluyeron formando el pueblo de Israel. En el relato bíblico que hoy poseemos esos grupos tienen una significación simbólica de todo Israel.
Vuelve a aparecer también aquí el tema de la "murmuración", siempre con un sentido positivo. Efectivamente, se dice: "Por la mañana veréis la gloria del Señor, porque él ha oído vuestras murmuraciones contra el Señor" (Ex 16,7). El pueblo se encuentra angustiado en medio de una grave dificultad y se queja ante Moisés: "Nos habéis traído a este desierto para hacer morir de hambre a toda esta muchedumbre" (Éx 16,3). Una vez más se trata de una prueba "a fin de probar (al pueblo) si camina según mi ley o no" (Ex 16,4). Dios les concede el maná; pero algunos del pueblo, en contra de la orden divina, van a recogerlo incluso en día de sábado, y merecen por ello el reproche de Yhwh: "¿Hasta cuándo os resistiréis a observar mis mandatos y mis leyes?" (Ex 16,28). Dios da la seguridad de obtener el pan de cada día; pero no hay que buscar una seguridad para el mañana: día tras día el pueblo encuentra el maná y no tiene que angustiarse por el mañana. Además, Israel tiene que observar las leyes divinas, en primer lugar la del sábado, que nos enseña a reconocer que el pan cotidiano es un don de Dios.
Dios quiere una sociedad no angustiada y que no busque el pan con apasionamiento. Leemos en Sal 78, 18-20: "Provocaron a Dios en su interior pidiéndole manjares a su antojo; hablaron contra él y se dijeron: `¿No será Dios capaz de aderezar una mesa en el desierto? Él partió la roca, saltaron las aguas y brotaron los torrentes; ¿no podrá proporcionarle el pan y procurar carne a su pueblo?"' El salmo interpreta los hechos del éxodo desde el punto de vista del pueblo, y no de Dios. Israel no ha tenido confianza en su Dios, no se ha fiado de su poderosa providencia. Por el contrario, debería haberse dirigido confiadamente a Dios, lo mismo que los cristianos: "Danos hoy nuestro pan de cada día".
d) El agua de la roca. Otro episodio de la vida del desierto se nos narra en Ex 17,17. El pueblo estaba "sediento" (v. 3). Pero no encontraba agua para beber (v. 1). Entonces vuelve a protestar contra / Moisés diciendo: "¿Por qué nos has sacado de Egipto para hacernos morir a nosotros, a nuestros hijos y nuestros ganados?" (v. 3). La protesta del pueblo es perfectamente legítima, puesto que no es más que un grito dirigido a Dios para que le ayude. Efectivamente, el pueblo tiene confianza en que Yhwh le ayudará, mientras que Moisés intenta descalificar la protesta del pueblo sosteniendo que sus murmuraciones son una tentación a Dios: "¿Por qué os querelláis conmigo? ¿Por qué tentáis al Señor?" ¡ Moisés interpreta las críticas que se hacen contra su ministerio como si fueran críticas dirigidas contra Dios mismo!
¿Cuál es la respuesta de Dios? El no se preocupa de las críticas dirigidas contra Moisés, sino que se declara más bien en favor de su pueblo. En efecto, Dios le encarga a Moisés que dé al pueblo lo que exige con toda justicia. No se advierte la preocupación por defender un cargo, el de Moisés, sino la de proveer a las necesidades del pueblo en su camino hacia la libertad. Y en Masá y Meribá Dios se revela como el salvador del pueblo sediento.
Se trata de un rib, es decir, de un proceso entablado entre la base (el pueblo) y la jerarquía (Moisés). El nombre de Meribá se deriva precisamente de ese término hebreo. Allí el pueblo israelita reclamó sus derechos frente a Moisés, que tuvo que asumir la responsabilidad de proveer a las necesidades de su pueblo en el desierto.
El versículo de É. 17,7 parece ser un añadido hecho por el redactor final del t Pentateuco, tomado del relato paralelo de Núm 20,113. El relato de Núm 20 pone el acento en los pecados de Moisés y de Aarón; es decir, encierra una fuerte crítica contra los responsables de la comunidad, que llegan incluso a dudar de sí mismos y de Dios: "¿Podremos nosotros hacer brotar agua de esta roca?" (Núm 20,10). En Ex 17,7 se busca un equilibrio con lo que se dijo en Núm 20, atribuyendo una parte de culpa al pueblo, que es entonces el que duda: "Y dio a aquel lugar el nombre de `Masá' y `Meribá' —prueba y querella— por la querella de los israelitas y porque pusieron a prueba al Señor diciendo: `¿Está el Señor en medio de nosotros o no?"' Al obrar así, el redactor final del Pentateuco intenta decirnos que tanto los dirigentes como el pueblo pecaron contra Yhwh, pero igualmente que Dios intervino para dar agua a su pueblo.
Según Ex 17,1, el episodio tuvo lugar en Rafidín, la última etapa antes de llegar al Sinaí, en donde Dios dio a su pueblo la ley (en hebreo tórah). Pero en el versículo 6 la roca sobre la que Moisés tuvo que golpear para hacer que saliera agua es el Horeb, un nombre que se le da al monte Sinaí. Así pues, en donde se le dio la tórah es donde el pueblo recibe también el don del agua vivificante.
La asociación entre el don del /agua y el don de la tórah es significativa. Recordando Dt 8,23 nos preguntamos: ¿de qué vive el hombre? La respuesta es bien sabida: el hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, es decir, de la tórah. El hombre tiene necesidad de las dos cosas: del pan y de la palabra de Dios.
¡Pero no toda sed puede verse saciada por la tórah! La verdad es que Dios da el agua junto con la tórah en el monte Horeb. Por consiguiente, tampoco nosotros podemos ofrecer al mundo la tórah en lugar del agua o el agua en lugar de la tórah; hemos de dar las dos juntamente. La tórah no puede ser un sustitutivo del agua ni el agua un sustitutivo de la tórah. En efecto, los hombres tienen necesidad tanto del pan material como del pan y del agua de la "palabra". La libertad puede existir de verdad y auténticamente sólo en donde los hombres tienen el pan o el agua de la palabra de Dios. Sin el pan o el agua y sin la tórah, la existencia humana es solamente desierto árido y espantoso.
3. SENTIDO DEL PERIODO DEL DESIERTO. Una interpretación global del período del desierto es la que nos ofrece Dt 8,26: "Acuérdate del camino que el Señor te ha hecho andar durante cuarenta años a través del desierto con el fin de humillarte, probarte y conocer los sentimientos de tu corazón y ver si guardabas o no sus mandamientos. Te ha humillado y te ha hecho sentir hambre para alimentarte luego con el maná, desconocido de tus mayores; para que aprendieras que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del Señor. No se gastaron tus vestidos ni se hincharon tus pies durante esos cuarenta años. Reconoce en tu corazón que el Señor, tu Dios, te corrige como un padre hace con su hijo. Guarda los mandamientos del Señor, tu Dios; sigue sus caminos y respétale".
En este pasaje se nos da una interpretación teológica de la experiencia del desierto. Dios es un educador. A través de las pruebas del desierto, Israel tiene que aprender cuál es el comportamiento debido con su Dios. La mirada hacia atrás, hacia la época del desierto, tiene que hacer comprender igualmente a los interlocutores del libro del Deuteronomio del siglo vi a.C. que también su situación presente es un "desierto", es decir, una prueba en la que Israel tiene que demostrar si verdaderamente ve a Yhwh como a aquel de quien recibe todo bien y si está dispuesto a guardar sus mandamientos. El "bienestar" no es una empresa o una conquista de Israel ni una cosa lógica y que vaya por sí misma. Sigue siendo un "milagro" de Yhwh, incluso en la tierra prometida. En otras palabras: Israel tiene que aprender la lección del desierto: solamente una sociedad que escucha la palabra de Yhwh y la pone en práctica es una sociedad sana y viva. Una sociedad que intenta construirse sin referencia alguna a Dios, con solas sus fuerzas, es una sociedad enferma, que va al encuentro de mil corrupciones y enfermedades, es decir, que no sale del desierto.
El desierto es una prueba para saber si Israel cree de verdad en Dios: "El Señor, vuestro Dios, quiere probaros para ver si realmente le amáis con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma" (Dt 13,4).
4. FINITUD Y LIBERTAD. El desierto es un lugar árido y estéril. Según Núm 20,5 el desierto es un "lugar maldito, un lugar en el que no se puede sembrar nada; que no tiene viñas, ni higueras, ni granados y donde ni siquiera hay agua para beber". El desierto es el lugar en que la actividad humana no puede producir; es el símbolo de la esterilidad y de la muerte. Por consiguiente, es el símbolo de la finitud y de las limitaciones humanas; pero al mismo tiempo es el lugar de la fuerza vivificadora de Dios, que da el agua y el maná juntamente con su palabra. En el desierto Israel aprendió que no es posible una existencia humana si no se deja alimentar por Dios. Por eso el desierto es la prueba de la fe.
Pero en el desierto Israel tiene también la oportunidad de aprender a caminar con su Dios hacia la libertad. Egipto era una sociedad que hacía esclavos, aun cuando diera la posibilidad de saciar todos los días el hambre sin necesidad de preocuparse por el mañana. Era además una sociedad enferma, llena de "llagas", es decir, corrompida y corruptora, que en definitiva conduce a la muerte (cf la muerte de los primogénitos).
Los israelitas añoran a veces aquel pasado, porque "¡se estaba mejor cuando se estaba peor!". Por eso mismo le decían a Moisés: "¡Ojalá hubiéramos muerto por mano del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos!" (Ex 16,3).
Yhwh liberó a su pueblo de la esclavitud de Egipto, es decir, de una sociedad y de una cultura que esclavizaba y explotaba a los hombres sin darles la salvación. Egipto era realmente una sociedad enferma, que llaga tras llaga no sabía otra cosa más que producir la muerte. En el desierto Yhwh reúne a su pueblo, le da el pan que necesita y una ordenación social (la tórah), porque quiere hacer que nazca una nueva sociedad que obedezca a la voz de Dios y que por eso esté sana y viva. Yhwh es el médico de Israel.
El ideal al que quiere conducir la prueba del desierto es la libertad. Pero la libertad tiene que "conquistarse" a través de la prueba, del riesgo y del sufrimiento. Más aún; la libertad es un don de Dios, que no puede convertirse en realidad humana más que a través de la responsabilidad y de la disponibilidad de los hombres. Israel tiene que saber además que no ha entrado nunca de forma definitiva en la tierra prometida, ya que su vida sigue estando "en el desierto", es decir, es una vida limitada y puesta a prueba.
II. NUEVO TESTAMENTO. En tiempos del NT los esenios de Qumrán habían situado el centro de su comunidad en el desierto. Para los esenios el desierto no era tampoco la morada ideal, definitiva, sino solamente un medio, una especie de "rito de paso". Tampoco /Juan Bautista, que probablemente mantuvo ciertos contactos con Qumrán, propuso una mística del desierto; lo que él hace no es invitar a retirarse al desierto, sino enviar a cada uno de nuevo a su trabajo después del rito del bautismo y de la conversión de sus pecados (Lc 3,10-14).
1. JESÚS TENTADO EN EL DESIERTO. Jesús fue impulsado por el Espíritu al desierto para ser tentado (Mt 4,1-11 y par). La tentación es superada mediante la entrega de sí mismo a Dios y a su palabra (cf las citas de Dt 8,3; 6,16; 6,13). Lo mismo que para Israel, también para Jesús el desierto es el lugar de la prueba. La fidelidad de Jesús en la prueba transforma además el desierto en un lugar paradisíaco: "Vivía entre las bestias salvajes, pero los ángeles le servían" (Mc 1,13).
Varias veces, durante su vida pública, Jesús se retiró a "un lugar desierto" para rezar o para huir del fanatismo mesiánico de la gente (cf Mt 14,13; Mc 1,35.45; 6,31; Lc 4,42). Pero en estos pasajes no se trata ya del propio y verdadero "desierto". Jesús se refugia en algún lugar solitario.
En los evangelios no vuelve ya a aparecer el tema del desierto. Con Jesús ha venido ya la hora de la salvación definitiva; ya no hay escasez de agua, ni de comida, ni de luz, ni de paz, ni de prosperidad. Jesús da el agua viva; él es el pan del cielo, él es la luz del mundo, él es nuestra paz, él es el camino, la verdad y la vida. ¡El desierto ha dejado de existir! Jesús multiplica los panes "en un lugar desierto" (Mt 14,13-21 y par): de esta manera transforma el desierto en un lugar de prosperidad y de abundancia. Lo que aconteció a Israel durante su permanencia en el desierto "les sucedió para que escarmentaran, y fue escrito como aviso para nosotros, que vivimos en los tiempos definitivos" (1 Cor 10,11). Jesucristo es nuestro éxodo, nuestro "desierto", nuestra tierra prometida. Para el cristiano, la "espiritualidad del desierto" no puede significar más que búsqueda de Jesucristo como "camino, verdad, vida" (Jn 14,6), para atravesar el "terrible desierto" que es el mundo y llegar a la tierra prometida de la vida eterna.
2. EL DESIERTO-SALVACIÓN. En Heb 3,8-11 el desierto sigue siendo el lugar de la desobediencia y de la rebelión contra Dios. Mas el NT fue poco a poco realizando cierta idealización y simbolización del desierto como lugar de gracia, de prodigios y de milagros (He 7,36), de asistencia de Dios (He 13,18), de revelación de las palabras de vida (He 7,38), de presencia de Dios en medio de su pueblo (He 7,44). Pero en realidad es la salvación de Dios —no el desierto como tal— lo que se exalta.
El judaísmo desarrolló igualmente la convicción de que el mesías se aparecería en el desierto. Así pensaba aquel egipcio que condujo al desierto a cuatro mil guerrilleros (He 21,38). Así se explica la advertencia de Mt 24,26: "Si os dicen que está en el desierto, no salgáis".
Parece también estar presente en l Ap 12,6 una visión del desierto como lugar de refugio ante la espera de la llegada del mesías: "Y la mujer (la Iglesia) huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios, para ser alimentada allí". Lo mismo ocurre en Ap 12,14: "Pero dieron a la mujer dos alas de águila real para volar al desierto, el lugar donde es alimentada por un tiempo, dos tiempos y medio tiempo lejos de la vista de la serpiente (Satanás)". En este texto, volar al desierto no significa otra cosa más que refugiarse en Dios, bajo su protección.
BIBL.: COATS G.W., Rebellion of Israel in the Wilderness, Nashville 1968; LACK R., Desierto, en Nuevo Diccionario de Espiritualidad (a cargo de S. de Fiores y T. Goffi), Ed. Paulinas, Madrid 19893, 339345; STOCK A., The Way in the Wilderness: Exodus, Wilderness and the Moses Themes in the OT and New, Nueva York 1969; TALMON S., midbar, en Theologisches Wdrterbuch zum Alten Testament IV, Stuttgard 1983, 660695; TESTA E., II deserto come ideale, en "Liber Annuus Franc." 7 (1956) 552; THOMAS Ch., LEON DUFOUR X., Desierto, en Vocabulario de Teología Bíblica, Barcelona 1980, 226-229.
A. Bonora

DESIERTO. ESPIRITUALIDAD.

DicEs
 

SUMARIO: I. Un fenómeno histórico que se repite: 1. En las diversas culturas étnicas; 2. En la tradición cristiana - II. El desierto en la Biblia: 1. La realidad geográfica; 2. La experiencia histórica; 3. La relectura simbólica; 4. Los esquemas de relectura; 5. Aplicación de los esquemas de relectura al AT: a) Esterilidad/fertilidad, b) Incompletez/completez, c) Desposesión/posesión, d) Camino/meta; 6. La relectura del NT: a) Jesús, tentado en el desierto, b) Jesús, nuestro desierto; 7. Conclusión - III. Espiritualidad del desierto: 1. Dinámica de lo provisional; 2. El desierto, escuela de absoluto; 3. Guía para una "jornada de desierto".

1. Un fenómeno histórico que se repite
El desierto, y cuanto el término evoca, en teoría y en la práctica, tiene una destacada incidencia en las diversas culturas, filosofías, religiones y espiritualidades étnicas, ya sea como realidad condicionante, ya como libre opción.
1. EN LAS DIVERSAS CULTURAS ÉTNICAS - La poesía árabe de los beduinos preislámicos canta el desafío entre el desierto, que rechaza al hombre, y el hombre, que conquista el desierto. El conflicto se resuelve en una admirable simbiosis; en la forma más alta de conquista del desierto por parte del hombre y en la configuración más lograda del hombre por parte del desierto: "Aquí el hombre adquiere realmente conciencia de su nada, lo mismo que de la nada absoluta de todas las cosas, en la huida incontenible del tiempo. No hay duda de que el desierto lamina al hombre, como hace con todo lo demás, pero también parece indudable la represalia del hombre, cuya lucidez pone al desnudo al desierto en su realidad esencial, la cual no es otra cosa que la nada; lo único que queda en el desierto... en su individualidad —puesto que..., si la especie continúa viviendo, el animal y la planta mueren— es la piedra, o sea, el vacío absoluto e irracional. Ciertamente el desierto puede decirle al hombre: para mí, no eres nada; pero el hombre le responde: ¿y tú?".
Hay quien con argumentaciones etnológicas atribuye al desierto el descubrimiento de la unicidad de Dios. Obviamente, no es el desierto el que está marcado de monoteísmo, sino el hombre que, al convertirse en pastor nómada (aunque haya salido de civilizaciones sedentarias, fácilmente salpicadas de sincretismo), desarrolla progresivamente con ayuda del desierto la idea del Dios único; así se ha comprobado científicamente en el pastor oriental antiguo de hace unos tres mil años, lo mismo que en la civilización neopastoril de la América poscolombina. El mismo monoteísmo hebreo habría sido definitivamente adoptado precisamente en el desierto a través de la educación dialógica, durante cuarenta años, de la "palabra", que organizó la tribu como nación mediante la ley mosaica. Por otra parte, en el desierto es donde Israel configura su espiritualidad de pueblo elegido como depositario y evangelizador de la revelación, separándose y diferenciándose del estilo de las demás naciones.
A la tradición bíblico-hebrea apela el anacoretismo individual y comunitario de los esenios, de los terapeutas y de los qumrámicos. El amor al desierto se encuentra en la India (por ejemplo: eremitas de la selva y de la civilización brahmánica), en China, en Asia central, en África, en América. Conocemos anacoretas y ermitaños entre los hindúes, en el Tíbet; entre los budistas de Ceilán. En las poblaciones nórdicas de Europa, el anacoretismo y el eremitismo mássevero parecían casi congénitos en los celtas, especialmente en los escoceses y los irlandeses, los cuales mostraban predilección, respectivamente, por las islas lacustres, fluviales y marinas, o por la soledad del exiliado voluntario. Entre los islamitas, además del misticismo eremítico de los su/i, tienen todavía fuerte incidencia sociológica y eco-psicológica los condicionamientos del desierto.
No siempre es el desierto entendido geográfica y físicamente, con sus rocas, sus áridas arenas, sus ingentes extensiones desnudas donde todo muere, lo que impone la reflexión y la sensación de la nada del hombre, forzado a buscar con implorante fatiga cualquier oasis o tundra donde la vida ofrezca algo de verde o algún naciente riachuelo. Otros lugares aseguran el elemento esencial del desierto, la soledad que favorece el retiro de la mundanidad, el silencio y la escucha. Como hecho religioso-cultual, entre los egipcios era universalmente conocida, por ejemplo, en Menfis, en Abidos y en otras partes, la reclusión de los adeptos al culto de Serapis, llamados katokoi, los cuales parece que se sentían vinculados al recinto sagrado del templo de aquella divinidad hasta que ella los declaraba libres.
Al desierto van los filósofos, en particular los seguidores del estoicismo y del neoplatonismo, para los cuales el desierto erá con frecuencia sinónimo de campo, una especie de "rusticatio" reflexiva. Van al desierto los caudillos carismáticos de pueblos, como Abrahán, Moisés, David, Matatías; los profetas del antiguo Israel, Juan Bautista, Jesús el Mesías; los profetas de las otras grandes religiones, como Buda, Confucio, Mahoma. Van al desierto cuantos sienten el impacto psicológico, moral y espiritual del mundo frenético. A veces la fuga tiene tonos de desdeñoso desprecio, que lleva a gritar con Horacio: "Odio al vulgo profano, y me alejo de él. ¡Callad!".
2. EN LA TRADICIÓN CRISTIANA - La atracción del desierto la sintieron de modo original los místicos cristianos; no sólo porque se sentían extraños y peregrinos, sin ciudad permanente en la tierra (cf 1 Pe 2,11; Heb 13,14), sino para mejor disponerse a la ciudad "futura" (ib) con la eficacísima ascesis penitencial, contemplativa y escatológica del desierto. La experiencia bíblico-espiritual del desierto sigue una evolución histórica, cuyos puntos salientes son los del período áureo de los "padres del desierto" (s. iv-v), el reflorecimiento con las reformas benedictinas y la proliferación de los mendicantes (xi-xiii), un "renacimiento patrístico" en conexión con el renacimiento humanístico y con los movimientos reformistas católicos (xv-xviii) con sucesivos retornos que se han hecho más vigorosos en nuestros días.
De la era patrística, basta el ejemplo representativo de Antonio egipciaco (251-356), que llenó la historia del monaquismo antiguo en Oriente y Occidente gracias a la admirable síntesis biográfico-ascética compuesta por Atanasio de Alejandría, el cual tuvo prolongada familiaridad con el santo y con su estilo de vida. Antonio coloca en la base de su ascesis del desierto una tradición popular de profundos motivos bíblicos y evangélicos. La soledad, el ocultamiento afín a la oscuridad, el desierto eran el lugar donde mejor se descubría el conflicto de las pasiones, de las fuerzas oscuras y ocultas que operan dentro de cada hombre, porque se creía que aquel conflicto estaba provocado o manejado por el - diablo, el cual andaría merodeando por la soledad de los desiertos. Para las almas más decididas y animosas, el desierto se convertía en el puesto avanzado de una lucha más comprometida y decidida contra el enemigo del espíritu; enfrentarse al enemigo en su baluarte para desalojarlo era la táctica reconocida como más efectiva.
Antonio, siguiendo el ejemplo de Pablo de Tebas, al que la tradición consideraba el primer ermitaño del desierto, libra el combate espiritual primero en los sepulcros y luego en el desierto, donde pasará veinte años atrincherado en un viejo reducto demolido. "Atraviesa una prueba de oscuridad, en el curso de la cual tiene la impresión de ser abandonado por Dios a los poderes demoníacos; no obstante, persevera, pero en la fe más desnuda. Al término de la prueba, una visión luminosa del cielo le consuela. Entonces no puede menos de expresar esta queja: ¿Dónde estabas? ¿Por qué no te manifestaste desde el principio para hacer que cesaran mis sufrimientos? Mas una voz le respondió: Yo estaba allí, Antonio; esperaba para verte combatir.
Tras no pocos casos de degradación humana a causa de una soledad forzosa y oprimente o no preparada por un aprendizaje espiritual adecuado, Pacomio (287-347) y Basilio (329-379), que conocían también por experiencia la excelencia del retiro y del desierto, organizan la ascesis cenobítica, la cual excluye el eremitismo, pero asegura, bajo un régimen de obediencia, el retiro y el desapego del mundo y de la mundanidad, el recogimiento, la soledad del silencio y de la contemplación junto con el trabajo. Hacia finales del siglo iv, Shenute le niega a la vida cenobítica la plena perfección de la ascesis cristiana. Reconoce que la vida eremítica es difícil y arriesgada; exige vocación pertinente y preparación adecuada. Pero la perfección cristiana postula el paso del cenobitismo al eremitismo, como ocurrirá también en las lauras fundadas en Palestina en el s. v por los mejores discípulos de Basilio.
Desde el Oriente, especialmente con la lectura de la Vida de Antonio, de Atanasio, traducida al latín y ampliamente difundida a partir del s. iv, así como con la obra personal de Casiano (360-435), la espiritualidad del desierto se difunde inconteniblemente en Occidente. Uno de sus elementos es el penitencial, llevado a veces hasta límites extremos para la resistencia física con austeridades rígidas e ingeniosas. Hubo varias especies de eremitas: estilitas, emparedados vivos, peregrinos, recluidos, dendritas (o que habitaban dentro del tronco de un árbol), locos por Cristo que tomaban al pie de la letra el dicho paulino: "Somos locos a causa de Cristo" (1 Cor 4,10).
Un renovado fervor de espiritualidad anacorética se observó con las reformas del monaquismo benedictino (camaldulenses, valumbrosanos, verginianos, cistercienses, cartujos y otros) y con las órdenes mendicantes, en su mayoría conciliando la vida cenobítica con la eremítica. Siguiendo el ejemplo de los Padres', se tejió el elogio de la soledad: "Huye de la gente —escribe Bernardo—, huye también de tus familiares, aléjate incluso de los amigos más íntimos... El que desea oír la voz de Dios, que se retire a la soledad... Esta voz no resuena en las plazas... un consejo secreto requiere una escucha secreta... Dios no conversa con los que permanecen fuera de sí mismos". Bruno confía gozoso en una carta sus experiencias anacoréticas: "Cuántas son las delicias con que la soledad y el silencio del yermo enriquecen a los que lo aman, lo saben sólo quienes han vivido su experiencia...aquí el ojo adquiere aquella mirada simple que hiere de amor al Esposo (del alma), permitiéndole aquél, en su pureza, ver a Dios". El abad Juan Mombaer (ca. 1460-1501), reflexionando sobre las causas de la decadencia de las órdenes religiosas, atribuía la perseverancia de los cartujos al si-so-vi, o sea, al silencio, a la soledad y a la visita de inspección'.
La reforma católica llevó a un reflorecimiento de la espiritualidad del desierto. Baste mencionar la reforma camaldulense de Monte Corona, promovida en 1500 por el humanista veneciano Vincenzo Paolo Giustiniani; el movimiento franciscano que se inspira en Pedro de Alcántara y lleva a la creación de conventos llamados "santos desiertos", donde se permite a los religiosos pasar períodos más o menos prolongados en un completo aislamiento del mundo. También los carmelitas organizan en algunos carmelos, llamados "desiertos", un ascetismo de tipo eremítico. Teresa de Avila parece haberse inspirado en este movimiento cuando construyó en el huerto del monasterio de San José un pequeño desierto. Un caso similar, de 1570, es el de las clarisas de Santa Isabel de los Reyes, en Toledo. Eremitorios de este tipo, a los cuales las monjas se retiran al menos periódicamente para tener mayor oportunidad de recogimiento y de penitencia, se conservan todavía hoy en las huertas de los monasterios de clarisas de Calabazanos y de Camión de los Condes. Esta línea de reforma para una mayor perfección y una vida contemplativa más recogida la adoptaron las varias "recolecciones" (recoletos), entre las cuales la más conocida es la de los agustinos recoletos.
Desde el siglo xvi al xviii, diversas reformas, fundaciones nuevas e intervenciones de la autoridad eclesiástica demuestran la vitalidad de la ascesis eremítica, que se organiza mejor, se institucionaliza y se le presta asistencia. Se multiplican los yermos y eremitorios en todos los paises que permanecen o se hacen católicos: de Francia se dijo que estaba "cubierta de eremitorios"; los había en todos los cantones suizos; en todos los condados ingleses, hasta la reforma anglicana; en todos los principados alemanes; en todas las diócesis de España, Portugal e Italia. "Se puede hablar incluso de su densidad relativa, pues los eremitorios se multiplicaron en los alrededores de las grandes urbes, como antaño en torno a Alejandría, por una especie de compensación vital de la intensidad de la vida social, de las opresiones colectivas y de la inevitable degradación moral de una población caracterizada por el anonimato". En un censo de 1734, se señalan, en la sola diócesis de Pamplona, 1.286 eremitorios. Para acoger a los eremitas peregrinos, "romipeti", fray Albenzio Rossi fundó en Roma, hacia 1588, los eremitas de Porta Angelica. C. M. Hofbauer recordaba con nostalgia los eremitorios de los alrededores de Roma, que visitaba cuando iba a la Ciudad Eterna.
En nuestro tiempo, el deseo de buscar a Dios en la soledad inspira nuevamente un número considerable de experiencias individuales y comunitarias. Ejemplos insignes son los literatos Psichari y Saint-Exupéry. Pero el renacimiento debe mucho al ejemplo de Carlos de Foucauld (1858-1916), quien, después de haber vivido algunos años en la trapa y luego al servicio de las clarisas en Nazaret y en Jerusalén, ordenado sacerdote en 1901, se retiró al desierto del Sahara hasta 1916, año en que fue asesinado. Lo que impresionó a los indígenas musulmanes fue el valeroso desprendimiento de un europeo, según ellos provisto de todo, para compartir la vida primitiva de un habitante condicionado por el desierto. Les asombraba comprobar la total y constante disponibilidad para ser útil al prójimo como "hermano universal", en contraste con el alejamiento hierático y misterioso de sus marabutos. La verdadera encarnación de lo divino era él, llamado el "marabuto cristiano".
Muchos, en nuestros días, hombres y mujeres, sienten la llamada del eremitismo estrictamente entendido, tanto individual como organizado. Thomas Merton y otros muchos han escogido la vida del trapense u otra similar. Igualmente, jóvenes universitarias o recién licenciadas miran con simpatía la vida de las monjas de clausura más rigurosa, ya sea de tipo tradicional (cartujas, camaldulenses, trapenses, clarisas, carmelitas...), ya de nuevo cuño, como, en Italia, la fundación del ex parlamentario G. Dossetti, también él prófugo voluntario para vivir en soledad en Tierra Santa. Para ayudar a religiosas de vida activa que descubren en un segundo tiempo la vocación claustral, hay institutos que atienden a la vida interior a través de "casas de oración". Don Orione fundó en 1903, dentro de su "Piccola Opera della Divina Provvidenza", una rama eremítica. En Perusa hay un eremitorio femenino del Magnificat; otro (desde 1926) en Campiello sul Clitunno (Perusa); un tercero, de la Transfiguración, en Spello (Perusa), que alberga, desde 1972, a las "Hermanitas de María", fundadas por una ex priora carmelita después de mucho luchar, con acierto y tenacidad, para convencer a los superiores competentes. Hay que mencionar también, en Francia, los eremitas de María Inmaculada, fundados en 1943; en Canadá, los eremitas de San Juan Bautista, que en 1965 formaron una "sociedad de solitarios" en la isla de Vancouver. En 1974, volviendo a una costumbre del tiempo de Teresa de Avila, se construyó un eremitorio dentro de la huerta de las clarisas de Azille (Francia). Entre los laicos, se puede mencionar el grupo reunido en torno al literato francés (de origen italiano) J. J. Lanza del Vasto, defensor y practicante de la no violencia, como Gandhi, del cual fue discípulo. Un significado ecuménico particular ha adquirido la comunidad calvinista de Taizé, que ha reanudado la tradición monástica occidental, adaptándola al hombre de nuestro tiempo. Durante un encuentro, en 1975, en Inglaterra, representantes de las iglesias católica, ortodoxa, anglicana y congregacionista han reconocido que el eremitismo presente en las diversas iglesias constituye un fuerte vinculo de unidad. La llamada de la soledad para templar el espíritu se verifica en la práctica de los retiros mensuales, de los ejercicios espirituales, del mes ignaciano, de los "cursillos" ofrecidos a todas las categorías de cristianos, así como en la costumbre de pasar determinados períodos en claustros y conventos.
Es preciso referirse a la Biblia para encontrar en la palabra de Dios los contenidos esenciales relativos a la experiencia del desierto, a fin de trazar luego una espiritualidad que responda a las exigencias de nuestro tiempo I~infra, 1111.
G. Pelliccia
II. El desierto en la Biblia
1. LA REALIDAD GEOGRÁFICA - LOS desiertos que atravesaron los hebreos no eran completamente yermos o deshabitados. Alguna fuente, lluvias estacionales y buenas cisternas permitían la formación de pequeños centros habitados, comunicados entre sí por caminos de caravanas. En torno a los oasis era posible la cría de animales de tamaño pequeño. Además, en Palestina eran y son raras las extensiones de arena. Las zonas más desfavorecidas son macizos calcáreos, a los que sólo les faltan las precipitaciones atmosféricas para que puedan ser fértiles. En todo caso, gracias a la abundante caída de rocío, también están cubiertos de un poco de yerba. Los textos bíblicos, según los cuales los desiertos son salvajes (Dt 32,10), están privados de vegetación (Dt 8,5; Os 2,3: Is 41,19; 51,13; Jer 2,24), son áridos (Ez 13,19; Os 13,5; Is 35,1.6; 41, 18s; 43,19s), tenebrosos (Jer 2,6.31), poco seguros (Sal 55,8; Lam 5,9) y se encuentran habitados por seres horribles (Is 13,21; 30,6; Jer 2,24), presentan ciertos rasgos más imaginarios que reales, como sucede normalmente en el caso de tradiciones tan antiguas y confiadas a la memoria popular.
2. LA EXPERIENCIA HISTÓRICA - ¿Cómo concibió el pueblo hebreo el paso de sus antepasados a través del desierto y qué lecciones sacó de él? Ateniéndonos a los datos del texto (si bien la reconstrucción histórica exigiría matizaciones), el viaje tuvo lugar en tres etapas: desde Egipto al Sinaí, desde el Sinaí a Cades, desde Cades al Jordán.
Los israelitas, después de atravesar el Mar Rojo, se dirigen hacia el desierto de Sur. Caminan tres días sin encontrar agua. Cuando, finalmente, encuentran un pozo, sus aguas son tan amargas, que le llaman Mara (amargura). Comienzan entonces a murmurar, lo cual harán periódicamente (contra la sed, Ex 17,3; Núm 20,2; contra el hambre, Ex 16,2; Núm 11,4s; contra los peligros de guerra, Núm 14,7s). También en Mara comenzó la larga serie de pruebas (Ex 15,25). A veces Yahvé tienta a Israel para hacer que conozca el fondo de su propio corazón (Ex 16,4; 20,20; Dt 8,2.16; 13,4); a veces Israel tienta a Yahvé para ver hasta qué punto se extiende su poder (Ex 17,2.7; Núm 14,22). Desde Mara, Israel llega a Elim. Nuevas murmuraciones. El pueblo se arrepiente de haber corrido el riesgo de la aventura: "¡Ojalá hubiéramos muerto por mano de Yahvé en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos!" (Ex 16,3). El pueblo conoce el maná y Yahvéle revela su gloria enviándole una nube de codornices. En la etapa siguiente, Refidim, los israelitas tienen más sed que nunca y reclaman agua. En esta localidad, que desde entonces se llamará Meribá y Massá (lucha y tentación), Moisés hace brotar agua de la roca. También en Refidim la oración de Moisés obtiene la victoria sobre los amalecitas.
Tres meses después de la salida de Egipto, los hebreos llegan al desierto del Sinaí. Aquí tiene lugar el gran encuentro entre Yahvé y su pueblo. Israel se convierte en "propiedad de Yahvé, en reino de sacerdotes y en un pueblo santo" (Ex 19,5-6). La tradición vincula al episodio del Sinaí lo esencial de la legislación social y religiosa de Israel (Ex 20 hasta Núm 10,10). Visión teológica que constituye un desafío a la historia, pero que traduce a su modo el arraigo de toda la fe yavista en la realidad de la alianza.
Núm 10,11-12.16 cuenta luego la etapa que conduce al desierto de Farán. El texto relata que Yahvé iba delante de las columnas bajo la forma de una nube (Núm 10,34). Mas el pueblo, en su depresión, vuelve a pensar otra vez en las comodidades que ha perdido dejando la jaula dorada de Egipto: "Nos acordamos... ahora nuestros ojos no ven más que maná" (Núm 11,5-6). Escuchados para desventura suya, ven caer a sus pies una nube de codornices chirriantes. Una indigestión mortal hiere a los que se dejan llevar de la gula. Después de Massá y Meribá, llegan a Qibrot Ha Tava (tumba de la avidez). Las rebeldías de Israel terminan formando un mapa geográfico del pecado.
Desde el mismo desierto de Farán sale una patrulla a explorar el país de la promesa (Núm 13,Iss). Este se presenta magnífico bajo todos los aspectos; pero sus habitantes son demasiado temibles y la comunidad, falta de fe, se niega a avanzar. Por eso, el castigo: ningún adulto de la generación actual, exceptuando a Caleb y a Josué, entrará en la tierra prometida.
Los capítulos 20-22 de los Números parecen un calco de Ex 17. Una vez más los hebreos manifiestan libremente su pesar por haber abandonado Egipto (Núm 20,4; cf Ex 16,3). Moisés repite el gesto que hace brotar agua de la roca (20,10; cf Ex 17,5). Edom ocupa el puesto de los amalecitas (cf Ex 17,8-16) y ataca a Israel (Núm 20,14-21). El c. 21 habla de la plaga de las serpientes quese abate sobre los hebreos culpables de haber repetido su lamentación: "¿Por qué nos habéis hecho salir de Egipto?" (Núm 21,5). Después de algún choque con los amorreos (Núm 21,25) y con los moabitas (Núm 22; cf, sin embargo, Dt 2,29), Israel pasa el Jordán bajo la guía de Josué (Jos 3).
3. LA RELECTURA SIMBÓLICA - La relectura realizada dentro de la tradición bíblica ofrece este particular: no es nunca una simple visión retrospectiva. No se trata de glorificar o de llorar un pasado nacional. En la sucesión de los acontecimientos, el pueblo advierte las constantes de Dios y del hombre. Exodo-desierto-entrada en la tierra son una estructura de vida para todo creyente. Aquí hay un misterio de salvación válido para todos los sucesivos "hoy": "Ojalá hoy oyerais su voz. No endurezcáis vuestro corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto, cuando me probaron vuestros padres, me tentaron aunque habían visto mis obras" (Sal 95,8s). El AT conoce incluso una especie de ritual del recuerdo. Todos los años, el 15 del mes séptimo, Israel debe adoptar las condiciones de vida del desierto: "Durante los siete días habitaréis en tiendas... para que vuestros descendientes sepan que yo hice habitar en tiendas a los hijos de Israel cuando los saqué de la tierra de Egipto" (Lev 32,42s; cf Dt 16,13-17).
El principio de la relectura, válido ya en el AT, se impone aún más en el NT. Así el autor de la Carta a los Hebreos toma a su vez el Sal 95 y lo aplica al mensaje evangélico: "De nuevo, Dios fija un día, un `hoy'... Esforcémonos, pues, por entrar en este reposo, para que nadie sucumba imitando este ejemplo de desobediencia" (Heb 4,7.11).
Calificamos la relectura de simbólica por dos motivos: 1) La mirada de la fe descubre en el acontecimiento pasado una validez de aplicación que rebasa sus límites empíricos de tiempo y espacio: Egipto es figura de la esclavitud bajo el pecado; el desierto corresponde al itinerario espiritual de la conversión; la tierra prometida tiene como equivalente el estar con Cristo en el tiempo presente y en el mundo que vendrá. San Pablo expresa todo esto en los términos siguientes: "Quien (Dios) nos rescató del poder de las tinieblas y nos trasportó al reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención y remisión de los pecados" (Col 1,13s); 2) La relectura serefiere a acontecimientos cuya figura pertenece al mundo del símbolo: hambre-sed-pan-agua-caminar, etc., son todos ellos términos que ofrecen niveles de significado superpuestos y correlativos: físico, psíquico y espiritual. Por ejemplo: hambre de pan, hambre de afecto, hambre de Dios. Cada término puede recordar o ser signo del otro. Cuanto más está arraigado el símbolo en la experiencia genuinamente humana, tanto más se convierte en colectivo y universal. En este sentido, la Biblia habla al hombre de todos los tiempos y de todos los lugares.
Hemos de indicar ahora los diferentes esquemas según los cuales se ha realizado la relectura, sobre todo en el AT. En efecto, el tema del desierto se presta a dar vida a un grupo frondoso de significados, estructurados en forma de simples oposiciones. La relectura del NT quedará unificada en torno a los temas cristológicos.

4. LoS ESQUEMAS DE RELECTURA - Hoy las ciencias del lenguaje nos enseñan que, para individuar los valores de un término, es preciso ver a qué otros términos se contrapone habitualmente. Por lo que se refiere al desierto, comprobamos las antítesis siguientes: a) esterilidad / fertilidad: el desierto, tierra quemada, se opone a la tierra cultivada; b) incompletez/completez. Así como el mar, ateniéndonos a la cosmología bíblica, es lo que queda del abismo primordial después de la separación de las aguas (Gén 1), así el desierto es un residuo de la estepa desolada que existía antes de plantar el edén (Gén 2). El desierto, exactamente como el mar, es, pues, un símbolo del caos en oposición al cosmos ordenado. Una variante del tema incompletez/completez es el binomio: indiferenciación inicial / transformación: el desierto es la imagen de los comienzos absolutos, del tiempo en que aún era todo posible. Visto bajo este aspecto, reviste un valor positivo y será imagen de la juventud, del noviazgo, etcétera; c) desposesión / posesión: el desierto es el lugar de las privaciones. ¿Cuál es la cualidad de los sentimientos que se manifiestan en la condición de desposesión: lamentos estériles o repliegues sobre uno mismo, o bien voluntad de conquista para llegar a una existencia mejor?; d) camino / meta: el desierto, a duras penas soportable, no invita a la permanencia, sino a buscar una mansión estable. A lo largo de este eje de significados se articulan los temas de guía, peligro, resistencia encontrada, etc.
5. APLICACIÓN DE LOS ESQUEMAS DE RELECTURA At. AT - a) Esterilidad/fertilidad. El Sal 104 muestra que toda vida proviene de Dios. Si éste retira su aliento, la vida recae en la nada (Sal 104,29). Pues bien, según Núm 20,5, el desierto es un lugar inhóspito, "que no admite semillas, que no tiene viñas, ni higueras, ni granados, y donde ni hay agua para beber"; un lugar, en suma, que no parece haber tenido parte en la bendición de Dios y que, por tanto, alberga a los poderes demoníacos (Dt 8.15; cf Núm 21,4s; Is 30,6). Paradójicamente, en esta tierra quemada y árida es donde Dios se muestra más cerca al que le ama: "Tus vestidos no se gastaron sobre ti ni se hincharon tus pies durante esos cuarenta años. Reconoce, pues, en tu corazón que Yahvé, tu Dios, te corrige a la manera como un padre lo hace con su hijo" (Dt 8,4s; cf 29,4).
El desierto, naturalmente estéril, es a propósito para manifestar la potencia vivificadora de Dios. A este respecto, los hebreos percibieron la acción providente de Dios sobre todo en el maná, "el pan del cielo" (Sal 105,40). El maná había que recogerlo cada mañana, exceptuando el sábado (Ex 16,20). Esta disposición intenta sugerir que el pueblo no posee autonomía alguna de vida frente a Dios. Su dependencia es entera y constante, y no se refiere, además, sólo a los bienes materiales: "No sólo de pan vive el hombre, sino de cuanto procede de la boca de Yahvé" (Dt 8,3).
b) Incompletez/completez. El pensamiento hebreo no razona en términos de ser y no ser, sino que opone más bien orden y desorden, caos y cosmos. Este modo de ver las cosas, menos filosófico que el pensamiento griego, concede, en compensación, mayor puesto a la historia. Entre el desorden inicial y el cumplimiento escatológico de lo creado hay lugar para una acción transformadora. En esta perspectiva presenta sobre todo el Deuteroisaías (Is 40-55) la redención como cumplimiento de la creación. Los grandes símbolos del caos son el mar y el desierto. Yahvé libra una batalla simbólica contra estos elementos. Entre los restantes textos, ls 51,9-11 agrupa abismo primordial, mar y desierto: "¡Despierta, despierta; vístete de fuerza, brazo de Yahvé; despierta como antaño en los días de las generaciones antiguas! ¿No eres tú el que hendió a Rahab y traspasó al Dragón? ¿No eres tú el que secó el mar, las aguas del gran abismo, el que trocó en camino las honduras del mar para que pasaran tus redimidos? Así volverán los liberados de Yahvé y vendrán a Sión entre gritos de júbilo" (Cf también ls 63,13s). Es un solo y mismo Dios el que dividió las aguas del abismo, del mar Rojo, y el que ahora traza un camino en el desierto (ls 43,19). Para expresar esta identidad, el profeta ha superpuesto las imágenes. El mar ha ocupado el puesto del caos y el desierto ha sustituido al mar. La equivalencia entre desierto y mar, en cuanto símbolos del caos, explica también otra imagen del Deuteroisaías. Según ls 41,18s, Yahvé hará brotar en el desierto cuatro especies de agua (ríos, fuentes, estanques, manantiales) y hará crecer siete tipos de árboles (cedros, acacias, mirtos, olivares, cipreses, olmos, terebintos). Los páramos estériles se transformarán en un paraíso terrestre. Semejante oráculo no hay que tomarlo al pie de la letra, como si se tratara de la visión anticipada del estado futuro de una zona geográfica. El lenguaje es simbólico. La redención realiza la perfección que Dios ha planeado desde el principio (cf ls 45,18s).
En cambio, otras varias imágenes del libro de Isaías describen el juicio escatológico. Por ejemplo, ls 34-35. El día de su venganza, Yahvé tirará sobre Edom "la cuerda del caos y la plomada del vacío" (Is 34,11). Hienas, gatos salvajes y víboras "heredarán" el país y en él "morarán" (Is 34,11.17). Yahvé les "repartirá" la tierra (Is 34,17). Los términos clave de la entrada de Israel en la tierra prometida son referidos a los animales que toman posesión de las ruinas (heredar: Lev 20,24; Núm 13,30; 21,24; Dt 1,8; 2,21.31, etc.; morar: Sal 37,29; 69,37; distribuir: Jos 14,5; Núm 26,53.56). El castigo es a un tiempo anticreación y antiéxodo.
Las relecturas de la tradición del desierto no son uniformes. Junto a una valoración pesimista, que ve en los cuarenta años de peregrinación una larga serie de rebeldías, existe una valoración completamente positiva: el tiempo del desierto corresponde al noviazgo de Israel con Yahvé. El éxodo es la edad de oro de la historia de la salvación: "Me he acordado de ti, del cariño de tu juventud, de tu amor de novia cuando me seguías por el desierto, por una tierra yerma" (Jer 2,2). Este modo de ver las cosas forma parte del esquema indiferenciación/transformación. La historia no es más que el desarrollo progresivo de inmensas posibilidades iniciales. Cuanto más avanza Israel, más se endurece, más se enfría. Hay que relacionar con este esquema de relectura la teología de Oseas de retorno al desierto.
Para Oseas, el retorno al desierto no significa condena de la cultura y del progreso. En realidad, el pueblo, al hacerse sedentario, se ha dejado arrastrar al sincretismo religioso. No tiene ya la energía espiritual necesaria para convertirse. Necesita una juventud nueva, capacidad de volver a comenzarlo todo. Tal es precisamente el sentido de la vuelta al desierto en este profeta. Un espíritu de fornicación tiene a Israel prisionero (5,4). Hay que quitarle al pecador la ocasión de pecar. Hay que lanzarlo a un nuevo éxodo, a una nueva historia de la salvación experimentada personalmente. Más que de un castigo, se trata de hacerle revivir la serie de los acontecimientos salvíficos, a fin de devolverle su pureza inicial: "La atraeré y la guiaré al desierto, donde hablaré a su corazón... Allí me responderá de nuevo, como en los días de su juventud, como en el día en que salió de Egipto" (Os 2,16.17). Israel, una vez convertido, será nuevamente capaz de poseer su tierra sin ser poseído por ella.
e) Desposesión/posesión. Uno de los efectos que produce la desposesión es el de colocar al hombre frente a los propios deseos. ¿De qué naturaleza son las nostalgias que surgen en su corazón, cuando siente la privación? Israel, despojado de la comodidad, se inclina, por un lado, a cantar las alabanzas de la antigua prisión (Núm 11,5), y, por otro, a denigrar la tierra prometida, el don de Dios (Núm 13,32; 14,36). Ante la dificultad, el pueblo se siente tentado a caer en un abatimiento mortal (Núm 14,2) o, peor aún, a dar marcha atrás hacia Egipto (Núm 14,3). En efecto, la esperanza viene a faltar cuando no se alimenta ya de la fe. La fe pierde su propia audacia cuando el hombre no desea otra cosa que la satisfacción de las necesidades inmediatas. Pues bien, el desierto le enseña la jerarquía de los valores: "Te he humillado y te he hecho sentir hambre para alimentarte luego con el maná, desconocido de tus mayores, para que aprendieras que no sólo de pan vive el hombre, sino de cuanto procede de la boca de Yahvé" (Dt 8,3). Sólo Dios cuenta de veras; sin él todo el resto es nada. Dt 8-11 extiende este tipo de espiritualidad a todo el que vive en la abundancia. Para vivir ricos sin perderse es precisa una espiritualidad del desierto. Cuando Israel haya tomado posesión del país y viva en un perfecto bienestar, habrá de conseguir no olvidarse de Dios, el cual es infinitamente más grande que sus dones: "Acuérdate de Yahvé, tu Dios; él es quien te ha dado esta fuerza y fe ha procurado este poder" (Dt 8,18). Cualquiera que sea el bienestar adquirido, la fe sigue apoyándose solamente en Dios.
d) Camino/meta. El último esquema que debemos examinar es el del camino como opuesto a la meta. Los temas que vienen aquí naturalmente a cuento son los de Dios como guía y pastor, y el de los obstáculos del camino.
Cuarenta años de peregrinación por el desierto han habituado a Israel a "caminar con Dios" (Miq 6,8). Caminar significa llevar continuamente consigo sin dejarlo atrás el objeto de la propia esperanza, creer que uno es conducido hacia un país feliz (Dt 8,7-10) y que todos los caminos de Dios, por sinuosos que sean (Dt 2,Is), conducen a él.
Uno de los textos que trasladan más netamente el éxodo al plano espiritual es ls 58, que tiene como objeto el ayuno verdadero. El ayuno no consiste en atormentar el cuerpo, sino en hacer pedazos todo egoísmo: en romper las cadenas, en soltar los lazos, en quebrantar los yugos, en distribuir el pan. A quien se ha liberado de sí mismo, Dios se le hace presente como la columna de la nube en el desierto: "Yahvé será tu guía siempre, en los desiertos saciará tu hambre... serás como un huerto regado, cual manantial de agua, de caudal inagotable" (Is 58,11). El hombre, al salir de sí mismo y colocarse bajo la guía de Dios, se hace capaz de construir la ciudad. Is 58,12 prosigue: "Reedificarás las viejas ruinas... Serás llamado 'tapiador de brechas'". Las etapas del éxodo, paso del desierto-tierra prometida, se trasladan al plano espiritual.
Las dificultades del camino (hambre, sed, enemigos) sirven para recordar que la salvación no se consigue permaneciendo pasivos, sino que entraña siempre un aspecto dinámico. La prueba profundiza la fe, al tiempo que revela más manifiestamente la gloria de Dios, "su grandeza, la fuerza de su brazo tenso" (Dt 11,2). Lo progresivo de la salvación y su carácter dinámico se revelarán de modo más neto aún en el NT. La Iglesia en camino hacia una salvación todavía futura es la Iglesia del desierto (Ap 12).
6. LA RELECTURA DEL NT - Según el AT, los acontecimientos escatológicos están ligados al desierto (Is 35,1ss; 40,1; 41,19; 51,3, etc.). El tiempo de la salvación se anuncia simbólicamente bajo la imagen de un remodelamiento de la creación entera. También Juan el Bautista sabe que debe ser una voz que grita en el desierto para preparar el camino al Señor y allanar sus senderos (Mt 3,3; Mc 1,3; Lc 3,4-6). A su vez, también Jesús se sabe vinculado al desierto; en realidad, no para permanecer allí, sino para caracterizar así toda su actividad ulterior (Mt 4,1-11; Mc 1,12s; Le 4,1-13).
a) Jesús, tentado en el desierto. Jesús, tentado en el desierto, se coloca bajo el signo de las relecturas realizadas ya por el Deuteronomio: aa) "No sólo de pan vive el hombre, sino de cuanto procede de la boca de Yahvé" (Dt 8,3); bb) "No tentéis a Yahvé, vuestro Dios" (Dt 6,16); "teme a Yahvé, tu Dios, sírvele a él y jura en su nombre" (Dt 6,13). Lo absoluto de Dios, su santidad y su unicidad, tales son los tres principios que Jesús coloca en la base de su mesianismo. Jesús será al mismo tiempo Hijo del hombre y Siervo paciente. Gloria y cruz están indisolublemente unidas. Al triple pecado del pueblo del éxodo —deseo de satisfacción inmediata, poner a Dios a prueba, idolatría— opone Jesús una triple renuncia: muerte de sí mismo, confianza, adoración. Siempre que durante su ministerio se retire a "un lugar desierto" (Mc 1,35.45; 6,46; Le 4,42; 5,16; 9,10), lo hace para dar a Dios solo la gloria de sus milagros y para renovar en profundidad la elección hecha de una vez por todas en el desierto. Jesús es el Hijo del hombre, y no puede ser un rey que alimenta y favorece los caprichos de un pueblo (Jn 6,15; 18,36).
b) Jesús, nuestro desierto. Los "signos" del cuarto evangelio tienen esto en común: están destinados todos a conseguir una profundización de significado. Así, el agua, convertida en vino, significa el paso a una nueva alianza (Jn 2). Jesús es la vida verdadera (Jn 15), la luz del mundo (Jn 8,12), el pan bajado del cielo (Jn 6). En una perspectiva análoga de profundización, Juan emplea varias veces los temas del éxodo y los espiritualiza. Por lo demás, entre su evangelío y el Pentateuco existen anillos intermedios; por ejemplo, el Libro de la Sabiduría, compuesto unos cincuenta años antes de Cristo, en la diáspora hebrea de Alejandría. Una lectura paralela del cuarto evangelio y de la Sabiduría resulta particularmente instructiva.
Según la Sabiduría, la acción providente de Dios se ha revelado en las grandes pruebas del desierto, que son la sed, el hambre, la oscuridad, la amenaza constante de la muerte. A decir verdad, estos distintos peligros no se consideran en absoluto bajo su aspecto de fenómenos naturales, sino como elementos constitutivos del drama del éxodo, y se los ve, por tanto, como una dimensión de la historia de la salvación. Se trate de una dependencia literaria o de la utilización de una tradición común, el cuarto evangelio toma punto por punto la materia elaborada por el Libro de la Sabiduría.
En su sed, los hebreos invocaron al Señor. "Les fue dada agua de una roca escarpada, y remedio de su sed de una dura piedra" (Sab 11,4). A través de este signo, Israel reconoció la mano del Señor (Sab 11,14). A esto corresponde en la tradición de Juan el signo de Caná. Jesús cambia el agua en vino. De ese modo "manifestó su gloria y creyeron en él sus discípulos" (Jn 2,1-11). Volvamos al Libro de la Sabiduría. En el desierto, el Señor dio a su pueblo "alimento de ángeles, un pan del cielo preparado sin fatiga" (Sab 16,20). En el evangelio de Juan, Jesús se llama "pan vivo bajado del cielo" (Jn 6,51). Sabiduría: la noche de la partida de Egipto el Señor asegura a los suyos la presencia de una columna resplandeciente que habrá de servirle de guía (Sab 18,1-3). San Juan: en el episodio del ciego de nacimiento, Jesús aparece como la "luz del mundo" (Jn 8,12; cf 9,9; 1,4; 12,36). Sabiduría: la serpiente de bronce es "signo de salvación universal" (Sab 16,6s). Su contrapartida en Jn 3,14 es el Hijo del hombre levantado (cf 12,32.34) en la cruz (Jn 19,37), causa de salvación eterna para todo hombre que cree. Si durante el éxodo la palabra de Dios salvó a Israel (Sab 16,12), de ahora en adelante Cristo mismo será "resurrección y vida" (Jn 11,25x). "Todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre" (Jn 11,26). Para decirlo en pocas palabras, el ministerio de Jesús, la salvación que él trae, son imágenes del éxodo. El es en su misma persona el lugar de nuestro paso al Padre.
En 1 Cor 10,5s, san Pablo, a su vez, explicita ulteriormente la tipología del éxodo. Paso del mar y maná son figuras del bautismo y de la eucaristía. Vivimos el tiempo de la Iglesia bajo el velo de los sacramentos (cf Ap 12). No basta recurrir a los sacramentos para ser salvados; todos los padres atravesaron el mar, todos estuvieron bajo la nube, todos bebieron la misma agua espiritual; pero la mayor parte de ellos no agradó a Dios y sus cuerpos yacen en el desierto (1 Cor 10,1-5). No es posible agradar al Señor y ceder a las tentaciones que sedujeron a los padres: concupiscencia, murmuraciones, desconfianza en Dios. En la continuación del capítulo, san Pablo desarrolla lo que podría ser una auténtica espiritualidad del desierto: usar de manera correcta los sacramentos (1 Cor 10,14-22), hacer todas las cosas no para satisfacción propia, sino para la gloria de Dios (10,31), esforzarse en agradar a todos, no buscar el interés particular, sino el del mayor número posible de personas (10,33); en conclusión, sustituir la avidez y la concupiscencia por la voluntad de servir. En este nivel y en la prolongación del pensamiento paulino vemos identificarse la espiritualidad del desierto con el misterio pascual: morir a uno mismo a fin de vivir para el Señor; despojarse de todo para poseer el Todo, con la clara conciencia de que un plan por el estilo no procede de la voluntad humana, sino de la comunión con Cristo: "Ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mí" (Gál 2,20). En el NT Cristo adopta con toda evidencia el puesto del desierto: lugar donde Dios se hace presente (Jn 14,7), paso obligado para entrar en la gloria (14,6), alimento y fuerza durante el largo itinerario que lleva a la meta: Cristo, "camino, verdad y vida" (Jn 14,6).
7. CONCLUSIÓN - Nuestro estudio ha demostrado que la concepción bíblica del desierto no es en absoluto ascética. El desierto no es la fuga de la tentación (allí se es más tentado que en ningún sitio). También la búsqueda de un rincón propicio al recogimiento es un aspecto marginal. Jesús se retira al desierto ante todo para sustraerse al mesianismo demagógico que las turbas, bajo la dirección de Satanás, intentan imponerle. Mientras que las muchedumbres y Satanás intentan hacer que Dios coincida con el querer del hombre, Jesús quiere que el desierto sea el símbolo del espacio infinito que separa a Dios y al hombre pecador. Esta distancia sólo es superada a través del lento camino de la fe. El desierto, esencialmente transitorio, vivido como símbolo o como realidad física, es una escuela de absoluto. Esto es lo que hoy puede legitimar el retirarse al desierto de algunos como signo e invitación dirigida a la comunidad eclesial entera. Esto es lo que impone a todos la espiritualidad del desierto como disponibilidad a dejarse conducir por el Espíritu, en solidaridad con el pueblo de los creyentes.
R. Lack
III. Espiritualidad del desierto
La luz que la palabra de Dios ha proyectado sobre la experiencia del desierto indica las pistas que se han de recorrer para que ésta responda al plan divino y sea saludable para los cristianos de nuestro tiempo.
1. DINÁMICA DE LO PROVISIONAL - La primera evidencia que se desprende de la Biblia es que el desierto, como lugar geográfico y como postura de separación de la sociedad humana, no puede considerarse como una condición permanente. El desierto "no tiene nada que ver con una mística de la fuga de los hombres... Considerando la historia de los creyentes, hay que inculcar con fuerza este aspecto provisional del desierto. Si ha habido errores y desviaciones en la interpretación del desierto bíblico, están presentes y se han dejado sentir siempre que se ha querido hacer del desierto la situación definitiva y duradera del creyente. El creyente está destinado a la comunidad, a la Iglesia, a la sociedad de los hombres. Debe caminar durante algún tiempo por el desierto, a fin de prepararse a la misión, al contacto con los demás'. Para el pueblo elegido, el desierto representó siempre el "tiempo intermedio" entre la esclavitud y la tierra prometida; después de la infidelidad debe volver al desierto, no como ideal de vida (al estilo de los recabitas, que pretendían vivir como beduinos por reacción contra la civilización, considerada como un mal), sino como lugar de paso y de purificación, a fin de insertarse en una situación de justicia (cf Os 2,16-22). Para Abrahán, Moisés, Elías y para el mismo Jesús. la permanencia en el desierto se inserta plenamente en su misión; forma parte de un itinerario espiritual como momento fuerte de maduración de las propias opciones y de encuentro con Dios. Como todo tiempo intermedio, el desierto se caracteriza por una tendencia dinámica del pasado hacia el futuro, que no es una expectación pasiva, sino la construcción del término hacia el cual se tiende. Dejando a un lado las vocaciones especiales a la vida eremítica, "signo" de la dimensión escatológica de la Iglesia en camino hacia "nuevos cielos y nueva tierra" (2 Pe 3,13), el desierto es lugar de tránsito muy oportuno para quienes, inmersos en una actividad pastoral y social, desean orientar su propia vida según el plan de Dios y obrar auténticamente para la salvación de los hermanos. La oración solitaria se convierte para todo creyente —como para el Hermanito de Jesús—en "la consumación de su vocación apostólica, que supone la muerte a sí mismo y una gran disponibilidad interior a la caridad de Jesús, de modo que toda la vida esté dominada por la idea de la salvación de los hombres". Nada, pues, hay más ajeno a la verdadera concepción del desierto que considerarlo como lugar de quietud y relax, de sustracción a los compromisos humanos y de suspensión de la solidaridad con el pueblo de Dios. El desierto no es una casa para habitar en ella, sino un espacio que se ha de atravesar para realizar con la mediación del ambiente geográfico una fuerte experiencia espiritual que haga más verdadera la relación con Dios y con los hermanos.
2. EL DESIERTO, ESCUELA DE ABSOLUTO - No hay que confundir el desierto con los retiros comunes, donde se dispone previamente de una serie de medios (conferencias, oraciones litúrgicas o comunitarias, coloquios espirituales...) para renovar o templar el espíritu. Como afirma R. Voillaume, "el desierto es más que un lugar de retiro, ya que por su extensión y por su aspereza tiene valores propios... Lleva en si el signo de la pobreza, de la austeridad, de la sencillez más absoluta; el signo de la total impotencia del hombre, que descubre su debilidad porque no puede subsistir en el desierto y se ve obligado a buscar su fuerza y su amparo en Dios solo... El desierto es una tentativa de avance desnudo, desasido de todo apoyo humano, en la carencia de todo sustento terrestre, incluso espiritual, para encontrar a Dios... Los días en el desierto son un ensayo, una tentativa llena de confianza para pedir a Dios que venga a buscarnos, en nuestra impotencia, para llevarnos hasta él. Lo que es esencial en el desierto es el desasimiento total y la paciente y callada espera de Dios en la inactividad de nuestras potencias".
El desierto lleva consigo una ruptura con el propio habitat; se deja el mundo normal de las relaciones sociales y de las comodidades para encontrarse solos en un ambiente elemental, donde se despiertan las necesidades esenciales y se deben abandonar las ficticias. Como Israel en el desierto, el cristiano está llamado a demostrar su fe en el único Señor, a depender sólo de él, a poner en él toda su seguridad. No sólo debe pacificar su espíritu apagando los deseos inútiles y acallando el lamento de la esclavitud, sino también elegir lo Absoluto, relativizar los otros valores y rechazar los ídolos.
Por eso el desierto es un periodo de prueba y de tentación, durante el cual el cristiano de hoy debe intentar realizar definitivamente el paso de la jungla de la ciudad secular e industrial, es decir, del desierto construido por el hombre, donde tantas realidades son idolatradas, al desierto del encuentro con el Dios auténtico, a fin de desenmascarar a los demonios camuflados de dioses. Nuestro mundo está "lleno de aspirantes al papel de Dios. Todos quieren proponerse como criterio absoluto. El poder, la ley, el orden, el dinero, la propiedad, el mercado, la productividad, el consumo, la libertad, la ciencia, el partido, el Estado, la Iglesia, la ideologia, la Weltanschauung. Cualquier cosa, aunque sea buena, en la medida en que pretende trascender al hombre y establecerse por encima de él como tribunal inapelable... se corrompe en ídolo, en dios mundano, en potencia mentirosa y a menudo homicida".
Desocupado el corazón de ídolos, se siente que sólo Dios cuenta; él es el Absoluto, el Señor de la vida, el dador de la salvación. Dios pone en situaciones difíciles, a fin de que se manifiesten las verdaderas intenciones del hombre y de que éste experimente su bondad paterna: "Acuérdate del camino que Yahvé te ha hecho andar durante cuarenta años a través del desierto, con el fin de humillarte, probarte y conocer los sentimientos de tu corazón... Luego, te alimentó con el maná... para que aprendieras que no sólo de pan vive el hombre, sino de cuanto procede de la boca de Yahvé... Reconoce, pues, en tu corazón que Yahvé, tu Dios, te corrige a la manera como un padre lo hace con su hijo" (Dt 8,2-5). En el desierto, Dios se convierte en Cristo en maná que nutre y en agua viva que quita la sed (Jn 6,48-51; 7,37); pero en él precisamente el Absoluto se manifiesta como amor que atrae a sí en una comunión íntima y con una alianza perpetua: "Pero he aquí que yo la atraeré y la guiaré al desierto, donde hablaré a su corazón... Entonces te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en la justicia y el derecho, en la benignidad y en el autor..." (Os 2,16.21). El desierto se convierte así en un tiempo de revelación de Dios y del hombre, de renovación de la alianza, de restauración de la justicia y de la santidad.
3. GUÍA PARA UNA "JORNADA DE DESIERTO" - Los Hermanitos de Spello [supra I,2] proponen algunas orientaciones, fruto de la experiencia y, por lo mismo, sencillas y eficaces. que convendrá tener presentes para vivir concretamente la espiritualidad del desierto: "El que desee hacer una jornada de desierto debe hacerla con el espíritu de imitar a Jesús, el cual, de vez en cuando, se retiraba 'a lugares desiertos' a orar".
"Luego no es tanto el deseo de reposo y de soledad lejos de los hombres y de su estrépito lo que empujaba a Jesús al desierto, sino más bien la sed de estar cara a cara con Dios, su Padre, en su función de adorador y de salvador. Este deseo de intimidad con Dios es el único que debe impulsarnos a buscar y a amar la soledad".
"El deseo pone al hombre frente a sí mismo, inerme y privado de todas sus fuerzas, potencias y hábitos de sida, para enfrentarse con la presencia de Dios en el mayor despojamiento posible. En una jornada de desierto no se encuentra normalmente la presencia especial de la eucaristía y de las funciones litúrgicas. Por eso será preciso esforzarse en buscar la presencia de Dios 'en nosotros' y también en la naturaleza que nos rodea".
"Cuando partes para una jornada de desierto, dite a ti mismo que Dios te llenará de su presencia en la medida en que tu debilidad respete la soledad y también en la medida de tu valor para perseverar en la oración. Si te faltaren estas disposiciones fundamentales de esperanza y de disponibilidad a los dones de Jesús, puedes estar bien seguro de que otros muchos espíritus malos vagarán en torno a ti en la soledad'. Basta leer la Sagrada Escritura para convencerse de este serio peligro".
"Por lo demás, entre las pocas cosas que debes llevar contigo para una jornada de desierto cuida de no olvidar la Biblia, que contiene todos los ejemplos de quienes estuvieron enamorados del desierto: Moisés, Elías, Jonás, Juan Bautista, cada uno con su actitud espiritual propia. Verás que en todos estos ejemplos y, como culminación, mucho más en el ejemplo de Jesús en el desierto, el ayuno ocupa un lugar importante. No lo olvides. En una jornada de desierto, acaso este ayuno sea el único elemento positivo, una cosa conquistada, aunque todo lo demás te parezca a veces algo vago. Este ayuno en el desierto es el signo de que Dios es lo más grande...".
"No vaciles, además, en servirte de otros signos concretos para fijar tu atención: fabricación de pequeñas cruces rústicas, coronas; coger flores para adornar la capilla del eremitorio... Estas pequeñas actividades son muy apropiadas, si van acompañadas de jaculatorias, como la de la famosa `oración de Jesús' de los místicos orientales: 'Jesús, soy pecador, ten piedad de mí'. Finalmente, recuerda que el desierto es siempre un lugar de tránsito y que hay siempre un retorno más fuerte y más sereno hacia los hombres, a los que no podrás olvidar ni siquiera durante tu desierto. La última nota, finalmente, es que este desierto transitorio postula otro: aquel en el que Jesús restituyó su alma al Padre".
"Ojalá una jornada de desierto reavive en ti el deseo de morir mártir por él y con él, y... que esto llegue mañana, como escribía el hermano Carlos de Jesús unos días antes de morir". [Ejercicios espirituales VI, 2, a].
S. De Fiores
BIBL.,—AA. VV., Prier dans la ville, Cerf. París.—AA. VV., Nuevas experiencias de oración en la vida religiosa, en "Confer", 73 (1977).—AA. VV., Espiritualidad del Exodo. Marova, Madrid 1969.—Barsotti, D, Espiritualidad del Exodo, Sígueme, Salamanca 1968.—Cámara, H, El desierto es fértil, Sígueme, Sala-manca 1972.—Carretto, C, Cartas del desierto, Paulinas, Madrid 1980".—Carretto. C. El desierto en la ciudad, Ed. Católica, Madrid 1979.—Cazelles, H, En busca de Moisés, Verbo Divino, Estella 1981.—Hueck Doherty, C. de, Pustinia, Narcea, Madrid 1979.—Placa, A. JRiordan, B. P, Desert silence: a way of prayer for an unquiet age, Living Flame Press, Nueva York 1977.---Peiffer, C. J, Espiritualidad monástica, Monte Casino, Zamora 1976.—Serrano, V, Espiritualidad del desierto, Studium, Madrid 1968.