VocTEO
Con
esta expresión se alude a las exigencias fundamentales que deben ser
reconocidas (y garantizadas) en las relaciones internacionales a todos los
sujetos de ese orden: no sólo a los Estados-nación, que generalmente son
considerados como los únicos sujetos titulares de derechos internacionales,
sino también a aquellas etnias que, al encontrarse dentro de los Estados
(unitarios o federales), no se han organizado todavía de forma política autónoma.
Entre
los derechos de los pueblos se mencionan: el derecho a la existencia (y por
tanto el derecho al respeto de la identidad nacional y cultural, el derecho a la
posesión pacífica del territorio y a la protección contra cualquier forma de
genocidio), los derechos económico-sociales, en particular el derecho a la
autodeterminación política, a la paz y al desarrollo.
Los
derechos de los pueblos, como es fácil de entender, lejos de oponerse a los
derechos humanos, constituyen una integración y hasta un presupuesto de los
mismos, ya que sin su reconocimiento efectivo los derechos de las personas
mismas se ven gravemente amenazados.
Como
complemento de la Declaración de los derechos humanos de 1948, la Asamblea
General de la ONU en 1966 aprobó un Pacto internacional sobre los derechos económico-sociales
y culturales de los pueblos (privilegiando a los Estados-nación). Declaraciones
posteriores, entre ellas la de Helsinki, precisaron ulteriormente estos
derechos. Finalmente, aunque no fue firmada por la ONU, hay que recordar la
Declaración de Sareg del 14 de julio de 1976, en la que los derechos de los
pueblos, incluidas las etnias y las minorías políticamente no autónomas, se
van enumerando en la formulación más amplia que se ha intentado hasta ahora.
La
reflexión teológico-moral de nuestros días se ha mostrado mucho más atenta a
los derechos de los pueblos que en el pasado. El Magisterio y la acción de la
Iglesia han desarrollado una acción muy notable y bien motivada en apoyo de la
defensa de estos derechos, a menudo olvidados y pisoteados. Pensemos en la
opresión de las minorías tribales en algunos Estados del Tercer Mundo
africano, en el apartheid, en las actuales resistencias a que se proclame la
independencia en los Balcanes y en el ex imperio soviético.
Esto
demuestra cuán arduo y largo es el camino de los derechos de los pueblos; sin
embargo, es éste un camino indispensable para que la humanidad llegue a aquel
«espacio de verdadera fraternidad» que solicita la Constitución conciliar
Gaudium et spes (n. 37).
G.
Mattai
Bibl.:
M. Mauss, Sociología y antropología, Tecnos, Madrid 1971; R. E. 6ickinson,
Ciudad, región y regionalismo, Omega, Barcelona 1961; M. García Pelayo, El
tema de las nacionalidades, Madrid 1979,
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