En la Biblia,
el nombre de David sólo lo ostenta el segundo rey de Israel, el bisnieto de
Booz y Rut (Rut 4 18 ss.). Era el más joven de los ocho hijos de Isaí, o Jesé
(I Reyes 16 8; cf. I Cro 2 13), un pequeño propietario de la tribu de Judá que
habitaba en Belén, dónde nació David. Nuestro conocimiento de la vida y
características de David se deriva exclusivamente de las páginas de Sagrada
Escritura (ver I R 16; II R 2; I Cro 2, 3 y 10-19; Rut 4 18-22) y los títulos
de muchos Salmos. Según la cronología usual, David nació en 1085 y reinó de
1055 a 1015 a.C. Recientes escritores han datado su reinado, deduciéndolo de
inscripciones asírias, unos 30 ó 50 años más tarde. Por las limitaciones, no
es posible dar más que un esbozo de los eventos de su vida y una simple
estimación de sus características y su importancia en la historia del pueblo
elegido, como rey, salmista, profeta e imagen del Mesías.
La historia de
David se divide en tres períodos: (1) antes de su elevación al trono; (2) su
reinado, en Hebrón sobre Judá y en Jerusalén sobre todo Israel, hasta su
pecado; (3) su pecado y sus últimos años. Aparece primero en la historia
sagrada como un joven pastor que cuidaba los rebaños de su padre en los
campos cercanos a Belén, "rubio, de bellos ojos y hermosa presencia”.
Samuel, el
profeta y último de los jueces, fue enviado a ungirlo en lugar de Saúl. a
quien Dios había rechazado por su desobediencia. Los relatos de David no
parecen haber reconocido la importancia de esta unción que lo marcó como
sucesor al trono después de la muerte de Saúl.
Durante un
período de enfermedad, cuando un espíritu maligno atormentaba a Saúl, David
fue llevado a la corte para aliviar al rey tocando el arpa. Ganó la gratitud
de Saúl y lo puso al frente del ejército, pero su estancia en la corte fue
breve. Más tarde, mientras sus tres hermanos mayores estaban en el campo,
luchando bajo Saúl contra los Filisteos, David fue enviado al campamento con
algunos comestibles y regalos; allí oyó las palabras con las que el gigante,
Goliat de Gat, desafiaba a todo Israel a un combate singularizar y él se
ofreció para matar al filisteo con la ayuda de Dios. Su victoria sobre Goliat
provocó la derrota del enemigo. Las preguntas de Saúl a Abner en este momento,
parecen implicar que él nunca había visto antes a David, sin embargo, como
hemos visto, David ya había estado en la corte. Se han hecho varias conjeturas
para explicar esta dificultad. Como el pasaje hace pensar en una contradicción
en el texto hebreo, es omitido por la traducción de los Setenta, algunos
autores han aceptado el texto griego en preferencia al hebreo. Otros suponen
que el orden de las narraciones se ha confundido en nuestro texto hebreo
actual. Un solución más simple y más probable mantiene que, en la segunda
ocasión, Saúl sólo preguntó a Abner por la familia de David y sobre su
infancia. Antes no había prestado atención a estas cosas.
La victoria de
David sobre Goliat le ganó la amistad entrañable de Jonatán, el hijo de Saúl.
Obtuvo un lugar permanente en la corte, pero su gran popularidad y las
imprudentes canciones de las mujeres excitaron los celos del rey, que intentó
matarlo en dos ocasiones. Como jefe de mil hombres buscó nuevos riesgos para
ganar la mano de Merab, la hija mayor de Saúl: pero, a pesar de la promesa del
rey, fue dada a Adriel de Mejolá. Mical, la otra hija de Saúl, estaba
enamorada de David, y, con la esperanza de que finalmente fuera muerto por los
Filisteos, su padre prometió dársela en matrimonio, con tal de que David
matara a cien Filisteos. David tuvo éxito y se caso con Mical. Este éxito, sin
embargo, hizo temer más a Saúl y finalmente le indujo a ordenar que debiera
matarse a David. Por mediación de Jonatán fue perdonado durante un tiempo,
pero el odio de Saúl le obligó finalmente a huir de la corte.
Primero fue a
Ramá y desde allí, con Samuel, a Nayot. Los grandes esfuerzos de Saúl por
asesinarlo eran frustrado por la interposición directa de Dios. Una entrevista
con Jonatán le convenció de que la reconciliación con Saúl era imposible y de
que, para el resto del reino, él era un desterrado y un bandido. En Nob, David
y sus compañeros fueron armados por el sacerdote Ajimélec, que después fue
acusado de conspiración y asesinado con todos sus sacerdotes. De Nob, David
fue a la corte de Aquis, rey de Gat, de donde escapó de la muerte fingiendo
locura. En su retorno se convirtió en cabeza de una banda de aproximadamente
cuatrocientos hombres, algunos parientes suyos otros entrampados y
desesperados, que se reunieron en la cueva o refugio de Adulán. Poco tiempo
después su número llegó a seiscientos. David liberó la ciudad de Queilá de los
filisteos, pero fue obligado a huir de nuevo de Saúl. Su siguiente morada fue
el desierto de Zif, memorable por la visita de Jonatán y por la alevosía de
los zifitas que avisaron al rey. David se libró por la llamada a Saúl para
rechazar un ataque de los filisteos. En los desiertos de Engadí estuvo de
nuevo en gran peligro; pero, cuando Saúl estaba a su merced, él generosamente
le perdonó la vida. La aventura con Nabal, el matrimonio de David con Abigail,
y una segunda ocasión rehusada de matar a Saúl, fueron seguidas por la
decisión de David de ofrecer sus servicios a Aquis de Gat y así poner fin a la
persecución de Saúl. Como vasallo del rey filisteo, se estableció en Sicelag,
desde donde hizo incursiones a las tribus vecinas, devastando sus tierras y no
dejando con vida hombre ni mujer. Pretendiendo que estas expediciones eran
contra su propio pueblo de Israel, se aseguró el favor de Aquis. Sin embargo,
cuando los filisteos se prepararon en Afec para emprender la guerra contra
Saúl, los otros príncipes no fueron partidarios de confiar en David, y él
regresó a Sicelag. Durante su ausencia había sido atacada por los amalecitas.
David los persiguió, destruyó sus fuerzas y recuperó todo su botín. Entretanto
había tenido lugar la fatal batalla en el monte de Gelboé, en la que Saúl y
Jonatán fueron muertos. La elegía conmovedora, que se conserva para nosotros
en II Reyes 1, es un arranque de pesar de David por su muerte.
Por mandato de
Dios, David, que tenía ahora treinta años, subió a Hebrón para reclamar el
poder real. Los hombres de Judá lo aceptaron como rey y fue ungido de nuevo,
solemne y públicamente. Por influencia de Abner, el resto de Israel permanecía
fiel a Isbóset, hijo de Saúl. Abner atacó las fuerzas de David, pero fue
derrotado en Gabaón. La guerra civil continuó durante algún tiempo, pero el
poder de David aumentaba continuamente. En Hebrón tuvo seis hijos: Amnón,
Quilab, Absalón, Adonías, Sefatías, y Yitreán. Como resultado de una riña con
Isbóset, Abner hizo maniobras para llevar a todo Israel bajo el poder de
David; sin embargo, fue alevosamente asesinado por Joab, sin el consentimiento
del rey. Isbóset fue asesinado por dos benjamitas y David fue aceptado por
todo Israel y ungido rey. Su reinado en Hebrón sobre Judá había durado siete
años y medio.
David tuvo
éxito en sus sucesivas guerras, haciendo de Israel un estado independiente y
provocando que su propio nombre fuera respetado por todas las naciones
circundantes. Una notable hazaña fue, al principio de su reinado, la conquista
de la ciudad jebusita de Jerusalén, a la que hizo capital de su reino, “la
ciudad de David”, el centro político de la nación. Construyó un palacio, tomó
más esposas y concubinas, y engendró más hijos e hijas. Habiéndose liberado
del yugo de los filisteos, resolvió hacer de Jerusalén el centro religioso de
su pueblo, transportando el Arca de la Alianza (ver artículo) desde Baalá (Quiriat
Yearín). La trajo a Jerusalén y la puso en la nueva tienda construida por el
rey. Después, cuando propuso construir un templo para ella, le fue dicho, por
el profeta Natán, que Dios había reservado esta tarea para su sucesor. En
premio a su piedad, le fue hecha la promesa de que Dios le construiría a una
casa y establecería su reino para siempre.
No hay detalles
sobre las diversas guerras emprendidas por David; sólo tenemos algunos hechos
aislados. La guerra con los amonitas es recordada de un modo más completo
porque, cuando su ejército estaba en el campo durante esta campaña, David
cometió los pecados de adulterio y asesinato, atrayendo por ello grandes
calamidades para él y su casa. Estaba entonces en la plenitud de su poder, era
un gobernante respetado por todas las naciones, del Eufrates al Nilo. Después
de su pecado con Betsabé y el asesinato indirecto de Urías su marido, David la
convirtió en su esposa. Pasço un año de arrepentimiento por su pecado, pero su
contrición fue tan sincera que Dios le perdonó; aunque, al mismo tiempo, le
anunció los severos sufrimientos que le sucederían. El espíritu con que David
aceptó estas penas lo ha hecho en todo tiempo modelo de penitentes. El incesto
de Amnón y el fratricidio de Absalón (ver artículo) trajeron la vergüenza y la
aflicción a David. Absalón permaneció tres años en el destierro. Cuando fue
llamado de regreso, David lo mantuvo en desgracia durante dos años más y
entonces le restauró a su anterior dignidad, sin ninguna señal de
arrepentimiento. Molesto por el tratamiento de su padre, Absalón se consagró
durante los siguientes cuatro años a seducir a la gente y finalmente se
proclamó rey en Hebrón. David fue cogido por sorpresa y obligado a huir de
Jerusalén. Las circunstancias de su huída se narran en la Escritura con gran
simplicidad y patetismo. El rechazo de Absalón del consejo de Ajitófel y su
consecuente retraso en la persecución del rey, hizo posible a éste último
reunir sus fuerzas y vencer en Majanáin dónde Absalón murió. David retornó
triunfante a Jerusalén. Una gran rebelión bajo Seba fue reprimida rápidamente
en el Jordán.
En este punto
de la narración de II de Reyes leemos que “hubo hambre, en los días de David,
durante tres años consecutivos”, en castigo por el pecado de Saúl contra los
gabaonitas. A su llamada, siete de la familia de Saúl fueron entregados para
ser crucificados. No es posible fijar la fecha exacta de la hambruna. En otras
ocasiones, David mostró gran compasión con los descendientes de Saúl, sobre
todo con Mefibóset, el hijo de su amigo Jonatán. Después de una breve mención
de cuatro expediciones contra los filisteos, el escritor sagrado recuerda un
pecado de orgullo por parte de David en su resolución de hacer un censo del
pueblo. Como penitencia por este pecado, se le permitió escoger entre hambre,
derrotas o peste. David escogió la tercera y en tres días murieron 70.000.
Cuando el ángel estaba a punto de golpear Jerusalén, Dios se apiadó y cesó la
peste. David fue enviado a ofrecer un sacrificio en la era de Arauná, el lugar
del futuro templo.
Los últimos
días de David fueron perturbados por la ambición de Adonías, cuyos planes para
la sucesión fueron frustrados por Natán, el profeta, y Betsabé, la madre de
Salomón. El hijo que nació después del arrepentimiento de David, fue elegido
con preferencia sobre sus hermanos mayores. Para asegurarse que Salomón le
sucedería en el trono, David lo había ungido públicamente. Las últimas
palabras recogidas del anciano rey son una exhortación a Salomón a ser fiel a
Dios, premiar a los sirvientes fieles y para castigar a los malos. David
falleció a la edad de setenta años, tras haber reinado en Jerusalén treinta y
tres años. Fue enterrado en el Monte Sión. San Pedro dice que su tumba todavía
existía en el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre los
Apóstoles (Hch 2 29). David es honrado por la Iglesia como un santo. Se le
cita en el Martirologio romano, el 29 de diciembre.
El carácter
histórico de las narraciones sobre la vida de David ha sido atacado
principalmente por escritores que han desatendido el propósito del narrador de
I Cro. Este pasa por encima los acontecimientos que no están relacionadas con
la historia del Arca. En los Libros de los Reyes se narran los eventos
principales, buenos y malos. La Biblia recuerda los pecados de David y sus
debilidades sin excusa ni paliativos, pero también recuerda su
arrepentimiento, sus actos de virtud, su generosidad hacia Saúl, su gran fe y
su piedad. Los críticos que han juzgado duramente su carácter no han
considerado las circunstancias difíciles en las que vivió o los modales de su
edad. No es crítico ni científico exagerar sus faltas o imaginar que toda la
historia es una serie de mitos. La vida de David fue un momento importante en
la historia de Israel. Fue el fundador real de la monarquía, la cabeza de la
dinastía. Escogido por Dios “como un hombre según Su propio corazón”, David
fue probado en la escuela del sufrir durante los días de destierro y se
convirtió en un renombrado líder militar. A él es debida la completa
organización del ejército. Dio una capital, una corte y un gran centro de
culto religioso, a Israel. La pequeña banda de Adulán se convirtió en el
núcleo de una eficiente fuerza. Cuando fue proclamado rey de todo Israel,
tenía 339.600 hombres bajo su mando. En el censo se cuentan 1.300.000 capaces
de empuñar un arma. Un ejército dispuesto, que constaba de doce cuerpos, cada
uno con 24.000 hombres, que se turnaban para servir durante un mes cada vez,
en la guarnición de Jerusalén. La administración de su palacio y su reino
exigió un gran séquito de sirvientes y oficiales. Sus diferentes funciones
están fijas en I Cro 27. El rey mismo ejerció la función de juez, aunque
posteriormente los levitas fueron designados para este propósito, así como
otros oficiales menores.
Cuando el Arca
fue llevada a Jerusalén, David emprendió la organización del culto religioso.
Las funciones sagradas se confiaron a 24.000 levitas; además 6.000 fueron
escribas y jueces, 4.000 porteros, y 4.000 cantores. Organizó las diversas
partes de los ritos, y asignó a cada sección sus tareas. Los sacerdotes
estaban divididos en veinticuatro familias; los músicos en veinticuatro coros.
A Salomón había sido reservado el privilegio de construir la casa de Dios;
pero David hizo amplias preparaciones para el trabajo reuniendo tesoros y
materiales, así como transmitiendo a su hijo un plan para el edificio y todo
sus detalles. Se nos relata en I Cro., cómo exhortó a su hijo Salomón para
llevar a cabo este gran trabajo y dio a conocer a la asamblea de jefes la
importancia de las preparaciones.
La parte más
importante de los trabajos del templo, musicada y cantada, como compuso
David, está rápidamente explicada con sus habilidades poéticas y musicales. Su
habilidad para la música se recuerda en I Reyes, 16 18 y Amós 6 5. Se
encuentran poemas compuestos por él en II Reyes, 1, 3, 22 y 23. Su conexión
con el Libro de Salmos, muchos de los cuales se atribuyen expresamente a
diferentes situaciones de su carrera, fue tomada para atribuirle por parte de
muchos, en los últimos tiempos, todo Salterio. La paternidad literaria de
estos himnos y las cuestiones acerca de en qué medida pueden ser considerados
un medio para proporcionar material ilustrativo sobre la vida de David, se
trata en el artículo los SALMOS.
David no fue
meramente un rey y gobernante, también fue un profeta. “El espíritu del Señor
ha hablado por mi y su palabra por mi lengua” (II Reyes, 23 2), es una
declaración directa de inspiración profética en el poema allí recordado. San
Pedro nos dice que era un profeta (Hch 2 30). Sus profecías están inmersas en
los Salmos literalmente mesiánicos que compuso y en las “últimas palabras de
David” (II R 23). El carácter literal de estos Salmos Mesiánicos se indica en
el Nuevo Testamento. Ellos se refieren al sufrimiento, la persecución y la
liberación triunfante de Cristo, o a las prerrogativas conferidas a Él por el
Padre. Además de estas profecías directas, el propio David siempre ha sido
considerado como un modelo del Mesías. En esto la Iglesia siguió las
enseñanzas de los profetas del Antiguo Testamento. El Mesías sería el gran rey
teocrático; David, el antepasado del Mesías, era un rey según el corazón de
Dios. Se atribuyen sus cualidades y su mismo nombre al Mesías. Episodios en la
vida de David son considerados por los Padres como prefiguración de la vida de
Cristo; Belén es el lugar de nacimiento de ambos; la vida de pastor de David
apunta hacia Cristo, el Buen Pastor; las cinco piedras escogidas para matar a
Goliat son tipo de las cinco llagas; la traición por su consejero de
confianza, Ajitófel, y el pasaje en el Cedrón nos recuerda la Sagrada Pasión
de Cristo. Muchos de los Salmos davídicos, tal y como los comprendemos, desde
el Nuevo Testamento, son claramente el anuncio del futuro Mesías.
JOHN CORBETT
Transcrito por Judy Levandoski
En memoria de Andrew Levandoski
Traducido por Quique Sancho
Transcrito por Judy Levandoski
En memoria de Andrew Levandoski
Traducido por Quique Sancho
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