I.
Planteamiento de la cuestión
La
libertad, como acción propia en virtud de la apertura del espíritu a lo
absoluto e incondicionado, aparece esencialmente como exención de determinación
extraña (violencia o fuerza) y, en este sentido, como indiferencia respecto de
posibilidades abiertas, como liberum arbitrium o facultad de elección.
No siempre es menester que se den posibilidades de elección con igual
valor; precisamente en la más importante posibilidad de elección que tiene la
-> libertad finita, en la que escoge entre el bien y el mal, se ordena una
elección determinada y se prohíbe otra, que, aunque posible, significa una
desviación y merma de la libertad.
Pero
toda elección implica (según la medida de su importancia) la imposibilidad de
un total esclarecimiento racional de las razones a favor y en contra de los
términos entre los cuales se ha de elegir (lo que vale también para la
elección, pues a la luz de la reflexión finita el bien no sólo aparece como
bueno y el mal presenta aspectos positivos). Y esto, a la postre, porque el
examen racional no es sólo condición independiente y precedente del acto de
elección (o de uno que a su vez le precede), sino también factor integrante, y
este mismo acto de elección (no sólo su objeto) debe ser querido (por más que
tal elección no sea consciente, por estar previamente esbozada por la
convención, la costumbre, etc.). Esa «elección fundamental» puede ser
consciente en la propia claridad del espíritu, pero no puede de nuevo
objetivarse en forma refleja (intentarlo llevaría a un proceso in infinitum).
La elección, por tanto, no es un acto irracional, sino que supera o funda
la propia reflexión racional.
En
este sentido toda elección reviste el carácter de d. Esta esencia suya se hace
especialmente visible donde aparece que es imposible dejar de recurrir a una
elección (p. ej., por la experiencia misma de que no es posible esclarecerla),
aunque sólo sea al acto electivo de abstenerse de elegir. Y donde más visible
se hace es cuando dicha elección ineludible tiene un plazo limitado de d. «La
d., si bien su realización presupone la libertad, está bajo el signo de la
necesidad» (H. Lübbe).
II.
Historia del problema
Frente
a la «actitud de espectador» de la teoría griega (que, sin embargo, hemos de
ver junto con la tragedia y la religiosidad mistérica, como respuesta a la ley
del cosmos, prepotente y universal, el
pensamiento judío y cristiano introdujo, por experiencia religiosa, el concepto
de decisión en la historia espiritual de occidente. Aquí se ve
fundamentalmente al hombre como el ser en trance de decidirse. Cf. p. ej.:
«Mira que hoy he puesto ante tus ojos la vida y la muerte, el bien, y el mal...
Lo que mando es que ames al Señor Dios tuyo» (Dt 30, 15ss). «Si hoy oyereis
su voz, no endurezcáis vuestros corazones... mientras aquél hoy perdura...» (Heb
3, 7-15).
La
necesidad temporal de la d. brota del irrevocable llamamiento de la gracia de
Dios, que cabe desatender, y define, en sentido general, la vida humana
absolutamente, en cuanto está limitada por la muerte. Esto no significa,
empero, que la vida pueda tomarse como mero tiempo de ensayo y prueba con
respecto a algo completamente distinto de ella (p. ej., como «papel» en el
«teatro del mundo»); ella misma se hace más bien, en la d., lo definitivo y
eterno del hombre. La salvación y la perdición no son cosas externas a él,
sino que están determinadas en la manera más íntima por lo que él es o se ha
hecho en la d. (-> historia e historicidad).
Esta
experiencia se prosigue sobre todo en la corriente del pensamiento agustiniano y
franciscano y en la teología de la reforma protestante, hasta que, en el siglo
xix, halla (junto a Newman y más tarde Blondel) su más eficaz predicador en Sören
Kierkegaard. A partir de éste determina la filosofía existencial.
III.
Forma
Aquí
se sitúa la d. en el centro de la persona, el cual acuña también el
conocimiento, sin que con ello haya de afirmarse ya un «decisionismo»
irracionalista, pues, la relación ontológica del acto fundamental de la
libertad finita consigo mismo, debe distinguirse de la reflexión secundaria en
el mundo de las categorías. (A la inversa, la elevación de esta reflexión a
una adecuada fundamentación científica de la d. crea el hecho de la
«ideología».) Con todo la d. requiere también reflexión (pues el hombre
articula necesariamente su relación transcendental consigo mismo en el mundo,
en las categorías, en la reflexión, y sólo así la realiza verdaderamente);
si bien esa reflexión no suprime el carácter decisorio de la d. Esta
reflexión se dirige en efecto no sólo a las normas generales (principios), en
las que trata de subsumir el presente caso a decidir (prudencia), sino que, en
una «lógica del conocimiento existencial» (K. Rahner), debe posibilitar un
«discernimiento de los espíritus» (Ignacio de Loyola), que, por encima de las
normas de validez general (lo que no quiere decir contra ellas: -> ética de
situación), hace perceptible el llamamiento de la «hora» en cuanto este
«ahora». Pero precisamente ese conocimiento, aun con toda su certeza, no da
una seguridad disponible, sino que más bien es ya un elemento de la ineludible
d. misma.
Y,
sobre todo, esta reflexión no da seguridad sobre el «espíritu» de la d.
misma, sobre los motivos que en último término la determinan. Lo cual se debe
a la naturaleza primigenia de la libertad y a la codeterminación de la d.
individual por las d. del ambiente; éste hace sentir más su efecto en la
situación de pecado original del hombre concreto, que se halla en un contexto
de perdición (no suprimido simplemente por la redención). Y no puede decirse
absolutamente hasta qué punto el hombre acepta de modo pasivo ese contexto como
ineludible ingrediente de su d., o lo afirma (ratifica) también por su parte
(-->concupiscencia).
Así
la relación entre reflexión y resolución, aseveración y acción remite a la
relación de las d. particulares con aquella d. fundamental (option
fondamentale) que, tomada en el centro de la persona, opera la
determinación esencial de la misma. De dicha d. fundamental proceden las d.
particulares, pero de manera que ella sólo se forma y realiza en éstas y las
d. particulares pueden designarse como «ejercicio» introductorio para la d.
fundamental. Esta constitución «no terminada» del ser que deviene
temporalmente permite que las anteriores d. queden «situadas» y «superadas»,
presenten un carácter relativo, e incluso sean despreciadas y rechazadas. Con
todo la libertad está orientada hacia una d. incondicional y absoluta. Pero
esta d. fundamental no flota en una especie de éter atemporal sobre las d.
particulares, como tampoco puede identificarse inequívocamente con una de ellas
(p. ej., con alguna de las tomadas hasta ahora o con la definitivamente
última). Sin embargo, hay situaciones eminentes, fundamentales para la d.; y,
en este sentido, la última situación irrevocable del hombre tiene una
importancia singular.
Así
la esencia de la d. aparece con fuerza insuperable en la muerte (que no debe
necesariamente coincidir con el «exitus» médico, sino que, como «última
palabra» del hombre sobre sí mismo en el plano antropológico, puede haber
sido pronunciada mucho antes). En unidad indisociable la muerte es, a par,
acción y pasión, evasión e imperativo de renuncia; como toda d., procede de
la vida vivida y lleva su cuño y, sin embargo, sólo ella da a ésta (por el
sí o la revocación) su faz definitiva. Pero a este respecto hemos de notar que
ese entrelazamiento no puede esclarecerse explícita y adecuadamente ni para el
moribundo ni para los demás, pues ni el manto de las sombras ni la claridad del
propio conocimiento interno permiten ninguna división definitiva. Así, aquí
se ve con la máxima claridad la tentación de la situación de d. en general:
desesperación, fuga (que puede muy bien consistir en la distancia creada por la
«teoría»), obstinación, perdición propia; y se ve igualmente la respuesta
exigida: resolución, entrega, abandono de sí y esperanza en brazos del Dios de
la vida, que garantiza la totalidad definitiva (la --> salvación).
Si
la muerte es así el lugar más visible de la d., lo es también y precisamente
para el acto central y fundamental del hombre, para el -> acto religioso; y,
así, lo dicho describe también, sin necesidad de una transposición, el acto
de fe, cuya tensión insuperable entre el rationabile obsequium y el sacrificium
intellectus, así como la tensión entre ambas cosas como «acción» del
hombre y de la gracia que la llama y sostiene, se estudia en el analysis
fidei.
Jörg
Splett
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