DPE
SUMARIO:
Perspectiva. - 1. La realidad histórica. - 2. Lo lectura eclesial: a) Medellín
(1968); b) Puebla (1979); c) Santo Domingo (1992). - 3. Nuevos tiempos en la
práctica eclesial: a) La unidad de la historia; b) Tiempo de conflicto; c)
Nuevas formas de presencia; d) Tiempo de martirio.
Perspectiva
La Iglesia
Latinoamericana, fiel a su compromiso histórico, del que en nuestros tiempos es
pionera, no ha dejado de profundizar en la perspectiva de la "opción por el
pobre", y no ha cesado tampoco de intentar descubrirlo en sus nuevas realidades,
siempre cambiantes.
Las tres últimas
décadas del siglo que termina han sido en esto particularmente significativas,
no solo porque la situación de miseria y de despojo de las grandes mayorías ha
aumentado, sino también, porque a esto se ha unido, por desgracia, el estallido
de revoluciones, y de lucha armada que se hizo presente en un significativo
número de países.
Con esta nueva
perspectiva, los males lejos de superarse trajeron otros nuevos: asesinatos,
violaciones, desplazados, matanzas indiscriminadas, detenciones masivas... y por
desgracia, como siempre, el sufriente mayor ha sido el mismo: el pobre, el
indígena, el obrero, el joven, la mujer, el niño; en definitiva, los más
indefensos.
Los derechos
humanos de las grandes mayorías empobrecidas no sólo han sufrido así los embates
primeros de unas estructuras opresoras y alienantes, sino que han visto
incrementado su despojo sufriendo también las consecuencias de los conflictos, a
veces desde los dos frentes: el azote de la guerrilla (cuando no se plegaban a
sus intereses) y el no menos fuerte de la represión, con la persecución, la
cárcel o el mismo asesinato.
Esta situación hizo
que la Iglesia tomara mayor conciencia y partido por el pobre y por la defensa
de su dignidad y de sus derechos. Así, el reconocimiento de dignidad de la
persona humana y la defensa y promoción de sus derechos más alienados, toma toda
su fuerza en la pastoral eclesial, sobre todo en la pastoral del sector de
Iglesia más comprometido, el de aquellos que han sabido estar presentes en la
difícil situación histórica, y lo han hecho, desde el lado del pobre, aceptando
la conflictividad de las situaciones que se han presentado y aún, como no podía
ser menos, el rechazo y la calumnia de muchos, a veces de otros sectores
eclesiásticos.
Con toda seguridad
podemos decir que la Iglesia L.A. es la Iglesia que con más energía y valor
profético ha desarrollado, desde la palabra y desde la acción una pastoral de la
"dignidad humana", una pastoral de la defensa y promoción de los derechos de las
personas, en especial de los más excluidos, de los que para nadie cuentan.
No ha sido fácil.
Ser profeta no es fácil. Enfrentarse a los poderes del "mundo" en defensa de la
vida, y de la verdad, le ha merecido a la Iglesia, el ser una Iglesia martirial,
una Iglesia que ha regado con abundante sangre, de Obispos, sacerdotes,
religiosos y laicos, su testimonio profético y su rechazo a un mundo de
injusticia; una Iglesia que se ha convertido así en ejemplo para la Iglesia en
el mundo, porque "la sangre de los mártires ha sellado su fidelidad al
compromiso histórico con el pueblo latino americano".
1. La realidad
histórica
Las tres últimas
décadas en la historia de L.A. han sido particularmente significativas tanto a
nivel de continente en general, como en cada país. La situación se encuentra más
dramática cuando su interpretación se hace desde el pobre, desde el reverso de
la historia, desde los que no cuentan, que, por desgracia son las grandes
mayorías.
No solo
continuaron, en estos tiempos en Al., las estructuras ya denunciadas como
opresoras, alienantes y causantes de la pobreza de las grandes mayorías, sino
que en el marco continental entraron también otros nuevos actores:
a) El refuerzo de
la situación de los privilegiados, incluso con leyes que permitieron a
empresarios manejar mejor las situaciones de conflictividad alrededor del
empleo, de los salarios, de los despidos. Las clases sociales prácticamente se
van dividiendo en dos: privilegiados y empobrecidos, con una consecuencia muy
grave: se va achicando mucho el espacio de la clase media, fundamental en el
sustento de todo tejido social.
b) La presencia de
los regímenes militares que inundaron en la época de los 70 la mayoría de los
países latinoamericanos. Ello supuso mayor impunidad, desprecio de la opción
democrática, suspensión de muchas leyes civiles. Supresión o dificultades
máximas para todo tipo de organizaciones populares, armamentismo progresivo de
los países con un gasto inusitado, una mayor incidencia en el uso de la fuerza
al interior de los países para asegurar el "orden" y evitar conflictos.
c) La instauración
de la Doctrina de la Seguridad Nacional, impuesta desde los EE.UU., en razón de
evitar los conflictos internos y resguardar el orden y la "seguridad" en la
nación. Doctrina implementada con armamento, técnicas, entrenamientos,
ideologías, supeditando las ayudas económicas al cumplimiento estricto de sus
planteamientos, con grave detrimento de los derechos humanos fundamentales de
las personas.
d) Declive hacia
una peor situación económica. En parte debida al máximo control que ejercen los
Gobiernos de fuera para fortalecer sus mercados, un gran bajón en el precio de
las materias primas, dificultades económicas en parte debida a la enorme carga
por el pago de intereses de la deuda externa, carga que repercutía en su mayor
parte en los sectores populares, e impedía un mayor desarrollo armónico de la
nación. Todos esto unido a otros factores siempre presentes: la corrupción, los
malos manejos de los fondos públicos, el arribismo, la fuga de capitales, y el
crecimiento económico desmesurado de las "familias gobernantes."
e) La explosión de
los movimientos armados y guerrilleros, que prácticamente están presentes en la
mayoría de los países de Centroamérica, el área de los Países Andinos, y el Cono
Sur. Si bien es cierto que no todos tienen ni la misma intensidad, ni el mismo
apoyo popular, ni siquiera participan de los mismos planteamientos; no es cosa
de detallar en este espacio sus diferencias más notables, ni sus posibles
justificaciones el algunos casos, o la negación más radical a sus planteamientos
y métodos en otros muchos, simplemente señalamos la constatación de esa realidad
que conmociona a América Latina. Lucha armada que en general origina mayor
violencia, mayor represión, un fuerte sufrimiento para las clases populares:,
cosechas perdidas, pobreza más generalizada, inseguridad y miedo, desplazados
por cientos de miles o dentro de su mismo país o incluso fuera de él, con sus
tierras arrasadas; o sometidos a dos presiones, a dos fuegos, con muchos
asesinados, con miles de huérfanos y viudas, y miles encarcelados o perseguidos.
f) El fuerte
desarrollo del narcotráfico, uno de los grandes problemas estructurales y de
corrupción, sobre todo en los países andinos, con implicación de mafias
extranjeras y la protección, en muchos casos de militares y policías. Este
inmoral negocio mueve miles de millones de dólares que impide el promocionar en
serio otra clase de cultivos como alternativas para el campo, el campesinado
empobrecido (Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia) se dedica a cultivar coca y
marihuana, a veces obligado, a veces porque no tiene otra alternativa. Se
destierran valores éticos y morales. Muchos jóvenes del campo se ocupan en esto
de una u otra forma. Finalmente se traduce en una importante fuente de
financiación de los movimientos armados (Colombia, Perú) que llegarán a
controlar una buena parte de estos territorios cocaleros.
g) La fuga de
cerebros, y de ciudadanos de muchos países, producida por la desocupación, los
bajos salarios, la falta de oportunidades; y a la vez la atracción que ejerce el
modo de vida de los países industrializados. A veces un miembro de una familia
sale del país como única alternativa de poder alimentar a la familia que queda
dentro. EE.UU., Japón y la mayoría de los países de la Unión Europea serán sus
principales lugares de destino.
h) Y, en medio de
todo este panorama, se destaca la creciente toma de conciencia de los sectores
populares, tanto de su propia dignidad e igualdad de derechos, como de los
abusos que contra ellos se cometen; una situación que a veces sufren
calladamente, otras la abordan de forma más directa, y reclaman un cambio
urgente de estructuras, reclamación que, las más de las veces, la realizan por
métodos legales, (ejercitando la presión de paros, huelgas, movilizaciones,
protestas ciudadanas), pero aquellos que no creen en estas medidas porque a
veces no son posibles por las trabas legales que les ponen, o porque son
insuficientes o ineficaces, terminan uniéndose a sectores más radicalizados, que
emplean otro tipo de extorsiones violentas.
2. La lectura
eclesial
Escrudiñar los
signos de los tiempos es estar atentos siempre a cómo está Dios presente o
ausente en la historia concreta de cada día, de cada lugar, de cada país. Es
saber leer, en clave cristiana, los acontecimientos más centrales de la
historia. Pero leerlos no solo para "darse por enterado" o "analizarlos" sino
para ver cómo podemos conducir la historia según los designios del Dios vivo,
cómo se puede hacer más presente a Dios en medio de la vida cotidiana de los
hombres. En definitiva cómo podemos transformar los acontecimientos según los
valores del Reino.
La Iglesia L.A. ha
ido leyendo los signos de los tiempos permanentemente con profundidad, no se ha
conformado con una lectura anterior, con el análisis que parecía podía valer
todavía, o siguiendo con la práctica pasada. Quizá las Asambleas Generales del
CELAM programadas cada diez años ha sido una buena ocasión de releer los signos
de los tiempos. Es más, permanentemente, una buena parte de la Iglesia L.A., la
más consciente y comprometida ha estado presente en la lucha del pueblo, en sus
problemas, en sus dificultades, ha sido, sin duda, fiel a su compromiso
histórico.
Y lo ha hecho tanto
con la palabra valiente y denunciadora, evangélica y profética. Una palabra que
invita a la reflexión, al compromiso y al cambio.
La palabra se ha
ofrecido a varios niveles. La Palabra del Consejo Episcopal Latino Americano
(sobre todo a través de las ya mencionadas Conferencias Generales) ; palabra
orientadora también y fiel a su situación histórica de bastantes Conferencias
Episcopales, en momentos en que el pueblo de su país lo necesitaba más; o
palabra, incluso de matiz diocesano, clave en el análisis de dificultades más
locales; asimismo, muchas palabras a través de innumerables aportaciones de
comunidades y movimientos laicales a los más diversos niveles.
Lo importante es
que la voz de la Iglesia ha ido iluminando el momento de Al., y, aunque, a veces
parecen dichas sobre temas antiguos; sin embargo, para unos problemas,
introducen nuevas perspectivas que ayudan a percibir mejor la realidad en que se
vive y el juicio que de ellas hace la Iglesia; y para otros aspectos, al ser
nuevos en problemática, introducen nuevas reflexiones.
Para el presente
tema que nos hemos propuesto, nos vamos a referir sólo, y aún sintetizando al
máximo, a los Documentos de las Conferencias del CELAM de Medellín, Puebla y
Santo Domingo, y dentro de ellas, a los principales textos donde se menciona
explícitamente los "derechos humanos", aun a sabiendas de que nuestro contenido
está también en multitud de otros muchos textos referidos a la dignidad del
hombre, a la promoción humana, etc.
Lo hacemos así
porque creemos que es significativo que se mencione explícitamente las palabras
"derechos humanos, derechos de los pobres, derechos de los oprimidos", ello
aporta una buena sintonía con la expresión en el campo político y social y
acompaña, a la vez, a la pastoral que ya se está desarrollando en A.L.
a) Medellín
(1968)
El tema central de
Medellín en sus documentos más sociales es la denuncia de la situación de
injusticia que presentan las estructuras en A.L. Sin embargo también tiene
referencia explícita al tema concreto de los DD.HH. en cuatro lugares distintos,
tres de ellos en el Documento sobre la "Paz", y uno en el documento de Pastoral
de élites
Como conclusiones
pastorales del documento de "Paz", señala que la Iglesia, "según el mandato
evangélico, debe defender los derechos de los pobres y oprimidos y denunciar
enérgicamente los abusos". De esta forma reconoce la raíz de la defensa de los
derechos humanos: la fidelidad al Evangelio.
Pero al mismo
tiempo reconoce su autonomía, al decir que es tarea del pueblo, y se compromete
a favorecer los "esfuerzos del pueblo para crear sus propias organizaciones de
base, para la reivindicación y consolidación de sus derechos."
Finalmente, pide a
las Universidades que se impliquen en el problema y realicen investigaciones en
relación a cómo se aplican los derechos humanos en sus respectivos países.
En el Documento
de Pastoral de élites, la Iglesia se dirige a los poderes políticos en
relación a algunos de los derechos humanos políticos que no se cumplen como se
debieran cumplir, y por eso les recuerda que deben proteger mejor los derechos
de las personas en la vida política, como son: el de la libre reunión, la libre
asociación, el poder expresar sus propias opiniones, y también, el poder
profesar libre y públicamente su religión.
b) Puebla (1979)
Los documentos de
Puebla están más elaborados y presentan un análisis más completo de la realidad
latinoamericana. Presentan con fuerza el problema estructural y la situación de
injusta pobreza en que viven las mayorías de la que dicen que no es un producto
casual sino que la pobreza es causada por las injustas estructuras,
Pero tenemos que
Puebla se realiza (1979) cuando ya existen situaciones de mucho conflicto en
varios países latinoamericanos, el tema de la guerrilla, de la represión y de la
consiguiente violación de los derechos humanos políticos está candente. La
Iglesia no solo está proféticamente denunciando esta situación, sino que ya ha
dado sus primeros mártires.
En medio de esta
perspectiva Puebla aborda en diversos lugares el tema de los derechos humanos.
Lo recoge, principalmente, en los apartados de "La Visión Pastoral de la
realidad L.A."; en el del "Designio de Dios sobre la Realidad L.A." y,
finalmente, en "La acción de la Iglesia por la persona tanto a nivel nacional
como internacional".
En el primer
apartado (núm. 49) desenmascara la ideología de la Seguridad Nacional: "...que
han contribuido a fortalecer el carácter totalitario o autoritario de los
regímenes de fuerza de donde se ha derivado el abuso del poder y la violación de
los derechos humanos". Y dice aún más, dice que: "en algunos casos pretenden
amparar estas actitudes con una subjetiva profesión de fe cristiana".
Y, refiriéndose,
posteriormente, a la situación de injusticia las refiere fundamentalmente al
anuncio del Evangelio, ya que "las profundas diferencias sociales, la extrema
pobreza y la violación de los derechos humanos que se dan en muchas partes son
retos a la Evangelización" (núm. 90). Por esto llega a la conclusión de que la
defensa de los derechos humanos es una tarea de la Iglesia: "la Iglesia asume la
defensa de los derechos humanos y se hace solidaria con quienes los propugnan"
(núm. 146).
En el apartado del
designio de Dios sobre A.L., después de presentar las diversas visiones del
hombre, hace una reflexión doctrinal que comienza con una proclamación
fundamental (núms. 316-320) donde resalta la dignidad de todo hombre, gravemente
conculcada y, por ello, condena con fuerza "todo menosprecio, reducción o
atropello de las personas y de sus derechos inalienables...".
Termina este
apartado recordando, de nuevo, que la Iglesia tiene obligación de poner
de relieve este aspecto integral de la Evangelización (338) y alegrándose porque
"en nuestros pueblos se legisle ya en defensa de los derechos humanos" (337) .
En la parte
destinada a señalar la Acción de la Iglesia por la persona, Puebla exige ya
algunas veces a nivel nacional y otras a nivel internacional, el cumplimiento de
derechos concretos, prácticamente todo este cap. IV (1245-1293) está lleno de
referencias de la urgencia del cumplimiento de los derechos.
A nivel nacional
destaca primero cómo se ha agravado la situación que desemboca en una falta de
realización de la persona en sus derechos fundamentales y hace un enunciado de
los derechos fundamentales que "que serán hoy y en el futuro parte indispensable
de su misión evangelizadora". Los divide en individuales, sociales y emergentes
(1268-1274).
En el nivel
internacional, reclama el derecho a una convivencia internacional justa, donde
se respete la autodeterminación, el derecho a nuevas formas de cooperación e
incluso a un nuevo orden internacional (1275-1282). Terminando con una llamada a
las conciencias de los pueblos y a las organizaciones humanitarias para que
fortalezcan: el derecho de asilo, el de refugiado, se ataque de raíz el problema
de trabajo, etc." (1292-1293).
c) Santo Domingo
(1992)
La Asamblea de
Santo Domingo se realiza, cuando ya la pastoral de los Derechos Humanos en la
Iglesia L.A. no sólo se ha generalizado en la mayoría de los países, sino que
también es una de las perspectivas más claras de la opción por los pobres que es
central en la pastoral de la Iglesia L.A., sobre todo en los sectores más
comprometidos.
El tema de los
derechos humanos se trata explícitamente en la Asamblea, viene preparado ya de
los documentos de consulta, pero en la Asamblea tiene una fuerte vivencia y se
desea que los Documentos reflejen con claridad la preocupación de la Iglesia y
sus directrices centrales.
En un primer
momento en el apartado de la "Iglesia convocada a la santidad", los documentos
recogen con claridad como pertenencia al ministerio profético de la Iglesia que
debe impulsar "el trabajo a favor de la justicia social, de los derechos humanos
y de la solidaridad con los más pobres" (33).
Sin embargo en el
capítulo II, que trata de la promoción humana, es donde Santo Domingo
tiene un apartado especial sobre "los nuevos signos de los tiempos", el primero
de los cuales es del de los derechos humanos (núms. 164-168).
En él aparece el
fundamento evangélico, del que dice que es "raíz profunda" de los derechos
humanos, por lo que la Iglesia al proclamarlos y defenderlos "no se arroga una
tarea ajena a su misión", sino que obedece el mandato de Jesús. Al mismo tiempo
que recuerda a los Estados que ellos no conceden estos derechos, sino que a
ellos les corresponde protegerlos y desarrollarlos (165).
Pasa Santo
Domingo a hacer una constatación de la realidad, en la que destaca cuatro
aspectos: El aumento de la conciencia de los derechos humanos. Que se han
fortalecido las acciones significativas de la Iglesia en este campo, a la vez
que se han incrementado las condiciones adversas y han aumentando
considerablemente las violaciones. Y que se ha oscurecido la concepción de los
mismos derechos por interpretaciones ideológicas y manipulación de grupos (166).
Enumera los
aspectos por los que se violan los derechos humanos: no sólo por el terrorismo,
la represión, los asesinatos, sino también por las estructuras injustas, por las
condiciones de pobreza extrema, la intolerancia política, el indiferentismo
frente a esta angustiosa situación... (167). Y establece unas líneas pastorales
"para promover de un modo más eficaz y valiente, los derechos humanos desde el
Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia" (168).
Finalmente en el
III Capítulo dedicado a la cultura cristiana hace una encendida defensa de los
derechos de las etnias: derechos a la tierra, a su propia identidad, a sus
propias organizaciones y vivencias culturales y el derecho a relacionarse en
plan de igualdad con todos los pueblos de la tierra; y para ello adquiere el
compromiso de "impulsar la vigencia de los derechos humanos de los indígenas y
afro-americanos, incluyendo la legítima defensa de sus tierras" (251),
criticando, por otra parte, con fuerza "las estructuras sociales generadoras de
injusticias, que impiden el ejercicio de los derechos humanos" (253).
3. Nuevos tiempos
en la práctica eclesial
La Iglesia L.A. ha
intentado seguir siendo fiel a Jesús en el desarrollo de los acontecimientos
históricos de A.L. Sus grupos más atentos a los signos de los tiempos han
permanecido en la dinámica de las comunidades, con la ayuda de la reflexión
teológica que les movía al compromiso liberador. Para la práctica de la Iglesia
han sido tiempos nuevos y tiempos de conflicto y de generosidad. Tiempos
centrados en la vida como don primigenio, en la justicia como garante de la paz,
y en la igualdad y el derecho de todos los hombres.
a) La unidad de la
historia
La convicción de
que la Historia es una. Que los hombres no pueden ir por un camino y Dios
caminar por otro. No hay historia humana e historia divina, no hay culto a Dios
sin la práctica de justicia y el respeto del derecho. Por otra parte, la
Salvación que Dios ofrece se realiza ya en la historia concreta de los hombres,
por eso para que sea plena tiene también que liberar al hombre de sus
esclavitudes. La Salvación integra la Promoción Humana y la lucha y defensa de
los valores más inalienables: la vida, la paz, la justicia, el desarrollo
igualitario, etc. Ciertamente que el desarrollo de la teoría no fue tan difícil,
sin embargo sí lo fue mucho más su proyección práctica.
Porque resulta que
todo esto, no es algo que se pueda plantear solo teóricamente, al margen de la
historia; sino que se debe concretar bien, de qué debe liberarse el hombre,
cuáles son sus esclavitudes trascendentales. Y a la vez es un problema que debe
resolverse a luz de la vida de Jesús tanto en el Jesús histórico como en la
experiencia de las primeras comunidades.
En esto un dato
innegable y central es la misericordia de Jesús para con los excluidos. Esta
misericordia nos debe llevar ahora a nosotros a la búsqueda de la justicia como
su primer fruto. Para la opresión que sufre el pueblo no hay otra alternativa
que la solidaridad entroncada en la justicia. Y para el cristiano la fe sigue
renaciendo en la practica de la justicia.
b) Tiempo de
conflicto
Tiempos de vida o
de muerte. En A.L. estalló el conflicto, la revolución armada se hizo presente
en muchos países. No en todos de la misma manera, no en todos con la misma
participación popular, pero en todos fundamentados en las condiciones inhumanas
de injusta pobreza de las grandes mayorías y los privilegios de unos pocos. Es
cierto que, en buena parte fueron liderados por ideologías marxistas, pero para
entender bien el conflicto, hay que mirarlo en su conjunto. Se llegó a pensar,
incluso, por algunos, que la búsqueda de la paz y de la justicia, la
instauración de una sociedad más igualitaria, se podía conseguir por métodos
violentos.
Es sabido ya que en
A.L. las grandes mayorías participan por igual de su pobreza y de su fe. En
estas circunstancias, viviendo en carne propia las injustas situaciones de
pobreza y habiendo reflexionado sobre el mensaje evangélico, algunos creyentes
consideraron que el compromiso revolucionario debía asumirse como una
consecuencia de su compromiso cristiano.
Vinieron los
tiempos de discusión teórica sobre la validez y legitimidad de la revolución,
sobre su necesidad práctica es esos momentos, sobre su posibilidad de éxito, se
sintió la "simpatía internacional" por algunos movimientos revolucionarios (en
especial los de centroamérica). De esta forma algunos movimientos parecían más
legitimados que otros, que incluso eran abiertamente rechazados.
Los movimientos
alzados en armas, la guerrilla, se fueron radicalizando y sus acciones se
tornaron cada vez más violentas y ya sin aparente justificación. Las acciones
armadas tomaron la lógica de la guerra que nada respeta, a veces ganar espacios,
destruir. Por eso en muchos lugares, quizá como represalias, asesinaron
abiertamente, cometieron atentados extremadamente perjudiciales, y sembraron el
terror en la población civil que huyó hacia lugares más seguros. Algunos grupos
instauraron también la práctica de los "paros armados" que sembraban zonas
determinadas del país, no solo de alarma y de miedo, sino también de atentados y
muertes.
Los poderes
militares tampoco actuaron con equidad ni mucho menos. Se recrudeció, de mil
maneras diversas, la represión, indiscriminada, generalizada, violenta, en
contra de los más elementales derechos de todos, y en muchas veces, también,
calculadamente asesina. Chile, Argentina, Nicaragua, El Salvador, Guatemala,
Colombia, Perú, son ejemplos bien claros de todo esto. Batallones de la muerte,
grupos paramilitares, servicios de inteligencia, grupos especiales que actuaban
con total impunidad; asesinatos, fosas comunes, desaparecidos, tierra arrasada,
desplazados, injustamente detenidos...
Un tiempo más
tarde, llegó también la primera Instrucción de Roma acerca de la teología de la
liberación, que algunos tenían como impulsora o al menos como respaldo hacia
algún tipo de revolución en A.L. -Instrucción ciertamente conflictiva porque
resaltaba, sin probarlo, supuestos aspectos negativos- y que causó tensiones en
los sectores eclesiales. Felizmente una segunda Instrucción, apenas dos años
después, valoró mucho más la Teología de la Liberación, resaltando sus aspectos
positivos y de esta forma se aclararon también interpretaciones anteriores.
En medio de todo
este conflicto el pueblo con sufrimiento añadido, despojado de sus tierras, más
empobrecido, más cercano a la muerte. sufriendo víctimas, teniendo que
desplazarse por cientos de miles a otro país (México en el caso de Guatemala), o
a otros lugares del país (del campo a la ciudad en muchos otros), con miles de
huérfanos y de viudas, y aún víctimas indefensas entre ellos mismos. Necesitando
tanto acompañamiento en su nueva situación de sufrimiento como toda clase de
ayuda material.
Fueron nuevos
tiempos para la Iglesia L.A., tiempos de conflicto, tiempos de mediación entre
las partes más responsables, tiempos de actuar en medio, implicándose,
participando en él, como agente de misericordia, con acciones de significativa
ayuda, con palabras de denuncia o urgiendo con fuerte clamor la justicia y la
paz. Fueron nuevos tiempos que exigieron nuevas formas de presencia.
c) Nuevas formas
de presencia
La fidelidad a su
compromiso con el pobre, con la justicia, con la verdad. La defensa de la
dignidad de la persona, la denuncia valiente y profética ante situaciones de
barbarie, la constancia, la insistencia permanente, los nuevos servicios de
acogida, de defensa legal, de protección, la presencia en las cárceles, los
comunicados sobre acciones concretas, la reflexión teológica sobre los valores
ejes de la construcción social. Todas son nuevas formas de presencia de esta
Iglesia L.A., que en ese tiempo tuvo en ello una gran tarea central: la defensa
de los derechos humanos.
En esta perspectiva
nacieron nuevas organizaciones que asumieron este nuevo tipo de trabajo pastoral
: Las Vicarías de la Solidaridad, las Vicarías de Acción Social, las Comisiones
de Defensa de los Derechos Humanos, La Comisiones de la Dignidad Humana, y otras
varias similares, surgieron en todos los países, tanto a nivel nacional como
diocesano y aún parroquial.
A la acción
concreta y comprometida de estas Organizaciones, se unieron también las palabras
de las Conferencias Episcopales u Obispados. Incluso personas relevantes
tuvieron una gran fuerza y actualidad, unas veces fueron a ayudar para aliviar
situaciones, otras fueron ocasión de su propio martirio.
La Iglesia, a
través de estos Organismos, asumió con fuerza (y se unieron además a otras
organizaciones) el rechazo de la situación, de sus abusos y excesos y
denunciaron incluso ante foros internacionales, la permanente violación de los
derechos humanos: fundamentalmente el gravísimo problema de matanzas
indiscriminadas, de crímenes impunes de personas inocentes, del enorme drama de
los desaparecidos. Problemas que hoy todavía esperan respuesta.
La acción pastoral
de la Iglesia tuvo nuevos rostros y nuevas acciones: fueron los rostros
concretos de los desplazados, de los huérfanos, de las viudas, de los
injustamente detenidos, de los inocentes encarcelados, de los campesinos sin
tierra. Y fueron también las acciones concretas de: defensa legal, de ayudas
psicológicas, de integración familiar, de labor pastoral en las cárceles, de
proyectos productivos, de campañas nacionales e internacionales.
Nuevos tiempos,
nuevos rostros del "pobre", nuevas acciones de misericordia solidaria en busca
de una justicia más completa.
d) Tiempo de
martirio
Si es cierto que la
Iglesia estuvo presente en el conflicto no podía faltar el testimonio martirial.
En una situación que causó en los diversos países de A.L. cientos de miles de
muertos, una Iglesia comprometida y denunciadora de los abusos, no podía
permanecer sin conocer también la muerte.
Y esta es la
realidad, esta Iglesia de los pobres en A.L. no sólo tiene innumerables mártires
sino que es la Iglesia que más mártires ha producido desde los tiempos del
Concilio. Y, lo que es más importante, la inmensa mayoría de estos martirios se
parecen mucho al martirio de Jesús de Nazareth, parece que tienen las mismas
causas, tanto es así, que Jon Sobrino les llamará a los mártires salvadoreños:
"mártires jesuánicos".
Pero no sólo en El
Salvador, en toda A.L. los mártires han sido: campesinos, obreros, estudiantes,
profesores, médicos, enfermeras, abogados, promotores de los derechos humanos,
periodistas, catequistas, sacerdotes, religiososas, obispos, y hasta un
arzobispo que es como el paradigma de todos: Mons. Oscar Arnulfo Romero.
No llamamos
mártires a todos los campesinos, obreros, estudiantes, profesores, etc., que
fueron víctimas de la violencia armada. Nos llena de dolor toda muerte y más aún
cuando es consecuencia de la violencia más atroz. Llamamos mártires a los que lo
han sido como consecuencia de su práctica cristiana de defensa del oprimido, de
búsqueda de la justicia, de denuncia de las barbaridades, de proclamación de la
verdad y de la paz necesaria. Al estilo de Jesús.
Esto constituye
novedad histórica, el martirio tan masivo por intentar vivir y actuar como Jesús
lo hubiera hecho. Por cargar sobre sus hombros la realidad histórica e intentar
transformarla. Por querer revertir la historia anunciando el Reino y denunciando
proféticamente el antireino. Por rechazar también abiertamente las violaciones
de los derechos de los pobres, sus abusos contra ellos, sus extorsiones. Y esto
no fue del agrado ni de los unos ni de los otros. Las verdugos fueron de las dos
partes, aunque en la mayoría de los países han abundando mucho más los verdugos
que sustentaban las estructuras injustas.
Cierto que no ha
existido en sus verdugos quizá tan abiertamente un odio explícito hacia la fe,
pero sí un rechazo de un Dios que defiende la justicia, que denuncia la
opresión, que viene como defensor de los derechos de todos, en especial de los
más desposeídos. En este sentido los mártires latinoamericanos podrían ser
inscritos entre aquellos que "murieron por Jesús y por su causa".
Por diversas que
fueran las características propias de los diversos lugares, queda la constancia
de la entrega hasta la muerte de esos miles de cristianos anónimos en su
mayoría, hombres y mujeres pobres y creyentes, que supieron entregar, o les fue
tomada su vida dedicada, desde la fe, a la defensa de la dignidad de las
personas y a la construcción de un mundo de mayor justicia, verdad, amor y paz.
Mons. Oscar Romero,
es por su significación algo muy especial. El si sabía que se enfrentaba
permanentemente a la muerte y a pesar de ello, defendía una y otra vez con tesón
y amor cristiano al pueblo que estaba siendo masacrado, y llegó a pedir a los
militares, en nombre de Dios, que no obedecieran las órdenes de sus superiores,
cuando eran órdenes de matar al pueblo indefenso. (Carta pastoral "Cese la
represión".
El ofreciendo que
sabía lo que su vida peligraba, sin embargo lo veía como algo natural, como con
infinita tristeza se refería a las muertes de sacerdotes: "me alegro hermanos de
que en este país se haya asesinado a sacerdotes... pues sería muy triste que en
un país en que tantos salvadoreños son asesinados, la Iglesia no contara también
a sacerdotes entre los asesinados".
e) Tiempo de
reconstrucción
La lucha armada ha
cesado en la totalidad de los países (con excepción de
Colombia), pero
queda en ellos una tarea ardua, difícil, entregada y peligrosa a la vez: la
reconstrucción.
En primer lugar la
Iglesia L.A. ha alentado y ha formado parte de las "Comisiones de la Verdad"
en muchos países, fundamentando que el olvido a veces no es bueno. Que el
perdón se debe basar en la justicia y que es necesario conservar clara la
"memoria histórica", para evitar posibles repeticiones.
No ha respaldado
formas que oculten la verdad de los hechos. No es partidaria de la impunidad,
simplemente porque se empieza de cero. La Iglesia en L.A. siempre ha defendido
que hay que esclarecer la verdad, ver la magnitud de los acontecimientos y de
los sucesos, y solo después ser magnánimo con los culpables, conjugando justicia
con misericordia.
La Iglesia, en
varios de estos países, está metida de lleno ahora en el grave problema social
de los desplazados que vuelven a sus lugares de origen y prácticamente tienen
que comenzar sin nada. Es labor del Estado, por supuesto, y aparte de la
exigencia al Estado, la Iglesia tampoco está ausente de esa situación marginal y
necesitada al máximo de todo.
Tiene todavía una
tarea muy importante en relación a los detenidos que son inocentes (Perú) que
están en la cárcel, sin que haya fundamento legal que demuestre sus culpas, e
incluso más, todavía, con claras pruebas de la falsedad de las acusaciones, o
con clarísisimos indicios de inocencia. A la denuncia permanente de esta
situación, se une también la defensa legal de casos individuales, tarea que hace
en unión de otras organizaciones de defensa de los derechos humanos.
Y como algo central
a más largo plazo, está empeñada en labores de educación en valores, en derechos
humanos, en democracia, en paz. Toda esta perspectiva es necesaria y aún
esencial, en la visión integral del Reino de Dios y en la labor pastoral de la
Iglesia. Se quiere unos países donde la dignidad de la persona humana sea
respetada, en especial la dignidad y los derechos inalienables de las grandes
mayorías pobres y casi desamparadas. Las democracias, quizá los mejores modos de
Gobierno que puedan garantizarlo, son en A.L. todavía débiles y hay que insistir
una y otra vez en concientizar al pueblo sobre su tarea de construcción y
vigilancia.
Y, finalmente, la
Iglesia está bien comprometida con todo lo concerniente a la paz, comenzando por
alentar el desarrollo en el pueblo, fundamento necesario de un país en paz,
continuando por exigir el cumplimiento de toda justicia, denunciando la
corrupción, y abriendo el horizonte de un mundo mejor posible con el compromiso
de la fe.
Son tiempos de
reconstrucción para muchos países, para otros, todavía tiempos de conflictos (si
nos referimos a la lucha armada). Pero en realidad para la Iglesia L.A. siguen
siendo todavía tiempos de un compromiso serio con las mayorías empobrecidas
cuyos derechos siguen siendo fuertemente conculcados.
Son tiempos también
de revisar en profundidad y ratificar un serio compromiso con los llamados
"derechos humanos sociales" de las grandes mayorías: la pobreza absoluta de más
de la mitad de los hombres latino americanos, sus condiciones de salud, de
educación, vivienda, trabajo, los millones de niños abandonados o explotados, la
dignidad de la mujer vilipendiada, las culturas indígenas marginadas e incluso
atacadas, etc., son derechos humanos que siguen estando como un clamor del
pueblo que gime y al que la Iglesia L. A. no está sorda.
BIBL. -
CASALDALIGA, PEDRO Y VIGIL, JOSÉ MARÍA, "Espiritualidad de la liberación".
Editorial Sal Terrae. Madrid 1992; CELAM: "Documentos de las
Asambleas Generales de Medellín, Puebla y Santo Domingo". Bogotá 1992;
ELLACURÍA, IGNACIO, La Iglesia de los Pobres, Sacramento histórico de
liberación, en "Mysterium Liberationis" 2' ed., tomo II, págs.
127-153. Editorial Trotta. Madrid 1994; ELLACURÍA, IGNACIO,
El pueblo crucificado,
en "Mysterium Liberationis", 2' edic., tomo II,
págs. 189-216. Editorial Trotta. Madrid 199; JIMÉNEZ LIMÓN, JAVIER,
Sufrimiento, muerte, cruz y martirio en "Mysterium liberationis", págs.
477-494. Editorial Trotta. 2' ed., 1994. "Medellín": "Derechos Humanos"
Número monográfico núm. 103., sepbre. 2000. Revista del Instituto Teológico
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enero 1992. Número monográfico sobre "Martirio y misión". Instituto
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año 2000. "Teología de la liberación futuro y tareas". Número
monográfico. Centro de Estudios y Publicaciones. Lima. Perú; SOBRINO, JON,
Comunión, conflicto y solidaridad eclesial, en "Mysterium Liberationis", 2'
ed., págs. 217-243. Editorial Trotta. Madrid 1994; SOBRINO, JON, jesucristo
liberador. Editorial Trotta. 2' edic., 1993.
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