DicEs
SUMARIO: I.
Un fenómeno histórico que se repite: 1. En las diversas culturas étnicas; 2. En
la tradición cristiana - II. El desierto en la Biblia: 1. La realidad
geográfica; 2. La experiencia histórica; 3. La relectura simbólica; 4. Los
esquemas de relectura; 5. Aplicación de los esquemas de relectura al AT: a)
Esterilidad/fertilidad, b) Incompletez/completez, c) Desposesión/posesión,
d) Camino/meta; 6. La relectura del NT: a) Jesús, tentado en el desierto, b)
Jesús, nuestro desierto; 7. Conclusión - III. Espiritualidad del desierto:
1. Dinámica de lo provisional; 2. El desierto, escuela de absoluto; 3. Guía para
una "jornada de desierto".
1. Un fenómeno
histórico que se repite
El desierto, y
cuanto el término evoca, en teoría y en la práctica, tiene una destacada
incidencia en las diversas culturas, filosofías, religiones y espiritualidades
étnicas, ya sea como realidad condicionante, ya como libre opción.
1. EN LAS DIVERSAS
CULTURAS ÉTNICAS - La poesía árabe de los beduinos preislámicos canta el desafío
entre el desierto, que rechaza al hombre, y el hombre, que conquista el
desierto. El conflicto se resuelve en una admirable simbiosis; en la forma más
alta de conquista del desierto por parte del hombre y en la configuración más
lograda del hombre por parte del desierto: "Aquí el hombre adquiere realmente
conciencia de su nada, lo mismo que de la nada absoluta de todas las cosas, en
la huida incontenible del tiempo. No hay duda de que el desierto lamina al
hombre, como hace con todo lo demás, pero también parece indudable la represalia
del hombre, cuya lucidez pone al desnudo al desierto en su realidad esencial, la
cual no es otra cosa que la nada; lo único que queda en el desierto... en su
individualidad —puesto que..., si la especie continúa viviendo, el animal y la
planta mueren— es la piedra, o sea, el vacío absoluto e irracional. Ciertamente
el desierto puede decirle al hombre: para mí, no eres nada; pero el hombre le
responde: ¿y tú?".
Hay quien con
argumentaciones etnológicas atribuye al desierto el descubrimiento de la
unicidad de Dios. Obviamente, no es el desierto el que está marcado de
monoteísmo, sino el hombre que, al convertirse en pastor nómada (aunque haya
salido de civilizaciones sedentarias, fácilmente salpicadas de sincretismo),
desarrolla progresivamente con ayuda del desierto la idea del Dios único; así se
ha comprobado científicamente en el pastor oriental antiguo de hace unos tres
mil años, lo mismo que en la civilización neopastoril de la América poscolombina.
El mismo monoteísmo hebreo habría sido definitivamente adoptado precisamente en
el desierto a través de la educación dialógica, durante cuarenta años, de la
"palabra", que organizó la tribu como nación mediante la ley mosaica. Por otra
parte, en el desierto es donde Israel configura su espiritualidad de pueblo
elegido como depositario y evangelizador de la revelación, separándose y
diferenciándose del estilo de las demás naciones.
A la tradición
bíblico-hebrea apela el anacoretismo individual y comunitario de los esenios, de
los terapeutas y de los qumrámicos. El amor al desierto se encuentra en la India
(por ejemplo: eremitas de la selva y de la civilización brahmánica), en China,
en Asia central, en África, en América. Conocemos anacoretas y ermitaños entre
los hindúes, en el Tíbet; entre los budistas de Ceilán. En las poblaciones
nórdicas de Europa, el anacoretismo y el eremitismo mássevero parecían casi
congénitos en los celtas, especialmente en los escoceses y los irlandeses, los
cuales mostraban predilección, respectivamente, por las islas lacustres,
fluviales y marinas, o por la soledad del exiliado voluntario. Entre los
islamitas, además del misticismo eremítico de los su/i, tienen todavía fuerte
incidencia sociológica y eco-psicológica los condicionamientos del desierto.
No siempre es el
desierto entendido geográfica y físicamente, con sus rocas, sus áridas arenas,
sus ingentes extensiones desnudas donde todo muere, lo que impone la reflexión y
la sensación de la nada del hombre, forzado a buscar con implorante fatiga
cualquier oasis o tundra donde la vida ofrezca algo de verde o algún naciente
riachuelo. Otros lugares aseguran el elemento esencial del desierto, la soledad
que favorece el retiro de la mundanidad, el silencio y la escucha. Como hecho
religioso-cultual, entre los egipcios era universalmente conocida, por ejemplo,
en Menfis, en Abidos y en otras partes, la reclusión de los adeptos al culto de
Serapis, llamados katokoi, los cuales parece que se sentían vinculados al
recinto sagrado del templo de aquella divinidad hasta que ella los declaraba
libres.
Al desierto van los
filósofos, en particular los seguidores del estoicismo y del neoplatonismo, para
los cuales el desierto erá con frecuencia sinónimo de campo, una especie de "rusticatio"
reflexiva. Van al desierto los caudillos carismáticos de pueblos, como Abrahán,
Moisés, David, Matatías; los profetas del antiguo Israel, Juan Bautista, Jesús
el Mesías; los profetas de las otras grandes religiones, como Buda, Confucio,
Mahoma. Van al desierto cuantos sienten el impacto psicológico, moral y
espiritual del mundo frenético. A veces la fuga tiene tonos de desdeñoso
desprecio, que lleva a gritar con Horacio: "Odio al vulgo profano, y me alejo de
él. ¡Callad!".
2. EN LA TRADICIÓN
CRISTIANA - La atracción del desierto la sintieron de modo original los místicos
cristianos; no sólo porque se sentían extraños y peregrinos, sin ciudad
permanente en la tierra (cf 1 Pe 2,11; Heb 13,14), sino para mejor disponerse a
la ciudad "futura" (ib) con la eficacísima ascesis penitencial, contemplativa y
escatológica del desierto. La experiencia bíblico-espiritual del desierto sigue
una evolución histórica, cuyos puntos salientes son los del período áureo de los
"padres del desierto" (s. iv-v), el reflorecimiento con las reformas
benedictinas y la proliferación de los mendicantes (xi-xiii), un "renacimiento
patrístico" en conexión con el renacimiento humanístico y con los
movimientos reformistas católicos (xv-xviii) con sucesivos retornos que se han
hecho más vigorosos en nuestros días.
De la era
patrística, basta el ejemplo representativo de Antonio egipciaco (251-356), que
llenó la historia del monaquismo antiguo en Oriente y Occidente gracias a la
admirable síntesis biográfico-ascética compuesta por Atanasio de Alejandría, el
cual tuvo prolongada familiaridad con el santo y con su estilo de vida. Antonio
coloca en la base de su ascesis del desierto una tradición popular de profundos
motivos bíblicos y evangélicos. La soledad, el ocultamiento afín a la oscuridad,
el desierto eran el lugar donde mejor se descubría el conflicto de las pasiones,
de las fuerzas oscuras y ocultas que operan dentro de cada hombre, porque se
creía que aquel conflicto estaba provocado o manejado por el - diablo, el cual
andaría merodeando por la soledad de los desiertos. Para las almas más decididas
y animosas, el desierto se convertía en el puesto avanzado de una lucha más
comprometida y decidida contra el enemigo del espíritu; enfrentarse al enemigo
en su baluarte para desalojarlo era la táctica reconocida como más efectiva.
Antonio, siguiendo
el ejemplo de Pablo de Tebas, al que la tradición consideraba el primer ermitaño
del desierto, libra el combate espiritual primero en los sepulcros y luego en el
desierto, donde pasará veinte años atrincherado en un viejo reducto demolido.
"Atraviesa una prueba de oscuridad, en el curso de la cual tiene la impresión de
ser abandonado por Dios a los poderes demoníacos; no obstante, persevera, pero
en la fe más desnuda. Al término de la prueba, una visión luminosa del cielo le
consuela. Entonces no puede menos de expresar esta queja: ¿Dónde estabas? ¿Por
qué no te manifestaste desde el principio para hacer que cesaran mis
sufrimientos? Mas una voz le respondió: Yo estaba allí, Antonio; esperaba para
verte combatir.
Tras no pocos casos
de degradación humana a causa de una soledad forzosa y oprimente o no preparada
por un aprendizaje espiritual adecuado, Pacomio (287-347) y Basilio (329-379),
que conocían también por experiencia la excelencia del retiro y del desierto,
organizan la ascesis cenobítica, la cual excluye el eremitismo, pero asegura,
bajo un régimen de obediencia, el retiro y el desapego del mundo y de la
mundanidad, el recogimiento, la soledad del silencio y de la contemplación junto
con el trabajo. Hacia finales del siglo iv, Shenute le niega a la vida
cenobítica la plena perfección de la ascesis cristiana. Reconoce que la vida
eremítica es difícil y arriesgada; exige vocación pertinente y preparación
adecuada. Pero la perfección cristiana postula el paso del cenobitismo al
eremitismo, como ocurrirá también en las lauras fundadas en Palestina en el s. v
por los mejores discípulos de Basilio.
Desde el Oriente,
especialmente con la lectura de la Vida de Antonio, de Atanasio,
traducida al latín y ampliamente difundida a partir del s. iv, así como con la
obra personal de Casiano (360-435), la espiritualidad del desierto se difunde
inconteniblemente en Occidente. Uno de sus elementos es el penitencial, llevado
a veces hasta límites extremos para la resistencia física con austeridades
rígidas e ingeniosas. Hubo varias especies de eremitas: estilitas, emparedados
vivos, peregrinos, recluidos, dendritas (o que habitaban dentro del tronco de un
árbol), locos por Cristo que tomaban al pie de la letra el dicho paulino: "Somos
locos a causa de Cristo" (1 Cor 4,10).
Un renovado fervor
de espiritualidad anacorética se observó con las reformas del monaquismo
benedictino (camaldulenses, valumbrosanos, verginianos, cistercienses, cartujos
y otros) y con las órdenes mendicantes, en su mayoría conciliando la vida
cenobítica con la eremítica. Siguiendo el ejemplo de los Padres', se tejió el
elogio de la soledad: "Huye de la gente —escribe Bernardo—, huye también de tus
familiares, aléjate incluso de los amigos más íntimos... El que desea oír la voz
de Dios, que se retire a la soledad... Esta voz no resuena en las plazas... un
consejo secreto requiere una escucha secreta... Dios no conversa con los que
permanecen fuera de sí mismos". Bruno confía gozoso en una carta sus
experiencias anacoréticas: "Cuántas son las delicias con que la soledad y el
silencio del yermo enriquecen a los que lo aman, lo saben sólo quienes han
vivido su experiencia...aquí el ojo adquiere aquella mirada simple que hiere de
amor al Esposo (del alma), permitiéndole aquél, en su pureza, ver a Dios". El
abad Juan Mombaer (ca. 1460-1501), reflexionando sobre las causas de la
decadencia de las órdenes religiosas, atribuía la perseverancia de los cartujos
al si-so-vi, o sea, al silencio, a la soledad y a la visita de
inspección'.
La reforma católica
llevó a un reflorecimiento de la espiritualidad del desierto. Baste mencionar la
reforma camaldulense de Monte Corona, promovida en 1500 por el humanista
veneciano Vincenzo Paolo Giustiniani; el movimiento franciscano que se inspira
en Pedro de Alcántara y lleva a la creación de conventos llamados "santos
desiertos", donde se permite a los religiosos pasar períodos más o menos
prolongados en un completo aislamiento del mundo. También los carmelitas
organizan en algunos carmelos, llamados "desiertos", un ascetismo de tipo
eremítico. Teresa de Avila parece haberse inspirado en este movimiento cuando
construyó en el huerto del monasterio de San José un pequeño desierto. Un caso
similar, de 1570, es el de las clarisas de Santa Isabel de los Reyes, en Toledo.
Eremitorios de este tipo, a los cuales las monjas se retiran al menos
periódicamente para tener mayor oportunidad de recogimiento y de penitencia, se
conservan todavía hoy en las huertas de los monasterios de clarisas de
Calabazanos y de Camión de los Condes. Esta línea de reforma para una mayor
perfección y una vida contemplativa más recogida la adoptaron las varias
"recolecciones" (recoletos), entre las cuales la más conocida es la de los
agustinos recoletos.
Desde el siglo xvi
al xviii, diversas reformas, fundaciones nuevas e intervenciones de la autoridad
eclesiástica demuestran la vitalidad de la ascesis eremítica, que se organiza
mejor, se institucionaliza y se le presta asistencia. Se multiplican los yermos
y eremitorios en todos los paises que permanecen o se hacen católicos: de
Francia se dijo que estaba "cubierta de eremitorios"; los había en todos los
cantones suizos; en todos los condados ingleses, hasta la reforma anglicana; en
todos los principados alemanes; en todas las diócesis de España, Portugal e
Italia. "Se puede hablar incluso de su densidad relativa, pues los eremitorios
se multiplicaron en los alrededores de las grandes urbes, como antaño en torno a
Alejandría, por una especie de compensación vital de la intensidad de la vida
social, de las opresiones colectivas y de la inevitable degradación moral de una
población caracterizada por el anonimato". En un censo de 1734, se señalan, en
la sola diócesis de Pamplona, 1.286 eremitorios. Para acoger a los eremitas
peregrinos, "romipeti", fray Albenzio Rossi fundó en Roma, hacia 1588, los
eremitas de Porta Angelica. C. M. Hofbauer recordaba con nostalgia los
eremitorios de los alrededores de Roma, que visitaba cuando iba a la Ciudad
Eterna.
En nuestro tiempo,
el deseo de buscar a Dios en la soledad inspira nuevamente un número
considerable de experiencias individuales y comunitarias. Ejemplos insignes son
los literatos Psichari y Saint-Exupéry. Pero el renacimiento debe mucho al
ejemplo de Carlos de Foucauld (1858-1916), quien, después de haber vivido
algunos años en la trapa y luego al servicio de las clarisas en Nazaret y en
Jerusalén, ordenado sacerdote en 1901, se retiró al desierto del Sahara hasta
1916, año en que fue asesinado. Lo que impresionó a los indígenas musulmanes fue
el valeroso desprendimiento de un europeo, según ellos provisto de todo, para
compartir la vida primitiva de un habitante condicionado por el desierto. Les
asombraba comprobar la total y constante disponibilidad para ser útil al prójimo
como "hermano universal", en contraste con el alejamiento hierático y misterioso
de sus marabutos. La verdadera encarnación de lo divino era él, llamado el
"marabuto cristiano".
Muchos, en nuestros
días, hombres y mujeres, sienten la llamada del eremitismo estrictamente
entendido, tanto individual como organizado. Thomas Merton y otros muchos han
escogido la vida del trapense u otra similar. Igualmente, jóvenes universitarias
o recién licenciadas miran con simpatía la vida de las monjas de clausura más
rigurosa, ya sea de tipo tradicional (cartujas, camaldulenses, trapenses,
clarisas, carmelitas...), ya de nuevo cuño, como, en Italia, la fundación del ex
parlamentario G. Dossetti, también él prófugo voluntario para vivir en soledad
en Tierra Santa. Para ayudar a religiosas de vida activa que descubren en un
segundo tiempo la vocación claustral, hay institutos que atienden a la vida
interior a través de "casas de oración". Don Orione fundó en 1903, dentro de su
"Piccola Opera della Divina Provvidenza", una rama eremítica. En Perusa hay un
eremitorio femenino del Magnificat; otro (desde 1926) en Campiello sul Clitunno
(Perusa); un tercero, de la Transfiguración, en Spello (Perusa), que alberga,
desde 1972, a las "Hermanitas de María", fundadas por una ex priora carmelita
después de mucho luchar, con acierto y tenacidad, para convencer a los
superiores competentes. Hay que mencionar también, en Francia, los eremitas de
María Inmaculada, fundados en 1943; en Canadá, los eremitas de San Juan
Bautista, que en 1965 formaron una "sociedad de solitarios" en la isla de
Vancouver. En 1974, volviendo a una costumbre del tiempo de Teresa de Avila, se
construyó un eremitorio dentro de la huerta de las clarisas de Azille (Francia).
Entre los laicos, se puede mencionar el grupo reunido en torno al literato
francés (de origen italiano) J. J. Lanza del Vasto, defensor y practicante de la
no violencia, como Gandhi, del cual fue discípulo. Un significado ecuménico
particular ha adquirido la comunidad calvinista de Taizé, que ha reanudado la
tradición monástica occidental, adaptándola al hombre de nuestro tiempo. Durante
un encuentro, en 1975, en Inglaterra, representantes de las iglesias católica,
ortodoxa, anglicana y congregacionista han reconocido que el eremitismo presente
en las diversas iglesias constituye un fuerte vinculo de unidad. La llamada de
la soledad para templar el espíritu se verifica en la práctica de los retiros
mensuales, de los ejercicios espirituales, del mes ignaciano, de los "cursillos"
ofrecidos a todas las categorías de cristianos, así como en la costumbre de
pasar determinados períodos en claustros y conventos.
Es preciso
referirse a la Biblia para encontrar en la palabra de Dios los contenidos
esenciales relativos a la experiencia del desierto, a fin de trazar luego una
espiritualidad que responda a las exigencias de nuestro tiempo I~infra, 1111.
G. Pelliccia
II. El desierto en
la Biblia
1. LA REALIDAD
GEOGRÁFICA - LOS desiertos que atravesaron los hebreos no eran
completamente yermos o deshabitados. Alguna fuente, lluvias estacionales y
buenas cisternas permitían la formación de pequeños centros habitados,
comunicados entre sí por caminos de caravanas. En torno a los oasis era posible
la cría de animales de tamaño pequeño. Además, en Palestina eran y son raras las
extensiones de arena. Las zonas más desfavorecidas son macizos calcáreos, a los
que sólo les faltan las precipitaciones atmosféricas para que puedan ser
fértiles. En todo caso, gracias a la abundante caída de rocío, también están
cubiertos de un poco de yerba. Los textos bíblicos, según los cuales los
desiertos son salvajes (Dt 32,10), están privados de vegetación (Dt 8,5; Os 2,3:
Is 41,19; 51,13; Jer 2,24), son áridos (Ez 13,19; Os 13,5; Is 35,1.6; 41, 18s;
43,19s), tenebrosos (Jer 2,6.31), poco seguros (Sal 55,8; Lam 5,9) y se
encuentran habitados por seres horribles (Is 13,21; 30,6; Jer 2,24), presentan
ciertos rasgos más imaginarios que reales, como sucede normalmente en el caso de
tradiciones tan antiguas y confiadas a la memoria popular.
2. LA EXPERIENCIA
HISTÓRICA - ¿Cómo concibió el pueblo hebreo el paso de sus antepasados a través
del desierto y qué lecciones sacó de él? Ateniéndonos a los datos del texto (si
bien la reconstrucción histórica exigiría matizaciones), el viaje tuvo lugar en
tres etapas: desde Egipto al Sinaí, desde el Sinaí a Cades, desde Cades al
Jordán.
Los israelitas,
después de atravesar el Mar Rojo, se dirigen hacia el desierto de Sur. Caminan
tres días sin encontrar agua. Cuando, finalmente, encuentran un pozo, sus aguas
son tan amargas, que le llaman Mara (amargura). Comienzan entonces a murmurar,
lo cual harán periódicamente (contra la sed, Ex 17,3; Núm 20,2; contra el
hambre, Ex 16,2; Núm 11,4s; contra los peligros de guerra, Núm 14,7s). También
en Mara comenzó la larga serie de pruebas (Ex 15,25). A veces Yahvé tienta a
Israel para hacer que conozca el fondo de su propio corazón (Ex 16,4; 20,20; Dt
8,2.16; 13,4); a veces Israel tienta a Yahvé para ver hasta qué punto se
extiende su poder (Ex 17,2.7; Núm 14,22). Desde Mara, Israel llega a Elim.
Nuevas murmuraciones. El pueblo se arrepiente de haber corrido el riesgo de la
aventura: "¡Ojalá hubiéramos muerto por mano de Yahvé en Egipto, cuando nos
sentábamos junto a las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos!" (Ex
16,3). El pueblo conoce el maná y Yahvéle revela su gloria enviándole una nube
de codornices. En la etapa siguiente, Refidim, los israelitas tienen más sed que
nunca y reclaman agua. En esta localidad, que desde entonces se llamará Meribá y
Massá (lucha y tentación), Moisés hace brotar agua de la roca. También en
Refidim la oración de Moisés obtiene la victoria sobre los amalecitas.
Tres meses después
de la salida de Egipto, los hebreos llegan al desierto del Sinaí. Aquí tiene
lugar el gran encuentro entre Yahvé y su pueblo. Israel se convierte en
"propiedad de Yahvé, en reino de sacerdotes y en un pueblo santo" (Ex 19,5-6).
La tradición vincula al episodio del Sinaí lo esencial de la legislación social
y religiosa de Israel (Ex 20 hasta Núm 10,10). Visión teológica que constituye
un desafío a la historia, pero que traduce a su modo el arraigo de toda la fe
yavista en la realidad de la alianza.
Núm 10,11-12.16
cuenta luego la etapa que conduce al desierto de Farán. El texto relata que
Yahvé iba delante de las columnas bajo la forma de una nube (Núm 10,34). Mas el
pueblo, en su depresión, vuelve a pensar otra vez en las comodidades que ha
perdido dejando la jaula dorada de Egipto: "Nos acordamos... ahora nuestros ojos
no ven más que maná" (Núm 11,5-6). Escuchados para desventura suya, ven caer a
sus pies una nube de codornices chirriantes. Una indigestión mortal hiere a los
que se dejan llevar de la gula. Después de Massá y Meribá, llegan a Qibrot Ha
Tava (tumba de la avidez). Las rebeldías de Israel terminan formando un mapa
geográfico del pecado.
Desde el mismo
desierto de Farán sale una patrulla a explorar el país de la promesa (Núm 13,Iss).
Este se presenta magnífico bajo todos los aspectos; pero sus habitantes son
demasiado temibles y la comunidad, falta de fe, se niega a avanzar. Por eso, el
castigo: ningún adulto de la generación actual, exceptuando a Caleb y a Josué,
entrará en la tierra prometida.
Los capítulos 20-22
de los Números parecen un calco de Ex 17. Una vez más los hebreos manifiestan
libremente su pesar por haber abandonado Egipto (Núm 20,4; cf Ex 16,3). Moisés
repite el gesto que hace brotar agua de la roca (20,10; cf Ex 17,5). Edom ocupa
el puesto de los amalecitas (cf Ex 17,8-16) y ataca a Israel (Núm 20,14-21). El
c. 21 habla de la plaga de las serpientes quese abate sobre los hebreos
culpables de haber repetido su lamentación: "¿Por qué nos habéis hecho salir de
Egipto?" (Núm 21,5). Después de algún choque con los amorreos (Núm 21,25) y con
los moabitas (Núm 22; cf, sin embargo, Dt 2,29), Israel pasa el Jordán bajo la
guía de Josué (Jos 3).
3. LA RELECTURA
SIMBÓLICA - La relectura realizada dentro de la tradición bíblica ofrece este
particular: no es nunca una simple visión retrospectiva. No se trata de
glorificar o de llorar un pasado nacional. En la sucesión de los
acontecimientos, el pueblo advierte las constantes de Dios y del hombre. Exodo-desierto-entrada
en la tierra son una estructura de vida para todo creyente. Aquí hay un misterio
de salvación válido para todos los sucesivos "hoy": "Ojalá hoy oyerais su voz.
No endurezcáis vuestro corazón como en Meribá, como el día de Masá en el
desierto, cuando me probaron vuestros padres, me tentaron aunque habían visto
mis obras" (Sal 95,8s). El AT conoce incluso una especie de ritual del recuerdo.
Todos los años, el 15 del mes séptimo, Israel debe adoptar las condiciones de
vida del desierto: "Durante los siete días habitaréis en tiendas... para que
vuestros descendientes sepan que yo hice habitar en tiendas a los hijos de
Israel cuando los saqué de la tierra de Egipto" (Lev 32,42s; cf Dt 16,13-17).
El principio de la
relectura, válido ya en el AT, se impone aún más en el NT. Así el autor de la
Carta a los Hebreos toma a su vez el Sal 95 y lo aplica al mensaje evangélico:
"De nuevo, Dios fija un día, un `hoy'... Esforcémonos, pues, por entrar en este
reposo, para que nadie sucumba imitando este ejemplo de desobediencia" (Heb
4,7.11).
Calificamos la
relectura de simbólica por dos motivos: 1) La mirada de la fe descubre en el
acontecimiento pasado una validez de aplicación que rebasa sus límites empíricos
de tiempo y espacio: Egipto es figura de la esclavitud bajo el pecado; el
desierto corresponde al itinerario espiritual de la conversión; la tierra
prometida tiene como equivalente el estar con Cristo en el tiempo presente y en
el mundo que vendrá. San Pablo expresa todo esto en los términos siguientes:
"Quien (Dios) nos rescató del poder de las tinieblas y nos trasportó al reino
del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención y remisión de los pecados"
(Col 1,13s); 2) La relectura serefiere a acontecimientos cuya figura pertenece
al mundo del símbolo: hambre-sed-pan-agua-caminar, etc., son todos ellos
términos que ofrecen niveles de significado superpuestos y correlativos: físico,
psíquico y espiritual. Por ejemplo: hambre de pan, hambre de afecto, hambre de
Dios. Cada término puede recordar o ser signo del otro. Cuanto más está
arraigado el símbolo en la experiencia genuinamente humana, tanto más se
convierte en colectivo y universal. En este sentido, la Biblia habla al hombre
de todos los tiempos y de todos los lugares.
Hemos de indicar
ahora los diferentes esquemas según los cuales se ha realizado la relectura,
sobre todo en el AT. En efecto, el tema del desierto se presta a dar vida a un
grupo frondoso de significados, estructurados en forma de simples oposiciones.
La relectura del NT quedará unificada en torno a los temas cristológicos.
4. LoS ESQUEMAS DE
RELECTURA - Hoy las ciencias del lenguaje nos enseñan que, para individuar los
valores de un término, es preciso ver a qué otros términos se contrapone
habitualmente. Por lo que se refiere al desierto, comprobamos las antítesis
siguientes: a) esterilidad / fertilidad: el desierto, tierra quemada, se opone a
la tierra cultivada; b) incompletez/completez. Así como el mar, ateniéndonos a
la cosmología bíblica, es lo que queda del abismo primordial después de la
separación de las aguas (Gén 1), así el desierto es un residuo de la estepa
desolada que existía antes de plantar el edén (Gén 2). El desierto, exactamente
como el mar, es, pues, un símbolo del caos en oposición al cosmos ordenado. Una
variante del tema incompletez/completez es el binomio: indiferenciación inicial
/ transformación: el desierto es la imagen de los comienzos absolutos, del
tiempo en que aún era todo posible. Visto bajo este aspecto, reviste un valor
positivo y será imagen de la juventud, del noviazgo, etcétera; c) desposesión /
posesión: el desierto es el lugar de las privaciones. ¿Cuál es la cualidad de
los sentimientos que se manifiestan en la condición de desposesión: lamentos
estériles o repliegues sobre uno mismo, o bien voluntad de conquista para llegar
a una existencia mejor?; d) camino / meta: el desierto, a duras penas
soportable, no invita a la permanencia, sino a buscar una mansión estable.
A lo largo de este eje de significados
se articulan los temas de guía, peligro, resistencia encontrada, etc.
5. APLICACIÓN DE
LOS ESQUEMAS DE RELECTURA At. AT - a)
Esterilidad/fertilidad. El Sal 104
muestra que toda vida proviene de Dios. Si éste retira su aliento, la vida recae
en la nada (Sal 104,29). Pues bien, según Núm 20,5, el desierto es un lugar
inhóspito, "que no admite semillas, que no tiene viñas, ni higueras, ni
granados, y donde ni hay agua para beber"; un lugar, en suma, que no parece
haber tenido parte en la bendición de Dios y que, por tanto, alberga a los
poderes demoníacos (Dt 8.15; cf Núm 21,4s; Is 30,6). Paradójicamente, en esta
tierra quemada y árida es donde Dios se muestra más cerca al que le ama: "Tus
vestidos no se gastaron sobre ti ni se hincharon tus pies durante esos cuarenta
años. Reconoce, pues, en tu corazón que Yahvé, tu Dios, te corrige a la manera
como un padre lo hace con su hijo" (Dt 8,4s; cf 29,4).
El desierto,
naturalmente estéril, es a propósito para manifestar la potencia vivificadora de
Dios. A este respecto, los hebreos percibieron la acción providente de Dios
sobre todo en el maná, "el pan del cielo" (Sal 105,40). El maná había que
recogerlo cada mañana, exceptuando el sábado (Ex 16,20). Esta disposición
intenta sugerir que el pueblo no posee autonomía alguna de vida frente a Dios.
Su dependencia es entera y constante, y no se refiere, además, sólo a los bienes
materiales: "No sólo de pan vive el hombre, sino de cuanto procede de la boca de
Yahvé" (Dt 8,3).
b) Incompletez/completez.
El pensamiento hebreo no razona en términos de ser y no ser, sino que opone
más bien orden y desorden, caos y cosmos. Este modo de ver las cosas, menos
filosófico que el pensamiento griego, concede, en compensación, mayor puesto a
la historia. Entre el desorden inicial y el cumplimiento escatológico de lo
creado hay lugar para una acción transformadora. En esta perspectiva presenta
sobre todo el Deuteroisaías (Is 40-55) la redención como cumplimiento de la
creación. Los grandes símbolos del caos son el mar y el desierto. Yahvé libra
una batalla simbólica contra estos elementos. Entre los restantes textos, ls
51,9-11 agrupa abismo primordial, mar y desierto: "¡Despierta, despierta;
vístete de fuerza, brazo de Yahvé; despierta como antaño en los días de las
generaciones antiguas! ¿No eres tú el que hendió a Rahab y traspasó al Dragón?
¿No eres tú el que secó el mar, las aguas del gran abismo, el que trocó en
camino las honduras del mar para que pasaran tus redimidos? Así volverán los
liberados de Yahvé y vendrán a Sión entre gritos de júbilo" (Cf también ls
63,13s). Es un solo y mismo Dios el que dividió las aguas del abismo, del mar
Rojo, y el que ahora traza un camino en el desierto (ls 43,19). Para expresar
esta identidad, el profeta ha superpuesto las imágenes. El mar ha ocupado el
puesto del caos y el desierto ha sustituido al mar. La equivalencia entre
desierto y mar, en cuanto símbolos del caos, explica también otra imagen del
Deuteroisaías. Según ls 41,18s, Yahvé hará brotar en el desierto cuatro especies
de agua (ríos, fuentes, estanques, manantiales) y hará crecer siete tipos de
árboles (cedros, acacias, mirtos, olivares, cipreses, olmos, terebintos). Los
páramos estériles se transformarán en un paraíso terrestre. Semejante oráculo no
hay que tomarlo al pie de la letra, como si se tratara de la visión anticipada
del estado futuro de una zona geográfica. El lenguaje es simbólico. La redención
realiza la perfección que Dios ha planeado desde el principio (cf ls 45,18s).
En cambio, otras
varias imágenes del libro de Isaías describen el juicio escatológico. Por
ejemplo, ls 34-35. El día de su venganza, Yahvé tirará sobre Edom "la cuerda del
caos y la plomada del vacío" (Is 34,11). Hienas, gatos salvajes y víboras
"heredarán" el país y en él "morarán" (Is 34,11.17). Yahvé les "repartirá" la
tierra (Is 34,17). Los términos clave de la entrada de Israel en la tierra
prometida son referidos a los animales que toman posesión de las ruinas
(heredar: Lev 20,24; Núm 13,30; 21,24; Dt 1,8; 2,21.31, etc.; morar: Sal 37,29;
69,37; distribuir: Jos 14,5; Núm 26,53.56). El castigo es a un tiempo
anticreación y antiéxodo.
Las relecturas de
la tradición del desierto no son uniformes. Junto a una valoración pesimista,
que ve en los cuarenta años de peregrinación una larga serie de rebeldías,
existe una valoración completamente positiva: el tiempo del desierto corresponde
al noviazgo de Israel con Yahvé. El éxodo es la edad de oro de la historia de la
salvación: "Me he acordado de ti, del cariño de tu juventud, de tu amor de novia
cuando me seguías por el desierto, por una tierra yerma" (Jer 2,2). Este modo de
ver las cosas forma parte del esquema indiferenciación/transformación. La
historia no es más que el desarrollo progresivo de inmensas posibilidades
iniciales. Cuanto más avanza Israel, más se endurece, más se enfría. Hay que
relacionar con este esquema de relectura la teología de Oseas de retorno al
desierto.
Para Oseas, el
retorno al desierto no significa condena de la cultura y del progreso. En
realidad, el pueblo, al hacerse sedentario, se ha dejado arrastrar al
sincretismo religioso. No tiene ya la energía espiritual necesaria para
convertirse. Necesita una juventud nueva, capacidad de volver a comenzarlo todo.
Tal es precisamente el sentido de la vuelta al desierto en este profeta. Un
espíritu de fornicación tiene a Israel prisionero (5,4). Hay que quitarle al
pecador la ocasión de pecar. Hay que lanzarlo a un nuevo éxodo, a una nueva
historia de la salvación experimentada personalmente. Más que de un castigo, se
trata de hacerle revivir la serie de los acontecimientos salvíficos, a fin de
devolverle su pureza inicial: "La atraeré y la guiaré al desierto, donde hablaré
a su corazón... Allí me responderá de nuevo, como en los días de su juventud,
como en el día en que salió de Egipto" (Os 2,16.17). Israel, una vez convertido,
será nuevamente capaz de poseer su tierra sin ser poseído por ella.
e) Desposesión/posesión.
Uno de los efectos que produce la
desposesión es el de colocar al hombre frente a los propios deseos. ¿De qué
naturaleza son las nostalgias que surgen en su corazón, cuando siente la
privación? Israel, despojado de la comodidad, se inclina, por un lado, a cantar
las alabanzas de la antigua prisión (Núm 11,5), y, por otro, a denigrar la
tierra prometida, el don de Dios (Núm 13,32; 14,36). Ante la dificultad, el
pueblo se siente tentado a caer en un abatimiento mortal (Núm 14,2) o, peor aún,
a dar marcha atrás hacia Egipto (Núm 14,3). En efecto, la esperanza viene a
faltar cuando no se alimenta ya de la fe. La fe pierde su propia audacia cuando
el hombre no desea otra cosa que la satisfacción de las necesidades inmediatas.
Pues bien, el desierto le enseña la jerarquía de los valores: "Te he humillado y
te he hecho sentir hambre para alimentarte luego con el maná, desconocido de tus
mayores, para que aprendieras que no sólo de pan vive el hombre, sino de cuanto
procede de la boca de Yahvé" (Dt 8,3). Sólo Dios cuenta de veras; sin él todo el
resto es nada. Dt 8-11 extiende este tipo de espiritualidad a todo el que vive
en la abundancia. Para vivir ricos sin perderse es precisa una espiritualidad
del desierto. Cuando Israel haya tomado posesión del país y viva en un perfecto
bienestar, habrá de conseguir no olvidarse de Dios, el cual es infinitamente más
grande que sus dones: "Acuérdate de Yahvé, tu Dios; él es quien te ha dado esta
fuerza y fe ha procurado este poder" (Dt 8,18). Cualquiera que sea el bienestar
adquirido, la fe sigue apoyándose solamente en Dios.
d) Camino/meta.
El último esquema que debemos examinar es el del camino como opuesto a la
meta. Los temas que vienen aquí naturalmente a cuento son los de Dios como guía
y pastor, y el de los obstáculos del camino.
Cuarenta años de
peregrinación por el desierto han habituado a Israel a "caminar con Dios" (Miq
6,8). Caminar significa llevar continuamente consigo sin dejarlo atrás el objeto
de la propia esperanza, creer que uno es conducido hacia un país feliz (Dt
8,7-10) y que todos los caminos de Dios, por sinuosos que sean (Dt 2,Is),
conducen a él.
Uno de los textos
que trasladan más netamente el éxodo al plano espiritual es ls 58, que tiene
como objeto el ayuno verdadero. El ayuno no consiste en atormentar el cuerpo,
sino en hacer pedazos todo egoísmo: en romper las cadenas, en soltar los lazos,
en quebrantar los yugos, en distribuir el pan. A quien se ha liberado de sí
mismo, Dios se le hace presente como la columna de la nube en el desierto:
"Yahvé será tu guía siempre, en los desiertos saciará tu hambre... serás como un
huerto regado, cual manantial de agua, de caudal inagotable" (Is 58,11). El
hombre, al salir de sí mismo y colocarse bajo la guía de Dios, se hace capaz de
construir la ciudad. Is 58,12 prosigue: "Reedificarás las viejas ruinas... Serás
llamado 'tapiador de brechas'". Las etapas del éxodo, paso del desierto-tierra
prometida, se trasladan al plano espiritual.
Las dificultades
del camino (hambre, sed, enemigos) sirven para recordar que la salvación no se
consigue permaneciendo pasivos, sino que entraña siempre un aspecto dinámico. La
prueba profundiza la fe, al tiempo que revela más manifiestamente la gloria de
Dios, "su grandeza, la fuerza de su brazo tenso" (Dt 11,2). Lo progresivo de la
salvación y su carácter dinámico se revelarán de modo más neto aún en el NT. La
Iglesia en camino hacia una salvación todavía futura es la Iglesia del desierto
(Ap 12).
6. LA RELECTURA DEL
NT - Según el AT, los acontecimientos escatológicos están ligados al desierto (Is
35,1ss; 40,1; 41,19; 51,3, etc.). El tiempo de la salvación se anuncia
simbólicamente bajo la imagen de un remodelamiento de la creación entera.
También Juan el Bautista sabe que debe ser una voz que grita en el desierto para
preparar el camino al Señor y allanar sus senderos (Mt 3,3; Mc 1,3; Lc 3,4-6). A
su vez, también Jesús se sabe vinculado al desierto; en realidad, no para
permanecer allí, sino para caracterizar así toda su actividad ulterior (Mt
4,1-11; Mc 1,12s; Le 4,1-13).
a) Jesús, tentado
en el desierto. Jesús, tentado en el desierto, se coloca bajo el signo de
las relecturas realizadas ya por el Deuteronomio: aa) "No sólo de pan
vive el hombre, sino de cuanto procede de la boca de Yahvé" (Dt 8,3); bb)
"No tentéis a Yahvé, vuestro Dios" (Dt 6,16); "teme a Yahvé, tu Dios,
sírvele a él y jura en su nombre" (Dt 6,13). Lo absoluto de Dios, su santidad y
su unicidad, tales son los tres principios que Jesús coloca en la base de su
mesianismo. Jesús será al mismo tiempo Hijo del hombre y Siervo paciente. Gloria
y cruz están indisolublemente unidas. Al triple pecado del pueblo del éxodo
—deseo de satisfacción inmediata, poner a Dios a prueba, idolatría— opone Jesús
una triple renuncia: muerte de sí mismo, confianza, adoración. Siempre que
durante su ministerio se retire a "un lugar desierto" (Mc 1,35.45; 6,46; Le
4,42; 5,16; 9,10), lo hace para dar a Dios solo la gloria de sus milagros y para
renovar en profundidad la elección hecha de una vez por todas en el desierto.
Jesús es el Hijo del hombre, y no puede ser un rey que alimenta y favorece los
caprichos de un pueblo (Jn 6,15; 18,36).
b) Jesús, nuestro desierto.
Los "signos" del cuarto evangelio tienen esto en
común: están destinados todos a conseguir una profundización de significado.
Así, el agua, convertida en vino, significa el paso a una nueva alianza (Jn 2).
Jesús es la vida verdadera (Jn 15), la luz del mundo (Jn 8,12), el pan bajado
del cielo (Jn 6). En una perspectiva análoga de profundización, Juan emplea
varias veces los temas del éxodo y los espiritualiza. Por lo demás, entre su
evangelío y el Pentateuco existen anillos intermedios; por ejemplo, el Libro de
la Sabiduría, compuesto unos cincuenta años antes de Cristo, en la diáspora
hebrea de Alejandría. Una lectura paralela del cuarto evangelio y de la
Sabiduría resulta particularmente instructiva.
Según la Sabiduría,
la acción providente de Dios se ha revelado en las grandes pruebas del desierto,
que son la sed, el hambre, la oscuridad, la amenaza constante de la muerte. A
decir verdad, estos distintos peligros no se consideran en absoluto bajo su
aspecto de fenómenos naturales, sino como elementos constitutivos del drama del
éxodo, y se los ve, por tanto, como una dimensión de la historia de la
salvación. Se trate de una dependencia literaria o de la utilización de una
tradición común, el cuarto evangelio toma punto por punto la materia elaborada
por el Libro de la Sabiduría.
En su sed, los
hebreos invocaron al Señor. "Les fue dada agua de una roca escarpada, y remedio
de su sed de una dura piedra" (Sab 11,4). A través de este signo, Israel
reconoció la mano del Señor (Sab 11,14). A esto corresponde en la tradición de
Juan el signo de Caná. Jesús cambia el agua en vino. De ese modo "manifestó su
gloria y creyeron en él sus discípulos" (Jn 2,1-11). Volvamos al Libro de la
Sabiduría. En el desierto, el Señor dio a su pueblo "alimento de ángeles, un pan
del cielo preparado sin fatiga" (Sab 16,20). En el evangelio de Juan, Jesús se
llama "pan vivo bajado del cielo" (Jn 6,51). Sabiduría: la noche de la partida
de Egipto el Señor asegura a los suyos la presencia de una columna
resplandeciente que habrá de servirle de guía (Sab 18,1-3). San Juan: en el
episodio del ciego de nacimiento, Jesús aparece como la "luz del mundo" (Jn
8,12; cf 9,9; 1,4; 12,36). Sabiduría: la serpiente de bronce es "signo de
salvación universal" (Sab 16,6s). Su contrapartida en Jn 3,14 es el Hijo del
hombre levantado (cf 12,32.34) en la cruz (Jn 19,37), causa de salvación eterna
para todo hombre que cree. Si durante el éxodo la palabra de Dios salvó a Israel
(Sab 16,12), de ahora en adelante Cristo mismo será "resurrección y vida" (Jn
11,25x). "Todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre" (Jn 11,26). Para
decirlo en pocas palabras, el ministerio de Jesús, la salvación que él trae, son
imágenes del éxodo. El es en su misma persona el lugar de nuestro paso al Padre.
En 1 Cor 10,5s, san
Pablo, a su vez, explicita ulteriormente la tipología del éxodo. Paso del mar y
maná son figuras del bautismo y de la eucaristía. Vivimos el tiempo de la
Iglesia bajo el velo de los sacramentos (cf Ap 12). No basta recurrir a los
sacramentos para ser salvados; todos los padres atravesaron el mar, todos
estuvieron bajo la nube, todos bebieron la misma agua espiritual; pero la mayor
parte de ellos no agradó a Dios y sus cuerpos yacen en el desierto (1 Cor
10,1-5). No es posible agradar al Señor y ceder a las tentaciones que sedujeron
a los padres: concupiscencia, murmuraciones, desconfianza en Dios. En la
continuación del capítulo, san Pablo desarrolla lo que podría ser una auténtica
espiritualidad del desierto: usar de manera correcta los sacramentos (1 Cor
10,14-22), hacer todas las cosas no para satisfacción propia, sino para la
gloria de Dios (10,31), esforzarse en agradar a todos, no buscar el interés
particular, sino el del mayor número posible de personas (10,33); en conclusión,
sustituir la avidez y la concupiscencia por la voluntad de servir. En este nivel
y en la prolongación del pensamiento paulino vemos identificarse la
espiritualidad del desierto con el misterio pascual: morir a uno mismo a fin de
vivir para el Señor; despojarse de todo para poseer el Todo, con la clara
conciencia de que un plan por el estilo no procede de la voluntad humana, sino
de la comunión con Cristo: "Ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mí" (Gál
2,20). En el NT Cristo adopta con toda evidencia el puesto del desierto: lugar
donde Dios se hace presente (Jn 14,7), paso obligado para entrar en la gloria
(14,6), alimento y fuerza durante el largo itinerario que lleva a la meta:
Cristo, "camino, verdad y vida" (Jn 14,6).
7. CONCLUSIÓN -
Nuestro estudio ha demostrado que la concepción bíblica del desierto no es en
absoluto ascética. El desierto no es la fuga de la tentación (allí se es más
tentado que en ningún sitio). También la búsqueda de un rincón propicio al
recogimiento es un aspecto marginal. Jesús se retira al desierto ante todo para
sustraerse al mesianismo demagógico que las turbas, bajo la dirección de
Satanás, intentan imponerle. Mientras que las muchedumbres y Satanás intentan
hacer que Dios coincida con el querer del hombre, Jesús quiere que el desierto
sea el símbolo del espacio infinito que separa a Dios y al hombre pecador. Esta
distancia sólo es superada a través del lento camino de la fe. El desierto,
esencialmente transitorio, vivido como símbolo o como realidad física, es una
escuela de absoluto. Esto es lo que hoy puede legitimar el retirarse al desierto
de algunos como signo e invitación dirigida a la comunidad eclesial entera. Esto
es lo que impone a todos la espiritualidad del desierto como disponibilidad a
dejarse conducir por el Espíritu, en solidaridad con el pueblo de los creyentes.
R. Lack
III. Espiritualidad del
desierto
La luz que la
palabra de Dios ha proyectado sobre la experiencia del desierto indica las
pistas que se han de recorrer para que ésta responda al plan divino y sea
saludable para los cristianos de nuestro tiempo.
1. DINÁMICA DE LO
PROVISIONAL - La primera evidencia que se desprende de la Biblia es que el
desierto, como lugar geográfico y como postura de separación de la sociedad
humana, no puede considerarse como una condición permanente. El desierto "no
tiene nada que ver con una mística de la fuga de los hombres... Considerando la
historia de los creyentes, hay que inculcar con fuerza este aspecto provisional
del desierto. Si ha habido errores y desviaciones en la interpretación del
desierto bíblico, están presentes y se han dejado sentir siempre que se ha
querido hacer del desierto la situación definitiva y duradera del creyente. El
creyente está destinado a la comunidad, a la Iglesia, a la sociedad de los
hombres. Debe caminar durante algún tiempo por el desierto, a fin de prepararse
a la misión, al contacto con los demás'. Para el pueblo elegido, el desierto
representó siempre el "tiempo intermedio" entre la esclavitud y la tierra
prometida; después de la infidelidad debe volver al desierto, no como ideal de
vida (al estilo de los recabitas, que pretendían vivir como beduinos por
reacción contra la civilización, considerada como un mal), sino como lugar de
paso y de purificación, a fin de insertarse en una situación de justicia (cf Os
2,16-22). Para Abrahán, Moisés, Elías y para el mismo Jesús. la permanencia en
el desierto se inserta plenamente en su misión; forma parte de un itinerario
espiritual como momento fuerte de maduración de las propias opciones y de
encuentro con Dios. Como todo tiempo intermedio, el desierto se caracteriza por
una tendencia dinámica del pasado hacia el futuro, que no es una expectación
pasiva, sino la construcción del término hacia el cual se tiende. Dejando a un
lado las vocaciones especiales a la vida eremítica, "signo" de la dimensión
escatológica de la Iglesia en camino hacia "nuevos cielos y nueva tierra" (2 Pe
3,13), el desierto es lugar de tránsito muy oportuno para quienes, inmersos en
una actividad pastoral y social, desean orientar su propia vida según el plan de
Dios y obrar auténticamente para la salvación de los hermanos. La oración
solitaria se convierte para todo creyente —como para el Hermanito de Jesús—en
"la consumación de su vocación apostólica, que supone la muerte a sí
mismo y una gran disponibilidad interior a la caridad de Jesús, de modo que toda
la vida esté dominada por la idea de la salvación de los hombres". Nada, pues,
hay más ajeno a la verdadera concepción del desierto que considerarlo como lugar
de quietud y relax,
de sustracción a los compromisos humanos y de
suspensión de la solidaridad con el pueblo de Dios. El desierto no es una casa
para habitar en ella, sino un espacio que se ha de atravesar para realizar con
la mediación del ambiente geográfico una fuerte experiencia espiritual que haga
más verdadera la relación con Dios y con los hermanos.
2. EL DESIERTO, ESCUELA DE ABSOLUTO - No hay que
confundir el desierto con los retiros comunes, donde se dispone previamente de
una serie de medios (conferencias, oraciones litúrgicas o comunitarias,
coloquios espirituales...) para renovar o templar el espíritu. Como afirma R.
Voillaume, "el desierto es más que un lugar de retiro, ya que por su extensión y
por su aspereza tiene valores propios... Lleva en si el signo de la pobreza, de
la austeridad, de la sencillez más absoluta; el signo de la total impotencia del
hombre, que descubre su debilidad porque no puede subsistir en el desierto y se
ve obligado a buscar su fuerza y su amparo en Dios solo... El desierto es una
tentativa de avance desnudo, desasido de todo apoyo humano, en la carencia de
todo sustento terrestre, incluso espiritual, para encontrar a Dios... Los días
en el desierto son un ensayo, una tentativa llena de confianza para pedir a Dios
que venga a buscarnos, en nuestra impotencia, para llevarnos hasta él. Lo que es
esencial en el desierto es el desasimiento total y la paciente y callada espera
de Dios en la inactividad de nuestras potencias".
El desierto lleva
consigo una ruptura con el propio habitat; se deja el mundo normal de las
relaciones sociales y de las comodidades para encontrarse solos en un ambiente
elemental, donde se despiertan las necesidades esenciales y se deben abandonar
las ficticias. Como Israel en el desierto, el cristiano está llamado a demostrar
su fe en el único Señor, a depender sólo de él, a poner en él toda su seguridad.
No sólo debe pacificar su espíritu apagando los deseos inútiles y acallando el
lamento de la esclavitud, sino también elegir lo Absoluto, relativizar los otros
valores y rechazar los ídolos.
Por eso el desierto
es un periodo de prueba y de tentación, durante el cual el cristiano de hoy debe
intentar realizar definitivamente el paso de la jungla de la ciudad secular e
industrial, es decir, del desierto construido por el hombre, donde tantas
realidades son idolatradas, al desierto del encuentro con el Dios auténtico, a
fin de desenmascarar a los demonios camuflados de dioses. Nuestro mundo está
"lleno de aspirantes al papel de Dios. Todos quieren proponerse como criterio
absoluto. El poder, la ley, el orden, el dinero, la propiedad, el mercado, la
productividad, el consumo, la libertad, la ciencia, el partido, el Estado, la
Iglesia, la ideologia, la Weltanschauung. Cualquier cosa, aunque sea
buena, en la medida en que pretende trascender al hombre y establecerse por
encima de él como tribunal inapelable... se corrompe en ídolo, en dios mundano,
en potencia mentirosa y a menudo homicida".
Desocupado el
corazón de ídolos, se siente que sólo Dios cuenta; él es el Absoluto, el Señor
de la vida, el dador de la salvación. Dios pone en situaciones difíciles, a fin
de que se manifiesten las verdaderas intenciones del hombre y de que éste
experimente su bondad paterna: "Acuérdate del camino que Yahvé te ha hecho andar
durante cuarenta años a través del desierto, con el fin de humillarte, probarte
y conocer los sentimientos de tu corazón... Luego, te alimentó con el maná...
para que aprendieras que no sólo de pan vive el hombre, sino de cuanto procede
de la boca de Yahvé... Reconoce, pues, en tu corazón que Yahvé, tu Dios, te
corrige a la manera como un padre lo hace con su hijo" (Dt 8,2-5). En el
desierto, Dios se convierte en Cristo en maná que nutre y en agua viva que quita
la sed (Jn 6,48-51; 7,37); pero en él precisamente el Absoluto se manifiesta
como amor que atrae a sí en una comunión íntima y con una alianza perpetua:
"Pero he aquí que yo la atraeré y la guiaré al desierto, donde hablaré a su
corazón... Entonces te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en
la justicia y el derecho, en la benignidad y en el autor..." (Os 2,16.21). El
desierto se convierte así en un tiempo de revelación de Dios y del hombre, de
renovación de la alianza, de restauración de la justicia y de la santidad.
3. GUÍA PARA UNA
"JORNADA DE DESIERTO" - Los Hermanitos de Spello [supra
I,2] proponen algunas orientaciones, fruto de la experiencia y, por lo
mismo, sencillas y eficaces. que convendrá tener presentes para vivir
concretamente la espiritualidad del desierto: "El que desee hacer una jornada de
desierto debe hacerla con el espíritu de imitar a Jesús, el cual, de vez en
cuando, se retiraba 'a lugares desiertos' a orar".
"Luego no es tanto
el deseo de reposo y de soledad lejos de los hombres y de su estrépito lo que
empujaba a Jesús al desierto, sino más bien la sed de estar cara a cara con
Dios, su Padre, en su función de adorador y de salvador. Este deseo de intimidad
con Dios es el único que debe impulsarnos a buscar y a amar la soledad".
"El deseo pone al
hombre frente a sí mismo, inerme y privado de todas sus fuerzas, potencias y
hábitos de sida, para enfrentarse con la presencia de Dios en el mayor
despojamiento posible. En una jornada de desierto no se encuentra normalmente la
presencia especial de la eucaristía y de las funciones litúrgicas. Por eso será
preciso esforzarse en buscar la presencia de Dios 'en nosotros' y también en la
naturaleza que nos rodea".
"Cuando partes para
una jornada de desierto, dite a ti mismo que Dios te llenará de su presencia
en la medida en que tu debilidad respete la soledad y también en la
medida de tu valor para perseverar en la oración. Si te faltaren estas
disposiciones fundamentales de esperanza y de disponibilidad a los dones de
Jesús, puedes estar bien seguro de que otros muchos espíritus malos vagarán en
torno a ti en la soledad'. Basta leer la Sagrada Escritura para convencerse de
este serio peligro".
"Por lo demás,
entre las pocas cosas que debes llevar contigo para una jornada de desierto
cuida de no olvidar la Biblia, que contiene todos los ejemplos de quienes
estuvieron enamorados del desierto: Moisés, Elías, Jonás, Juan Bautista, cada
uno con su actitud espiritual propia. Verás que en todos estos ejemplos y, como
culminación, mucho más en el ejemplo de Jesús en el desierto,
el ayuno ocupa un lugar importante.
No lo olvides. En una jornada de desierto, acaso
este ayuno sea el único elemento positivo, una cosa conquistada, aunque todo lo
demás te parezca a veces algo vago. Este ayuno en el desierto es el signo de que
Dios es lo más grande...".
"No vaciles,
además, en servirte de otros signos concretos para fijar tu atención:
fabricación de pequeñas cruces rústicas, coronas; coger flores para adornar la
capilla del eremitorio... Estas pequeñas actividades son muy apropiadas, si van
acompañadas de jaculatorias, como la de la famosa `oración de Jesús' de los
místicos orientales: 'Jesús, soy pecador,
ten piedad de mí'. Finalmente, recuerda
que el desierto es siempre un lugar de tránsito y que hay siempre un
retorno más fuerte y más sereno hacia los hombres, a los que no podrás
olvidar ni siquiera durante tu desierto. La última nota, finalmente, es que este
desierto transitorio postula otro: aquel en el que Jesús restituyó su alma al
Padre".
"Ojalá una jornada
de desierto reavive en ti el deseo de morir mártir por él y con él, y... que
esto llegue mañana, como escribía el hermano Carlos de Jesús unos días antes
de morir". [Ejercicios espirituales VI, 2, a].
S. De Fiores
BIBL.,—AA. VV., Prier dans la ville, Cerf.
París.—AA. VV., Nuevas experiencias de oración en la vida religiosa, en
"Confer", 73 (1977).—AA. VV., Espiritualidad del Exodo. Marova,
Madrid 1969.—Barsotti, D, Espiritualidad del Exodo, Sígueme, Salamanca
1968.—Cámara, H, El desierto es fértil, Sígueme, Sala-manca 1972.—Carretto,
C, Cartas del desierto, Paulinas, Madrid 1980".—Carretto. C. El
desierto en la ciudad, Ed. Católica, Madrid 1979.—Cazelles, H, En busca
de Moisés, Verbo Divino, Estella 1981.—Hueck Doherty, C. de, Pustinia,
Narcea, Madrid 1979.—Placa, A. JRiordan, B. P, Desert silence: a way of
prayer for an unquiet age, Living Flame Press, Nueva York 1977.---Peiffer,
C. J, Espiritualidad monástica, Monte Casino, Zamora 1976.—Serrano, V,
Espiritualidad del desierto, Studium, Madrid 1968.
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