martes, 30 de diciembre de 2014

¿Cuales son esas leyes de vida?

Y aunque el sol ya se había puesto, no se fueron a sus casas. Se sentaron alrededor de Jesús y le preguntaron: Maestro ¿cuáles son esas leyes de la vida? Quédate con nosotros un rato más y enséñanos. Queremos escuchar tu enseñanza para que podamos curarnos y volvernos rectos”.

Y el propio Jesús se sentó en medio de ellos y dijo: “En verdad os digo que nadie puede ser feliz, excepto quien cumple la Ley”.

Y los demás respondieron: “Todos cumplimos las leyes de Moisés, nuestro legislador, tal como están escritas en las sagradas escrituras”.

Y Jesús les respondió: “No busquéis la ley en vuestras escrituras, pues la Ley es la Vida, mientras que lo escrito está muerto. En verdad os digo que Moisés no recibió de Dios sus leyes por escrito, sino a través de la palabra viva. La Ley es la Palabra Viva del Dios vivo, dada a los profetas vivos para los hombres vivos. En dondequiera que haya vida está escrita la ley. Podéis hallarla en la hierba, en el árbol, en el río, en la montaña, en los pájaros del cielo, en los peces del mar; pero buscadla principalmente en vosotros mismos.

Pues en verdad os digo que todas las cosas vivas se encuentran más cerca de Dios que la escritura que está desprovista de vida. Dios hizo la vida y todas las cosas vivas de tal modo que enseñasen al hombre, por medio de la palabra siempre viva, las leyes del Dios verdadero. Dios no escribió las leyes en las páginas de los libros, sino en vuestro corazón y en vuestro espíritu. Se encuentran en vuestra respiración, en vuestra sangre, en vuestros huesos, en vuestra carne, en vuestros intestinos, en vuestros ojos, en vuestros oídos y en cada pequeña parte de vuestro cuerpo. Están presentes en el aire, en el agua, en la tierra, en las plantas, en los rayos del sol, en las profundidades y en las alturas. Todas os hablan para que entendáis la lengua y la voluntad del Dios Vivo. Pero vosotros cerráis vuestros ojos para no ver, y tapáis vuestros oídos para no oír. En verdad os digo que la escritura es la obra del hombre, pero la Vida y todas sus huestes son la obra de nuestro Dios. ¿Por qué no escucháis las palabras de Dios que están escritas en Sus obras? ¿Y por qué estudiáis las escrituras muertas, que son la obra de las manos del hombre?” 

 
       


“¿Cómo podemos leer las leyes de Dios en algún lugar, de no ser en las Escrituras? ¿Dónde se hallan escritas? ¿Léenoslas de ahí donde tú las ves, pues nosotros no conocemos más que las escrituras que hemos heredado de nuestros antepasados. Dinos las leyes de las que hablas, para que oyéndolas seamos sanados y justificados.”

Jesús dijo: “Vosotros no entendéis las palabras de la Vida, porque estáis en la Muerte. La oscuridad oscurece vuestros ojos, y vuestros oídos están tapados por la sordera. Pues os digo que no os aprovecha en absoluto que estudiéis las escrituras muertas si por vuestras obras negáis a quien os las ha dado. En verdad os digo que Dios y sus leyes no se encuentran en lo que vosotros hacéis. No se hallan en la glotonería ni en la borrachera, ni en una vida desenfrenada, ni en la lujuria, ni en la búsqueda de la riqueza, ni mucho menos en el odio a vuestros enemigos. Pues todas estas cosas están lejos del verdadero Dios y de sus ángeles. Todas estas cosas vienen del reino de la oscuridad y del señor de todos los males. Y todas estas cosas las lleváis en vosotros mismos; y por ello la palabra y el poder de Dios no entran en vosotros, pues en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu habitan todo tipo de males y abominaciones. Si deseáis que la palabra y el poder del Dios Vivo penetren en vosotros, no profanéis vuestro cuerpo ni vuestro espíritu; pues el cuerpo es el templo del espíritu, y el espíritu es el templo de Dios. Purificad, por tanto, el templo, para que el Señor del templo pueda habitar en él y ocupar un lugar digno de él.

“Y retiraos bajo la sombra del cielo de Dios, de todas las tentaciones de vuestro cuerpo y de vuestro espíritu, que vienen de Satán.

...Y vuestros verdaderos hermanos son todos aquellos que hacen la voluntad de vuestro Padre Celestial y de vuestra Madre Terrenal, y no vuestros hermanos de sangre. En verdad os digo que vuestros verdaderos hermanos en la voluntad del Padre Celestial y de la Madre Terrenal os amarán un millar de veces más que vuestros hermanos de sangre. Pues desde los días de Caín y Abel, cuando los hermanos de sangre transgredieron la voluntad de Dios, no existe una verdadera fraternidad por la sangre. Y los hermanos actúan entre sí como extraños. Por ello os digo, amad a vuestros verdaderos hermanos en la voluntad de Dios un millar de veces más que a vuestros hermanos de sangre.

 
         
 

...Aunque yo hable con las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, mis palabras son como el sonido del latón o como el tintineo de un platillo. Aunque diga lo que ha de venir y conozca todos los secretos y toda la sabiduría; y aunque tenga una fe tan fuerte como la tormenta que mueve las montañas de su sitio, si no tengo amor no soy nada. Y aunque dé todos mis bienes para alimentar al pobre y le ofrezca todo el fuego que he recibido de mi Padre, si no tengo amor no hallaré en ello provecho alguno. El amor es paciente y el amor es amable. El amor no es envidioso, no hace el mal, no conoce el orgullo; no es rudo ni egoísta. Es ecuánime, no cree en la malicia; no se regocija en la injusticia, sino que se deleita en la justicia. El amor lo defiende todo, el amor lo cree todo, el amor lo espera todo, y el amor lo soporta todo; nunca se agota; pero en cuanto a las lenguas, cesarán, y en cuanto al conocimiento, se desvanecerá. Pues poseemos en parte la verdad y en parte el error, más cuando venga la plenitud de la perfección, lo parcial será aniquilado. Cuando el hombre era niño hablaba como un niño, entendía como un niño, pensaba como un niño; pero cuando se hizo hombre abandonó las cosas de los niños. Porque nosotros vemos ahora a través de un cristal y a través de dichos oscuros. Ahora conocemos parcialmente, más cuando hayamos acudido ante el rostro de Dios, ya no conoceremos en parte, pues nosotros mismos seremos enseñados por Él. Y ahora nos quedan tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de ellas es el amor.

...Y ahora os hablo en la lengua viva del dios Vivo, por medio del santo espíritu de nuestro Padre Celestial. No hay aun ninguno de entre vosotros que pueda entender todo cuanto os digo. Quien os comenta las escrituras os habla en una lengua muerta de hombres muertos, a través de su cuerpo enfermo y mortal. Por lo tanto a él le pueden entender todos los hombres, pues todos los hombres están enfermos y todos están en la muerte. Nadie ve la luz de la vida. El ciego guía a los ciegos en el oscuro sendero de los pecados, las enfermedades y los sufrimientos, y al final se precipitan todos en la fosa de la muerte.

...Yo os he sido enviado por el Padre para que haga brillar la luz de la vida entre vosotros. La luz se ilumina a sí misma y a la oscuridad, más la oscuridad se conoce sólo a sí misma y no conoce la luz. Aun tengo que deciros muchas cosas, mas aun no podéis comprenderlas. Pues vuestros ojos están acostumbrados a la oscuridad, y la plena Luz del Padre Celestial os cegaría. Por eso no podéis entender aun cuanto os hablo acerca del padre Celestial, quien me envió a vosotros. Seguid pues primero solo las leyes de vuestra Madre Terrenal, de quien ya os he contado. Y cuando sus ángeles hayan lavado y renovado vuestros cuerpos y fortalecido vuestros ojos, seréis capaces de soportar la luz de nuestro Padre Celestial. Cuando seáis capaces de contemplar el brillo del sol del mediodía con los ojos fijos, podréis entonces mirar la luz cegadora de vuestro Padre Celestial, la cual es un millar de veces más brillante que el brillo de un millar de soles. Mas ¿cómo mirarías la Luz cegadora de vuestro Padre Celestial, si no podéis soportar siquiera la luz del sol radiante? Creedme, el sol es como la llama de una vela comparado con el sol de la verdad del Padre Celestial. No tengáis, por tanto, sino fe y esperanza y amor. En verdad os digo que no desearéis vuestra recompensa. Si creéis en mis palabras creéis en quien me envió, que es el Señor de todos y para quien todas las cosas son posibles. Pues lo que resulta imposible con los hombres, es posible con Dios. Si creéis en los ángeles de la Madre Terrenal y cumplís sus leyes, vuestra fe os sostendrá y nunca conoceréis la enfermedad. Tened esperanza también en el amor de vuestro Padre Celestial, pues quien confía en él no será nunca defraudado ni tampoco conocerá a la muerte. 
 
                    


...Amaos los unos a los otros, pues Dios es amor, y así sabrán los ángeles que vais por sus caminos. Y entonces acudirán todos los ángeles ante vuestro rostro y os servirán. Y Satán partirá de vuestro cuerpo con todos sus pecados, enfermedades e inmundicias. Id, renunciad a vuestros pecados; arrepentios vosotros mismos; y bautizaos vosotros mismos; para que nazcáis de nuevo y no pequéis más.”

Entonces Jesús se levantó. Pero todos los demás permanecieron sentados, pues cada hombre sentía el poder de sus palabras. Y entonces apareció la luna llena entre las nubes desgarradas y envolvió a Jesús en su resplandor. De su cabello ascendían destellos, y permaneció erguido entre ellos en la luz de la luna, como si flotase en el aire. Y nadie se movió, ni tampoco se oyó la voz de nadie. Y nadie supo cuánto tiempo había pasado, pues el tiempo parecía parado.

Entonces Jesús tendió sus manos hacia ellos y dijo: “La paz sea con vosotros”. Y de este modo, partió como la brisa que mece las hojas de los árboles.

Y aun durante un buen rato permaneció la compañía sentada, sin moverse, y luego fueron saliendo del silencio, uno tras otro, como tras un largo sueño. Pero nadie deseaba irse, como si las palabras de quien les había dejado aun sonasen en sus oídos. Y permanecieron sentados como si escuchasen alguna música maravillosa. 

(Del Evangelio esenio de la Paz)

Hacer bien o hacer daño...

Mc 3,4a: Y a ellos les preguntó: «¿Qué está permitido en sábado, hacer bien o hacer daño, salvar una vida o matar.»
Marcos sigue usando el presente («y a ellos les dice/les pregunta»); el problema sigue siendo actual en su época. Jesús se dirige a los fariseos. Va a intentar por última vez hacerles ver la contradicción que implican su interpretación de la Ley y la observancia que exigen. Poniéndoles delante la situación del lisiado/pueblo («en medio»), quiere hacerlos reflexionar.
La pregunta es de una claridad meridiana; apela a la evidencia y no tiene más que una respuesta. Sin polémica, adopta el estilo legal («está permitido») usado antes por los fariseos (c£ 2,24) y propone dos disyuntivas en paralelo que exigen una toma de posición.
La primera disyuntiva, «hacer bien o hacer daño», corresponde a la doble acción descrita en 3,2: «para ver si lo curaba en sábado» y «presentar una acusación contra él». «Hacer bien» es «curar», restituir la integridad física, lo que Jesús se propone hacer con el inválido; «hacer daño» es «presentar la acusación», lo que pretenden hacer los fariseos si Jesús cura al hombre.
La segunda disyuntiva, «salvar una vida o matar», radicaliza la primera, poniéndola en categorías de vida y muerte. «Hacer bien», «curar», sacar al hombre de su miserable situación, está en la línea de la vida («seco», sin vida) y significa «salvar una vida»,.impedir que se malogre; «hacer daño», «acusar», está, por el contrario, en la línea de la muerte.
Una y otra disyuntiva corresponden a la oposición expresada en 2,27: «hacer bien/salvar una vida» en sábado significa que el precepto existe por el hombre; «hacer daño/matar» en sábado, oponiéndose al bien del hombre en nombre de la Ley, significa que el hombre existe por el precepto, que la observancia legalista prevalece sobre él.
Jesús les pregunta cuál de las dos acciones está permitida o, lo que es lo mismo, si Dios, al instituir el sábado, pretendió que éste sirviera para el bien o para el mal. Los coloca ante un dilema ético, cuya solución depende de la función que se atribuya al sábado respecto al hombre.
          
Como se ha visto en 2,27, el sábado había sido instituido para favorecer al hombre, para que éste no perdiera de vista la libertad y el señorío a que estaba llamado como imagen de Dios. El descanso debía permitirle afirmar y celebrar el don de la vida y de la libertad. Esta concepción del sábado es la que ha de decidir la licitud o moralidad de las dos acciones que están para realizarse, la de Jesús y la de los fariseos
Lo que Jesús quiere hacer con el hombre, impedir que su vida se malogre, coincide con el designio de Dios. Por tanto, no sólo está permitido, sino que pertenece a la esencia misma del sábado. Es más, como este precepto se consideraba cima y compendio de toda la Ley, todo precepto que apele a la voluntad divina ha de servir para potenciar la vida y la libertad del hombre, no para someterlo y disminuirlo; de lo contrario, estará positivamente en contra del designio de Dios y no procederá de Dios, será cosa humana.
La actitud de los fariseos, por el contrario, está en contra del plan divino. No sólo no toleran que se haga bien al hombre, restituyéndole la capacidad de libertad y acción que Dios le ha dado (cf. Gn 1,28; 2,5: «dominar la tierra», «trabajar»), sino que amenazan con la muerte al que quiere liberarlo.
Para ellos, el hombre está al servicio del precepto; el sábado y, más en general, la Ley no tienen la función de recordar al hombre la libertad y autonomía a la que está llamado ni de potenciarlo, sino, por el contrario, la de hacerle sentir su condición de súbdito frente a Dios. El sábado fariseo, envuelto en una maraña` de prohibiciones, agarrota al hombre y, apelando a la voluntad de Dios, le impide toda iniciativa. El día sagrado se ha convertido en símbolo de esclavitud, esterilidad y muerte, en instrumento de opresión.
El sábado debía haber sido el exponente del designio de Dios sobre el hombre. Pero si este día, destinado a afirmar la libertad, la niega, convirtiéndose en día de opresión, el designio de Dios queda anulado y, por ser el sábado el compendio de toda la Ley, la opresión se extiende a toda la vida del israelita. La prueba de esta tergiversación de la Ley es el hombre del brazo atrofiado, colocado en el centro de la escena. Es la contrafigura de la imagen de Dios, la obra de Dios malograda. Su mera presencia es una acusación al sistema religioso.
         
Pero la interpretación farisea de la Ley abre un abismo tan profundo entre Dios y el hombre '2, que se pierde de vista que éste fue creado a imagen de Dios y que, por ende, está llamado a parecerse a él. De este modo, la única relación posible del hombre con Dios es la del esclavo con su dueño. La Ley, así concebida, trastorna los valores. Bien y mal ya no significan lo que impulsa o impide el desarrollo del hombre, sino la observancia o no observancia de la casuística legal, más importante que el hombre mismo. A lo más que el hombre puede aspirar es a ser un observante fiel, siempre en deuda con Dios, su señor. Dios ya no es modelo del hombre; ni éste imagen de Dios y, en consecuencia, no hay por qué afirmar la autonomía y la libertad. Se propone por modelo al que las sacrifica en aras de la observancia minuciosa y a ella consagra su vida.
Con esto, los fariseos han instrumentalizado a Dios haciéndolo cómplice de la opresión y de la muerte que infligen. Y, al invocar para su doctrina la autoridad de Dios mismo, no dejan salida: el deseo de libertad se convierte en ofensa a Dios, anulando así la posibilidad de rebelión. La Ley absolutizada y deificada impide la vida, la felicidad y el desarrollo del hombre y autoriza a darle muerte en nombre de Dios.
Para Jesús, el bien del hombre es la libre actividad que lo desarrolla; para los fariseos, es la sumisión al código de la Ley.
En resumen: Con su pregunta hace ver Jesús que es falsa e ilegítima la interpretación farisea de la Ley, nervio y base del sistema religioso judío, por estar en contradicción con el designio de Dios tal como lo presenta la Escritura. Los fariseos, cuya observancia les procura una posición de autoridad y de prestigio, han tergiversado los valores morales, presentando una idea falsa de Dios y de su relación con el hombre.
Con su nítida pregunta espera Jesús que los fariseos comprendan el sentido de la Ley y el designio de Dios.

El día de precepto

El sábado
 El sábado era una de las instituciones principales de la religión judía. La observancia del descanso sabático, desconocida en otras culturas, constituía, además, un distintivo del judío en medio del mundo pagano.
El precepto del sábado o descanso festivo tenía su fundamento en el relato de la creación (Gn 2,1-3 ), pero como tal precepto no llegó a existir hasta la promulgación de la Ley del Sinaí (Ex 20,8-11; Dt 5,12-15). Según el relato de la creación, el hombre, hecho a imagen de Dios (Gn 1,26), es señor de la tierra y de lo creado (Gn 1,28s), para continuar con su actividad la obra divina (Gn 2,15). El precepto del descanso sabático tiene en el AT por motivación teológica que el hombre, sin distinción de clases, libre o esclavo, pueda participar en el descanso de Dios creador (Ex 20,8-11). No era un precepto para someter al hombre, sino un don, una bendición (Gn 2,3; Ex 20,8-11). Con el descanso, el hombre se asemeja a Dios, liberándose del trabajo y mostrando su señorío sobre la creación. El sábado era, pues, anticipo y promesa de libertad, profecía de una liberación plena. Según los textos de la Ley, el descanso sabático había sido instituido para impedir que el hombre fuese alienado por el trabajo incesante y, al mismo tiempo, para poner freno a la explotación de los más débiles, esclavos y extranjeros (Dt 5,12-15).
La forma de mandamiento en que se imponía la observancia del sábado manifestaba la preocupación de Dios, que, celoso de la libertad del hombre, no quería que nadie se viese privado de ese privilegio ni olvidase su condición de imagen suya. Por eso, el precepto iba dirigido al dueño o patrón respecto a sus esclavos (Ex 20,8-11), recordándole que también los judíos habían sido esclavos en Egipto.
        
Sin embargo, lo que originariamente era prenda de liberación, los letrados lo habían convertido en una esclavitud. Según su doctrina, Dios había creado el sábado antes que al hombre, y el descanso del sábado se celebraba en primer lugar en el cielo; se había llegado así a hacer del sábado un absoluto, una realidad preexistente al hombre y ajena a él, a la que tenía que someterse sin intentar explicársela. Ya no estaba en función de su trabajo y de su reposo, de su libertad y de su fiesta; era una entidad misteriosa, existente por sí misma, en cierto modo independiente de Dios y del hombre.
Para los letrados, la observancia del sábado compendiaba todas las obligaciones de la Ley; era el mandamiento supremo. Quien lo observaba fielmente tenía cumplida la Ley entera. Es más, afirmaban que su observancia tenía más peso que la de todos los demás mandamientos juntos.
Con el pretexto de garantizar el descanso de precepto habían circundado la obligación original de una serie de limitaciones y prohibiciones. Así, por ejemplo, especificaron treinta y nueve actividades prohibidas en sábado: sembrar, arar, segar, atar gavillas, trillar, aventar, escardar, moler, cribar, amasar, cocer, esquilar, lavar y cardar la lana, teñir, hilar, preparar la urdimbre, hacer una cuerda de dos cabos, trenzar y separar dos hebras, hacer o deshacer un nudo, dar dos puntadas, cortar para dar dos puntadas, cazar un ciervo, darle muerte, desollarlo, salarlo, preparar su piel, raparle el pelo, cortarlo en trozos, escribir dos letras, raspar para escribir dos letras, construir, demoler, apagar y encender el fuego, golpear con un martillo y llevar pesos de un sitio a otro. Cada una de estas prohibiciones exigía el desarrollo de todo un conjunto de normas que determinaran el significado y el alcance de las mismas, cayendo en una casuística interminable.
Además de las treinta y nueve formas de trabajo había otras actividades prohibidas que no estaban comprendidas en aquéllas, como, por ejemplo, subirse a un árbol, conducir un animal, nadar en el agua, dar palmadas, bailar, descalzarse. Del mismo modo, estaba prohibido a un judío caminar en sábado más de unos 700 metros desde su lugar de residencia y atender a un enfermo o a un herido, excepto en peligro de muerte inminente.
Se admitían sólo tres excepciones: los sacerdotes en el templo podían ejercer todas sus funciones, aunque fueran incompatibles con el descanso del sábado (cf. Mt 12,5), y cualquier individuo podía hacer algo prohibido en sábado cuando él mismo u otra persona se encontraba en peligro de muerte.
En consecuencia, el precepto del descanso sabático, en vez de permitir y expresar la vida, la inhibía; en lugar de ser medio para evitar la alienación se había convertido en su instrumento. De expresión de libertad había pasado a serlo de sometimiento.
La trasgresión del precepto del sábado se castigaba con la excomunión o la condena a muerte, según la gravedad de la violación (Ex 31,14s; 35,2s).