martes, 30 de diciembre de 2014

El día de precepto

El sábado
 El sábado era una de las instituciones principales de la religión judía. La observancia del descanso sabático, desconocida en otras culturas, constituía, además, un distintivo del judío en medio del mundo pagano.
El precepto del sábado o descanso festivo tenía su fundamento en el relato de la creación (Gn 2,1-3 ), pero como tal precepto no llegó a existir hasta la promulgación de la Ley del Sinaí (Ex 20,8-11; Dt 5,12-15). Según el relato de la creación, el hombre, hecho a imagen de Dios (Gn 1,26), es señor de la tierra y de lo creado (Gn 1,28s), para continuar con su actividad la obra divina (Gn 2,15). El precepto del descanso sabático tiene en el AT por motivación teológica que el hombre, sin distinción de clases, libre o esclavo, pueda participar en el descanso de Dios creador (Ex 20,8-11). No era un precepto para someter al hombre, sino un don, una bendición (Gn 2,3; Ex 20,8-11). Con el descanso, el hombre se asemeja a Dios, liberándose del trabajo y mostrando su señorío sobre la creación. El sábado era, pues, anticipo y promesa de libertad, profecía de una liberación plena. Según los textos de la Ley, el descanso sabático había sido instituido para impedir que el hombre fuese alienado por el trabajo incesante y, al mismo tiempo, para poner freno a la explotación de los más débiles, esclavos y extranjeros (Dt 5,12-15).
La forma de mandamiento en que se imponía la observancia del sábado manifestaba la preocupación de Dios, que, celoso de la libertad del hombre, no quería que nadie se viese privado de ese privilegio ni olvidase su condición de imagen suya. Por eso, el precepto iba dirigido al dueño o patrón respecto a sus esclavos (Ex 20,8-11), recordándole que también los judíos habían sido esclavos en Egipto.
        
Sin embargo, lo que originariamente era prenda de liberación, los letrados lo habían convertido en una esclavitud. Según su doctrina, Dios había creado el sábado antes que al hombre, y el descanso del sábado se celebraba en primer lugar en el cielo; se había llegado así a hacer del sábado un absoluto, una realidad preexistente al hombre y ajena a él, a la que tenía que someterse sin intentar explicársela. Ya no estaba en función de su trabajo y de su reposo, de su libertad y de su fiesta; era una entidad misteriosa, existente por sí misma, en cierto modo independiente de Dios y del hombre.
Para los letrados, la observancia del sábado compendiaba todas las obligaciones de la Ley; era el mandamiento supremo. Quien lo observaba fielmente tenía cumplida la Ley entera. Es más, afirmaban que su observancia tenía más peso que la de todos los demás mandamientos juntos.
Con el pretexto de garantizar el descanso de precepto habían circundado la obligación original de una serie de limitaciones y prohibiciones. Así, por ejemplo, especificaron treinta y nueve actividades prohibidas en sábado: sembrar, arar, segar, atar gavillas, trillar, aventar, escardar, moler, cribar, amasar, cocer, esquilar, lavar y cardar la lana, teñir, hilar, preparar la urdimbre, hacer una cuerda de dos cabos, trenzar y separar dos hebras, hacer o deshacer un nudo, dar dos puntadas, cortar para dar dos puntadas, cazar un ciervo, darle muerte, desollarlo, salarlo, preparar su piel, raparle el pelo, cortarlo en trozos, escribir dos letras, raspar para escribir dos letras, construir, demoler, apagar y encender el fuego, golpear con un martillo y llevar pesos de un sitio a otro. Cada una de estas prohibiciones exigía el desarrollo de todo un conjunto de normas que determinaran el significado y el alcance de las mismas, cayendo en una casuística interminable.
Además de las treinta y nueve formas de trabajo había otras actividades prohibidas que no estaban comprendidas en aquéllas, como, por ejemplo, subirse a un árbol, conducir un animal, nadar en el agua, dar palmadas, bailar, descalzarse. Del mismo modo, estaba prohibido a un judío caminar en sábado más de unos 700 metros desde su lugar de residencia y atender a un enfermo o a un herido, excepto en peligro de muerte inminente.
Se admitían sólo tres excepciones: los sacerdotes en el templo podían ejercer todas sus funciones, aunque fueran incompatibles con el descanso del sábado (cf. Mt 12,5), y cualquier individuo podía hacer algo prohibido en sábado cuando él mismo u otra persona se encontraba en peligro de muerte.
En consecuencia, el precepto del descanso sabático, en vez de permitir y expresar la vida, la inhibía; en lugar de ser medio para evitar la alienación se había convertido en su instrumento. De expresión de libertad había pasado a serlo de sometimiento.
La trasgresión del precepto del sábado se castigaba con la excomunión o la condena a muerte, según la gravedad de la violación (Ex 31,14s; 35,2s).

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