¿
Es posible que el hombre se cree un infierno y diga no a la felicidad ?
Mientras el hombre se
encuentre de camino el tiempo será siempre tiempo de conversión.
Convertirse es hacer como hace el girasol: volverse siempre hacia la luz,
hacia el sol, y acompañar al sol en su camino. El sol es Dios que, en
este mundo, se manifiesta humilde y de incógnito en la persona de cada
hombre con el que nos encontramos. Si estamos siempre dispuestos a aceptar
a los demás, si estamos siempre a la expectativa de abrirnos a un tú,
sea quien sea, entonces nos encaminamos hacia la salvación y la muerte no
nos causará ningún mal; y el infierno será sólo una posibilidad, pero
alejada de nuestra vida; pero una posibilidad real.
Alguien podría objetar: nadie se decide por el infierno que él
mismo haya creado. Nadie puede querer con voluntad firme la infelicidad y
la soledad absoluta. El hombre siempre busca la felicidad. A veces se engaña.
Si comprendiese qué significa Dios, nunca lo negaría. A esto nos da una
respuesta el Evangelio de S. Mateo (Mt 25). No es necesario caer en la
cuenta de la identidad de Dios para negarlo o amarlo. Dios nunca se
muestra cara a cara. Nos sale al encuentro en las cosas de este mundo. En
el juicio final los condenados le dirán a Dios espantados: «Señor, ¿cuándo
te vimos hambriento y no te dimos de comer? ¿Cuándo te vimos desnudo y
no te vestimos?». Los malos protestan porque afirman que nunca se han
encontrado con Dios ni tomado partido por El. Y la respuesta del juez será:
«En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso a uno de estos pequeños,
a mí me lo hicisteis. E irán al suplicio eterno» (Mt 25,45s).
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Dios apareció de incógnito
en la persona del necesitado y no fue reconocido. Por eso el hombre
acostumbrado a quererle mal al otro, a explotarlo, a no tener compasión
de él, a no acordarse de los demás, sino a pensar únicamente en sí y
dar margen y extraversión a todas sus pasiones, llegará a crear como un
mecanismo de comportamiento y de decisión que únicamente pretende
instalarse y permanecer estructurado según lo que siempre se hace. Al
morir, ese comportamiento quedará fijado, y entonces aparecerá el
infierno. El infierno ha sido na creación suya: la muerte no ha hecho
sino sellar lo que la vida ha ido moldeando. Entonces ya no habrá más
posibilidad de vuelta ni de conversión.
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«Si el hombre no comprende
el infierno es porque todavía no ha comprendido su corazón». El hombre
lo puede todo, Puede ser un judas y puede parecerse a Jesús de Nazaret.
Puede ser un Auschwitz, un Dachau, un Mostar. Puede ser un santo y puede
ser un demonio. Hablar de cielo y hablar de infierno es hablar de lo que
el hombre puede ser capaz. El que niega el infierno no niega a Dios y su
justicia; niega al hombre y no lo toma en serio. La libertad humana no es
cosa de broma; es un riesgo y un misterio que implica la absoluta
frustración en el odio ola radical realización en el amor. Con la
libertad todo es posible, el cielo y el infierno.
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