La Iglesia se
ha organizado de tal manera que de ella no se puede decir que es
el conjunto de personas que viven de acuerdo con el Evangelio o,
al menos, que se esfuerzan por vivir de esa manera. Es decir, el
Evangelio no configura ni delimita a la Iglesia.
LOS MIEMBROS DE
LA IGLESIA NO SON LOS "CONVERTIDOS"...
Esto se debe a
una razón fundamental: el hecho generalizado del bautismo de los
niños ha provocado, como consecuencia inevitable, que el ingreso
en la Iglesia no se deba ya al acontecimiento religioso de la
conversión a la fe, sino al hecho sociológico del nacimiento en
una familia de bautizados. De ahí que los miembros de la Iglesia
no son necesariamente los convertidos al Evangelio, sino los
nacidos en determinados paises o en determinados grupos
sociológicos. En consecuencia, la Iglesia ha dejado de ser la
comunidad de los convertidos al mensaje de Jesús y se ha
configurado como la gran masa de los bautizados.
Esta situación
ha sido admitida, legitimada y defendida como lo mejor para la
Iglesia. Los teólogos han buscado y han encontrado
"buenos" argumentos en ese sentido. Y los dirigentes
eclesiásticos no han tolerado que esta situación de hecho se
ponga seriamente en cuestión. Todos vemos, es verdad, que de
esta manera la Iglesia no puede ser definida ni delimitada por el
mensaje de Jesús. Pero no parece que eso resulte demasiado
preocupante para los dirigentes de la Iglesia. Más bien se puede
decir exactamente lo contrario: si un buen día todos los
creyentes nos llegáramos a persuadir de que la Iglesia se tiene
que definir y delimitar por el Evangelio, ¿no habría que
deducir de eso unas consecuencias prácticas que nos resultan
sencillamente aterradoras?.
EL EVANGELIO SE
HA ACOMODADO A LA ORGANIZACIÓN...
Estando así
las cosas, el Evangelio ha sido leído y comprendido desde esta
situación admitida como indiscutible. En consecuencia, el
Evangelio ha sido interpretado desde la situación de la Iglesia
y no al contrario. Es decir, la situación de la Iglesia no ha
sido interpretada, discutida y adaptada a las exigencias del
Evangelio. 0 en otras palabras, el Evangelio se ha acomodado a la
organización eclesiástica y no la organización eclesiástica
al Evangelio.
A partir de
este planteamiento jamás abiertamente confesado pero siempre
implícitamente admitido, la eclesiología ha sido elaborada a
partir de los textos del Nuevo Testamento que se prestaban a ser
"utilizados" por la ideología del sistema, para
legitimar y potenciar la autoridad y los poderes del estamento
dirigente, mientras que los textos evangélicos, que no podían
ser "utilizados" en ese sentido, fueron
sorprendenteniente marginados o interpretados como consejos
ascéticos o como palabras piadosas que no tenían más función
que alimentar la vida espiritual de los cristianos. Por ejemplo,
el poder de "atar y desatar", que en Mt 16, 19 es
concedido a Pedro, en Mt 18, 18 se concede a todo miembro de la
comunidad. Pero curiosarnente la eciesiología ha tomado en
consideración sólo el primero de esos textos, hasta hacerle
decir que el obispo de Roma tiene un poder absoluto sobre los
reyes y emperadores, según la interpretación de los defensores
de la "plenitudo potestatis"(2), mientras que Mt 18, 18
ha sido extrañamente olvidado o incluso ha sido
"manipulado" al servicio de la autoridad y de la
situación establecida. Y lo mismo se puede decir a propósito de
la metáfora de la roca, que, en Mt 7, 24 y Lc 6, 48 se refiere a
la solidez y consistencia de la fe que no se limita a oir el
mensaje si no que lo pone en práctica. Pero es un hecho que este
sentido fundamental de la roca no ha sido tomado en
consideración por la eclesiología, mientras que la misma
metáfora en Mt 16, 18 se ha venido a erigir en el pilar básico
de la estructuración y organización de la Iglesia.
Evidentemente si la eclesiología hubiera tomado tan en serio la
roca de Mt 7, 24 como lo ha hecho con la de Mt 16, 18, hoy
tendríamos una Iglesia estructurada y configurada a partir de
las bienaventuranzas y de las palabras de Jesús en el Sermón
del Monte. Pero está fuera de duda, que eso resulta
sencillamente imposible en una Iglesia que se compone, en la
práctica, de casi toda la gente que nace en determinados países
o en determinados grupos sociológicos.
LA IGLESIA ES
UNA GRAN "MASA" DE BAUTIZADOS...
Esta idea de la
Iglesia, como la gran masa de los bautizados, procede del siglo
IV. Antes de ese tiempo, las cosas iban de otra manera. Sabemos
que Jesús reunió un grupo, que era relativamente reducido(3),
que además se distinguía netamente del resto de la
población(4). Por otra parte, las comunidades cristianas, que
aparecen en los escritos del Nuevo Testamento, eran comunidades
más bien pequeñas(5). La palabra kazolike,
"universal", ni siquiera aparece en el Nuevo
Testamento; y el primer autor cristiano que la usa es Ignacio de
Antioquía(6). Pero incluso en aquél tiempo, el término
kazolike designaba, no tanto la universalidad, sino la
autenticidad de la Iglesia, por contraposición a las sectas
heréticas(7). Con el llamado "giro constantiniano" se
produce el cambio de mentalidad: la paz de Constantino es vista
como el advenimiento del Reino de Dios a la tierra, de manera que
como Cristo es rey y señor universal, así la Iglesia también
tiene que serlo. La Iglesia coincide con el Imperio; es la
"societas christiana"(8). Desde entonces, la idea
connatural es que quienes no pertenecen a la Iglesia es por mala
voluntad de los mismos. Por eso se dice y se repite que
"fuera de la Iglesia no hay salvación" (extra
eccieslam nulla salus)(9). Además, es interesante notar que
cuando la Iglesia es vista como institución de poder, en
paralelismo con el Imperio, entonces es vista también como
institución ilimitadamente universal. El poder eclesiástico no
tolera limitaciones.
El que nos
salva es Cristo...
Desde el punto
de vista dogmático, esta manera de entender a la Iglesia tiene
sus raíces en la idea según la cual la Iglesia es el medio
necesario para la salvación(10). Y esto, a su vez, se basa en la
idea de que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo. De donde se
deducía: de la misma manera que fuera de Cristo no hay
salvación, igualmente tampoco la hay fuera de la Iglesia. De
esta manera, las afirmaciones soteriológicas (que se refieren a
la salvación) del Nuevo Testamento, que son afirmaciones
cristológicas (11), pasan a ser afirmaciones eclesiológicas: la
obra de la Iglesia se identifica con la obra de Cristo; por
tanto, la fe en que Cristo nos ha salvado se convierte en el
convencimiento de que la iglesia salva a los hombres, lo cual
contradice la enseñanza del Nuevo Testamento, que atribuye
siempre la sotería (salvación) a Cristo, de tal manera que de
la Iglesia se dice que también es salvada por el mismo Cristo
(cf. Ef 5, 23).
Con todo esto
quiero decir que la teología, que sustenta la idea de una
Iglesia masiva y multitudinaria, es una teología que apenas
tiene consistencia, porque nace de las ideas que tienen su origen
en el "giro constantiniano"; y porque maneja los datos
del Nuevo Testamento de una manera arbitraria y según sus
propios intereses.
EL EVANGELIO NO
DELIMITA A LA IGLESIA (II)
CANTIDAD SIN
CALIDAD...
Por otra parte,
lo que le interesa a esta mentalidad eclesiástica es que en la
Iglesia haya el mayor número posible de gente. La afirmación
constante, que se hace en los ambientes eclesiásticos es que
"hace falta un cristianismo popular" (12). Y con eso se
quiere decir, no que la Iglesia este enraizada en el pueblo, sino
que en la Iglesia haya el mayor número posible de gente. Es
decir, que todo el mundo esté en la Iglesia, lo mismo los ricos
que los pobres, los dominadores y los dominados, los explotadores
y los explotados. Es evidente que una Iglesia, concebida en esos
términos, no puede tener una relación clara y transparente con
el Evangelio.
Pero hay más.
Esta idea de la Iglesia multitudinaria y masificada entraña dos
consecuencias importantes, según afirman sus defensores: este
cristianismo no puede realizarse sino mediante la valoración de
lo "religioso"; y también mediante instituciones
temporales cristianas. De ahí que el ideal, para los que piensan
de esta manera, es la "sociedad católica" o el
nacional-catolicismo(13). Quien más claramente ha formulado
estos planteamientos ha sido el cardenal Daniélou: "Mi
punto de partida es este: la fe a la que todos los hombres están
llamados, no es fácilmente posible a la gran mayoría de los
hombres nada más que cuando el ambiente, en el que viven, la
hace posible. En otros términos: un hombre no tiene normalmente
una vida personal bastante robusta para poder mantener en forma
duradera sus convicciones frente a un ambiente indiferente u
hostil"(14). Y la consecuencia, que se deduce de todo esto,
es que no basta con bautizar individuos o comunidades, sino que
además es necesario también bautizar ambientes, o sea, la fe no
sólo como opción personal, sino además como hecho
sociológico.
MUCHAS PRACTICAS
Y MUCHOS RITOS...
La consecuencia
más importante, que se ha seguido de toda esta manera de pensar,
es que la Iglesia ha renunciado, en la práctica, a ser definida
y configurada por el Evangelio. Y entonces, ¿qué es lo que
define y configura a la Iglesia? Pues sencillamente: la
religión, las prácticas religiosas, las observancias rituales,
el sometimiento al Papa y poco más. De ahí la sobrevaloración
de normas, ritos y ceremonias, mientras que lo profético y lo
utópico es mirado con manifiesto recelo o incluso con positiva
hostilidad.
En definitiva,
se trata de comprender que es más cómodo practicar la religión
que vivir el Evangelio. Porque la religión da seguridad y
satisfacción al que la practica, mientras que el Evangelio es
compromiso, riesgo, persecución y cruz. Es más, la religión
significa a sus dirigentes, les da poder, autoridad y prestigio,
les retribuye económicamente y, sobre todo, los sitúa en un
rango aparte, por encima de los simples fieles. Por el contrario,
el Evangelio exige despojo de lo que se tiene, para compartirlo
con los demás, nada de dignidad o de honores, sino servicio
incondicional, solidaridad con los más desgraciados de este
mundo, enfrentamiento con los poderes opresores que actúan en la
sociedad y estar dispuesto a ser considerado como un delincuente
y un subversivo. Por todo esto se comprende que en la Iglesia
haya mucha gente dispuesta a practicar la religión y muy pocas
personas comprometidas de verdad con el Evangelio.
Y, en
definitiva, todo esto es lo que explica que una religión
multitudinaria y masificada, como es la Iglesia, no esté ni
pueda estar delimitada por el Evangelio. De ahí que los
católicos son la gente que se somete a de terminadas ritos
sacramentales, acepta ciertas verdades, acude a tales templos y
se relaciona con el clero católico. Estas cosas son las que
distinguen a los miembros de la Iglesia católica. Pero es
evidente que no se puede decir con objetividad que los católicos
son los que viven de acuerdo con el mensaje de Jesús. Así
están las cosas en la Iglesia. Y esta es su situación frente al
Evangelio.
NOTAS
(1).
En este punto, la exégesis contemporanea está de acuerdo.
Jesús se dirige, en este discurso, a todos los miembros de la
comunidad. Y, en este versículo, el pronombre úmin (vosotros)
lo expresa claramente. No hay, pues, derecho a limitar el
significado sólo a los apóstoles. Cf. P. Bonnard, L'Evangile
selon saint Matthieu, Ncuebátel 1963, 275; J. Mateos - F.
Camacho, El Evangelio de Mateo, Madrid 1981, 187; E. Schweizer,
Die neutestamentilebe Gemeindeordnung: Ev Th 6 (1947) 338 ss. La
enseñanza del concilio de Trento, en el sentido de que, en este
texto, se habla sólo de los obispos y sacerdotes, no es una
definición dogmática, sino una mera declaración (deciarat
saneta Synodus), que no puede invalidar el sentido exegético del
texto. Cf. la declaración del Tridentino, en ses. XIV, cap. 6.
DS 1684.
(2).
Como ya se ha indicado anterionnente, está demostrado que los
papas y los teólogos, que defendieron la "plenitudo
potestatis", se fundaron bíblicamente en el texto de Mt 16,
18-19. Sobre este punto, cf. J. A. Watt, "The Theory of
Papal Monarch in the thirteenth Century", London 1965,
83-92.
(3).
Es verdad que la comunidad de Jesús no se limita sólo a
"los Doce" (Mt 8, 21; 27, 57; Me 4, 10; 10, 32). Es
más, de ella envió Jesús setenta y dos discípulos a la
misión (Lc 10, 1. 17). Pero Jesús mismo reconoce que se trata
de un grupo pequeño, es "el pequeño rebaño" (Lc 12,
32). Cf. J. Schmid, L'Evangelo secondo Luca, Brescia 1965, 282.
(4).
Los testimonios en este sentido son abundantes: Mt 9, 10; 14, 22;
Me 2, 15; 3, 9; 5, 3 1; 6, 45; 8, 34; 4, 14; 10, 46.
(5).
Como se ha dicho muy bien, conocemos la iglesia de la casa de
Filemón (Fil 2), la iglesia que se reune en casa de Aquila y
Priscila (Rom 16, 3; 1 Cor 16, 19); Gayo hospedaba a toda la
iglesia de Corinto (Rom 16, 22), Pablo predicaba y enseñaba por
las casas (Hech 20, 20), es decir instruía en las reuniones
domésticas de cada comunidad. En Tit 1, 11, se lamenta que los
herejes seduzcan y transtornen "casas enteras". R.
Aguirre, La Iglesia del Nuevo Testamento y preconstantiniana,
Madrid 1983, 23-24. Por consiguiente, las comunidades se reunían
en las "casas", cosa que ya se dice en Hech 2, 47. Se
trataba, por tanto, de comunidades reducidas.
(6).
Cf. Y Congar, en Mysterium Salutis IVII, 493.
(7).
Cf. Y. Congar, o. c., 493-494,
(8).
Cf. H. Fries, en Mysterium Salutis IV/I, 244 s.
(9).
Este principio teológico aparece, por primera vez, en Cipriano
(De Ecci. unitate, 6). Más tarde, en Fulgencio de Ruspe (De fide
ad Petrum, 375 S. PL 65, 703 s). De esta manera, se llegó a
endurecer una doctrina que en san Agustín no era de tal manera
intolerable. Cf. 1. Riudor, Iglesia de Dios, Iglesia de los
hombres, 1, Madrid 1972, 213. En el Magisterio, aparece ya en el
concilio XVI de Toledo (DS 575), en la profesión de fe impuesta
a los Valdenses (DS 792), en el concilio IV de Letrán (DS 802),
en la bula "Unam Sanctam" de Bonifacio VIII (DS 870),
en el concilio de Florencia, decreto "pro lacobitis"
(DS 1351) y en otros documentos posteriores de menor importancia:
Gregorio XVI (DS 2730-2731), Pio IX (DS 2867) y Pio XU (DS 3821,
cf. DS 3866-872). Pero es interesante notar que, en documentos
propiamente definitorios, aparece por última vez en el concilio
de Florencia. A partir del descubrimiento de América, no hay
definición dogmática sobre este asunto. Se pensaba que quienes
no estaban en la Iglesia era por mala voluntad, cosa que, a
partir del descubrimiento del Nuevo Mundo, no se podía decir.
(10).
Los teólogos han enseñado, durante mucho tiempo que la Iglesia
es necesaria para la salvación no sólo porque eso esta mandado
(necessitas praccepti), sino además porque ella es el único
medio que el hombre tiene a su disposición para salvarse
(necessitas medii), lo cual quería decir que la pertenencia a la
Iglesia es de tal manera necesaria que incluso si inculpablemente
se está fuera de ella, en ese caso tampoco se puede obtener la
salvación. Pero como esto presentaba una dificultad muy grave,
los mismos teólogos dijeron que este "medio" puede ser
suplido por el deseo, al menos implícito, de pertenecer a la
Iglesia. Lo cual extrañaba una contradicción manifiesta, porque
equivalía a afirmar que la "necessitas medii", que por
definición no depende de la voluntad, podía ser suplida por un
acto de voluntad. Cf. Semmelroth, en Mysterium Salutis, IVII,
348.
(11).
Hech4, 12; 15, 11; 16,31; Rom 5, 9-10; 10, 9. 13; 1 Cor 1, 21; Ef
5, 23; Fil 1, 19; 1 Tes 5, 9; 2 Tim 2, 10. Además el titulo de
"Salvador" se atribuye siempre a Cristo o a Dios: Lc 1,
47; 2, 1 1; Jn 4, 42; Hech 5, 3 1; 13, 23; Ef 5, 23; Fil 3, 1 0;
1 Tim 1, 1; 2, 3 (Dios); 4, 1 0 (Dios); 2 Tini 1, 1 0; Tit 1, 3
(Dios); 4, 3; 2, 1 0 (Dios); 2, 13; 3, 4 (Dios); 6, 3; 2 Pe 1, 1.
1 1; 2, 20; 3, 2. 1 8; 1 Jn 4, 14; Jud 25 (Dios). Cf. J.
Schneider, en L. Coenen, E. Beyreuther, H. Bietenhard,
"Diccionario Teologico del Nuevo Testamento", vol. IV,
Salamanca 1984, 64-66.
(12).
Cf. J.Daniélou - J. P. Jossua, "Cristianismo de masas o de
minorías", Salamanca 1968, 100.
(13).
Cf. R. Díaz Salazar, "Iglesia, Dictadura y
Democracia", Madrid 1981, 67-90.
(14).
J.Daniélou - J. P. Jossua, o.c., 127-128 Del cap. VII de
"La Iglesia y el Evangelio" (Comunidades cristianas
populares de Granada)
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