jueves, 25 de diciembre de 2014

¿QUÉ ES, A FIN DE CUENTAS, EL HOMBRE?

La resurrección, en la concepción cristiana, no es la vuelta a la vida de un cadáver sino la realización exhaustiva de las capacidades del hombre.
¿QUÉ ES, A FIN DE CUENTAS, EL HOMBRE?
El hombre concreto que somos cada uno de nosotros, ya lo hemos dicho aquí y lo repetimos, es la unidad de las dos curvas existenciales, la biológica y la personal. Por un lado se centra sobre sí mismo, aferrándose a la vida biológica. Por otro, se descentra de sí y busca un tú y un encuentro con las diversas realidades. Desde un punto de vista se trata de una apertura total, y desde otro, de una apertura definitivamente realizada. Es un dinamismo incontenible de posibilidades y la precaria realización de unas pocas. La tradición filosófica de Occidente ha llamado a esta situación humana, cuerpo y alma. El hombre es un compuesto de cuerpo y alma. Con esto no se pretende decir que en el hombre existan dos cosas, cuerpo y alma, que unidos den origen al hombre. Cuerpo es el hombre entero (con cuerpo + alma) en cuanto que es limitado, preso en las estrecheces de la situación terrena. Alma es el hombre entero (cuerpo + alma) en la medida en que posee una dimensión que se proyecta hacia el infinito, en la medida en que es un tropismo insaciable hacia una realización plena. El hombre concreto es la unidad difícil y tensa de estas dos polaridades
El cuerpo no es algo en el hombre y del hombre sino que es el hombre entero en cuanto modo de acceder al mundo y de "estar en el mundo". Como decía un filósofo: "Es el conjunto jerarquizado de las condiciones concretas gracias a las cuales yo percibo y me realizo". El cuerpo es el modo como el espíritu vive en, el mundo, encarnado en la materia. Aun cuando yo sienta el cuerpo como "mi" cuerpo, también percibo que no soy totalmente idéntico con mi cuerpo. No me siento ni totalmente distinto ni totalmente identificado con él. Soy más que mi cuerpo porque puedo relacionarme más allá de mi cuerpo. Pero el cuerpo es un momento de mi esencia. Por eso no existe espíritu desencarnado. Es de la esencia del espíritu humano el relacionarse con el mundo. Estar- en-el-mundo no es un accidente del hombre. Es estar en su elemento. El hombre es la mejor floración del mundo y por eso jamás podrá negar sus raíces terrenas aun cuando las transcienda. Gracias a él el mundo llega a su meta e irrumpe en la conciencia de sí mismo. Por lo tanto al "hombre" y al "hombre-espíritu" le pertenece esencialmente su vinculación con el mundo. Aunque un día tenga que abandonar ese trozo demundo que es su cuerpo, ni aun así se desarraiga de la madre-tierra.


LA MUERTE COMO CORTE Y TRÁNSITO

Es aquí donde se da la situación en la que al hombre se le concede la posibilidad de ser totalmente él, en la plenitud de los dinamismos ocultos dentro de su ser. El nudo de relaciones en todas las direcciones puede ahora actuar libremente, porque con la muerte han cesado todas las limitaciones de nuestro "ser biológico" en el mundo. En el paso de este tiempo a la eternidad, por lo tanto "al morir" (ni antes ni después), en esa concentración intensísima del tiempo, el hombre llega totalmente a sí mismo.

La inteligencia, que en la tierra se siente devorada por una sed insaciable de ver y conocer a la vez que se experimenta constantemente como limitada alcanzando apenas la superficie de las cosas, puede ahora celebrar la embriaguez de su plena luz desvinculado de cualquier tipo de obstáculo. La voluntad impulsada por un dinamismo indomable, que siempre se sentía obstaculizada y condicionada, despierta ahora a su verdadera autenticidad: puede vivir la bondad radical y el amor que fecunda toda la realidad. La superficie de las cosas, puede ahora celebrar la embriaguez de su plena luz desvinculado de cualquier tipo de obstáculo. La voluntad impulsada por un dinamismo indomable, que siempre se sentía obstaculizada y condicionada, despierta ahora a su verdadera autenticidad: puede vivir la bondad radical y el amor que fecunda toda la realidad. La relación con el mundo ya no es sentida como algo obscuro y mediatizado por el cuerpo carnal.

El cuerpo, al morir, ya no se experimenta como una barrera que nos separa de los demás y de Dios, sino como la radical expresión de nuestra comunicación con las cosas y con la globalidad del cosmos. El pleno desarrollo del hombre interior ya no conoce límites ahora. Comenzó en forma germinal; pudo florecer, y ahora se abre a la primavera que nunca acaba. "Al morir, decía Franklin, acabamos de nacer". Por eso sería para el hombre una maldición el vivir eternamente esta vida biológica. No morir, como decía Epicteto, es para él lo que es para la espiga: no madurar nunca, no ser nunca segada para convertirse en el trigo de Dios.
LA RESURRECCIÓN COMO TOQUE FINAL DE LA HOMINIZACIÓN

La resurrección, en la concepción cristiana, no es la vuelta a la vida de un cadáver sino la realización exhaustiva de las capacidades del hombre. Como decía el conocido teólogo húngaro L. Boros: "Mediante la resurrección todo se volverá inmediato al hombre: el amor florece en persona, la ciencia se convierte en visión, el conocimiento se transforma en sensación, la inteligencia se hace audición. Desaparecen las barreras del espacio: la persona humana existirá inmediatamente allí donde esté su amor, su deseo y su felicidad. En Cristo resucitado todo se ha vuelto inmediato y todas las barreras terrenas desaparecen. El penetró en la infinitud de la vida, del espacio, del tiempo, de la fuerza y de la luz". La resurrección expresa por lo tanto el punto final del proceso de la hominización, iniciado en los oscuros orígenes de la evolución; es la realización de la utopía humana y la floración del hombre.
EL HOMBRE RESUCITA AL MORIR Y EN LA CONSUMACIÓN DEL MUNDO
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Si la muerte es el momento de la total redimensionalización de las posibilidades contenidas en la naturaleza humana, nada más obvio que afirmar que con ella justamente tiene lugar la resurrección. La muerte significa para la persona el fin del mundo. Por la muerte se penetra en un modo de ser que supone la abolición de las coordenadas de tiempo. Sólo a partir de este punto de vista se puede ya decir que no es concebible afirmar cualquier tipo de "espera" de una supuesta resurrección al final cronológico de los tiempos. Por eso en las teologías paulina y joanea la resurrección es presentada como algo que ya va creciendo dentro del hombre. "La muerte le confiere su plenitud porque el mismo Espíritu que resucitó a Jesús dará también la vida a nuestros cuerpos mortales" (1 Cor 6,14). Sin embargo esa resurrección al morir no es plena en su totalidad: únicamente el hombre en su núcleo personal participa de la glorificación. Pero el hombre posee una religación esencial con el cosmos. Mientras éste no sea a su vez plenificado y no haya alcanzado su meta de glorificación, podemos decir que el hombre aún no ha resucitado plenamente. Sólo entonces será el mundo su verdadera patria.
¿CÓMO SERÁ EL CUERPO RESUCITADO?

Ya San Pablo planteaba esta cuestión (1 Cor 15,35). Siendo consecuentes con nuestras reflexiones debemos decir que el "yo personal" (que siempre incluye relación con el mundo) será resucitado y transfigurado. Al morir cada uno conseguirá el cuerpo que merece, éste será la expresión perfecta de la interioridad humana, sin las estrecheces que rodean nuestro actual cuerpo carnal. El cuerpo glorioso tendrá las cualidades del "hombre-espíritu" como son la universalidad y la ubicuidad. Ya Aristóteles observaba que, mediante el espíritu, somos de alguna manera todas las cosas.

El cuerpo transfigurado será con plenitud lo que ya realiza deficientemente en su expresión temporal: comunión, presencia, relación con todo el universo ("nuestro cuerpo se extiende hasta las estrellas"). Con todo, la resurrección mantendrá la identidad personal de nuestro cuerpo; pero no en su identidad material, que cambia cada siete años. Si se conservase la misma identidad material, ¿cómo sería entoces el cuerpo de un feto que haya muerto al tercer mes de gestación, o el del anciano, o el de un anormal? La resurrección conferirá a cada uno la expresión corporal propia y adecuada a la estructura del hombre interior.
 
¡OJO A LA SEGUNDA MUERTE!
Hasta este punto hemos reflexionado casi exclusivamente acerca del aspecto positivo de la muerte, pero existe con todo una muerte que no es floración ni transfiguración. Es la segunda muerte de aquellos que se concentraron en sí mismos y se negaron a la apertura a la luz. La muerte es entonces el definitivo desvelarse en plenitud de las tendencias malvadas que el hombre haya alimentado y dejado imperar en su vida. Queda pues patente que la muerte implica no sólo una divisoria entre el tiempo y la eternidad sino también una decisión radical y definitiva respecto a la realización plena o respecto a la absoluta frustración humana. Al finalizar su vida terrena el hombre deja tras de si un cadáver. Es como el capullo que hizo posible el emerger radiante de la crisálida y de la mariposa, ahora libre en el horizonte infinito de Dios.

¿A qué está destinado el hombre? La fe cristiana responde con alegría: a la vida resucitada del hombre "cuerpo-espíritu". El final de los caminos de Dios es la comunión intima con El, con los demás y con todo el cosmos. Cuanto más se acercaba a su muerte, Mozart, el músico genial de quien Karl Barth decía que había escuchado y escrito la música del cielo, vivía la jovialidad de la muerte como fin en plenitud. Esa euforia de la muerte la transmitió a sus últimas obras como "Las bodas de Fígaro" (1786), "Cosí fan tutte" (1790), "La flauta mágica" (1791) y el "Requiem", en cuya ocasión lo visitó la muerte. Fue en esa época cuando escribió a su padre: "La muerte es el verdadero "fin-meta" de nuestra vida. Por eso hace años que he entablado una amistad tan profunda con esa verdadera y excelente amiga que su imagen no tiene para mí nada que me pueda amedrentar. Todo lo contrario: me es reconfortante y consoladoras".

LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS...

¿Qué significa la resurrección? Esta palabra tiene inconvenientes y ventajas. Procede, dentro de la tradición judía, del grupo fariseo, grupo legalista, cuya espiritualidad estaba basada en el cumplimiento de un código estricto que mutilaba a la persona. Este grupo religioso no se conformaba con que la idea de que la muerte acabara con la vida. Ya en el antiguo judaísmo, después del destierro de Babilonia, se creía que después de la muerte quedaba algo, una vaga sombra de la persona, lo mismo pasaba en las religiones latinas y griegas. Aunque la vida no era totalmente humana, sin embargo se creía en la existencia de espectros o sombras que con la sangre de los mortales adquirían vida en algún momento, era como un simulacro de vida. Los fariseos reaccionan contra eso y piensan que esto no puede acabar así, que la historia tiene que terminar y que al final habrá una resurrección consistente en que los muertos salen de sus sepulcros y cobran de nuevo la vida, una vida que prácticamente es una continuación de la actual. Sin embargo, otro grupo, el de los saduceos no cree en absoluto en la resurrección y procura ridiculizar a los anteriores y poner en un aprieto a Jesús, recordemos el episodio de la mujer y sus siete esposos (Lc 20, 27-40).
Jesús dará un giro total al concepto de resurrección y como nos relatan todos los evangelios, después de la pasión y muerte del Señor llega su resurrección gloriosa e inmediata, una resurrección que no se verificará aquel día lejano e hipotético del "fin del mundo". Según la cultura judía, el hombre no se consideraba muerto definitivo hasta el cuarto día de su fallecimiento; podemos recordar a Lázaro, que aunque sus hermanas le piden que vaya a curarle, el evangelista deja que transcurran cuatro días, para recalcar que estaba muerto. Sin embargo los evangelios dejan muy claro que Jesús al "tercer día" resucitará, indicándonos claramente que la vida del Señor no se interrumpe con su muerte, y aunque hay una muerte física, la "persona" no muere, sigue viva; la vida pues, continúa después de la muerte.
¿Quién va a ser su mujer cuando resucite...?
Esta pregunta que hacen los saduceos para poner en ridículo la doctrina farisea, la responde Jesús cambiando el futuro "cuando resucite" por el presente "cuando resucita", indicándonos la inmediatez de la resurrección y la poca experiencia que tienen los presentes de un Dios de vida y no de muerte. Cuando resucitan no se casan porque son como ángeles de Dios, pero ¿qué significa ser como ángeles? Pues que son hijos de Dios, osea seres divinos, cuya vida no puede transmitirse por generación natural, como corresponde al tiempo en que para crear vida se hace necesaria esta materia física, tal como hoy la conocemos. Por tanto, este concepto de resurrección se aleja del concepto que tenían los fariseos, de una resurrección de los cuerpos al final de los tiempos. Como Jesús nos indica que la resurrección es inmediata, es obvio suponer que no es la vuelta de ese cadáver cuyos restos vuelven a formar parte de la materia terrestre y se confunden con ella según las leyes de la naturaleza. Por tanto, vemos como la muerte no puede interrumpir la vida.

Para reforzar su argumento, Jesús recuerda el pasaje de Moisés y la zarza ardiendo: "Ahora bien, Dios no es Dios de muertos, sino de vivos; para él todos siguen viviendo." (Lc 20, 38) Por tanto les deja muy claro que tanto Abraham como Isaac y Jacob no están muertos sino vivos, no tienen porque esperar hasta el fin de los tiempos. Aunque sus restos, si algo queda de ellos, siguen en sus sepulcros, ellos están vivos como lo afirma Jesús, ya han resucitado. Además Jesús emplea ese mismo término de resurrección y no otro, aunque puede llevar a equívocos, para indicar que el que tiene la vida después de la muerte es el mismo que el que tuvo la vida física antes de ella y no otro distinto, es la misma persona. Ya no cabe pensar en el cómo será el hecho, ¿nos disolveremos en la infinitud divina? ¿formaremos parte de un cosmos inmortal?, no, por supuesto, es precisamente la vida propia y personal la que continúa. Es el mismo que se "durmió" el que "resurge", el que resucita, el que vuelve a levantarse, es la muerte física un paso necesario para la continuación de la vida, que no se interrumpe.

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