¿QUÉ ES, A
FIN DE CUENTAS, EL HOMBRE?
El hombre concreto que somos cada uno de nosotros, ya lo hemos
dicho aquí y lo repetimos, es la unidad de las dos curvas
existenciales, la biológica y la personal. Por un lado se centra
sobre sí mismo, aferrándose a la vida biológica. Por otro, se
descentra de sí y busca un tú y un encuentro con las diversas
realidades. Desde un punto de vista se trata de una apertura total,
y desde otro, de una apertura definitivamente realizada. Es un
dinamismo incontenible de posibilidades y la precaria realización de
unas pocas. La tradición filosófica de Occidente ha llamado a esta
situación humana, cuerpo y alma. El hombre es un compuesto de cuerpo
y alma. Con esto no se pretende decir que en el hombre existan dos
cosas, cuerpo y alma, que unidos den origen al hombre. Cuerpo es el
hombre entero (con cuerpo + alma) en cuanto que es limitado, preso
en las estrecheces de la situación terrena. Alma es el hombre entero
(cuerpo + alma) en la medida en que posee una dimensión que se
proyecta hacia el infinito, en la medida en que es un tropismo
insaciable hacia una realización plena. El hombre concreto es la
unidad difícil y tensa de estas dos polaridades
El cuerpo no es algo en el hombre y del hombre sino que es el hombre
entero en cuanto modo de acceder al mundo y de "estar en el mundo".
Como decía un filósofo: "Es el conjunto jerarquizado de las
condiciones concretas gracias a las cuales yo percibo y me realizo".
El cuerpo es el modo como el espíritu vive en, el mundo, encarnado
en la materia. Aun cuando yo sienta el cuerpo como "mi" cuerpo,
también percibo que no soy totalmente idéntico con mi cuerpo. No me
siento ni totalmente distinto ni totalmente identificado con él. Soy
más que mi cuerpo porque puedo relacionarme más allá de mi cuerpo.
Pero el cuerpo es un momento de mi esencia. Por eso no existe
espíritu desencarnado. Es de la esencia del espíritu humano el
relacionarse con el mundo. Estar- en-el-mundo no es un accidente del
hombre. Es estar en su elemento. El hombre es la mejor floración del
mundo y por eso jamás podrá negar sus raíces terrenas aun cuando las
transcienda. Gracias a él el mundo llega a su meta e irrumpe en la
conciencia de sí mismo. Por lo tanto al "hombre" y al
"hombre-espíritu" le pertenece esencialmente su vinculación con el
mundo. Aunque un día tenga que abandonar ese trozo demundo que es su
cuerpo, ni aun así se desarraiga de la madre-tierra.
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LA MUERTE COMO CORTE Y
TRÁNSITO
Es aquí donde se da la situación en la que al hombre se le
concede la posibilidad de ser totalmente él, en la plenitud de
los dinamismos ocultos dentro de su ser. El nudo de relaciones
en todas las direcciones puede ahora actuar libremente, porque
con la muerte han cesado todas las limitaciones de nuestro "ser
biológico" en el mundo. En el paso de este tiempo a la
eternidad, por lo tanto "al morir" (ni antes ni después), en esa
concentración intensísima del tiempo, el hombre llega totalmente
a sí mismo.
La inteligencia, que en la tierra se siente devorada por una sed
insaciable de ver y conocer a la vez que se experimenta
constantemente como limitada alcanzando apenas la superficie de
las cosas, puede ahora celebrar la embriaguez de su plena luz
desvinculado de cualquier tipo de obstáculo. La voluntad
impulsada por un dinamismo indomable, que siempre se sentía
obstaculizada y condicionada, despierta ahora a su verdadera
autenticidad: puede vivir la bondad radical y el amor que
fecunda toda la realidad. La superficie de las cosas, puede
ahora celebrar la embriaguez de su plena luz desvinculado de
cualquier tipo de obstáculo. La voluntad impulsada por un
dinamismo indomable, que siempre se sentía obstaculizada y
condicionada, despierta ahora a su verdadera autenticidad: puede
vivir la bondad radical y el amor que fecunda toda la realidad.
La relación con el mundo ya no es sentida como algo obscuro y
mediatizado por el cuerpo carnal.
El cuerpo, al morir, ya no se experimenta como una barrera que
nos separa de los demás y de Dios, sino como la radical
expresión de nuestra comunicación con las cosas y con la
globalidad del cosmos. El pleno desarrollo del hombre interior
ya no conoce límites ahora. Comenzó en forma germinal; pudo
florecer, y ahora se abre a la primavera que nunca acaba. "Al
morir, decía Franklin, acabamos de nacer". Por eso sería para el
hombre una maldición el vivir eternamente esta vida biológica.
No morir, como decía Epicteto, es para él lo que es para la
espiga: no madurar nunca, no ser nunca segada para convertirse
en el trigo de Dios.
LA
RESURRECCIÓN COMO TOQUE FINAL DE LA HOMINIZACIÓN
La resurrección, en la concepción cristiana, no es la vuelta a
la vida de un cadáver sino la realización exhaustiva de las
capacidades del hombre. Como decía el conocido teólogo húngaro
L. Boros: "Mediante la resurrección todo se volverá inmediato al
hombre: el amor florece en persona, la ciencia se convierte en
visión, el conocimiento se transforma en sensación, la
inteligencia se hace audición. Desaparecen las barreras del
espacio: la persona humana existirá inmediatamente allí donde
esté su amor, su deseo y su felicidad. En Cristo resucitado todo
se ha vuelto inmediato y todas las barreras terrenas
desaparecen. El penetró en la infinitud de la vida, del espacio,
del tiempo, de la fuerza y de la luz". La resurrección expresa
por lo tanto el punto final del proceso de la hominización,
iniciado en los oscuros orígenes de la evolución; es la
realización de la utopía humana y la floración del hombre.
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EL
HOMBRE RESUCITA AL MORIR Y EN LA CONSUMACIÓN DEL MUNDO
E
Si la muerte es el momento de la total redimensionalización de
las posibilidades contenidas en la naturaleza humana, nada más
obvio que afirmar que con ella justamente tiene lugar la
resurrección. La muerte significa para la persona el fin del
mundo. Por la muerte se penetra en un modo de ser que supone
la abolición de las coordenadas de tiempo. Sólo a partir de
este punto de vista se puede ya decir que no es concebible
afirmar cualquier tipo de "espera" de una supuesta
resurrección al final cronológico de los tiempos. Por eso en
las teologías paulina y joanea la resurrección es presentada
como algo que ya va creciendo dentro del hombre. "La muerte le
confiere su plenitud porque el mismo Espíritu que resucitó a
Jesús dará también la vida a nuestros cuerpos mortales" (1 Cor
6,14). Sin embargo esa resurrección al morir no es plena en su
totalidad: únicamente el hombre en su núcleo personal
participa de la glorificación. Pero el hombre posee una
religación esencial con el cosmos. Mientras éste no sea a su
vez plenificado y no haya alcanzado su meta de glorificación,
podemos decir que el hombre aún no ha resucitado plenamente.
Sólo entonces será el mundo su verdadera patria.
¿CÓMO SERÁ EL CUERPO RESUCITADO?
Ya San Pablo planteaba esta cuestión (1 Cor 15,35). Siendo
consecuentes con nuestras reflexiones debemos decir que el "yo
personal" (que siempre incluye relación con el mundo) será
resucitado y transfigurado. Al morir cada uno conseguirá el
cuerpo que merece, éste será la expresión perfecta de la
interioridad humana, sin las estrecheces que rodean nuestro
actual cuerpo carnal. El cuerpo glorioso tendrá las cualidades
del "hombre-espíritu" como son la universalidad y la
ubicuidad. Ya Aristóteles observaba que, mediante el espíritu,
somos de alguna manera todas las cosas.
El cuerpo transfigurado será con plenitud lo que ya realiza
deficientemente en su expresión temporal: comunión, presencia,
relación con todo el universo ("nuestro cuerpo se extiende
hasta las estrellas"). Con todo, la resurrección mantendrá la
identidad personal de nuestro cuerpo; pero no en su identidad
material, que cambia cada siete años. Si se conservase la
misma identidad material, ¿cómo sería entoces el cuerpo de un
feto que haya muerto al tercer mes de gestación, o el del
anciano, o el de un anormal? La resurrección conferirá a cada
uno la expresión corporal propia y adecuada a la estructura
del hombre interior.
¡OJO
A LA SEGUNDA MUERTE!
Hasta este punto hemos reflexionado casi exclusivamente acerca
del aspecto positivo de la muerte, pero existe con todo una
muerte que no es floración ni transfiguración. Es la segunda
muerte de aquellos que se concentraron en sí mismos y se
negaron a la apertura a la luz. La muerte es entonces el
definitivo desvelarse en plenitud de las tendencias malvadas
que el hombre haya alimentado y dejado imperar en su vida.
Queda pues patente que la muerte implica no sólo una divisoria
entre el tiempo y la eternidad sino también una decisión
radical y definitiva respecto a la realización plena o
respecto a la absoluta frustración humana. Al finalizar su
vida terrena el hombre deja tras de si un cadáver. Es como el
capullo que hizo posible el emerger radiante de la crisálida y
de la mariposa, ahora libre en el horizonte infinito de Dios.
¿A qué está destinado el hombre? La fe cristiana responde con
alegría: a la vida resucitada del hombre "cuerpo-espíritu". El
final de los caminos de Dios es la comunión intima con El, con
los demás y con todo el cosmos. Cuanto más se acercaba a su
muerte, Mozart, el músico genial de quien Karl Barth decía que
había escuchado y escrito la música del cielo, vivía la
jovialidad de la muerte como fin en plenitud. Esa euforia de
la muerte la transmitió a sus últimas obras como "Las bodas de
Fígaro" (1786), "Cosí fan tutte" (1790), "La flauta mágica"
(1791) y el "Requiem", en cuya ocasión lo visitó la muerte.
Fue en esa época cuando escribió a su padre: "La muerte es el
verdadero "fin-meta" de nuestra vida. Por eso hace años que he
entablado una amistad tan profunda con esa verdadera y
excelente amiga que su imagen no tiene para mí nada que me
pueda amedrentar. Todo lo contrario: me es reconfortante y
consoladoras".
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LA RESURRECCIÓN DE LOS
MUERTOS...
¿Qué significa la resurrección? Esta palabra tiene
inconvenientes y ventajas. Procede, dentro de la tradición
judía, del grupo fariseo, grupo legalista, cuya espiritualidad
estaba basada en el cumplimiento de un código estricto que
mutilaba a la persona. Este grupo religioso no se conformaba con
que la idea de que la muerte acabara con la vida. Ya en el
antiguo judaísmo, después del destierro de Babilonia, se creía
que después de la muerte quedaba algo, una vaga sombra de la
persona, lo mismo pasaba en las religiones latinas y griegas.
Aunque la vida no era totalmente humana, sin embargo se creía en
la existencia de espectros o sombras que con la sangre de los
mortales adquirían vida en algún momento, era como un simulacro
de vida. Los fariseos reaccionan contra eso y piensan que esto
no puede acabar así, que la historia tiene que terminar y que al
final habrá una resurrección consistente en que los muertos
salen de sus sepulcros y cobran de nuevo la vida, una vida que
prácticamente es una continuación de la actual. Sin embargo,
otro grupo, el de los saduceos no cree en absoluto en la
resurrección y procura ridiculizar a los anteriores y poner en
un aprieto a Jesús, recordemos el episodio de la mujer y sus
siete esposos (Lc 20, 27-40).
Jesús dará un giro total al concepto de resurrección y como nos
relatan todos los evangelios, después de la pasión y muerte del
Señor llega su resurrección gloriosa e inmediata, una
resurrección que no se verificará aquel día lejano e hipotético
del "fin del mundo". Según la cultura judía, el hombre no se
consideraba muerto definitivo hasta el cuarto día de su
fallecimiento; podemos recordar a Lázaro, que aunque sus
hermanas le piden que vaya a curarle, el evangelista deja que
transcurran cuatro días, para recalcar que estaba muerto. Sin
embargo los evangelios dejan muy claro que Jesús al "tercer día"
resucitará, indicándonos claramente que la vida del Señor no se
interrumpe con su muerte, y aunque hay una muerte física, la
"persona" no muere, sigue viva; la vida pues, continúa después
de la muerte.
¿Quién va a ser su mujer cuando resucite...?
Esta pregunta que hacen los saduceos para poner en ridículo la
doctrina farisea, la responde Jesús cambiando el futuro "cuando
resucite" por el presente "cuando resucita", indicándonos la
inmediatez de la resurrección y la poca experiencia que tienen
los presentes de un Dios de vida y no de muerte. Cuando
resucitan no se casan porque son como ángeles de Dios, pero ¿qué
significa ser como ángeles? Pues que son hijos de Dios, osea
seres divinos, cuya vida no puede transmitirse por generación
natural, como corresponde al tiempo en que para crear vida se
hace necesaria esta materia física, tal como hoy la conocemos.
Por tanto, este concepto de resurrección se aleja del concepto
que tenían los fariseos, de una resurrección de los cuerpos al
final de los tiempos. Como Jesús nos indica que la resurrección
es inmediata, es obvio suponer que no es la vuelta de ese
cadáver cuyos restos vuelven a formar parte de la materia
terrestre y se confunden con ella según las leyes de la
naturaleza. Por tanto, vemos como la muerte no puede interrumpir
la vida.
Para reforzar su argumento, Jesús recuerda el pasaje de Moisés y
la zarza ardiendo: "Ahora bien, Dios no es Dios de muertos, sino
de vivos; para él todos siguen viviendo." (Lc 20, 38) Por tanto
les deja muy claro que tanto Abraham como Isaac y Jacob no están
muertos sino vivos, no tienen porque esperar hasta el fin de los
tiempos. Aunque sus restos, si algo queda de ellos, siguen en
sus sepulcros, ellos están vivos como lo afirma Jesús, ya han
resucitado. Además Jesús emplea ese mismo término de
resurrección y no otro, aunque puede llevar a equívocos, para
indicar que el que tiene la vida después de la muerte es el
mismo que el que tuvo la vida física antes de ella y no otro
distinto, es la misma persona. Ya no cabe pensar en el cómo será
el hecho, ¿nos disolveremos en la infinitud divina? ¿formaremos
parte de un cosmos inmortal?, no, por supuesto, es precisamente
la vida propia y personal la que continúa. Es el mismo que se
"durmió" el que "resurge", el que resucita, el que vuelve a
levantarse, es la muerte física un paso necesario para la
continuación de la vida, que no se interrumpe. |
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