domingo, 28 de diciembre de 2014

LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS...



¿Qué significa la resurrección? Esta palabra tiene inconvenientes y ventajas. Procede, dentro de la tradición judía, del grupo fariseo, grupo legalista, cuya espiritualidad estaba basada en el cumplimiento de un código estricto que mutilaba a la persona. Este grupo religioso no se conformaba con que la idea de que la muerte acabara con la vida. Ya en el antiguo judaísmo, después del destierro de Babilonia, se creía que después de la muerte quedaba algo, una vaga sombra de la persona, lo mismo pasaba en las religiones latinas y griegas. Aunque la vida no era totalmente humana, sin embargo se creía en la existencia de espectros o sombras que con la sangre de los mortales adquirían vida en algún momento, era como un simulacro de vida. Los fariseos reaccionan contra eso y piensan que esto no puede acabar así, que la historia tiene que terminar y que al final habrá una resurrección consistente en que los muertos salen de sus sepulcros y cobran de nuevo la vida, una vida que prácticamente es una continuación de la actual. Sin embargo, otro grupo, el de los saduceos no cree en absoluto en la resurrección y procura ridiculizar a los anteriores y poner en un aprieto a Jesús, recordemos el episodio de la mujer y sus siete esposos (Lc 20, 27-40). Jesús dará un giro total al concepto de resurrección y como nos relatan todos los evangelios, después de la pasión y muerte del Señor llega su resurrección gloriosa e inmediata, una resurrección que no se verificará aquel día lejano e hipotético del “fin del mundo”. Según la cultura judía, el hombre no se consideraba muerto definitivo hasta el cuarto día de su fallecimiento; podemos recordar a Lázaro, que aunque sus hermanas le piden que vaya a curarle, el evangelista deja que transcurran cuatro días, para recalcar que estaba muerto. Sin embargo los evangelios dejan muy claro que Jesús al “tercer día” resucitará, indicándonos claramente que la vida del Señor no se interrumpe con su muerte, y aunque hay una muerte física, la “persona” no muere, sigue viva; la vida pues, continúa después de la muerte.

¿Quién va a ser su mujer cuando resucite...? 

Esta pregunta que hacen los saduceos para poner en ridículo la doctrina farisea, la responde Jesús cambiando el futuro “cuando resucite” por el presente “cuando resucita”, indicándonos la inmediatez de la resurrección y la poca experiencia que tienen los presentes de un Dios de vida y no de muerte. Cuando resucitan no se casan porque son como ángeles de Dios, pero ¿qué significa ser como ángeles? Pues que son hijos de Dios, o sea seres divinos, cuya vida no puede transmitirse por generación natural, como corresponde al tiempo en que para crear vida se hace necesaria esta materia física, tal como hoy la conocemos. Por tanto, este concepto de resurrección se aleja del concepto que tenían los fariseos, de una resurrección de los cuerpos al final de los tiempos. Como Jesús nos indica que la resurrección es inmediata, es obvio suponer que no es la vuelta de ese cadáver cuyos restos vuelven a formar parte de la materia terrestre y se confunden con ella según las leyes de la naturaleza. Por tanto, vemos como la muerte no puede interrumpir la vida. Para reforzar su argumento, Jesús recuerda el pasaje de Moisés y la zarza ardiendo: «Ahora bien, Dios no es Dios de muertos, sino de vivos; para él todos siguen viviendo.» (Lc 20, 38) Por tanto les deja muy claro que tanto Abraham como Isaac y Jacob no están muertos sino vivos, no tienen porque esperar hasta el fin de los tiempos. Aunque sus restos, si algo queda de ellos, siguen en sus sepulcros, ellos están vivos como lo afirma Jesús, ya han resucitado.
Además Jesús emplea ese mismo término de resurrección y no otro, aunque puede llevar a equívocos, para indicar que el que tiene la vida después de la muerte es el mismo que el que tuvo la vida física antes de ella y no otro distinto, es la misma persona. Ya no cabe pensar en el cómo será el hecho, ¿nos disolveremos en la infinitud divina? ¿formaremos parte de un cosmos inmortal?, no, por supuesto, es precisamente la vida propia y personal la que continúa. Es el mismo que se “durmió” el que “resurge”, el que resucita, el que vuelve a levantarse, es la muerte física un paso necesario para la continuación de la vida, que no se interrumpe.
«Y enviará a sus ángeles que tocarán la trompeta y reunirán a los elegidos de los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del mundo» (Mt 24,31).

La acción de los cristianos en la historia será la de ir derribando a todos los enemigos del hombre. Las naciones que los han perseguido, “todas las tribus de la tierra” (Zac 12,10.14) al final tienen que reconocer el triunfo del “Hijo del hombre”. Al son de la trompeta (Is 27,13) se congregan los suyos desde todas partes. La llegada del “Hijo del hombre” no indica que el mundo se ha acabado: no hay tampoco resurrección, juicio ni condenación de los malos, el objetivo es reunir a los suyos. Los que han luchado por la propagación del evangelio, sin descorazonarse ante la maldad ni ante la persecución, llegarán al reino definitivo y acudirán al toque de esa trompeta. El toque de trompeta no suena de una sola vez en un momento determinado de la historia, el fin individual del discípulo no tiene porque identificarse con el fin de la historia y de los tiempos. La salvación individual no coincide con la social. El individuo madura más rápidamente, por su entrega total y su constancia, que los pueblos o la humanidad entera. Con la acción de cada uno en particular se lleva a cabo la misión universal; solamente cuando esta haya dado su fruto se inaugurará el reino de Dios definitivo (Mt 13,43), el fin de la historia y de los tiempos.
¿Por qué hablamos de la resurrección del cuerpo?

El hombre, genéticamente, procede de la evolución animal y anda siempre buscando su lugar en la naturaleza. Siendo un ser carencial: pues no posee, a nivel biológico, ningún órgano especializado, crea, sin embargo, los instrumentos necesarios para modificar el mundo que le rodea y así construye una cultura y puede modificar todo a su antojo. En los hechos concretos de comprender, querer, sentir y en sus experiencias fundamentales, sobre todo en el amor, revela una trascendencia al acto en sí. Aunque es el creador de las culturas y los sistemas de convivencia, no se conforma definitivamente con ellos y es precisamente en la relación con el “misterio absoluto” donde descubre las verdaderas dimensiones de su dignidad. El hombre se da cuenta de que es al mismo tiempo finito e infinito, los griegos lo llamaron alma y cuerpo y aunque podemos continuar con esta terminología de “cuerpo-alma” que está asumida por nuestro lenguaje, sin embargo vamos a intentar saber que hay detrás de todo esto.
El cuerpo y el alma no son dos partes del hombre, pues el hombre es en su totalidad corporal y espiritual a la vez. La unidad indivisible de alma-cuerpo es una de las evidencias de las ciencias modernas, sobre todo de la psicología. El cuerpo y el alma no son dos cosas independientes, sino dos principios del único ser humano. Cuando en la Biblia se habla de alma o de cuerpo siempre se refiere a la totalidad del hombre en algún aspecto concreto.
“La carne” (el hombre-carne) (En hebreo “Basar” y en griego “Sarx”):

Cuando se usa esta expresión los autores bíblicos se están refiriendo al hombre biológico de los órganos y los sentidos en contacto con el mundo en el que vivimos. Este hombre-carne es un ser carencial, sujeto a las tentaciones, a los sufrimientos, al pecado y a la muerte (Rom 7). Es llamado precisamente así, carne, cuando el hombre se encierra en sí mismo y pretende realizarse solo en la dimensión terrena sin plantearse las preguntas trascendentales sobre Dios y su relación con los demás hombres. Es una existencia que lleva a la muerte al igual que la carne (Gal 5, 18-21; 1 Cor 1,26; 2 Cor 10,5; Rom 8,6 ss).
“El cuerpo” (el hombre-cuerpo) (En hebreo “Basar” y en griego “Soma”):

Con esta expresión, los autores bíblicos designan al hombre “entero” y precisamente para significar su existencia como una “persona” que está en relación permanente y en comunión con otros hombres (Rom 12,1; 1 Cor 7,4; 9,27; 13,1; Flp 1,20). En bastantes pasajes la expresión “cuerpo” puede traducirse por “yo” (“Esto es mi cuerpo "mi yo" que será entregado por vosotros” (1 Cor 13,3;9,27; Flp 1,30 Rom 12,1)). No es posible la supervivencia (resurrección) del hombre sin incluir el “cuerpo”, que es la expresión personal del conjunto de relaciones, tanto sociales como políticas.
“El alma” (el hombre-alma) (En hebreo “Nefesh” y en griego “Psijé”):

Para los escritores sagrados, el alma no es “algo” diferente al cuerpo, sino que significa al hombre en su totalidad en cuanto ser viviente, pues “alma” en la Escritura es el sinónimo de “vida”. Así lo podemos apreciar en el texto de Marcos (Mc 8,36) que dice: “¿Qué le aprovecha al hombre ganar el mundo si pierde su vida (alma)?¿Qué dará pues el hombre a cambio de su vida (alma)?” El hombre es precisamente “vida”, no es que tenga vida, sino que el mismo “es” vida, es pues “el alma” la consciencia del “yo” que vive y se relaciona. Por eso hay una gran equivalencia entre “cuerpo” y “alma”, estos términos no se oponen entre sí, sino que expresan al hombre entero (Gen 2,7; 12,5; 46,22; Ex 13,8-9). 
“El espíritu” (el hombre-espíritu) (En hebreo “Ruaj” y en griego “pneuma”):

Los escritores bíblicos designan precisamente con esta palabra “espíritu” al hombre que siendo a la vez “cuerpo” y “alma” abre su existencia hacia Dios, como valor absoluto que le trasciende y orienta su existencia a partir de esta relación divina. Para el Nuevo Testamento, el “hombre-espíritu” vive una nueva existencia, para el, El Señor Jesús ha resucitado, el Señor es el Espíritu (2 Cor 3,17; Hech 2,32 s) que vive una existencia humana (y por eso también corporal) en comunión total con la realidad. Pablo llama al resucitado, cuerpo espiritual (1 Cor 15,44), dándonos a entender que por la resurrección el hombre actual se transfigura en hombre-cuerpo espiritual capaz de relacionarse con “todas” las dimensiones de la realidad.

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