Es un regalo
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En su cooperación con la obra de Dios, los cristianos
no están solos. La paz que Dios quiere para los hombres es sinónimo de
vida, y «el regalo (carisma) de Dios es vida eterna por medio de Cristo
Jesús Señor nuestro» (Rom 6,23). Cristo, el resucitado, «subió por
encima de los cielos para llenar el universo» (Ef 4,10). Derrama dones,
destellos de la vida que él posee; son los que llamamos carismas.
Sus dones no se encierran en la Iglesia; así, al menos, se deduce
de la cita del salmo 67: «Dio dones a los hombres», y de la frase «para
llenar el universo» (Ef 4,8.10). Su vida fermenta en el mundo entero,
pero debe ser especialmente visible en la Iglesia. Cada uno recibe su don
en la medida en que Cristo se lo da (Ef 4,7); a unos concede ser apóstoles,
a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros, según
la enumeración de Ef 4,11. ¿Para qué estos dones? Con el fin de
equipar al pueblo santo para que preste servicio en la construcción del
cuerpo de Cristo; la meta de este trabajo es alcanzar la unidad, la madurez
del hombre adulto, el desarrollo proporcionado al Cristo total (Ef
4,11‑13); hay que ser auténticos viviendo en el amor y hacer así
que el cuerpo crezca hacia Cristo que es la cabeza (ibíd. 15).
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Igualdad no
igualitarismo
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Cada cristiano recibe su don particular o, mejor, la
gracia que recibe tiene su rasgo particular, y con ella debe contribuir al
bien de todos. Entre cristianos hay igualdad, pero no igualitarismo.
Igualdad significa que cada uno tiene ocasión para desarrollar sus
posibilidades y que las dotes personales no autorizan el sentido de la
propia importancia (Mt 18,1‑4). La igualdad supone que el abono se
reparte equitativamente por todo el terreno respetando la espontaneidad de
la floración. El igualitarismo, en cambio, se empeña en que todas las
plantas tengan la misma estatura y todas las flores igual color. Los dones
de Dios son diversos y producen diversidad; el que cada uno recibe
determina su puesto en la comunidad de creyentes, y no hay que excederse
en las aspiraciones (Rom 12,3) como tampoco enterrar el don (Mt 25,25).
Pablo y Apolo eran ambos agentes de Dios para llevar a los corintios a la
fe, pero cada uno a su manera, según lo que le dio el Señor (1 Cor 3,7
).
Sea el que sea, el don equipa al cristiano para su trabajo (Ef
4,11). No se da para deleite propio ni para el narcisismo. Tal era la idea
de algunos corintios a los que san Pablo reprocha su exagerada afición al
don de lenguas arcanas. Entre paganos, el fenómeno místico o insólito
era un fin en sí mismo; para el cristiano, cualquier don está ordenado
al bien de la comunidad. No puede afincarse en el orgullo, la propia
satisfacción o la devoción privada. La gracia que ha recibido, sea de
piedad, oración, afabilidad o elocuencia ha de atravesar la frontera del
yo para prestar servicio a otros. Encerrarse y recrearse en su don es
obrar en pagano.
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Servicios humildes y
cotidianos
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La argumentación se apoyaba hasta ahora en el pasaje
de Ef 4,7‑16. Examinando otras cartas y textos se amplía la idea de
carisma. En Rom 12 aparecen como tales no sólo los servicios eminentes
prestados a la comunidad, como el de apóstol o profeta, sino también
otros humildes y cotidianos, como distribuir limosnas o asistir a los
necesitados (Rom 12,8). Es don de Dios tener dotes de predicador, de
pensador, de administrador o de enfermero; lo espiritual y lo técnico,
todo es carisma.
Su estado de vida es para san Pablo un don (1 Cor 7,7), el esclavo y
el libre están llamados por Dios (ibíd. 17). Subraya así la unidad del
cuerpo de Cristo, integrado por hombres de toda condición y capaz de
combinar todas las diferencias. La unidad de la Iglesia no tiene nada que
ver con la uniformidad o igualitarismo de que hemos hablado antes. Es
una unidad dinámica; sus miembros, precisamente por ser diferentes,
pueden contribuir al bien de los demás, cada uno a su manera. Gracias a
los carismas es posible la ayuda mutua, que, ejercitada en el amor
fraterno, mantiene viva la unidad de la Iglesia, construye la comunidad,
según la frase usual de san Pablo. La misma ayuda, proyectada hacia
afuera, constituye la misión, y la variedad de sus dones permite a la
Iglesia hacerse útil en las diversas situaciones que encuentre.
Una palabra a propósito de la esclavitud. San Pablo no afirma que
tal condición humana es don de Dios; no se le ocultaban la infelicidad y
degradación del esclavo, y él mismo le aconseja emanciparse si se presenta
la ocasión (1 Cor 7,21). Lo que inculca es que todo cristiano debe
cooperar al reinado de Dios desde la situación concreta en que se
encuentra. Es una llamada al realismo: no hay que esperar «a que las
cosas cambien» para empezar a hacer el bien. El verdadero carisma es la
persona, que actúa a través de las circunstancias adversas y a veces
valiéndose de ellas.
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Fomentan la igualdad
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La variedad de dones fomenta la igualdad fundamental
de los cristianos, desterrando la autarquía. Ninguno puede decir a otro
« no te necesito» (1 Cor 12, 21); hay una interdependencia de todos
respecto a todos, querida por Cristo, que reparte sus dones como quiere
(ibíd. 12,11). La conciencia de esta voluntad del Señor evita el
descontento y la envidia y permite la unidad. No faltaban sin duda
rivalidades entre los cristianos de Corinto, cuando san Pablo insiste
tanto en esta doctrina, recordándoles que las funciones más humildes y
con menos apariencia son las más necesarias (1 Cor 12,22).
El carisma es, pues, el don o habilidad particular que uno posee y
que no ha elegido. Representa su posibilidad concreta de trabajo y puede
llamarse la vocación de cada uno. Toca al individuo reconocerlo, aceptarlo
como dado por Dios y hacerlo rendir en la tarea común, prestando servicio
a los demás en esa línea propia y personal.
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Cada uno con su cupo
de fe
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Encontramos aquí otro aspecto del realismo cristiano,
en relación ahora con la propia persona. Consiste en saber que cada uno
tiene su cupo de fe (Rom 12,3) y no aspirar a más de lo que es capaz; en
aceptar el propio estado de vida, las cualidades y defectos, como punto de
partida para la vida cristiana. Requiere una visión objetiva de la propia
persona y circunstancias, estimando el grado de eficacia a que podrá
llegar y la actividad más favorable para alcanzarlo. Posición y función
social, sexo, grado de cultura, dotes de acción, todo es carisma, si se
pone al servicio de los demás.
Analizando la doctrina de san Pablo aparecen los carismas como el
encuentro de las dotes del individuo concreto e histórico con el impulso
del Espíritu. Para probar esta afirmación examinemos los sinónimos que
usa de la palabra carisma (regalo). En primer lugar, «gracia» (don): «Según
el don que Dios me ha dado, yo, como hábil arquitecto, coloqué el
cimiento» (1 Cor 3,10); se refiere, sin duda alguna, a su calidad de apóstol.
Ahora bien, el ser apóstol se llama en Ef 4,11 «dádiva»; en 1 Cor
12,28‑29, « carísma»; en Rom 1,1, «vocación». Cuatro términos
designan, por tanto, la misma realidad. Si quisiéramos encontrar una
diferencia entre don (gracia) y carisma habría que ver en el primero el
acto generoso de Dios y en el segundo su resultado en la persona (Rom
12,6). Otro modo de expresión equivalente es «lo que Dios asigna» (Rom
12,3‑6; 1 Cor 7,17), paralelo de «gracia» y «carisma», en Rom
12,3‑6.
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Los carismas cubren
muchas necesidades
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Si examinamos ahora las realidades a que se refieren
los términos citados, encontraremos como carismas el celibato (1 Cor 7,7
), las palabras sabias o que instruyen, el don de fe, los milagros y
curaciones, la profecía, las luces para discernir inspiraciones, el
hablar diversas lenguas o traducirlas (1 Cor 12,8‑11); en una lista
más completa, algunos de cuyos términos son repetición de los
anteriores, aparecen: ser apóstoles, profetas o maestros, hacer
milagros, los dones de curar, la asistencia a los necesitados, la
capacidad de dirigir, las diferentes lenguas (1 Cor 12,28).
Entre los dones o «dádivas» de Ef 4,11 se enumeran los apóstoles,
profetas, evangelistas, pastores y maestros.
Los términos citados, por tanto, prácticamente sinónimos,
cubren realidades tan dispares como apóstol, enfermero, administrador o célibe,
o sea, dones extraordinarios específicamente cristianos, habilidades y
estados de vida.
¿Qué conclusión cabe sacar de esto? A nuestro parecer, la
siguiente: que el carisma no consiste solamente en el impulso del Espíritu
que empuja a poner las dotes personales al servicio de los demás, sino
también en la posibilidad misma de acción, en la realidad que precede al
impulso, como tener habilidades para la administración o la asistencia.
En fin de cuentas, el carisma o don de Dios consiste en ser tal persona,
con tales dotes concretas. El don puede ser de nacimiento, de propia
elección o favor especial de Dios, como la inspiración profética o el
llamamiento a ser apóstol. Otros pueden ser dotes psíquicas, como
probablemente los fenómenos extáticos o el hablar en lenguas arcanas.
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Es la personalidad
dinámica
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Carisma sería, pues, fundamentalmente la persona
misma con sus disposiciones innatas y adquiridas, con su temperamento y
carácter, su herencia o historia. En ésta puede intervenir Dios,
concediendo enriquecimientos especiales, como la vocación apostólica o
la inspiración profética.
Dicho de otra manera: carisma es la personalidad dinámica, el uso
de las propias dotes en el propio ambiente, bajo el impulso del Espíritu
de Dios, y mirando al bien de los demás. Dotes brillantes y extraordinarias,
o modestas y comunes. Todas son necesarias para la vida y la misión de la
Iglesia.
Así concebido se da el carisma, como era de esperar, también
entre los no cristianos. Cada vez que un hombre pone sus cualidades al
servicio de los demás, está movido por el Espíritu de Dios y
ejercitando su carisma. El cristiano sabe de quién le viene ese carisma
y conoce que el dador está presente en el don y que espera una
administración fiel y fructífera. El triunfo de Cristo está en que los
hombres se pongan a la tarea común, al servicio recíproco. El pagano
considera sus dotes personales como municiones para la lucha entre
rivales. El cristiano, como instrumentos para el bien ajeno.
Cada miembro de la Iglesia es, pues, un don de
Dios, que merece consideración y respeto. Cuando uno ejerce su carisma,
sea el que sea, representa a Cristo, pues está cumpliendo su encargo.
Para recalcar el respeto debido a los otros en la cooperación cristiana
usa san Pablo un verbo muy fuerte: «Subordinaos unos a otros, por
reverencia a Cristo» (Ef 5,21). Todos a todos; ésta es la autoridad del
carisma.
Textos
de
Juan Mateos (Cristianos en fiesta Ed. Cristiandad)
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