LA ENFERMEDAD Y LA MUERTE SON CONSECUENCIAS DEL PECADO
Estamos enfermos tanto en cuerpo como en alma porque por
libre decisión nos hacemos culpables de actos y
situaciones que llevan consigo, tanto por exceso como por
defecto, una perturbación de nuestra naturaleza. Las
tristezas del alma solo hallan refugio en la psicosis. El
lujurioso, nunca satisfecho de su erotismo sin amor, le
afectan a la larga perturbaciones nerviosas. Al avaro, su
crueldad mental y al perezoso, su desesperación les
puede conducir a situaciones extremas. El mismo cuerpo se
resiente de las situaciones extremas. La gula, el
alcoholismo, la droga o la lujuria acarrean la
degeneración de la raza. Los hijos de padres con sida,
sifilíticos, drogadictos y alcoholizados, son, en el
sentido propio de la palabra, "hijos del
pecado". Perturbaciones fisiológicas de vesícula,
hígado, jaquecas, bilis, etc. pueden ser resultado de
pasiones viciosas: ira, orgullo, envidia. En su origen,
el mal es un pecado contra natura.
La
más grave de las secuelas del pecado es la muerte.
La muerte es intrínseca a la vida, porque la vida por
sí misma, sin la gracia divina, está condenada a este
fin. El hombre, por el pecado original, libremente, se
separó de la "vida eterna". Pues vemos lo que
dice el libro de la Sabiduría: "Que no fue Dios
quien hizo la muerte; ni se goza en la pérdida de los
vivientes. Pues todo lo creó para que perdurase y
saludables son las criaturas del mundo; y no hay en ellas
principio de muerte... más la injusticia atrae la
muerte" (Mt 4,3). La muerte sólo puede llegar a
continuación de una acción que ha transgredido el orden
genético, por lo tanto, divino de la creación, osea,
por el pecado. La muerte es el castigo al pecado y nos
amenaza en cada momento. Nuestra experiencia diaria de
pecado nos encamina hacia la muerte, cuando pecamos,
muere en nosotros nuestra relación con la vida, nuestra
naturaleza se aleja de su finalidad, se dirige hacia la
renuncia y el olvido de sí misma. El pecado afecta a
nuestro organismo, se manifiesta en el sometimiento del
hombre a sus deseos y nos mantiene separados del Bien y
en la experiencia del pecado y nos dirige hacia la
"muerte definitiva", al no cumplirse en
nosotros el "Proyecto" de Dios, lo que el
Apocalipsis llama la "segunda muerte".
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