A pesar de que el título de esta nota seguramente será asociado, por muchos, a un acto de patológico bestialismo, lo cierto es que la relación que Malcolm Brenner mantuvo a lo largo de nueve meses con Dolly, un delfín hembra, en realidad remite a un romance inter-especie, a lo largo del cual ambos ejemplares, el humano y el cetáceo, compartieron voluntariamente información tanto sensorial como sentimental.
Hace un par de años Brenner, quien ahora tiene sesenta años, estrenó su libro Wet Godess (La Diosa Húmeda), en el cual relata la relación amorosa que mantuvo con Dolly a principios de los 70′s, cuando era un veinteañero. “Inicialmente ella se tornó cada vez más agresiva. Se lanzaba hacia mí para empujarme”, afirma el autor, quien narra también que con el paso del tiempo Dolly fue suavizándose en su interacción con él: “Eso me pareció extremadamente erótico. Es como estar con un tigre o un oso. Es un animal que si quisiera podría matarte en un par de segundos”.
Luego de nueve meses, periodo que duró la relación, el parque de diversiones Floridaland, propietario de Dolly, cerró sus puertas y la hembra fue trasladada al acuario Gulfport, en Mississippi, lo cual marcaría una ruptura definitiva entre ellos: “Tenía todas las intenciones de visitarla cuando yo regresara al sur, pero no funcionó de esa manera. Aprendí que los delfines pueden ser posesivos o que emocionalmente son mucho más vulnerables de lo que jamás pude imaginar.”
Curiosamente, meses después de la última vez que vio a Dolly, Brenner tuvo una precognición onírica en la que pudo visualizar la futura muerte de su ya entonces ex-chica: “Tuve un sueño vívido sobre delfines muriendo en un entono oscuro, notablemente similar al acuario en donde eventualmente ella murió”. Esta experiencia de algún modo nos remite a múltiples habilidades extra-sensoriales que les han sido adjudicados a los delfines, por ejemplo, la comunicación telepática o su capacidad para percibir el campo electromagnético que irradian otros animales.
Pero, obviamente, no todo es sensualidad interbiológica en el polémico romance de Dolly y Malcolm, ya que si bien él no infringió ninguna ley —en el estado de Florida el bestialismo se penalizó apenas este año— existen muchas voces, incluso científicas, que han condenado lo que Brenner hizo, más allá de la evidente transgresión moral a la que pudiese relacionarse su acto. “Glorificar las interacciones sexuales entre un ser humano y otras especies es inapropiado para el bienestar y la salud de cualquier animal. Pone en riesgo la propia salud y el comportamiento social del delfín”, afirma el Dr. Denise Herzing, investigador del Wild Dolphin Project.
Sin embargo, Brenner defiende tajantemente el amorío que sostuvo y asegura que su relación no lastimó al delfín: “Para algunas personas es muy difícil contemplar la posibilidad de que yo no estaba abusando al animal. Pero ellos no me vieron interactuar con el delfín. No estaban ahí. Estas criaturas básicamente tienen libre albedrío”. Y agrega, sobre la propuesta hecha por diversos científicos de que se catalogue a los delfines como ‘personas no-humanas’: “¿Qué tiene de repulsivo una relación en la que ambas partes sienten y expresan su amor por el otro? Sé de lo que hablo por que después de hacer el amor ella puso su trompa en mi hombro, me abrazó con sus aletas y nos miramos a los ojos durante un minuto. Como mamíferos conscientes de sí, los delfines son capaces de entablar lazos profundamente emocionales entre ellos y, aparentemente, también con algunas personas. Un delfín puede morir de soledad, de una ruptura amorosa o de ansiedad por una separación”.
Todas estas experiencias y reflexiones de Brenner quedaron registradas en el libro Wet Godessque comenzó a escribir en 1973, dos años después de su relación con Dolly. Por cierto, la idea de escribir el libro le fue sugerida a Brenner por el genial científico y psiconauta John C. Lilly, quien al parecer juzgó ese romance como algo digno de compartir con el mundo. Este caso nos recuerda, de algún modo, la comunión cuasi-erótica que sostuvo la científica rusa Natalia Avseenko al nadar desnuda con ballenas belugas en las gélidas aguas del Mar Ártico.
Y más allá del potencial escándalo cultural que puede provocarnos el amorío entre Malcolm y Dolly, resulta interesante tomar este caso como un pretexto para profundizar en nuestras disertaciones sobre las relaciones sexuales o románticas entre ejemplares de distintas especies. Y si tal vez, como dice el popular refrán, “el diablo está en los detalles”, entonces podríamos concebir esta relación en específico como algo considerablemente ajeno al tradicional bestialismo, el estereotipo que rige nuestro juicio sobre cualquier encuentro de este tipo entre un hombre y un animal. Tal vez.
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