SUMARIO: I.
Antiguo Testamento: 1. ¿Idealización del desierto? 2. Experiencia del éxodo:
a) Geografía espiritual, b) Las aguas de Mará, c) El maná y las
codornices, d) El agua de la roca; 3. Sentido del período del desierto;
4. Finitud y libertad. II. Nuevo Testamento: 1. Jesús tentado en el
desierto; 2. El desierto-salvación.
La experiencia monástica desde la antigüedad, la literatura patrística y luego, paulatinamente, una serie innumerable de escritos espirituales han cristalizado en un cliché teológico-espiritual relativo al "desierto", bien en sentido real, bien en sentido metafórico, como "lugar" de encuentro con el absoluto, como escuela de ascesis y de oración. Los Hermanitos de Spello, por ejemplo, enseñan cómo pasar una "jornada en el desierto". El "desierto" se ha convertido también en sinónimo de eremitismo o de retiro espiritual. Esta indicación basta para comprender toda la fuerza evocativa, para la espiritualidad cristiana, del tema del desierto. Pero ¿cómo nos presenta la Biblia la experiencia del desierto?
I. ANTIGUO TESTAMENTO. 1. ¿IDEALIZACIÓN DEL DESIERTO? El AT
utiliza varios términos para hablar del desierto, es decir, el lugar
contrapuesto a la tierra cultivada o rica en pastos, habitada por el hombre y
transformada por su trabajo. El desierto es un "lugar" no humanizado. Sin
embargo, los desiertos de los que habla la Biblia no estaban totalmente
deshabitados, bien porque había en ellos oasis o bien por las abundantes lluvias
de otoño y de invierno, que hacían crecer un poco de hierba y permitían a los
beduinos un poco de pasto. Por otra parte, en Palestina no hay grandes
extensiones de arena. Para muchos textos bíblicos, lo que está en primer plano
es el desierto asociado al período del éxodo y de la entrada en la tierra de
Canaán.
Lo que es característico del lenguaje bíblico del desierto
es la asociación del desierto con el caos primordial. Efectivamente, en el
desierto reina "la soledad rugiente de la desolación"(Dt 32,10), símbolo del
castigo de Dios que lo reduce todo a "una desolación, árida como el desierto" (Sof
3,2). El desierto es la morada de las fieras, de los búhos, de las avestruces y
de los sátiros (Is 13,21); lugar frecuentado por los perros salvajes, por las
hienas y por el demonio de la noche, Lilit (Is 34,14). El desierto es una región
árida, esto es, sin vida (Lev 16,22; cf Is 53,8; Ez 37,11), porque carece de
agua, fuente de vida. Es un lugar terrible y espantoso, en donde sólo viven
serpientes venenosas y escorpiones; lugar de sed y sin agua (Dt 8,15). El
desierto es también en donde el Creador planta para el hombre el jardín de Edén,
con abundancia de agua y de vida (Gén
2,814); la acción creadora divina es vista
como una victoria sobre el desierto inhabitable, sobre el caos primordial.
De los pasajes citados no se saca ciertamente la impresión
de que Israel idealizase el desierto. Al contrario, éste mantiene en el AT una
connotación negativa. Sin embargo, en ese desierto interviene Dios con amor en
favor de su pueblo (Dt 32,10; Jer 31,12; Os 9,10) para vincularlo consigo, lo
guía para que pase seguro a través de la prueba (Dt 8,15; 29,4; Am 2,10; Sal
136,16; etc.), lo lleva sobre sus espaldas lo mismo que un padre cargado con su
hijo.
El desierto fue el período del enamoramiento: "Esto dice el
Señor: Me he acordado de ti, en los tiempos de tu juventud, de tu amor de novia,
cuando me seguías en el desierto, en una tierra sin cultivar" (Jer 2,2). Pero
esto no significa que el desierto fuera el "tiempo ideal", como si dijéramos:
¡Israel estaba afligido y Dios se enamoró de él! Lo que hace recordar con
nostalgia ese "momento" no es tanto la belleza o el atractivo del desierto, sino
más bien la experiencia del amor de Dios. Quizá la atribución a los profetas
anteriores al destierro de una idealización del período del desierto dependa de
una opción incorrecta y basada en prejuicios, según la cual los profetas se
habrían opuesto a cualquier forma de culto y habrían deseado una "fe desnuda" (cf
Am 5,2127).
También /Oseas añora un retorno al desierto; pero para
expresar el deseo de un nuevo comienzo de la historia de Israel, que se había
contaminado de los cultos cananeos (Os 2,1419). Dice el Señor: "Pero yo la
atraeré y la guiaré al desierto, donde hablaré a su corazón" (Os 2,16). Para
Amós, Oseas y Jeremías el desierto no es un ideal de vida nómada a la que
aspiren contra la forma de vivir urbana o campesina. Ellos se distinguen con
claridad de la secta de los recabitas (Jer 35). Por lo demás, la Biblia nunca
muestra "pasión" alguna por el tipo de vida nómada en el desierto. Era Caín el
que soñaba con el ideal nómada, e Ismael, Esaú, los amalecitas, los madianitas y
los quenitas, poblaciones todas ellas no israelitas.
El desierto es un lugar de paso hacia la tierra prometida:
"La guiaré al desierto, donde hablaré a su corazón. Luego le restituiré sus
viñas; haré del valle de Acor una puerta de esperanza, y ella me responderá como
en los días de su juventud" (Os 2,1617). El desierto no es la meta ni el ideal,
sino el paso de la esclavitud a la libertad. "Exodo-desierto-tierra" designa una
experiencia que el pueblo puede repetir en su historia: "Ha hallado gracia en el
desierto el pueblo escapado de la espada (éxodo). Israel se dirige a su descanso
(la tierra). De lejos el Señor se le ha aparecido. Con amor eterno te he amado,
por eso te trato con lealtad. Te construiré de nuevo y serás reconstruida" (Jer
31,23). El esquema arquetípico éxododesiertotierra subyace a toda la predicación
del DéuteroIsaías.
2. EXPERIENCIA DEL ÉXODO. Fijemos nuestra atención de
manera especial en la experiencia del desierto tal como nos la presenta el libro
del /Éxodo.
a) Geografía
espiritual. En Ex 15,22 se dice:
"Moisés hizo partir a los israelitas del mar Rojo. Avanzaron hacia el desierto
de Sur". Luego, "la comunidad partió de Elim y llegaron al desierto de Sin" (Ex
16,1). Una tercera etapa: "La comunidad de los israelitas partió del desierto de
Sin por etapas, según les ordenaba el Señor, y acamparon en Rafidín" (Ex 17,1).
Finalmente, el pueblo de Israel llegó "al desierto de Sinaí, donde acamparon.
Israel acampó frente a la montaña" (Ex 19,2). Por Núm
10-13 sabemos que la marcha continúa desde el Sinaí, a
través de varias etapas, hasta el desierto de Farán. Luego el pueblo llega a
Cades, un oasis en el desierto, donde murió María, la hermana de Moisés (Núm
20,1). Desde allí emprende de nuevo el camino hacia Canaán.
La geografía, en una primera lectura, parece clara y
precisa; pero tras un examen más detenido resulta muy enigmática. ¿Qué trayecto
siguió el grupo de Moisés después de la salida de Egipto? Es imposible responder
con certeza, ya que el texto bíblico actual refleja las diversas experiencias de
diferentes grupos en diversos períodos. Por eso sería posible, partiendo de unos
datos bastante vagos, intentar diversas reconstrucciones del itinerario
realizado. Por otra parte, los textos no son de fácil interpretación y algunos
lugares son desconocidos, imposibles de identificar.
Hay, sin embargo, una etapa muy importante y bien conocida:
la estancia en el oasis de Cades, en una región semidesierta situada en los
confines del Negueb; de allí partió el intento fallido de "conquistar" el país
de Canaán por el sur (Núm 1314).
Dada la oscuridad de las indicaciones geográficas y su
difícil identificación, hay que decir que para los autores bíblicos el período
del desierto, más que un recuerdo preciso de hechos bien documentables,
representaba una época ejemplar, un lugar simbólico. Allí Yhwh se reveló como
salvador de las aguas mortales de Egipto (Éxodo) y guió a su pueblo a las aguas
de la vida nueva que él quería dar a Israel.
El desierto se convierte entonces en metáfora de la vida.
Para los libros de Éxodo, Números y Deuteronomio el desierto, más que una
descripción detallada desde el punto de vista histórico-geográfico, es un cuadro
de la existencia y de los problemas del pueblo de Israel. Detrás del símbolo
hubo ciertamente una serie variada y múltiple de experiencias de diversos grupos
en diferentes períodos, que nosotros no podemos reconstuir con certeza y para la
cual es inútil buscar soluciones. En los relatos sobre el desierto y sobre el
Sinaí, Israel intentó captar el misterio histórico de su propia existencia, es
decir, el hecho de ser y la forma de seguir siendo el pueblo de Yhwh. Lo que es
visto como algo permanente para el pueblo de Dios es narrado como acontecimiento
singular y único.
b) Las aguas de Mará. Es el episodio que se
narra en Ex 15,22-26. Mará significa "amarga", del hebreo mar. En
aquel lugar las aguas no eran potables por causa de su amargor. El pueblo
"murmura"; invoca al Señor, que señala un madero capaz de endulzar las aguas.
Las aguas de aquel sitio eran "amargas"; el
término "amargo" no evoca solamente un "mal sabor", sino que sugiere la idea de
unas aguas que pueden producir la enfermedad y la muerte. Intentemos
comprenderlo bien. En aquel sitio tienen lugar dos hechos: a) Dios le da
al pueblo una ley y un derecho ("Allí el Señor dio al pueblo leyes y estatutos":
v. 25a); b) Dios prueba la fidelidad del pueblo ("y lo sometió a prueba": v.
25b). El versículo 26 aclara el nexo entre estos dos hechos: "Les dijo: `Si
verdaderamente escuchas la voz del Señor, tu Dios, y haces lo que es recto a sus
ojos, prestas oídos a sus mandatos y observas todos sus estatutos, no enviaré
sobre ti ninguna de las plagas con que castigué a los egipcios, porque yo soy el
Señor, tu salvador' ". Si Israel se esfuerza por cumplir la ley dada por Dios,
se curará. Porque Dios envió enfermedades a los egipcios, pero quiere ser un
médico para su pueblo.
Se da, por tanto, una conexión entre el don de la ley y el
don del agua dulce: si Israel observa la ley divina, su vida no se verá
amenazada por aguas venenosas y mortales, sino que saciará su sed con agua
dulce. Se presenta a Yhwh como el médico de Israel, su pueblo, no en el sentido
de que lo libere solamente de enfermedades "espirituales", sino en el sentido
concreto de sanar de las enfermedades y de dar la salud física. Leamos Éx
23,25-26: "Si servís al Señor, vuestro Dios, él bendecirá tu pan y tu agua; y yo
alejaré de ti toda enfermedad. En tu tierra no habrá mujer que aborte, ni mujer
estéril; colmaré el número de tus días". La salud es uno de los bienes
concedidos por la bendición divina. Hay que advertir que aquí no se trata de la
salud en sentido metafórico ni de la salud del individuo, sino de la salud de la
comunidad israelita, a la que van dirigidas las prescripciones de Ex 20-23. Si
la sociedad israelita es obediente a las normas dadas por Yhwh, será una
sociedad sana, en contraste con las sociedades corrompidas y enfermas de este
mundo.
El libro del Deuteronomio expresa muy bien esta acción
médica divina para con la sociedad israelita, siempre que se construya sobre la
base de sus leyes: "Por haber escuchado estos mandamientos, haberlos guardado y
puesto en práctica, el Señor, tu Dios, mantendrá contigo la alianza y la
misericordia que juró a tus padres. Te amará, te bendecirá, te multiplicará:
bendecirá el fruto de tus entrañas y el fruto de tu suelo, tu trigo, tu mosto,
tu aceite, las crías de tus vacas y las de tus ovejas, en favor tuyo. Serás
bendecido sobre todos los pueblos. No habrá en ti ni en tus ganados macho ni
hembra estéril. El Señor alejará de ti toda enfermedad y no te enviará ninguna
de las malignas plagas de Egipto, que tú bien conoces, sino que las descargará
sobre tus enemigos" (Dt 7,12-15).
La condición para recibir la bendición es escuchar la voz
de Yhwh. Si una sociedad como la que quiere Yhwh escucha su voz y la pone en
práctica, entonces Yhwh la "cura" y le da la salud.
En el desierto Israel se ve sometido a la prueba; un
peligro mortal cae sobre él. ¿Será capaz de confiar en Dios escuchando y
guardando su palabra? El pueblo "murmuró" y gritó al Señor. La "murmuración" no
es un indicio de rebeldía, sino que tiene aquí un sentido positivo. Se trata de
una protesta legítima, de un lamento contra una situación insostenible y
"amarga". Este episodio es un ejemplo de cómo Dios escucha el grito de su
pueblo, que viene "de lo profundo", esto es, del "desierto". El camino hacia la
salvación, hacia la libertad y hacia el gozo pasa a través de la prueba del
desierto, del peligro de muerte. Pero la salvación viene de la atención a Dios y
de la observancia de su propuesta de vida.
c)
El maná y las codornices. En el desierto el
pueblo sacia su hambre con el maná y con las codornices. Se trata de dos
fenómenos naturales de la península del Sinaí, pero que tienen lugar en regiones
diferentes. El maná del Sinaí es la secreción de dos insectos que viven en los
tamariscos, que se encuentran casi por todas partes en la península del Sinaí;
pero los insectos productores del maná viven solamente en el Sinaí central. Las
codornices emigran en otoño desde Europa hacia el Sinaí; después de atravesar el
mar Mediterráneo están tan exhaustas que se caen a tierra y pueden capturarse
fácilmente. El fenómeno de las codornices interesa a la zona de la costa
noroeste de la península del Sinaí. Se trata de dos fenómenos que experimentaron
en su viaje a través del desierto algunos grupos que más tarde concluyeron
formando el pueblo de Israel. En el relato bíblico que hoy poseemos esos
grupos tienen una significación simbólica de
todo Israel.
Vuelve a aparecer también aquí el tema de la "murmuración",
siempre con un sentido positivo. Efectivamente, se dice: "Por la mañana veréis
la gloria del Señor, porque él ha oído vuestras murmuraciones contra el Señor"
(Ex 16,7). El pueblo se encuentra angustiado en medio de una grave dificultad y
se queja ante Moisés: "Nos habéis traído a este desierto para hacer morir de
hambre a toda esta muchedumbre" (Éx 16,3). Una vez más se trata de una prueba "a
fin de probar (al pueblo) si camina según mi ley o no" (Ex 16,4). Dios les
concede el maná; pero algunos del pueblo, en contra de la orden divina, van a
recogerlo incluso en día de sábado, y merecen por ello el reproche de Yhwh:
"¿Hasta cuándo os resistiréis a observar mis mandatos y mis leyes?" (Ex 16,28).
Dios da la seguridad de obtener el pan de cada día; pero no hay que buscar una
seguridad para el mañana: día tras día el pueblo encuentra el maná y no tiene
que angustiarse por el mañana. Además, Israel tiene que observar las leyes
divinas, en primer lugar la del sábado, que nos enseña a reconocer que el pan
cotidiano es un don de Dios.
Dios quiere una sociedad no angustiada y que no busque el
pan con apasionamiento. Leemos en Sal 78, 18-20: "Provocaron a Dios en su
interior pidiéndole manjares a su antojo; hablaron contra él y se dijeron: `¿No
será Dios capaz de aderezar una mesa en el desierto? Él partió la roca, saltaron
las aguas y brotaron los torrentes; ¿no podrá proporcionarle el pan y procurar
carne a su pueblo?"' El salmo interpreta los hechos del éxodo desde el punto de
vista del pueblo, y no de Dios. Israel no ha tenido confianza en su Dios, no se
ha fiado de su poderosa providencia. Por el contrario, debería haberse dirigido
confiadamente a Dios, lo mismo que los cristianos: "Danos hoy nuestro pan de
cada día".
d) El agua de la roca. Otro
episodio de la vida del desierto se nos narra en Ex 17,17. El pueblo estaba
"sediento" (v. 3). Pero no encontraba agua para beber (v. 1). Entonces vuelve a
protestar contra / Moisés diciendo: "¿Por qué nos has sacado de Egipto para
hacernos morir a nosotros, a nuestros hijos y nuestros ganados?" (v. 3). La
protesta del pueblo es perfectamente legítima, puesto que no es más que un grito
dirigido a Dios para que le ayude. Efectivamente, el pueblo tiene confianza en
que Yhwh le ayudará, mientras que Moisés intenta descalificar la protesta del
pueblo sosteniendo que sus murmuraciones son una tentación a Dios: "¿Por qué os
querelláis conmigo? ¿Por qué tentáis al Señor?" ¡ Moisés interpreta las críticas
que se hacen contra su ministerio como si fueran críticas dirigidas contra Dios
mismo!
¿Cuál es la respuesta de Dios? El no se preocupa de las
críticas dirigidas contra Moisés, sino que se declara más bien en favor de su
pueblo. En efecto, Dios le encarga a Moisés que dé al pueblo lo que exige con
toda justicia. No se advierte la preocupación por defender un cargo, el de
Moisés, sino la de proveer a las necesidades del pueblo en su camino hacia la
libertad. Y en Masá y Meribá Dios se revela como el salvador del pueblo
sediento.
Se trata de un rib, es decir, de un proceso
entablado entre la base (el pueblo) y la jerarquía (Moisés). El nombre de Meribá
se deriva precisamente de ese término hebreo. Allí el pueblo israelita reclamó
sus derechos frente a Moisés, que tuvo que asumir la responsabilidad de proveer
a las necesidades de su pueblo en el desierto.
El versículo de É. 17,7 parece ser un añadido hecho por el
redactor final del t Pentateuco, tomado del relato paralelo de Núm 20,113. El
relato de Núm 20 pone el acento en los pecados de Moisés y de Aarón; es decir,
encierra una fuerte crítica contra los responsables de la comunidad, que llegan
incluso a dudar de sí mismos y de Dios: "¿Podremos nosotros hacer brotar agua de
esta roca?" (Núm 20,10). En Ex 17,7 se busca un equilibrio con lo que se dijo en
Núm 20, atribuyendo una parte de culpa al pueblo, que es entonces el que duda:
"Y dio a aquel lugar el nombre de `Masá' y `Meribá' —prueba y querella— por la
querella de los israelitas y porque pusieron a prueba al Señor diciendo: `¿Está
el Señor en medio de nosotros o no?"' Al obrar así, el redactor final del
Pentateuco intenta decirnos que tanto los dirigentes como el pueblo pecaron
contra Yhwh, pero igualmente que Dios intervino para dar agua a su pueblo.
Según Ex 17,1, el episodio tuvo lugar en Rafidín, la última
etapa antes de llegar al Sinaí, en donde Dios dio a su pueblo la ley (en hebreo
tórah). Pero en el versículo 6 la roca sobre la que Moisés tuvo que
golpear para hacer que saliera agua es el Horeb, un nombre que se le da al monte
Sinaí. Así pues, en donde se le dio la tórah es donde el pueblo recibe
también el don del agua vivificante.
La asociación entre el don del /agua y el don de la
tórah es significativa. Recordando Dt 8,23 nos preguntamos: ¿de qué vive
el hombre? La respuesta es bien sabida: el hombre no vive solamente de pan, sino
de toda palabra que sale de la boca de Dios, es decir, de la tórah. El
hombre tiene necesidad de las dos cosas: del pan y de la palabra de Dios.
¡Pero no toda sed puede verse saciada por la tórah!
La verdad es que Dios da el agua junto con la tórah en el monte Horeb.
Por consiguiente, tampoco nosotros podemos ofrecer al mundo la tórah en
lugar del agua o el agua en lugar de la tórah; hemos de dar las dos
juntamente. La tórah no puede ser un sustitutivo del agua ni el agua un
sustitutivo de la tórah. En efecto, los hombres tienen necesidad tanto
del pan material como del pan y del agua de la "palabra". La libertad puede
existir de verdad y auténticamente sólo en donde los hombres tienen el pan o el
agua de la palabra de Dios. Sin el pan o el agua y sin la tórah, la
existencia humana es solamente desierto árido y espantoso.
3.
SENTIDO DEL PERIODO DEL DESIERTO. Una interpretación global del período del
desierto es la que nos ofrece Dt 8,26: "Acuérdate del camino que el Señor te ha
hecho andar durante cuarenta años a través del desierto con el fin de
humillarte, probarte y conocer los sentimientos de tu corazón y ver si guardabas
o no sus mandamientos. Te ha humillado y te ha hecho sentir hambre para
alimentarte luego con el maná, desconocido de tus mayores; para que aprendieras
que no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del
Señor. No se gastaron tus vestidos ni se hincharon tus pies durante esos
cuarenta años. Reconoce en tu corazón que el Señor, tu Dios, te corrige como un
padre hace con su hijo. Guarda los mandamientos del Señor, tu Dios; sigue sus
caminos y respétale".
En este pasaje se nos da una interpretación
teológica de la experiencia del desierto. Dios es un educador. A través de las
pruebas del desierto, Israel tiene que aprender cuál es el comportamiento debido
con su Dios. La mirada hacia atrás, hacia la época del desierto, tiene que hacer
comprender igualmente a los interlocutores del libro del Deuteronomio del siglo
vi a.C. que también su situación presente es un "desierto", es decir,
una prueba en la que Israel tiene que
demostrar si verdaderamente ve a Yhwh como a aquel de quien recibe todo bien y
si está dispuesto a guardar sus mandamientos. El "bienestar" no es una empresa o
una conquista de Israel ni una cosa lógica y que vaya por sí misma. Sigue siendo
un "milagro" de Yhwh, incluso en la tierra prometida. En otras palabras: Israel
tiene que aprender la lección del desierto: solamente una sociedad que escucha
la palabra de Yhwh y la pone en práctica es una sociedad sana y viva. Una
sociedad que intenta construirse sin referencia alguna a Dios, con solas sus
fuerzas, es una sociedad enferma, que va al encuentro de mil corrupciones y
enfermedades, es decir, que no sale del desierto.
El desierto es una prueba para saber si Israel cree de
verdad en Dios: "El Señor, vuestro Dios, quiere probaros para ver si realmente
le amáis con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma" (Dt 13,4).
4. FINITUD Y LIBERTAD. El desierto es un lugar
árido y estéril. Según Núm 20,5 el desierto es un "lugar maldito, un lugar en el
que no se puede sembrar nada; que no tiene viñas, ni higueras, ni granados y
donde ni siquiera hay agua para beber". El desierto es el lugar en que la
actividad humana no puede producir; es el símbolo de la esterilidad y de la
muerte. Por consiguiente, es el símbolo de la finitud y de las limitaciones
humanas; pero al mismo tiempo es el lugar de la fuerza vivificadora de Dios, que
da el agua y el maná juntamente con su palabra. En el desierto Israel aprendió
que no es posible una existencia humana si no se deja alimentar por Dios. Por
eso el desierto es la prueba de la fe.
Pero en el desierto Israel tiene también la
oportunidad de aprender a caminar con su Dios hacia la libertad. Egipto era una
sociedad que hacía esclavos, aun
cuando diera la posibilidad de saciar todos los días el hambre sin necesidad de
preocuparse por el mañana. Era además una sociedad enferma, llena de "llagas",
es decir, corrompida y corruptora, que en definitiva conduce a la muerte (cf la
muerte de los primogénitos).
Los israelitas añoran a veces aquel pasado, porque "¡se
estaba mejor cuando se estaba peor!". Por eso mismo le decían a Moisés: "¡Ojalá
hubiéramos muerto por mano del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos junto a
las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos!" (Ex 16,3).
Yhwh liberó a su pueblo de la esclavitud de Egipto, es
decir, de una sociedad y de una cultura que esclavizaba y explotaba a los
hombres sin darles la salvación. Egipto era realmente una sociedad enferma, que
llaga tras llaga no sabía otra cosa más que producir la muerte. En el desierto
Yhwh reúne a su pueblo, le da el pan que necesita y una ordenación social (la
tórah), porque quiere hacer que nazca una nueva sociedad que obedezca a la
voz de Dios y que por eso esté sana y viva. Yhwh es el médico de Israel.
El ideal al que quiere conducir la prueba del desierto es
la libertad. Pero la libertad tiene que "conquistarse" a través de la prueba,
del riesgo y del sufrimiento. Más aún; la libertad es un don de Dios, que no
puede convertirse en realidad humana más que a través de la responsabilidad y de
la disponibilidad de los hombres. Israel tiene que saber además que no ha
entrado nunca de forma definitiva en la tierra prometida, ya que su vida sigue
estando "en el desierto", es decir, es una vida limitada y puesta a prueba.
II. NUEVO TESTAMENTO. En tiempos del NT los esenios
de Qumrán habían situado el centro de su comunidad en el desierto. Para los
esenios el desierto no era tampoco la morada ideal, definitiva, sino solamente
un medio, una especie de "rito de paso". Tampoco /Juan Bautista, que
probablemente mantuvo ciertos contactos con Qumrán, propuso una mística del
desierto; lo que él hace no es invitar a retirarse al desierto, sino enviar a
cada uno de nuevo a su trabajo después del rito del bautismo y de la conversión
de sus pecados (Lc 3,10-14).
1. JESÚS TENTADO EN EL DESIERTO.
Jesús fue impulsado por el Espíritu al desierto para ser tentado (Mt 4,1-11 y
par). La tentación es superada mediante la entrega de sí mismo a Dios y a su
palabra (cf las citas de Dt 8,3; 6,16; 6,13). Lo mismo que para Israel, también
para Jesús el desierto es el lugar de la prueba. La fidelidad de Jesús en la
prueba transforma además el desierto en un lugar paradisíaco: "Vivía entre las
bestias salvajes, pero los ángeles le servían" (Mc 1,13).
Varias veces, durante su vida pública, Jesús se retiró a
"un lugar desierto" para rezar o para huir del fanatismo mesiánico de la gente (cf
Mt 14,13; Mc 1,35.45; 6,31; Lc 4,42). Pero en estos pasajes no se trata ya del
propio y verdadero "desierto". Jesús se refugia en algún lugar solitario.
En los evangelios no vuelve ya a aparecer el tema del
desierto. Con Jesús ha venido ya la hora de la salvación definitiva; ya no hay
escasez de agua, ni de comida, ni de luz, ni de paz, ni de prosperidad. Jesús da
el agua viva; él es el pan del cielo, él es la luz del mundo, él es nuestra paz,
él es el camino, la verdad y la vida. ¡El desierto ha dejado de existir! Jesús
multiplica los panes "en un lugar desierto" (Mt 14,13-21 y par): de esta manera
transforma el desierto en un lugar de prosperidad y de abundancia. Lo que
aconteció a Israel durante su permanencia en el desierto "les sucedió para que
escarmentaran, y fue escrito como aviso para nosotros, que vivimos en los
tiempos definitivos" (1 Cor 10,11). Jesucristo es nuestro éxodo, nuestro
"desierto", nuestra tierra prometida. Para el cristiano, la "espiritualidad del
desierto" no puede significar más que búsqueda de Jesucristo como "camino,
verdad, vida" (Jn 14,6), para atravesar el "terrible desierto" que es el mundo y
llegar a la tierra prometida de la vida eterna.
2. EL DESIERTO-SALVACIÓN. En Heb 3,8-11 el desierto sigue
siendo el lugar de la desobediencia y de la rebelión contra Dios. Mas el NT fue
poco a poco realizando cierta idealización y simbolización del desierto como
lugar de gracia, de prodigios y de milagros (He 7,36), de asistencia de Dios (He
13,18), de revelación de las palabras de vida (He 7,38), de presencia de Dios en
medio de su pueblo (He 7,44). Pero en realidad es la salvación de Dios —no el
desierto como tal— lo que se exalta.
El judaísmo desarrolló igualmente la convicción de que el
mesías se aparecería en el desierto. Así pensaba aquel egipcio que condujo al
desierto a cuatro mil guerrilleros (He 21,38). Así se explica la advertencia de
Mt 24,26: "Si os dicen que está en el desierto, no salgáis".
Parece también estar presente en l Ap 12,6 una visión del
desierto como lugar de refugio ante la espera de la llegada del mesías: "Y la
mujer (la Iglesia) huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios,
para ser alimentada allí". Lo mismo ocurre en Ap 12,14: "Pero dieron a la mujer
dos alas de águila real para volar al desierto, el lugar donde es alimentada por
un tiempo, dos tiempos y medio tiempo lejos de la vista de la serpiente
(Satanás)". En este texto, volar al desierto no significa otra cosa más que
refugiarse en Dios, bajo su protección.
BIBL.:
COATS G.W., Rebellion of Israel in the
Wilderness, Nashville 1968; LACK
R., Desierto,
en Nuevo Diccionario de Espiritualidad (a
cargo de S. de Fiores y T. Goffi), Ed. Paulinas, Madrid 19893,
339345; STOCK A., The Way in the Wilderness: Exodus, Wilderness and the Moses
Themes in the OT and New, Nueva York 1969; TALMON S., midbar, en
Theologisches Wdrterbuch zum Alten Testament IV, Stuttgard 1983, 660695;
TESTA E., II deserto come ideale,
en "Liber Annuus Franc." 7 (1956) 552; THOMAS
Ch., LEON DUFOUR X., Desierto, en Vocabulario de Teología
Bíblica, Barcelona 1980, 226-229.
A. Bonora
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