El d. se suele definir como «quietud, reposo o pausa en el trabajo». Esta
definición está de acuerdo con los dos componentes de la palabra.
«Des-cansar» es deshacerse del cansancio, para lo cual resulta
imprescindible dejar de hacer lo que cansa, es decir, suspender el trabajo
y todo lo que le sea equivalente por llevar consigo un cierto esfuerzo que
importa reparar. Desde el punto de vista de la doctrina social cristiana,
el d. es objeto de un tratamiento moral, no simplemente físico o
biológico. Y, a su vez, dentro de esa misma perspectiva, es la concepción
cristiana de la vida lo que en último término fundamenta las normas
correspondientes. Ello quiere decir que también se asumen los principios
de índole filosófica relacionados con el tema del d., bien que sin
atribuirles el papel de un criterio final y decisivo.
Los fundamentos filosóficos. Para el hombre, el d. es ante todo una exigencia o necesidad natural, cuyo fin es reparar las energías gastadas. Al servicio de esta necesidad existe la respectiva inclinación, que es asimismo de carácter natural. Sin embargo, el d. que el hombre necesita tiene aspectos distintos a los de un hecho puramente biológico. Si no poseyese más que este carácter, el d. no podría ser el objeto de un verdadero deber, y este deber existe, por lo pronto, con relación al d. pasivo. El reposo del cuerpo y de la mente, aunque es una exigencia fisiológica, se halla, hasta cierto punto, bajo el arbitrio humano, como se ve, p. ej., en lo que atañe a su efectiva duración, puesto que es posible regularla para evitar que exceda de la precisa o que sea superior a la que pide la conservación de la salud.
Pero ocurre, además, que hay para el hombre formas de descansar que no consisten en entregarse al sueño, ni tampoco en un puro y simple no hacer nada. El hombre tiene también una tendencia o inclinación natural a salir de la esfera del trabajo y de sus condiciones y supuestos. La vida humana no se reduce a trabajar y a hacer todo lo posible y necesario (entre otras cosas, el d. pasivo) para «seguir trabajando». La inclinación del hombre a trascender el ámbito laboral y todos sus requisitos es, en último término, el reflejo de una dimensión superior de nuestro ser: la que se ordena a los valores más altos, con relación a los cuales los otros son simples medios. El trabajo es, de suyo, una actividad utilitaria y, aunque realmente se lleve a cabo de una manera grata, no por ello deja de tener, en una forma objetiva, el carácter de un medio y no el de un fin. Por lo demás, es bien sabido que un trabajo puede servir como d. de otro. Dentro de ciertos límites, esto es una verdad indiscutible, pero la ética no se preocupa tanto de estos límites, cuanto de limitar, en general, todas las actividades laborales, sean o no gratas de cumplir, para que el hombre disponga de un «tiempo libre» en el que le sea posible dedicarse, no a la vacía ociosidad, sino al ocio (v.) por el que activamente entra en contacto con los valores supremos de la vida. O, dicho de otra manera: la exigencia moral del tiempo libre no tiene como finalidad la de que el hombre logre «divertirse» en la acepción más fácil de la palabra (aunque ello también es lícito y naturalmente conveniente), sino hacer que se ejerzan y actualicen las posibilidades superiores de la existencia humana. El hombre, para realizarse por completo, ha de atender a estas posibilidades. De ahí, el mandato moral del tiempo libre que ha de llenarse con ellas.
El sentido cristiano del descanso. La ética social del cristianismo, o doctrina social cristiana, recoge este imperativo moral del tiempo libre y lo eleva hasta el plano de las verdades sobrenaturales, precisamente, para conferirle un valor y sentido sobrenatural, que no es opuesto, sino superior, al de la pura y simple naturaleza. La especial referencia al cumplimiento de los deberes estrictamente religiosos no significa que los demás aspectos integrables en el d. activo sean de poco interés, o indiferentes, desde el punto de vista de la doctrina social cristiana. Por el contrario, al considerarlos también como formas y partes del tiempo libre, esta doctrina les asigna un puesto en ese tiempo, reservando otro puesto para la práctica de los deberes que conciernen, de una manera propia y muy específica, a la dimensión sobrenatural de la vida humana. Ahora bien, esta misma «distinción» entre lo específicamente sobrenatural y lo que por sí solo no tiene tal carácter, lejos de concebirse como una «separación», debe entenderse como una «unidad vital», para lo cual hace falta que lo sobrenatural, en vez de aislarse, se proyecte y extienda hacia todas las otras dimensiones, impregnándolas de su sentido propio. Pero, a su vez, ello sería inviable, si el foco que ha de irradiar su luz y su calor hacia las otras zonas del tiempo libre (como, también, hacia las del tiempo laboral) no fuese objeto de una especial atención y no tuviese reservado un puesto de rango fundamental y primordial.
Veamos algunos textos que se complementan entre sí. «Unido con la religión, dice León XIII, el descanso aparta al hombre del trabajo y de las preocupaciones de la vida diaria, volviéndole hacia los bienes, en los que es preciso que medite, y permitiéndole rendirle a Dios el culto que en justicia le debe. Tal es, de una manera principal, la naturaleza y la causa del descanso que es necesario tomar en los días festivos y que Dios sancionó con uno de los mandatos esenciales del Viejo Testamento» (Rerum novarum, 30). Y, en otra ocasión, el mismo León XIII insiste con los siguientes términos: «Tenéis derecho a la libertad que os hace falta para cumplir vuestros deberes religiosos y, por tanto, al descanso dominical. Aprovechadlo para santificar el día del Señor y para atraer sobre vosotros y sobre vuestras familias las bendiciones del cielo» (Grande est ma joie, 8). En ambos textos, el d. resulta fundamentado, de un modo principal, aunque no exclusivo, en el derecho y el deber de cumplir las -exigencias sobrenaturales de la vida del hombre. Con ello, en definitiva, se mantiene y renueva, actualizándolo, el precepto divino que aparece expresamente formulado en la enseñanza de las Escrituras.
Para evitar un excesivo número de citas, limitémonos a añadir un texto más reciente. «Todos los que trabajan, afirma el Conc. Vaticano II, deben tener la posibilidad de desarrollar sus cualidades y su personalidad, precisamente en el trabajo mismo. Pero después de haber aplicado responsablemente su tiempo y sus energías a este trabajo, tienen derecho a un tiempo de reposo y descanso que les permita una vida familiar, cultural, social y religiosa. Y es menester también que tengan la posibilidad de entregarse libremente al perfeccionamiento de las aptitudes cuyo ejercicio no encuentra acaso en el trabajo cotidiano las oportunidades suficientes» (Const. Gatidium et spes, 67).
En general, los pensadores cristianos (teólogos, filósofos y escritores de toda clase) han mantenido y desarrollado esta doctrina frente a los más extremos «activismos», renovando el concepto griego del «ocio» y confiriéndole una significación social que en esta idea estaba sumamente restringida. La doctrina cristiana sobre la dignidad personal de todos los hombres tenía que repetir también este punto, y así, en efecto, lo ha hecho, de una manera cada vez más clara. No obstante, sería excesivo decir, como algunos sostienen, que la Antigüedad precristiana negó al esclavo el derecho a la libertad de la contemplación espiritual. La apología de la verdad cristiana no necesita de estas «demagogias» que, sobre ser, pese a su falsedad, bastante ingenuas, no nos dan una idea de la verdadera aportación del cristianismo. Esta aportación, lo mismo en lo que se refiere al tema del d., que en las demás cuestiones, no es formalmente una actitud polémica, sino una integración del ser humano bajo el signo, radicalmente positivo, de su dimensión sobrenatural. V. t.: Ocio 1.
Los fundamentos filosóficos. Para el hombre, el d. es ante todo una exigencia o necesidad natural, cuyo fin es reparar las energías gastadas. Al servicio de esta necesidad existe la respectiva inclinación, que es asimismo de carácter natural. Sin embargo, el d. que el hombre necesita tiene aspectos distintos a los de un hecho puramente biológico. Si no poseyese más que este carácter, el d. no podría ser el objeto de un verdadero deber, y este deber existe, por lo pronto, con relación al d. pasivo. El reposo del cuerpo y de la mente, aunque es una exigencia fisiológica, se halla, hasta cierto punto, bajo el arbitrio humano, como se ve, p. ej., en lo que atañe a su efectiva duración, puesto que es posible regularla para evitar que exceda de la precisa o que sea superior a la que pide la conservación de la salud.
Pero ocurre, además, que hay para el hombre formas de descansar que no consisten en entregarse al sueño, ni tampoco en un puro y simple no hacer nada. El hombre tiene también una tendencia o inclinación natural a salir de la esfera del trabajo y de sus condiciones y supuestos. La vida humana no se reduce a trabajar y a hacer todo lo posible y necesario (entre otras cosas, el d. pasivo) para «seguir trabajando». La inclinación del hombre a trascender el ámbito laboral y todos sus requisitos es, en último término, el reflejo de una dimensión superior de nuestro ser: la que se ordena a los valores más altos, con relación a los cuales los otros son simples medios. El trabajo es, de suyo, una actividad utilitaria y, aunque realmente se lleve a cabo de una manera grata, no por ello deja de tener, en una forma objetiva, el carácter de un medio y no el de un fin. Por lo demás, es bien sabido que un trabajo puede servir como d. de otro. Dentro de ciertos límites, esto es una verdad indiscutible, pero la ética no se preocupa tanto de estos límites, cuanto de limitar, en general, todas las actividades laborales, sean o no gratas de cumplir, para que el hombre disponga de un «tiempo libre» en el que le sea posible dedicarse, no a la vacía ociosidad, sino al ocio (v.) por el que activamente entra en contacto con los valores supremos de la vida. O, dicho de otra manera: la exigencia moral del tiempo libre no tiene como finalidad la de que el hombre logre «divertirse» en la acepción más fácil de la palabra (aunque ello también es lícito y naturalmente conveniente), sino hacer que se ejerzan y actualicen las posibilidades superiores de la existencia humana. El hombre, para realizarse por completo, ha de atender a estas posibilidades. De ahí, el mandato moral del tiempo libre que ha de llenarse con ellas.
El sentido cristiano del descanso. La ética social del cristianismo, o doctrina social cristiana, recoge este imperativo moral del tiempo libre y lo eleva hasta el plano de las verdades sobrenaturales, precisamente, para conferirle un valor y sentido sobrenatural, que no es opuesto, sino superior, al de la pura y simple naturaleza. La especial referencia al cumplimiento de los deberes estrictamente religiosos no significa que los demás aspectos integrables en el d. activo sean de poco interés, o indiferentes, desde el punto de vista de la doctrina social cristiana. Por el contrario, al considerarlos también como formas y partes del tiempo libre, esta doctrina les asigna un puesto en ese tiempo, reservando otro puesto para la práctica de los deberes que conciernen, de una manera propia y muy específica, a la dimensión sobrenatural de la vida humana. Ahora bien, esta misma «distinción» entre lo específicamente sobrenatural y lo que por sí solo no tiene tal carácter, lejos de concebirse como una «separación», debe entenderse como una «unidad vital», para lo cual hace falta que lo sobrenatural, en vez de aislarse, se proyecte y extienda hacia todas las otras dimensiones, impregnándolas de su sentido propio. Pero, a su vez, ello sería inviable, si el foco que ha de irradiar su luz y su calor hacia las otras zonas del tiempo libre (como, también, hacia las del tiempo laboral) no fuese objeto de una especial atención y no tuviese reservado un puesto de rango fundamental y primordial.
Veamos algunos textos que se complementan entre sí. «Unido con la religión, dice León XIII, el descanso aparta al hombre del trabajo y de las preocupaciones de la vida diaria, volviéndole hacia los bienes, en los que es preciso que medite, y permitiéndole rendirle a Dios el culto que en justicia le debe. Tal es, de una manera principal, la naturaleza y la causa del descanso que es necesario tomar en los días festivos y que Dios sancionó con uno de los mandatos esenciales del Viejo Testamento» (Rerum novarum, 30). Y, en otra ocasión, el mismo León XIII insiste con los siguientes términos: «Tenéis derecho a la libertad que os hace falta para cumplir vuestros deberes religiosos y, por tanto, al descanso dominical. Aprovechadlo para santificar el día del Señor y para atraer sobre vosotros y sobre vuestras familias las bendiciones del cielo» (Grande est ma joie, 8). En ambos textos, el d. resulta fundamentado, de un modo principal, aunque no exclusivo, en el derecho y el deber de cumplir las -exigencias sobrenaturales de la vida del hombre. Con ello, en definitiva, se mantiene y renueva, actualizándolo, el precepto divino que aparece expresamente formulado en la enseñanza de las Escrituras.
Para evitar un excesivo número de citas, limitémonos a añadir un texto más reciente. «Todos los que trabajan, afirma el Conc. Vaticano II, deben tener la posibilidad de desarrollar sus cualidades y su personalidad, precisamente en el trabajo mismo. Pero después de haber aplicado responsablemente su tiempo y sus energías a este trabajo, tienen derecho a un tiempo de reposo y descanso que les permita una vida familiar, cultural, social y religiosa. Y es menester también que tengan la posibilidad de entregarse libremente al perfeccionamiento de las aptitudes cuyo ejercicio no encuentra acaso en el trabajo cotidiano las oportunidades suficientes» (Const. Gatidium et spes, 67).
En general, los pensadores cristianos (teólogos, filósofos y escritores de toda clase) han mantenido y desarrollado esta doctrina frente a los más extremos «activismos», renovando el concepto griego del «ocio» y confiriéndole una significación social que en esta idea estaba sumamente restringida. La doctrina cristiana sobre la dignidad personal de todos los hombres tenía que repetir también este punto, y así, en efecto, lo ha hecho, de una manera cada vez más clara. No obstante, sería excesivo decir, como algunos sostienen, que la Antigüedad precristiana negó al esclavo el derecho a la libertad de la contemplación espiritual. La apología de la verdad cristiana no necesita de estas «demagogias» que, sobre ser, pese a su falsedad, bastante ingenuas, no nos dan una idea de la verdadera aportación del cristianismo. Esta aportación, lo mismo en lo que se refiere al tema del d., que en las demás cuestiones, no es formalmente una actitud polémica, sino una integración del ser humano bajo el signo, radicalmente positivo, de su dimensión sobrenatural. V. t.: Ocio 1.
BIBL.: R. GUARDINI, El domingo,
ayer, hoy, siempre, Madrid 1960; P. LAIN ENTRALGO, Ocio y trabajo, «Rev.
de Occidente», Madrid 1960; H. MEINHOLD, Sábado y domingo, «Rev, de
Occidente», Madrid 1929; A. MILLAN PUELLES, La función social de los
saberes liberales, Madrid 1961; 1. PIEPER, El ocio y la vida intelectual,
Madrid 1962; 1. SILES SALINAS, El ocio, la contemplación, la intimidad,
«Atlántida» Madrid 1970, 362-386.
A. MILLAN PUELLES.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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