sábado, 26 de septiembre de 2015

DEMÓCRITO


Filósofo griego, sistematizador de la teoría atomista, esbozada anteriormente por Leucipo de Mileto. Por ello se le considera como el padre del atomismo. Su influencia en la historia del pensar filosófico ha sido muy notable y profunda (v. ATOMISMO).
     
      La cronología sobre D. es dudosa, debido a la existencia de dos fuentes contradictorias entre sí, Apolodoro y Trasilo. Aceptando la primera como la más segura, n. entre los a. 460-457 a. C., en Abdera, ciudad de la Tracia, región situada al SE de la Península Balcánica, entre el Ponto Euxino y Macedonia. Hizo numerosos viajes, y estuvo en Atenas en uno de ellos. Parece ser que sobrepasó los 100 años de edad (Diógenes Laercio, IX,43). Alcanzó gran fama y recibió honores públicos (íd, IX,39). Su estilo como escritor fue muy apreciado por los antiguos, que le asemejaban a Platón (Cicerón, De oratore, 1,20,67). M. entre 370-360. Nos ha llegado un catálogo de sus obras, debido a Trasilo de Mendes (Diógenes Laercio, IX,45-49), en el que aparecen divididas en cinco grupos: Libros físicos, matemáticos, éticos, filológicos y técnicos. Pero muchas de ellas no son auténticas.
     
      Física. Es la parte fundamental del pensamiento de D. En ella intenta resolver el principal problema planteado por los presocráticos (v.), el del arqué o principio originario de las cosas, que concilia el inmovilismo de Parménides (v.) y el movilismo de Heráclito (v.). Para explicar el origen y nacimiento de lo real, de las cosas visibles, D. establece tres principios (Diels, 67A6): el ser material y compacto (reflejo de Parménides), el movimiento (de filiación heraclítea) y el vacío (condición necesaria para el movimiento). El ser, desgarrado por el vacío, se divide en una pluralidad de partículas elementales, cuya característica fundamental es su indivisibilidad; de ahí que las denominara, con gran fortuna, atómoi (indivisibles). Además de esta propiedad, los átomos gozan de otras muchas. Son eternos, compactos, indestructibles, infinitos en número, sin distinción cualitativa entre ellos, invisibles. Las diferencias entre los átomos se deben a motivos puramente cuantitativos, al tamaño (megetos) y a la forma (squema) (Aristóteles, Física, III,4,203al6). Basándose en su atomismo, D. nos dará una explicación radicalmente mecanicista (v. MECANICISMo) de la constitución de los cuerpos. El movimiento de los átomos en el vacío es el deus ex machina que producirá los seres reales. Se ha discutido cuál sería la causa originadora de este movimiento. Zeller sostiene que D. la atribuyó a las diferencias de peso, o al menos a la pesantez (bayos) de los átomos. Pero la mayor parte de los críticos niegan que D. haya asignado peso a los átomos (esto sería una aportación de Epicuro (v.), correctora de las tesis de D.), explicando el movimiento de los mismos como una propiedad connatural a ellos; tal es la opinión de Burnet, Hamelin y Brun. Los átomos, en su movimiento, chocan entre sí y de estos choques se producen uniones de átomos que dan lugar a los cuerpos. D. no explica cómo es posible que los átomos, al moverse en el vacío, experimenten colisiones; en efecto, el movimiento atómico debería realizarse, lógicamente, en trayectorias verticales y paralelas entre sí; para resolver esta dificultad, introduciría posteriormente Epicuro la noción de clinamen o desviación de los átomos.
     
      Todo cuerpo no es sino una agregación de átomos. ¿Cómo explicar la pluralidad y diversidad de los seres reales? Los cuerpos deben sus diferencias a dos causas. Una, derivada de la misma estructura de los átomos, ya que éstos se diferencian entre sí por el tamaño y la forma. Otra, a las relaciones de los átomos entre sí en el seno de los cuerpos. En efecto, la unión de átomos del mismo tamaño y forma pueden dar lugar a cuerpos distintos, según el orden de colocación (taxis) y la posición (tesis) de los mismos. Aristóteles (Metafísica, 1,4, 985b4) ilustra esta cuestión tomando como átomos las letras del alfabeto. La unión de dos átomos, A y N, puede dar lugar a diversos cuerpos, ya a causa del orden de colocación (AN o NA), ya debido a la posición (AN o d esta última en posición invertida respecto de la primera). Con esta concepción sobre la constitución de los cuerpos, D. defiende un mecanicismo a ultranza. Todo se explica por la materia y el movimiento de la misma, regido por leyes estrictamente mecánicas. Las cualidades sensibles se reducen a datos puramente cuantitativos. La rugosidad de un cuerpo se explica porque los átomos que lo integran son picudos. La suavidad, porque son redondeados. Y así ocurre con todas las demás cualidades.
     
      Igualmente D. elimina de su sistema todo cambio sustancial o cualitativo (v. CAMBIO). El cambio sustancial de generación se limita, como hemos dicho, a una unión de átomos (sincrisis); el de corrupción, a una disgregación atómica (diascrisis). Los cambios accidentales de carácter cualitativo se reducen a mutaciones locales en la ordenación y la posición de los átomos integrantes de un cuerpo. Materia y movimiento local dan cumplida cuenta de todo fenómeno natural.
     
      Psicología. El alma está integrada por átomos sutiles esféricos e ígneos. El alma es el menos corpóreo de todos los seres naturales, debido a la sutilidad de los átomos componentes (Filopón, De anima, 83,27). El alma se nutre, mediante la respiración, de los átomos ígneos que hay en el medio ambiente. Cuando cesa esta nutrición, el alma se destruye y se produce la muerte (Aristóteles, De respiratione, 771b30). La sensación se produce por el contacto entre los órganos sensoriales y ciertos efluvios (eidola) emitidos por los cuerpos. Dichos efluvios, a modo de reproducciones minimizadas de los cuerpos emisores, nos permiten conocer a éstos, si bien hay que tener en cuenta que lo que posteriormente se llamarán cualidades secundarias (V. MECANICISMo) no tienen para D. validez objetiva, siendo sólo afecciones del sujeto cognoscente.
     
      Epistemología. La distinción, en cierto modo ya clásica desde Heráclito y Parménides, entre conocimiento verdadero y opinión, es aceptada por D. Distingue entre el conocimiento claro, genuino, verdadero (gnesie) y el oscuro, espúreo, falso (scotie). El primero es el que nos lleva a admitir que lo único real es el átomo, sus propiedades cuantitativas y el movimiento local. El segundo, el que nos induce a error, haciéndonos creer en la existencia de lo cualitativo en el Universo. De ahí que no se pueda, como se ha hecho en alguna ocasión, asimilar el conocimiento oscuro con el sensible, con la sensación. Esta nos puede llevar, ya a la verdad, cuando nos da a conocer las propiedades materiales de las cosas, ya al error, si nos presenta como real lo meramente cualitativo, caso, p. ej., de la sensación olfativa. Lo que es preciso es depurar el conocimiento sensible mediante la razón, con lo que, por una parte, corregiremos las sensaciones inadecuadas y, por otra, llegaremos al conocimiento de realidades inasequibles a los sentidos, caso de los propios átomos.
     
      Ética. El ideal ético de D. es la epitimia, la tranquilidad de ánimo. No se consigue mediante el placer, sino que consiste en un estado en el que el ánimo está en calma, liberado del temor y de la pasión (Diógenes Laercio, IX,45). La moral de D., aun careciendo de un fundamento ontológico adecuado, es de gran elevación. Los deseos humanos deben ser equilibrados, alejándose tanto de lo mucho como de lo poco, ya que los extremos opuestos ni son seguros ni producen la tranquilidad (en esto puede verse un antecedente del «justo medio» aristotélico). El hombre no puede encontrar la epitimia ni en los placeres sensibles, ni en las rique2as, ni en los honores, ya que por su naturaleza pueden perderse y de hecho se pierden. El hombre que alcanza la tranquilidad de ánimo es autárquico, se basta a sí mismo. No obstante, como condición de la vida social, D. reconoce la necesidad de las leyes, que procuran grandes ventajas a la vida humana, lo que especialmente se debe a que el estado perfecto no es fácilmente asequible. Parece inclinarse a la democracia como forma de gobierno.
     
      La filosofía de D. tiene en su haber una gran aportación al saber humano: la noción de átomo. El intento de explicar la Naturaleza mediante los átomos y las leyes mecánicas que los regulan supone una anticipación genial de las modernas concepciones físicas. Por otra parte, su ética, pese a carecer de sistematización y de un fundamento sólido metafísico, encierra una dignidad innegable. El defecto capital de D. ha sido el querer extender su concepción mecanicista, válida en un orden estrictamente físico-cuantitativo, a otros estratos de lo real, p. ej., el psicológico, en el que es inadmisible, incurriendo en el fallo de todo mecanicismo radical y absoluto.
     
      V. t.: LEUCIPO; ATOMISTAS.
     
     
BIBL.: DEMóCRITO, Fragmentos, en Diels-Franz, 68 (55); LEUCIFO y DEMÓCRITO, Fragmentos, Madrid 1964; Q. S. KIRK y 1. E. RAVEN, Los filósofos presocráticos, Madrid 1969; V. E. ALFIERI, Gli atomisti, frammenti e testimonianze, Bar¡ 1936; V. FAZIO-ALLMAYER, Studi sull'atomismo greco, Palermo 1911; C. BAILEY, The greek atomists and Epicurus, Oxford 1928; M. SOLOVINE, Démocrite. Doctrines et reflexions morales, París 1938; F. ENRIQUESM. MAZZIOTTI, La dottrina di Democrito d'Abdera, Bolonia 1948; F. MESIANO, La morale materialistica di Democrito d'Abdera, Florencia 1951; V. E. ALFIERI, Atomos idea, Florencia 1953.

J. BARRIO GUTIÉRREZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991

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