SUMARIO
I.
Historia de la tradición.
II.
Análisis.
III.
Significado:
1. Decálogo, historia y pacto;
2. En el judaísmo tardío;
3. En el Nuevo Testamento
4. En la Iglesia antigua;
5. Para el creyente de hoy.
1. Decálogo, historia y pacto;
2. En el judaísmo tardío;
3. En el Nuevo Testamento
4. En la Iglesia antigua;
5. Para el creyente de hoy.
El
decálogo trae su denominación de la tradición patrística (el término griego
dekálogos aparece por primera vez en IRENEO, Adv. Haer. 4,15,1, y
en To1.011150, Ep. ad Floram 3,2), mientras que en la Biblia se usa la
expresión "las diez palabras" de Yhwh (cf Éx 34,28; Dt 4,13;
10,4: textos analizados a fondo por M. LESTIENNE, Les dix "paroles"
484-492). En los textos bíblicos se presenta la lista de los diez
mandamientos, que constituyen la base de la alianza de Dios con su pueblo en el
Sinaí. El número no se justifica por un pretendido valor simbólico; parece
más bien tener una función pedagógica, pudiéndose numerar los mandamientos
con los dedos de las manos (así H. GUNKEL, Die
altorientalischen fiteraturen, 75).
I.
Historia de la tradición
Hoy
poseemos dos redacciones escriturísticas del decálogo en Éx 20,217 y
en Dt 5,6-21. El texto de Éx se encuentra
incluido en la narración elohísta de la revelación divina del Sinaí (cc. 19-24),
que se remonta al siglo vlii. El decálogo de Dt forma parte del código
deuteronómico, que comprende los capítulos 5-26 del libro, y que se
remonta al siglo vii. Poniendo los dos textos en paralelo se pueden notar
fácilmente algunas diferencias, unas más significativas que otras; en total, 20.
Entre las más importantes hay que destacar la del descanso sabático, que
en Éx se basa en la acción creadora de Dios, que trabajó durante seis días y
descansó el séptimo, mientras que en Dt se evoca la estancia de las tribus
israelitas en tierra de Egipto y la esclavitud. El mismo mandamiento del
descanso sabático es introducido de manera distinta: Éx obliga a
"acordarse" del sábado, mientras que Dt añade "observar"
el día séptimo. En el último mandamiento, la redacción de Dt pone delante a
la mujer del prójimo respecto a su casa como objeto de
"concupiscencia", mientras que Ex enumera a la mujer entre los bienes
que pertenecen al prójimo. No es el momento de tomar nota de otras diferencias.
Dejando
de lado las características de cada una de las dos redacciones y las
ampliaciones del Dt, es posible reconstruir un texto del decálogo que
constituya el fondo común de las redacciones bíblicas (Grundfoxm en
alemán). Pero no conseguiremos una versión del decálogo que pueda reivindicar
ser la matriz de nuestras dos redacciones, porque es fácil encontrar en el
fondo común la impronta del lenguaje típico de la tradición deuteronomista a
la que se remonta Dt 5,6-21, y que posteriormente ha reelaborado el texto
de Éx 20,2-17. Mucho menos se podría conjeturar que tenemos la forma
original del decálogo (Urform en alemán). Además, se nota que Éx 20,2-17
ha sido incluido de modo forzado en la narración elohísta de la alianza
del Sinaí (Éx 19-24), porque no es continuación de lo anterior.
Efectivamente, la conclusión del capítulo 19 tiene su continuidad lógica en
el capítulo 24. Nuestro decálogo y el llamado código de la alianza (Ex
20,22-23,33) son inclusiones en la trama de la narración. Lo que
significa que la redacción del decálogo de Éx 20,2-17, aun
perteneciendo a un bloque de origen elohísta del siglo vln, no es elohísta en
la forma en que nos ha llegado a nosotros. Tanto la redacción del Dt como la
del Ex en su forma actual se remontan no más allá del siglo vil, y propiamente
son un texto de tradición deuteronomista. Estamos, por lo tanto, muy lejos de
los tiempos del Sinaí y de Moisés. Sin embargo, no es imposible remontarse en
el tiempo y trazar la larga historia que hay detrás del decálogo presente en
Éx 20,2-17 y en Dt 5,621. Esto nos permitirá también ver cómo
la historia del decálogo no acabó con la redacción deuteronomista del siglo
vn, sino que continuó con la existencia de Israel hasta la interpretación
última y definitiva en Cristo. El decálogo ha sido una realidad dinámica, en
continua evolución según las exigencias del tiempo y la fe del pueblo.
El
texto del decálogo común a Éx y Dt aparece poco homogéneo desde el punto de
vista formal; mientras los dos primeros mandamientos (prohibición de adorar a
otros dioses y de hacerse estatuas de la
divinidad) son presentados en primera persona como expresados por Dios, todos
los demás son propiamente sólo palabra profética, anunciadora de la voluntad
de Dios, que aparece en tercera persona. Además, sólo dos mandamientos (el del
descanso sabático y el de honrar a los padres) están expresados en forma
positiva; los demás aparecen en forma negativa, es decir, como prohibiciones.
Una tercera constatación: algunos mandamientos son enunciados en forma breve y
sintética (p.ej., "No matarás", "No cometerás adulterio",
"No robarás', mientras que otros tienen una formulación más analítica y
llena de motivaciones (p.ej., el mandamiento del descanso sabático y la última
prohibición de "desear" la casa del prójimo, la mujer del prójimo,
su esclavo, su esclava, su buey, su asno).
1)
Por estos aspectos formales, una corriente de especialistas, como, por ejemplo,
J.J. Stamm, E. Nielsen y últimamente A. Lemaire, creen poder afirmar que la
forma positiva y la formulación desarrollada y analítica son resultado de
elaboraciones y actualizaciones sucesivas de un decálogo más antiguo,
expresado de un modo uniforme en una serie de prohibiciones absolutas,
incondicionales, muy breves, del mismo tiempo, por ejemplo, que el mandamiento
"No matarás". Sobre la datación de un Urdekalog así no
faltan quienes lo hacen remontar al tiempo de Moisés, o al menos a la época de
la primera sedentarización de las tribus israelitas en la tierra de Canaán (cf,
p.ej., G. Botterweck, G. von Rad, A. S. Kapelrud), mientras otros, como S.
Mowinckel, se inclinan por una época más reciente, por ejemplo, en tiempo del
profetismo clásico.
En
particular, los defensores de la hipótesis de un decálogo original piensan en
una Urform como la siguiente: -No adorarás a otro Dios; -No
te harás ninguna imagen de Dios; -No nombrarás a Dios en vano; -No trabajarás
en sábado; -No maldecirás a tu padre y a tu madre; -No matarás; -No
cometerás adulterio contra tu prójimo; -No secuestrarás a tu prójimo; -No
serás falso testigo contra tu prójimo; -No "desearás" la casa de tu
prójimo.
Se
cree que la diferencia formal entre los dos primeros mandamientos (expresados en
primera persona) y los otros (en tercera persona) indica un origen distinto. Los
dos primeros serían la expresión más original y típica de la fe de las
tribus israelitas en Yhwh, que no admite junto a sí culto ni adoración de
otros dioses y que no tolera ser encerrado en una estatua. Se trata de
prohibiciones que constituyen un caso único en la historia de las religiones y,
especialmente, desconocidas en el área cultural del Medio Oriente antiguo. De
ahí que sea necesario buscar su fuente en la fe israelita (cf G. von Rad). No
así, en cambio, para los otros mandamientos del decálogo. De la literatura
egipcia, especialmente del Libro de los Muertos, hay paralelismos muy
significativos, que se remontan a una época muy arcaica, premosaica. Además,
analizando las prohibiciones del decálogo, parece probable que se trata de
expresiones éticas típicas de los clanes, en concreto de los clanes israelitas
que se fueron.uniendo para formar el pueblo de Israel (cf E. Gestenberger). No
es, pues, arriesgado, según la hipótesis de G. Botterweck, aunque él lo haga
dando rienda suelta a su creativa imaginación, pensar que fuera el mismo
Moisés, educado en las escuelas de los escribas egipcios, quien diera forma a
la ética propia de los clanes israelitas y, uniendo estas prohibiciones a las
exigencias fundamentales de la exclusiva adoración de Yhwh y de la prohibición
de las imágenes, haya marcado el nacimiento del decálogo, entendido
globalmente como expresión de la voluntad de Yhwh en el pacto sellado con el
pueblo de Israel. La ética de los clanes pasó, de esta forma, a ser
mandamiento del Dios de la alianza.
A
partir de este remoto momento, el decálogo entró a formar parte de la vida y
la historia de Israel, no quedando como una ley inmutable, sino desarrollándose
según las situaciones nuevas que surgían y según el progreso de la fe del
pueblo (cf, p.ej., H. Haag). Ámbito privilegiado de esta vida del decálogo fue
el culto. Cada siete años las tribus israelitas, unidas en la federación
religiosa en torno a la fe de Yhwh, renovaban el pacto con su Dios (cf Dt
31,10-13), proclamando y actualizando siempre los mandamientos. La predicación
profética (p.ej., Os 4,2) exhortaba a la fidelidad a las exigencias del pacto
del Sinaí y encontraba nuevas aplicaciones de los mandamientos de Dios a la
realidad cambiante. La llamada predicación deuteronomista de los círculos
levíticos del reino del Norte incluyó en la tradición judía la riqueza
propia del culto y de la fe de las tribus del Norte. Se originó así el código
deuteronomista (Dt 5-26), que se caracteriza por su teología desarrollada de la
ley entendida como palabra viva de Yhwh. A esta corriente de espiritualidad, que
podemos fijar en los siglos vn y vi, se deben las precisiones contenidas en los
mandamientos sobre las imágenes de Dios, sobre el descanso sabático y sobre el
respeto a la propiedad del prójimo, la reelaboración del primer mandamiento
convertido ahora en la prohibición de la adoración y del culto a los ídolos,
la motivación de la prohibición de invocar a Dios para un testimonio falso, la
referencia al período egipcio de esclavitud como base del mandamiento del
descanso sabático, la promesa de larga vida a los hijos respetuosos con sus
padres.
Tampoco
hay que olvidar la influencia de la corriente sapiencial, a la que se puede
atribuir la formulación positiva de los mandamientos que se refieren al
descanso sabático y al honor debido a los padres, cambio introducido con la
intención de ampliar el ámbito de los mandamientos (cf E. Nielsen). La
tradición sacerdotal puesta por escrito durante el exilio en Babilonia (siglo
m), no estuvo al margen; es seguro que a ella se debe la motivación del
descanso sabático propia del texto del decálogo en la formulación de Éx (cf
20,11).
2)
Sin embargo, hoy prevalece otra orientación en la investigación
histórico-literaria, que considera de escaso o nulo valor científico la
reconstrucción de una Urform del decálogo, puesto que se basa en
presupuestos subjetivos, como la conjetura de que haya existido un Urdekalog,
es decir, una lista original de los diez mandamientos, formulados de manera
apodíctica, negativa y sobre todo muy breve, y la suposición de que las
formulaciones positivas y desarrolladas de los mandamientos del decálogo son
resultado de un desarrollo posterior que tendría su punto de partida lejano en
un decálogo formal y literariamente homogéneo y sintético (cf, p.ej., A.
Jepsen, G. Fohrer, N. Lohfink, H. SchüngelStraumann, L. Perlitt, F.L. Hossfeld,
C. Levüi). Se limita intencionadamente a explicar las dos recensiones del
decálogo de Ex 20 y de Dt 5, sus numerosas y marcadas semejanzas y sus
importantes y no pocas- diferencias. Una concordia discors semejante a la
que se realiza en los evangelios sinópticos y que admite dos explicaciones
fundamentales: la existencia de una Grundform común del decálogo,
fuente de Éx 20 y Dt 5, como mantienen muchos especialistas pertenecientes a
las dos tendencias indicadas antes (cf en particular para la primera y la
segunda, repectivamente, A. Lemaire y N. Lohfmk), o también la hipótesis de la
dependencia de un decálogo respecto al otro, de Éx 20 respecto a Dt 5 (más
exactamente respecto a la tradición deuteronomista), como sostiene con fuerza
F.L. Hossfeld, o de Dt 5 respecto a Éx 20 (cf C. Levin).
En
la investigación histórica con esta segunda orientación, iniciada
recientemente, se distinguen normalmente el decálogo como lista de diez
mandamientos, formado en un tiempo relativamente reciente, y las microunidades
literarias que ahora lo componen y que marcaron su prehistoria. Desde esta
perspectiva, la atención se ha centrado rápidamente en los tres mandamientos
expresados en forma negativa, breve e idéntica de Éx 20 y Dt 5: "No
matarás", "No cometerás adulterio", "No robarás". La
particularidad que los distingue y el hecho de estar seguidos parecen reclamar
un origen distinto (¿y anterior?) al de todo el resto del decálogo. Tanto más
que esta tríada de verbos se halla presente también en Os 4,2 y en Jer 7,9,
aunque como forma de enumerar las infidelidades del pueblo. También los dos
primeros mandamientos forman un bloque unitario, caracterizado por la expresión
directa de Dios en primera persona (yo-tú), bloque atestiguado en el llamado
"decálogo" cultual de Éx 34 (cf w. 14ss). La pareja formada por los
mandamientos del descanso sabático y del respeto a los padres está atestiguada
en otros textos bíblicos, exactamente en la ley de santidad (Lev 19,3). Por
otra parte, en Jer 7,9, junto al trío antes mencionado, encontramos los motivos
temáticos del primer mandamiento y de la prohibición del perjurio. El descanso
sabático aparece también en Éx 23,12 (código de la alianza) y en Éx 34,21
("decálogo" cultual).
Pues
bien, nuestro decálogo habría surgido de la combinación de estas
unidades preexistentes y de la añadidura de este o aquel mandamiento, que
faltaría en la lista de los diez. Sería, por lo tanto, un decálogo reciente,
no anterior al siglo vli, como lista de las "diez palabras", mientras
que sus elementos constitutivos serían más antiguos. También sería reciente
su inclusión en la narración histórica de la teofanía del Sinaí, entre los
capítulos 19 y 24 del actual libro del Éxodo (cf, p.ej., Hossfeld,
Perlitt, SchüngelStraumann). En cambio, otros mantienen que la primitiva
narración de la teofanía no podía faltar en un "decálogo", aunque
estuviera todavía incompleto, porque es factor esencial en la estipulación del
pacto, como dice Éx 24,3 (cf Levin).
De
todas formas, para concluir, se puede decir que, según esta tendencia, el
decálogo no se formó de pronto ni tuvo un origen autónomo e independiente,
sino que se fue constituyendo progresivamente y en dependencia de distintas
fuentes y tradiciones. En "expresión plástica", tomada de Hossfeld
se puede decir que tiene una "biografía , con antepasados (Os 4,2; Jer
7,9), nacimiento (la primera enumeración de mandamientos), crecimiento y
madurez (lista de las diez palabras).
II.
Análisis
El
decálogo está introducido por una autoproclamación de Yhwh, que se presenta
como el Dios liberador del pueblo de su esclavitud en Egipto: "Yo soy Yhwh,
tu Dios, que te he hecho salir del país de Egipto, de la casa de
esclavitud" (cf W. ZIMMERLI, Ich bin Jahwe). Se especifica, desde el
comienzo, que los mandamientos son expresión de la voluntad del propio Dios
salvador.
El
primer mandamiento: "No tendrás otros dioses frente a mí", afirma el
exclusivismo de Yhwh para Israel (cf G vorr Ra.n,Teología del AT I, 237-246).
No es que se niegue la existencia de otras divinidades, incluso se admite
implícitamente; Toque se excluye es que otros dioses sean objeto de culto y de
adoración por parte del pueblo. Más que de monoteísmo habría que hablar de
monolatría: el único Dios que puede entrar en la existencia de Israel es
Yhwh;para la comunidad el único que cuenta es él. La .expresión "frente
a mí" quizá alude al culto en que Yhwh se hacía presente (M. Noth en su
comentario al libro del Éxodo); o también, según otros especialistas,
significa "contra mi derecho", derecho de exclusividad de Yhwh basado
en la acción histórica de liberación de Egipto (cf W.L. MORAN, Adnotationes
in librum Dt., 60).
El
segundo mandamiento: "No te harás ídolos ni imagen alguna" (cf
ZIÑihÍER1.1, Das Zweite Gebot; G. vorr RAD, 246-254), prohibe
representar en estatuas a la divinidad. Se refería originariamente a
representaciones de Yhwh. El precepto contrastaba con la costumbre de los
pueblos vecinos, que consideraban la estatua como el medio del encuentro con
Dios y con su revelación. El sentido del mandamiento no es el de salvaguardar
la espiritualidad de Yhwh,preocupación ésta ausente en Israel y ajena a la
linea del significado que revestía la estatua en los ambientes circundantes. Se
quería, con ello, proteger la libertad de Yhwh, que no es un Dios que el hombre
pueda aferrar ni sometido a la limitación de sus fieles. Por medio de la
estatua, en la que se consideraba presente a la divinidad, se pretendía
dominarla para someterla a los propios deseos. Medio exclusivo de revelación de
Yhwh al pueblo y ámbito único de encuentro es su palabra y su acción en la
historia.
La
posterior ampliación deuteronomista del mandamiento: "No te postrarás
ante ellos y no les servirás", constituye claramente una repetición del
tema del primer mandamiento, en cuanto que en él ya estaban prohibidos la
adoración y el culto dedicados a los ídolos. Lo que significa que para la
interpretación deuteronomista posterior, la prohibición de hacer estatuas,
originariamente aplicada a las representaciones de Yhwh, se refiere a los
ídolos de los dioses extranjeros y a su culto. Y por lo tanto, según esta
interpretación, la prohibición de las imágenes no constituye ya un segundo
mandamiento distinto del primero, sino más bien la continuación y el
desarrollo de este último. Tendríamos así una numeración distinta de los
diez mandamientos según la actualización deuteronomista, que, como veremos
más adelante, para restablecer el número de diez desdoblará el último
mandamiento.
Sigue
después la motivación del exclusivo reconocimiento de Yhwh: "Porque yo,
Yhwh, soy tu Dios, un Dios celoso, que castiga la culpa de los padres en los
hijos hasta la tercera y cuarta generación para los que me odian pero que
demuestra su favor en mil generaciones con quienes me aman y observan mis
mandamientos". Yhwh es un Dios celoso, atento con todas sus fuerzas y su
energía a afirmar su derecho frente al pueblo y a no tolerar a ningún otro
como Dios de aquéllos a quienes él ha liberado de Egipto, dispuesto a castigar
la culpa de la infidelidad, pero infinitamente benévolo con quienes lo aman y
le son fieles.
La
prohibición siguiente: "No pronunciarás en vano el nombre de Yhwh, tu
Dios", es entendida de varios modos. Según una primera línea de
interpretación, que tiene nuestra preferencia, se prohibiría solamente el
perjurio, es decir, el falso testimonio, hecho, como era habitual, en nombre de
Dios (cf A. JEPSEN, Beitrüge, 221-222).
Lo que les importaba resaltar no era tanto el nombre divino, sino la mentira.
Según otros especialistas (cf. M. Noth, G. von Rad en sus respectivos
comentarios a Éx y Dt), en cambio, el mandamiento intentaría proteger el
nombre de Yhwh no sólo del perjurio, sino de cualquier tipo de abuso, como la
magia, la adivinación, los ritos supersticiosos. La motivación "porque
Yhwh no considera inocente a quien pronuncia su nombre en vano" hay que
atribuirla a la tradición deuteronomista. Es también probable que, para esta
última, el mandamiento en su contenido original (prohibición del perjurio) se
haya ido extendiendo a cualquier tipo de abuso del nombre de Yhwh.
El
cuarto mandamiento se refiere al descanso sabático. Ni en su forma original ni
en las dos redacciones de Éx y Dt tiene connotaciones cultuales. Se prohibe
simplemente el trabajo y se manda descansar. La motivación que se da en Dt:
"Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto, y que Yhwh, tu Dios, te
hizo salir de allí con mano potente y brazo extendido", es más
psicológica, mientras que teológicamente es mejor la del Ex, que procede de la
tradición sacerdotal: "Porque en seis días hizo Yhwh el cielo y la tierra
y el mar y todo lo que hay en ellos, pero el día séptimo descansó".
N.
Lohfink ha analizado con precisión la versión de este mandamiento tal y como
lo presenta Dt 5,12-16, destacando en él su construcción literaria tan precisa
de tipo concéntrico y con claras referencias a la introducción del decálogo y
al último mandamiento. El párrafo se abre y se cierra con el motivo "como
te mandó el Señor, tu Dios"/ "El Señor tu Dios te ordenó". La
motivación del mandamiento: el Señor te hizo salir de la tierra de Egipto,
remite a la autoproclamación que encabeza el decálogo: "Yo soy el Señor,
tu Dios, que te saqué de Egipto". Finalmente, la serie "esclavo,
esclava, buey y asno", beneficiarios del descanso sabático, vuelve a
aparecer en el último mandamiento, precisamente en la lista de las propiedades
del prójimo, contra las que no se debe atentar. El especialista deduce, por
tanto, que nos hallamos ante una reelaboración intencionada del mandamiento,
hecha con el objetivo principal de convertirlo en el centro del decálogo, y hay
que atribuirlo a la época del exilio, cuando el descanso sabático se
convirtió en el rasgo distintivo de la identidad religiosa de los israelitas en
tierra extranjera.
El
quinto mandamiento, según la hipótesis de varios especialistas, ha pasado de
una formulación negativa, original, que prohibía maldecir o maltratar a los
padres (cf Éx 21 17; Lev 20,9, y Dt
27,16), a la actual forma positiva, que se preocupa de ampliar el contenido y
alcance del mandamiento: "Honra a tu padre y a tu madre". Pero otros
son de parecer distinto. En todo caso su comprensión depende de la situación
familiar israelita, distinta de la nuestra. En la gran familia vivían los
ancianos padres junto con las familias de sus hijos. Era muy fácil que
surgieran problemas delicados de relación hacia la autoridad de los ancianos.
El verbo "honrar" de la actual formulación es el mismo que se utiliza
en la Biblia para indicar el honor que hay que rendir a Dios (cf E. PAX, Come
dei giusti 92). La promesa de una larga vida, de origen deuteronomista,
indica la bendición divina impartida a los hijos devotos.
El
mandamiento siguiente suena así: "No cometerás homicidio". El verbo
usado en otros pasajes bíblicos se extiende hasta abarcar el homicidio por
imprudencia. Por lo tanto, no se refiere sólo a la muerte voluntaria y
premeditada. Y esto es muestra de indudable arcaísmo del mandamiento. Se
excluyen, en cambio, basándonos siempre en el verbo usado, los casos de las
muertes en la guerra, del suicidio y de la ejecución Capital por sentencia de
tribunal. Se prohíbe el homicidio ilegal, que en lugar de ayudar a la comunidad
la mutila. Se trata, pues, de no verter sangre inocente.
La
prohibición del adulterio no presupone concepción del matrimonio alguna, ni
monogámica ni poligámica. Se prohíbe la acción que viola el matrimonio del
prójimo. Se tutela únicamente el derecho del marido sobre la mujer. Si un
hombre, aunque estuviera casado, se unía a una mujer no casada ni prometida, no
incurría en el crimen prohibido por este mandamiento.
El
mandamiento "No robarás", formulado en las dos redacciones de Éx y
Dt en términos generales, sin especificar nada, según una hipótesis
ampliamente compartida en el pasado pero ahora no aceptada, no se referiría al
derecho de propiedad del prójimo que está protegido en el último mandamiento,
sino al secuestro de una persona libre para reducirla a esclavitud (cf A. ALT, Das
Verbot des Diebstahls ¡ni Dekalog). Ése es el sentido de leyes mucho más
antiguas que nuestro decálogo del Pentateuco (cf Éx 21,16; Lev 19,11). El
mandamiento, pues, prohibía cualquier atentado contra la libertad del prójimo.
Pero si en el fondo tenemos a Os 4,2 y Jer 7,9 entonces queda claro que el
sentido de la prohibición es otro, precisamente un auténtico y verdadero
atentado a la propiedad ajena.
El
mandamiento "No dirás falso testimonio contra tu prójimo" prohíbe
la declaración falsa hecha ante un tribunal contra el prójimo. En Israel era
frecuente el hecho de ser llamados a declarar a favor o contra el acusado. La
causa tenía lugar en las puertas de la ciudad o del pueblo. Y el testimonio de
personas que conocieran al acusado tenía un peso determinante en la sentencia.
El mandamiento, pues, pretende tutelar el buen derecho del prójimo.
El
último mandamiento ha sufrido modificaciones, precisiones y ampliaciones.
Originariamente, la prohibición debía ir dirigida al "desear" la
casa del prójimo. El verbo hebreo utilizado (hamad) no expresa sólo un
movimiento interior de concupiscencia, sino que sugiere también el intento
externo de efectiva apropiación. Se trata, pues, de voluntad interior, que se
traduce en acción externa. Con la expresión casa del prójimo se entendía
todo lo que pertenece al prójimo. Por eso las puntualizaciones posteriores
sobre el esclavo, la esclava, el buey y el asno están en perfecta sintonía con
el sentido genuino y original del mandamiento. En la redacción del Éx, la
lista enumera en primer lugar a la mujer, entendida como propiedad del prójimo,
del mismo modo que los esclavos y los animales. En una palabra, como precisa
también la formulación del decálogo, todo lo que el prójimo posee es de su
inviolable propiedad y tiene en el mandamiento una firme protección. En la
redacción del Dt se distingue claramente entre la mujer del prójimo y sus
propiedades, anteponiendo a la prohibición de cualquier atentado contra la
propiedad la prohibición de "desear" la mujer del prójimo. El
último mandamiento ha sido, pues, dividido en dos: prohibición del
"deseo" de la mujer del prójimo y prohibición de "desear"
lo que pertenece al prójimo. Este cambio ha supuesto, además, una nueva
comprensión del contenido del mandamiento: el deuteronomista pretende poner en
relación estos dos mandamientos, suyos últimos con las prohibiciones
anteriores del adulterio y el robo, Si en los anteriores se vetaba una acción
externa, precisamente el adulterio y el robo, en los dos mandamientos últimos
se prohíbe incluso el solo deseo interior de la mujer y de las cosas del
prójimo. Se ha realizado una espiritualización del último mandamiento,
distinto de las prohibiciones de la acción externa del adulterio y del robo (cf
W.L. MORAN, Adnotationes, 69-71).
III.
Significado
1.
DECÁLOGO, HISTORIA Y PACTO. El decálogo (cf J. L'HOUR, La morale de l
Aliance; J. SCHREINER, Die zehn Gebote, y, sobre. todo, M. NOTH, Die
Gesetze im Pentateuch) es presentado, lo primero de todo, como las diez
palabras que Yhwh, Dios de Israel, dirige a su pueblo, a quien ha sacado de la
esclavitud. Es muy significativa la introducción: "Yo soy Yhwh, tu Dios,
que te ha hecho salir del país de Egipto, de la casa de la esclavitud". El
decálogo, por una parte, emana de la voluntad del Dios de la alianza y está en
estrecha relación con la salvación del pueblo que tuvo lugar en Egipto; por
otra, es, a la vez, palabra dirigida al pueblo unido a Yhwh por la alianza. Su
única razón de ser es el pacto. No es, pues, un código de ley natural válido
universalmente, un resumen de las exigencias éticas que brotan de la conciencia
moral de la humanidad. Tampoco es propiamente una ley -y es significativo que
nunca en el AT sea llamado así-, porque se trata de indicaciones carentes de
cualquier tipo de sanción y expresadas casi todas en forma negativa. Son, en
efecto, prohibiciones y preceptos positivos de carácter apodíctico,
incondicionalmente válidos y sin ningún "si" o "pero". En
realidad constituyen los límites rigurosos del marco en el que Israel puede
subsistir como pueblo del pacto en comunión con su Dios. Fuera del decálogo,
el israelita deja de ser miembro de la
comunidad de la alianza e Israel deja de ser el pueblo de Dios. Esto explica el
minimalismo de las exigencias del decálogo, que no ha de entenderse como una
especie de compendio de las supremas exigencias de Dios en relación con su
pueblo.
Sin
embargo, en su relación con el pacto, el decálogo no se puede entender como
una cláusula o condición previa sine qua non (cf H. Gese). Se lo ha
dado Yhwh junto con el estado gratuito del pacto. Israel es ya pueblo de Dios
desde la salvación de la esclavitud de Egipto. El Dios de la liberación, que
ha unido a Israel consigo como pueblo suyo, le expresa su voluntad para que
pueda continuar en la situación de gracia en la que ha sido colocado. Es
significativo, en relación con esto, que en la interpretación del Dt se una
explícitamente la obediencia al decálogo con la bendición divina y la
infidelidad con la maldición (cf Dt 28). En otras palabras, se quiere decir que
para Israel es cuestión de vida o muerte como pueblo de Dios. El decálogo ha
de entenderse como tutela de la realidad de comunión del pueblo con Dios. Su
centro de interés está, pues, en la relación dé pertenencia mutua entre Yhwh
y el pueblo; la fórmula expresiva de la alianza en la Biblia es "Yo soy tu
Dios y tú mi pueblo".
La
consecuencia es que el primer mandamiento, al expresar la pertenencia exclusiva
de Israel y Yhwh, refleja aquello en lo que encuentran validez y sentido todos
los demás mandamientos. Y hasta el antiguo y primitivo eehos de los
clanes israelitas ha sido asumido cómo forma de concretar el imperativo
fundamental consistente en el exclusivo reconocimiento de Yhwh como único Dios.
Israel es llamado a vivir su relación de alianza con Yhwh, evitando su
destrucción directamente con la idolatría y la representación de Dios en estatuas,
e indirectamente con el perjurio, el rabajo en sábado, el desprecio de los
padres, el adulterio, el secuestro de personas libres o el robo, el falso
testimonio y los atentados contra la propiedad del prójimo.
Por
su parte, el pacto y el decálogo están en estrecha relación con la historia
de salvación: el Dios de los mandamientos ha liberado anteriormente a Israel de
la esclavitud. Inicialmente hay un gesto de gracia y de amor de Yhwh hacia las
tribus. El decálogo va precedido por el evangelio de la liberación. No se
trata de una cuestión puramente cronológica, sino de una relación intrínseca
de dependencia del decálogo respecto al acontecimiento de la salvación y de la
iniciativa de gracia por parte de Dios. Aceptando el decálogo, Israel reconoce
a Yhwh como su salvador en la historia, acepta la gracia divina y confiesa que
es el pueblo de los liberados. No se trata sólo de obediencia ética a una
voluntad exigente de Yhwh, sino también y sobre todo de aceptación, en la fe y
en la praxis, de la voluntad y de la actuación liberadoras del propio Dios. El
decálogo trasciende los límites de un código ético para elevarse, en- su
significado profundo, a confesión de fe de la salvación realizada por Yhwh,
confesión que postula su traducción al culto y a la praxis familiar y social.
La
tradición elohísta de la revelación del Sinaí nos testimonia claramente la
libre aceptación y la decisión por Yhwh de las tribus israelitas a la
conclusión del pacto: "Después Moisés tomó el libro de la alianza y lo
leyó en presencia del pueblo. Dijeron: Haremos todo lo que manda el Señor y
obedeceremos. Moisés tomó el resto de la sangre y roció con ella al pueblo
diciendo: Esta es la sangre del pacto que el Señor hace con vosotros a tenor de
estas palabras" (Éx 24,7-8). Con la conclusión del pacto el pueblo entró
cómo sujeto de decisión libre y de elección a favor de Yhwh como su Dios y de
su voluntad como guía de su existencia. La actuación histórica de salvación
realizada por Yhwh reclamó de las tribus su respuesta en la fe obediente. En
este marco dialogal de iniciativa divina y de respuesta positiva de Israel se
hace el pacto. El decálogo es la concreción de la respuesta positiva del
pueblo a la gracia liberadora de Yhwh.
Finalmente,
no carece de significado que la respuesta de Israel encarnada en el decálogo no
posea una cualificación cultual. Los diez mandamientos tienen un marcado
carácter ético. Esto quiere decir que Israel continúa en su estado de gracia
de pueblo de Dios no por sus acciones cultuales particulares, sino por un
criterio de actuación moral. Yhwh pide de su pueblo una respuesta a nivel de
vida "profanó", sobre todo en las relaciones con el prójimo.
Según
una corriente históricocrítica que tuvo mucho auge en los años cincuenta y
sesenta, liderada por G. E. Mendelhail y K. Baltzer, los círculos
deuteronomistas habrían comprendido el pacto del Sinaí, y según W. Beyerlin
también el decálogo, según el modelo del esquema cultural de los tratados
hititas de vasallaje del segundo milenio, conocidos ahora por las recientes
excavaciones arqueológicas de Bogazkoi. Los puntos del tratado entre el rey de
Hattusha, la capital de la federación hitita, y los reyes vasallos eran éstos:
-a) autopresentación
del rey principal (p.ej.: "Así habla el sol Suppiluiuma, el gran rey, rey
del país de los Hatti, el héroe"; -b) prólogo histórico evocador de las
gestas realizadas en favor dei vasallo y con carácter de justificación del
derecho a la obediencia; -c) exposición de las estipulaciones del pacto,
distinguiendo entre estipulación principal, que reclamaba del vasallo
obediencia exclusiva, y estipulaciones particulares; -d)
enumeración de las sanciones en caso
de infidelidad; -e) redacción del contrato por escrito, que se
depositaba luego en el templo para que fuera leído periódicamente; -f) llamada
de los testigos que lo garantizaban. Los principales elementos del contrato
hitita eran el prólogo histórico, las cláusulas y las sanciones.
Todo
el Dt, en su estructura, sigue de hecho los tres grandes puntos de la
conclusión del pacto según el esquema de los tratados hititas, es decir, el
prólogo histórico, las cláusulas y las maldiciones como sanciones (Cf L'HOUR,
o.C., ó-lO; N. LOHFINK, Il "comandamento primo'): Efectivamente, en
el capítulo 28 está la sección de las maldiciones reservadas a los infieles;
los capítulos 12-26 contienen las cláusulas particulares del pacto, y los
capítulos 1-11 son una continua alternancia de retrospectivas históricas
evocadoras de lo que Yhwh ha hecho por Israel y de presentaciones en tono
exhortativo y parenético de la cláusula fundamental, descrita de forma muy
variada. Nuestro decálogo de Dt 5,6-21-lo mismo se puede decir dei decálogo de
Ex 20,x-17-repite a escala más reducida el mismo esquema: -a) áutapresentación
de Yhwh (",Yo soy Yhwh, tu Dios'; -b),prólogo histórico en forma muy
breve ("Que te saqué de Egipto'; 0 c) cláusula fundamental expresada de
forma variada ("No tendrás otros dioses frente a mí"; "No te
harás ídolos ni imagen alguna"; "No te postrarás ante ellos ni les
servirás"); -d) cláusulas particulares (los otros mandamientos).
Para
la teología deuteronomista, la actuación histórica de Yhwh es la base de la
obediencia del pueblo a su voluntad expresada en el decálogo, como los
beneficios realizados por el rey principal legitimaban el reconocimiento del
vasallo. La relación entre historia de la salvación y decálogo, o entre
evangelio y ley, es de necesaria
complementariedad: sin la historia salvífica, el decálogo decaería al nivel
de código jurídico de normas que se justificarían por sí mismas; y sin el
decálogo, la historia salvífica se reduciría a realidad mágica e impuesta al
hombre sin su participación libre y personal. Acogiendo el decálogo, el pueblo
vive personalmente el estado de gracia y de libertad en el que Yhwh lo ha
introducido arrancándolo de Egipto.
El
segundo desarrollo realizado por los círculos deuteronomistas se refiere al
acento que ponen en la cláusula fundamental del pacto, hecho objeto de una
predicación insistente y acalorada en los capítulos 1-I1. Aparece formulada de
manera muy diversa: adoración exclusiva de Yhwh (cf Dt 5,6); prohibición de
erigirse ídolos y de postrarse ante los dioses cananeos (cf Dt 5,8 y 9); amor
total y exclusivo a Yhwh (cf Dt 6,13); prohibición de ir tras otros dioses (cf
Dt 6,14); temor de Yhwh (cf 6 13); cuidado de no olvidar a Yhwh (cf Dt 8,11); no
atribuirse el mérito de poseer la tierra, que es don de Yhwh (cf Dt 9,4-6). En
estas formulaciones es fácil descubrir la influencia cultural del tiempo y,
sobre todo, la incidencia de la fe deuteronomista. La pertenencia exclusiva a
Yhwh, su seguimiento y amor total son expresiones típicas de los contratos
hititas para significar la actitud del vasallo en relación con el rey
principal. La prohibición de erigir ídolos y de adorarlos se explica muy bien
por la preocupación deuteronomista de hacer frente al peligro de los cultos
cananeos para la fe yavista. Temer a Yhwh, y sólo a él, es la expresión de la
conducta religiosa fundamental de todo hombre respecto a su Dios. La advertencia
de no olvidar a Yhwh encuentra su situación existencial en los períodos de
riqueza y de bienestar experimentados por Israel en su historia, con la
tentación añadida de creerse autónomo
respecto a Dios. Y, finalmente, la exhortación a no hacer prevalecer una
pretendida justicia propia frente a Yhwh encuentra su explicación en la
tentación de atribuirse méritos y de amontonar pretensiones ante Dios.
De
este modo el decálogo, colocado como premisa del código deuteronómico, asume
el valor de enumeración fundamental de preceptos dentro de las cláusulas del
pacto establecido entre Yhwh y el pueblo. Por otra parte, en un tiempo
posterior, durante el exilio, un redactor de los círculos deuteronomistas ha
querido realzar el mandamiento del descanso sabático como mandamiento principal
dentro de las mismas "diez palabras", según la hipótesis de N.
Lohfink.
La
variedad de formulaciones de la cláusula fundamental, puestas unas junto a
otras, es una prueba de que ninguna fórmula tiene una importancia decisiva o
mayor que las otras, sino que pretende ser una continua referencia de Israel en
la exigencia fundamental de Dios. Hoy se diría que el pueblo está puesto por
el Dt ante una opción de fondo a favor de Yhwh que dé sentido y unidad a toda
su existencia. La continua referencia no se hace tanto con mil prescripciones y
prohibiciones, sino con la misma voluntad de Dios, que exige una orientación de
la existencia y no mil gestos concretos. Y esta voluntad de Dios no puede ser
repartida en mil y un preceptos, sino que es exigencia unitaria y global. Por
otra parte, la variedad de las formulaciones muestra que Israel es llamado a
verificar su orientación fundamental a Dios en las situaciones históricas
concretas y diversas y a vivirla con las características típicas que requieran
los tiempos. Es además importante la relación con los preceptos concretos
expuestos en los capítulos 12-26. Istos obtienen su legitimidad y su valor de la
cláusula fundamental, de la que son necesariamente una concreción y
encarnación. Sin las cláusulas concretas, la orientación fundamental se
vería reducida a ilusionismo o pura veleidad y quedaría relegada a pura y
simple teoría. Pero sin la cláusula fundamental, los preceptos particulares
concretos terminarían por reducirse a normas legales impersonales.
2.
EN EL JUDAÍSMO TARDÍO. Mientras la ley, y con ella el decálogo, estuvo
referida a la alianza, evitó caer en una rígida norma impersonal y el pueblo
se vio libre del legalismo. Pero en el período posterior al exilio se fue
rompiendo progresivamente la unión entre el decálogo y la historia del éxodo,
la alianza del Sinaí y la realidad de Israel como pueblo de Dios. Las
prescripciones se hicieron rígidas, y con frecuencia asumieron el sentido de
normas absolutas e impersonales, que se imponían por sí mismas para una
observancia estricta y rigurosa. La persona quedaba así subordinada a la ley.
El contacto con la palabra viva de Yhwh se transformó en sumisión a la norma.
Se pasó a vivir el principio de la ley por la ley. La observancia sustituyó a
la obediencia. El israelita tuvo que enfrentarse con la ley como individuo y no
ya como miembro de la comunidad de la alianza.
La
violenta disociación entre el decálogo y el pacto llevó a la acentuación
farisaica del premio y del castigo: el cumplidor era premiado por su
cumplimiento, el infiel castigado. Y se llegó a hacer prevalecer ante Dios los
méritos de la propia observancia y a asumir actitudes de vanagloria y de
envanecimiento ante la presencia de Yhwh reducido a ser el justo retribuyente
del premio merecido por los observantes cumplidores. Lajustificación por la ley
impugnada por Pablo encuentra aquí su ambientación histórica. La bendición
divina reservada a los fieles en la auténtica tradición no era vista ya como
un premio que se añadiese a la realidad del pacto, sino sólo como la
permanencia en la gracia del pacto; y la maldición reservada a los de fe
frágil no era un castigo exterior, sino la separación del estado de alianza
con Dios, un decaer del estado de gracia en que Yhwh había puesto a su pueblo.
Tampoco la fidelidad al pacto, en esta tradición auténtica, podía llevar a
actitudes de autonomía y autosuficiencia, porque la iniciativa era toda y sola
de Yhwh, que había salvado al pueblo poniéndolo en relación de comunión con
él (cf M. NOTH, Die Gesetze fm
Pentateuch, 112-136).
Es,
sin duda, sorprendente que en la literatura
bíblica y apócrifa posterior al deuteronomista no aparezca nunca
el decálogo como tal. Sin embargo, el papiro de Nash y las filacterias
encontradas en las grutas de Qumrán
atestiguan que "las diez palabras" eran combinadas con el pasaje de la
Shema; que se recitaban ambos en la
oración cotidiana. Por otra parte, es
cierto que Filón, Flavio Josefo y el Liber
Antiquitatum del Pseudo-Filón
prestaron una gran atención al decálogo.
Para el gran hebreo de Alejandría, que
escribió una obra dedicada al tema, los
mandamientos del decálogo son Képhalai
nómou (=los preceptos
más importantes de la ley); en ellos resuena, sin mediación
humana alguna, la palabra de Dios. Según Flavio Josefo, en el
decálogo tenemos ta kállista y ta hosiótata
(= los preceptos más bellos/buenos y
santos) de cuanto Dios ha enseñado en la
ley (Ant. 15,136). El Liber
Antiquitatum afirma que el decálogo es lumen
mundo, testamentum (alianza) cum
filiis hominum, lex testamenti sempiterni
filiis Israel, catálogo de praecepta
aeterna (11,1 y 5). En
realidad, en la catequesis de los
prosélitos del judaísmo helenista fue donde el decálogo desempeñó un papel
importante. Y también en la tradición samaritana se le reconoció al decálogo
el papel de compendio de la ley divina. Más tarde se incluyó en el Talmud el
decálogo dentro del conjunto de los 613 preceptos, de los que se asegura que
estaban inscritos en las dos tablas de la ley (cf K. Berger y S. Schreiner).
3.
EL NUEVO TESTAMENTO. Los libros bíblicos del AT posteriores (aunque lo mismo
sucede en los anteriores) a la corriente deuteronomista, tampoco los libros del
NT se refieren nunca a la totalidad del decálogo. Se citan, en uno y otro
sitio, uno o más mandamientos, y nunca los primeros, sino sólo los de
carácter ético-social. Ya esta simple constatación prueba que "las diez
palabras" no han tenido un papel significativo en la predicación de Jesús
y en la apostólica de la Iglesia primitiva. Pero todavía más elocuente es el
hecho que el NT, normalmente, los trata con una cierta libertad interpretativa
y, a veces, incluso en términos de superación (Cf SCHÜNGEL-STRAUMANN, Decálogo
14-19; Theologische Realenzyklopúdie VIII, 415ss; sobre todo el art.
de G. Müller).
La
cita más importante de Pablo es sin duda, Rom 13,9-10, en donde afirma que la agapé,
que es el amor al prójimo, constituye el pleno cumplimiento de la ley y su
compendio: A nadie le debáis nada, sino el amor. El que ama al otro cumple
plenamente (pepléróken) la ley. Porque, en efecto, no cometerás
adulterio, no matarás, no robarás, no desearás...; y cualquier otro
mandamiento se resume (anakephalaioutai) en estas palabras: Amarás a
tu prójimo como a ti mismo. El amor, desde luego, no produce ningún mal al
prójimo por lo tanto, la plenitud (pléróma) de la ley es el
amor". En resumen, el decálogo, pero también cualquier otro mandamiento
divino, se resume en el mandamiento del prójimo de Lev 19,18, interpretación
presente en la tradición sinóptica, y especialmente en Mt. Siguiendo en Pablo,
el décimo mandamiento (citado antes en forma abreviada, es decir, sin objeto:
"No desearás" ouk epithymeseis) aparece como en Rom 7 7, donde
el apóstol rechaza la objeción que le hacen a su teología de que la ley fuera
pecado, pero al mismo tiempo precisa que el pecado se experimenta a través de
la ley; en concreto, por medio de la prohibición "No desearás". Hay
que notar que, eliminando el complemento directo del verbo "desear",
Pablo universaliza el mandamiento y llega a hacer del deseo anhelante (epithymía)
el equivalente del pecado humano; pero de este modo le da al verbo epithymein
un valor intrínsecamente negativo que no tiene en el verbo hebreo hamad,
utilizado en las dos versiones veterotestamentarias del decálogo. Todavía
más: el decálogo, como la ley divina del Sinaí en general, es interpretado
por Pablo en clave negativa: instrumento en manos del pecado para esclavizar a
los hombres y conducirlos a la ruina eterna. Sin embargo para evitar equívocos,
será bueno hacer notar que para el apóstol el verdadero responsable de esta
degeneración de la ley es el hombre, no la ley o el decálogo en sí mismos: un
hombre rebelde a la voluntad de Dios es continuamente provocado por los
mandamientos divinos a rebelarse.
En
la triple tradición evangélica recogida en los sinópticos destaca, sobre
todo, la narración del rico que Jesús, preguntado sobre los requisitos para
entrar en la vida eterna, remite a la observancia de los mandamientos, que
enumera así: "No matarás. No cometerás adulterio. No robarás.
No darás falso testimonio. No estafarás. Honra
a tu padre y a tu madre" : Y ante
la respuesta del joven que afirma haber
sido fiel desde su juventud, el maestro
tiene una reacción emotiva muy positiva: lo mira con
amor, pero luego le pide la extrema decisión de vender cuanto posee, darlo
a los pobres y decidirse a seguirle (Me 10,17-21). En las versiones paralelas de
Mt (19,16-22) y de Lc (18,18-23) se olvida
el precepto "No estafarás", que,
a diferencia de los otros mandamientos
citados, no forma parte del decálogo, como
también la emotiva respuesta de Jesús al
testimonio de fidelidad personal del rico.
Por su parte, Mt concluye la enumeración
de los mandamientos; por boca del rico, con
el mandamiento del amor al prójimo citado por Lev
19,18: "... y amarás a tu prójimo como
a ti mismo". Aquí demuestra el primer
evangelista su reconocido interés especial
por este precepto, considerado por él como el vértice de los
mandamientos de la ley (cf 7,12; 22,36-40)
y del mismo decálogo. En cualquier caso,
la tradición sinóptica atestigua una
cierta insuficiencia del decálogo,
necesario, sin duda, pero no suficiente
para la "perfección" que Jesús
pide a sus discípulos, como enseña Mt: "Si quieres ser perfecto (téleios)..."(19,21;
cf 5,48): "Sed perfectos [téleioa] como es perfecto vuestro Padre
celestial'.
En
Mc 7,9-13 y en el pasaje paralelo de Mt 15,3-6 se narra cómo Jesús denunció
el método rabínico y fariseo de sus adversarios, consistente en vaciar la
exigencia del mandamiento divino, al que se le antepone la tradición
interpretativa de las escuelas; y a manera de ejemplo se cita el precepto de
honrar al padre y a la madre, anulado en la práctica por el uso del Korban. Brevemente,
la ley escrita, y en especial el decálogo, prevalecía, sin discusión, sobre
la ley oral, que el farisefsmo, en cambio, equiparaba a aquélla.
El
aspecto crítico de la posición de Jesús
ante los mandamientos del decálogo aparece a propósito del descanso sabáticb,
por otra parte nunca expresamente citado en el decálogo. Los tres sinópticos
coinciden en la conclusión de un párrafo en que Jesús ha tenido una
controversia: "El Hijo del hombre es señor (también) del sábado"
(Mc 2 28 y par.). En cambio, sólo a Mc debemos el dicho colocado inmediatamente
antes: el sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado (Mc
2,27). Esta afirmación se contrapone aquí en cierto modo al precepto del
descanso sabático, al menos en la interpretación de los fariseos, pero que
reproduce exactamente el sentido original del mandamiento del decálogo. Por su
parte, Mt antepone al dicho final la cita de Os 6,6, puesta en boca de Cristo:
"Misericordia (éleos) quiero y no sacrificio" (Mt 12,7), y esto para
decir que una praxis con gestos de amor compasivo vale mucho más que la
observancia escrupulosa del descanso sabático. Algo análogo aparece también
en Mc 3,16 y par., donde hacer el bien al prójimo está, como exigencia, por
encima del mandamiento del sábado. Cf también Lc 13,10-17.
Muy
importante es además la cita de dos (quizá tres) mandamientos del decálogo en
la antítesis del sermón de la montaña. "Habéis oído que se dijo a los
antiguos: No matarás, y si uno mata será condenado por el tribunal;
pues yo os digo: todo el que trate con ira a su hermano será condenado por el
tribunal" (Mt 5,2122a). "Habéis oído que se mandó: No cometerás
adulterio; pues yo os digo: todo el que mira a una mujer casada excitando su
deseo por ella, ya ha cometido adulterio con ella en su interior" (Mt
5,27-28). La enseñanza de Cristo representa, pues, una superación de los
límites que marca la letra de los mandamientos del homicidio y del adulterio;
él prohibe la cólera del mismo modo que
el homicidio, equiparando aquélla a éste; y, según su valoración, el
adulterio consumado en el interior del hombre equivale por su gravedad al
consumado carnalmente. Y si la prohibición del decálogo de no nombrar en vano
el nombre del Señor se debiera interpretar como prohibición del perjurio,
según una opinión no carente de razones, entonces también la cuarta
antítesis de Mt (5,33-34a) entraría en esta lista y con el mismo significado
de superación que hemos indicado antes, porque Jesús no sólo excluye el
perjurio, sino todo juramento.
Para
completar, citemos también Ef 6,1-3 y Sant 2,10-I 1. En el primer pasaje Pablo
(o un discípulo suyo) motiva la propia exhortación a obedecer a los padres
citando extensamente el mandamiento correspondiente del decálogo: "Honra a
tu padre y a tu madre... para que hagas el bien y vivas mucho en la
tierra". El texto de la carta de Santiago cita dos mandamientos del
decálogo: No cometerás adulterio y No matarás, como ejemplos concretos
del principio según el cual transgresor de la ley se es con la sola
transgresión de un único mandamiento.
4.
EN LA IGLESIA ANTIGUA. San Agustín marca en la historia del cristianismo de los
primeros siglos un cambio decisivo (cf sobre todo E. Dublanchy). Hasta él, el
decálogo se citaba poco o nada, al menos como lista de los diez mandamientos; y
la enseñanza catequética prescindía de él, basada normalmente en el esquema
de las dos vías de la vida y de la muerte (cf Didajé). Con el obispo de
Hipona, el decálogo comenzó a tener un puesto de primera importancia en la
exposición de la doctrina cristiana.
A
partir también de san Agustín, el interés se centrará en la determinación
de la naturaleza de los mandamientos del decálogo, de los que se afirma, por lo
general, su carácter de ley natural (con la excepción del mandamiento del
descanso sabático, ahora ya dominical), por lo tanto accesible por sí mismo al
conocimiento racional del hombre, que, sin embargo, encuentra en la revelación
divina positiva una ayuda indispensable para poder superar las dificultades y
bloqueos impuestos por la naturaleza humana caída. El decálogo tiene,
pues, valor universal; es síntesis de los deberes religiosos y morales para
todos los hombres.
Igualmente
encontró el gran doctor africano muchos seguidores en su clasificación de los
diez mandamientos, caracterizada por el emparejamiento de las prohibiciones de
los dioses falsos y de las imágenes en un solo mandamiento, el primero, y con
la separación, al final, de la prohibición de "desear" la mujer
(noveno mandamiento) y las cosas del prójimo (décimo mandamiento). Es la
clasificación que todavía hoy está en vigor en las Iglesias latina y
luterana. En cambio, los padres griegos y las Iglesias modernas griegas y
reformadas adoptaron la división de Filón: primer mandamiento, la prohibición
de los dioses falsos; segundo, prohibición de las imágenes; décimo,
prohibición de "desear" lo que pertenece al prójimo, mujer y bienes.
Como complemento diremos que los judíos modernos elevan la introducción del
decálogo: "Yo soy el Señor, tu Dios...", al rango de primer
mandamiento; en el segundo-puesto tenemos la prohibición del politeísmo y de
las imágenes; el décimo mandamiento consiste en la prohibición general de
"desear" mujer y bienes del prójimo.
5.
PARA EL CREYENTE DE HOY. Es necesario distinguir con cuidado, en el decálogo,
la profunda percepción religiosa de un único Dios que interviene en la
historia como liberador y salvador y la afirmación de algunos valores éticos
fundamentales que afectan a la vida en común de los hombres. El sentido
religioso queda invariable como base de la fe, tanto del hebraísmo ortodoxo
como del cristianismo en todas sus variantes de carácter confesional. Se trata
de la misma intuición que tuvo Pascal en su famosa noche mística, en que él
percibió, grabada en su corazón y no en su mente, esta evidencia de fe: el
Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, no el Dios de los filósofos y de los
intelectuales. En resumen, la fe judía y la cristiana tienen como referencia
esencial e insustituible un Dios personal y que interviene en los
acontecimientos de este mundo, no un motor inmóvil de marca aristotélica ni lo
divino que se presenta en formas muy variadas y diversas.
En
cambio, las exigencias morales enumeradas en el decálogo no pueden dejar de
estar sometidas al criterio interpretativo y evolutivo de la historicidad. Se
desarrollan con el mismo desarrollo del hombre. Quiere decirse que la cultura
antropológica de aquellos tiempos remotos que vieron sus primeras formulaciones
ha influido en ellas de manera considerable, y no podía ser de otro modo. Así,
por ejemplo, el adulterio es valorado en ellas éticamente como atentado contra
el derecho de propiedad del marido sobre la mujer. El creyente de hoy en las
sociedades occidentales altamente desarrolladas y opulentas, pero a la vez
llenas de contradicciones, está llamado a interpretar estas normas según la
situación y la cultura que está a la base de su presencia en la sociedad.
Piénsese en las estructuras sociales modernas, en la organización moderna de
la t familia, en la red de relaciones interpersonales creadas por la
extraordinaria movilidad que caracteriza los tiempos actuales. Sin hablar de los
datos nuevos de las ciencias humanas y de
las ciencias aplicadas. Se trata, ciertamente, no de vaciar los preceptos del
decálogo de sus valores profundos, sino de asumir los valores propiamente
humanos como personas de hoy. Además, actualmente, el problema del bien y del
mal, visto en las decisiones concretas y cotidianas, aparece en términos mucho
más complejos que ayer o en otros tiempos pasados. Las exigencias éticas del
decálogo, por ejemplo: "No matarás", "No cometerás
adulterio", "No robarás", requieren un complejo trabajo de
aplicación a situaciones diversas y cambiantes.
Brevemente,
la palabra de Dios pide que se la proclame cada vez en palabras humanas capaces
de expresar la verdad profunda que encierra y que le hable al hombre que está
en actitud de escucha. Una tarea difícil, ciertamente, que reclama creatividad
en el Espíritu de las comunidades cristianas y la ductilidad cultural de todos
los creyentes; pero precisamente en este proceso hermenéutico, corno muy bien
ha dicho René Marle en su pequeño volumen sobre El problema teológico de
la hermenéutica (Queriniana, Brescia 1969), consiste en la vida de la
Iglesia en el tiempo.
[/Día
del Señor; /Historia de la teología moral; /Moral del Antiguo Testamento y del
judaísmo; /Moral del Nuevo Testamento; /Religión y moral].
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de los mandamientos: 222-237; El
primer mandamiento y el celo de Yavé: 237-246;
La prohibición de las imágenes: 246-254); ZIMMERLI
W., Ich bin Jahve, en Gottes
Offenbarung. GemelteAufsdtezezumAT. Munich
1963. 11-40; ID, Das zweite Gebot, id, 234-248.
G.
Barbaglio
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