Su método apologético, que él solía llamar el «método de la Providencia», va directamente encaminado a lograr la conversión y jamás pretende ser un mero torneo racional por el gusto de vencer al adversario. Arranca de dos hechos fundamentales: a) las ansias insatisfechas del corazón humano y b) la Iglesia, que por sí misma es motivo de credibilidad y da la respuesta a la insatisfacción del hombre. Ambos hechos son datos de la realidad objetiva que pueden ser fácilmente comprobados. En el primero, el hecho interior se concreta en cierta aspiración a la fe y al amor, aun cuando tenga muy variadas manifestaciones. En realidad se debe a cierta inmanencia divina en el hombre, la cual le impulsa providencialmente a la comprobación del hecho externo: la trascendencia de la Iglesia, que se manifiesta en su historia, su santidad y universalidad. Estas características de la Iglesia católica, que las posee en exclusiva, no son, propiamente hablando, objeto de demostración: es suficiente prestar atención a la Iglesia en su pasado y en su presente para verlas. En sí mismas constituyen un milagro, un signo permanente, que basta para demostrar su origen divino. La tarea del apologeta -vía empírica- consistirá, pues, en ayudar al hombre, que busca inútilmente la solución de sus problemas, de sus ansias insatisfechas, por otros derroteros, a fin de que pueda ver este milagro que le afecta de manera vital. D. no impugna como falso el método apologético tradicional, basado principalmente en el laboreo intelectual; simplemente le considera incompleto y por eso estéril (v. APOLOGÉTICA I). Insiste en que no se trata de un método nuevo, sino de integrar en unidad coherente, eficaz y contrastada por la experiencia, los diversos métodos tradicionales. Está muy lejos de ser un método de gabinete: tiene en cuenta al hombre tal cual es, que necesita ayuda para ver, ayuda que no le prestan los complicados argumentos racionales, aun cuando éstos le sean muy útiles cuando haya empezado por ver el hecho externo.
En más de una ocasión, por lo que respecta a su descripción del hecho interior, tuvo que defenderse de acusaciones de larvado bayanismo (v. BAYO), es decir, de que sus ideas suponían cierta exigencia natural de lo sobrenatural (v.). D. afirma que no existe tal peligro: parte de un hecho real, que incluye la gracia, en virtud de la cual el hombre caído siente hambre de absoluto. Blondel (v.) ha visto en él un precursor del «método de la inmanencia». En el estado actual de la cuestión las intuiciones de D. cobran cada día mayor interés. Sus Oeuvres complétes (Malinas 1874-1883) ocupan 18 vol. Entre ellas destaquemos: Entretiens sur la démonstration catholique de la révélation chrétienne (Tournai 1856); Des différentes méthodes de démonstration de la foi (ib. 1857); Lettres philosophiques el théologiques (ib. 1861).
BIBL.: H. SAINTRAIN, Vie de S. E.
le cardinal Dechamps, Tournai 1884; M. DE MEULEMEESTER, Bibliographie du
cardinal Dechamps, Lovaina 1933; A. LARGENT, en DTC 4/1, col. 178-182; M.
BEcQu$, L'Apologétique du cardinal Dechamps, París 1949; ID, en DHGE XIV,145-150.
N. LÓPEZ MARTÍNEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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