El impulso de un espíritu comunitario
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Tras haber presenciado la ascensión de Jesús al cielo desde un monte de Galilea, el pequeño grupo de discípulos -unos 120 en total según los Hechos de los Apóstoles- se volvió a Jerusalén, a la espera de los acontecimientos, según las últimas instrucciones del Señor. Debieron ser días idílicos de intenso gozo y exaltación para aquella comunidad, embebida en el recuerdo de Jesús resucitado. Libres de preocupaciones materiales, se dedicaban a la oración, tal vez con la esperanza puesta en el cumplimiento a corto plazo ("antes de que pase esta generación") de la nueva venida -en gloria- de Jesús.
La efusión del Espíritu el día de Pentecostés fue la señal de partida de la actividad evangelizadora de los apóstoles. En su primer discurso, Pedro logró la conversión de 3 000 personas. Y en el segundo, tras la curación milagrosa de un tullido en el templo, se les unieron, contando sólo los hombres, otros 5 000.
Este movimiento masivo de conversiones, unido al enorme prestigio de que los seguidores de Jesús gozaban a los ojos del pueblo, alarmó a las autoridades religiosas judías. En un primer momento, tras una reunión de urgencia, les prohibieron hablar más a nadie "en este nombre". Al verse desobedecidos, pasaron de las amenazas a los hechos y ordenaron flagelar a Pedro y Juan. Pero fue un devastador discurso del diácono Esteban, asegurando que veía a Jesús a la diestra de Dios, el que colmó la paciencia de los judíos. Lapidaron a Esteban y desencadenaron la primera gran persecución contra los cristianos. Fue también el principio de la evangelización a gran escala por toda la ecumene. Cuando los perseguidos, en su mayor parte helenistas (de hecho los apóstoles se quedaron en Jerusalén), retornaron a sus lugares de origen, llevaron a todas partes la noticia de Jesús.
Evolución interna de la comunidad de Jerusalén
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Carisma y ministerio
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Además de estos servidores de las mesas, los Hechos mencionan, como miembros con autoridad en la comunidad, a los "presbíteros", que toman parte, al lado de los apóstoles, en las decisiones del concilio de Jerusalén (Hechos 15,5).
Junto a los apóstoles, diáconos y presbíteros con autoridad para tomar decisiones doctrinales, figuran también en la comunidad jerosolimitana los "profetas" (Hechos 15,32). De donde se sigue que, desde el primer momento, en las comunidades cristianas coexistían pacíficamente el ministerio y el carisma.
La comunidad de Jerusalén tuvo una existencia corta y accidentada. Surgieron fricciones entre los hebreos y los griegos; estos últimos se quejaban del trato de favor dispensado a las viudas de los primeros. La situación económica se deterioró y se hizo necesario organizar colectas en las restantes comunidades para acudir en su ayuda. En el año 70 la comunidad cristiana se trasladó a Pella, al otro lado del Jordán.
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