miércoles, 20 de junio de 2012

GUEJAZÍ o GIEZÍ.

Dicen los Sabios, que mientras Guejazí estaba en la Ieshivá, se sentaba afuera durante las clases de su maestro Elishá, demostrando que no había mucho que él podría aprender. El cuadro de Guejazí sentado afuera se difundía entre los demás alumnos que repetían la actitud (no querrían “ser menos”). Resultaba ser, entonces, que la clase de Torá de Elishá se daba en un salón casi vacío…
Guejazí era el ayudante de Elishá (# 256 “Un destello de luz en medio de la desdicha”), quien a su vez fue el alumno y sucesor del profeta Eliahu. Tanto el profeta Eliahu como Elishá, vivieron cuando el pueblo de Israel estaba dividido en dos reinos: Iehudá (que estaba conformado por las tribus de Iehudá y Biniamín) al sur, e Israel al norte, con el resto de las tribus. Gran parte de la tarea de estos dos grandes profetas se desarrolló en el norte que tenía a Shomrón como capital del reino.

No solo lo asistía Guejazí a Elishá en sus tareas, sino que él mismo era un gran Sabio. El Talmud lo describe como “Guibor beTorá” (un “poderoso” dentro de la Torá). Sin embargo, lamentablemente, a pesar de su proeza en el área más elevada al que tiene acceso cada judío - el estudio de la Torá - Guejazí pasó a la historia como uno de aquellos que han perdido su porción en el Mundo Venidero (tratado de Sanhedrín 90:), junto a otros eminentes sabios como Doeg y Ajitofel que fueron enemigos del rey David.

Cuando el TaNa”J nos narra los fragmentos de la historia de Guejazí que casi siempre están unidos al relato de su maestro Elishá, es para que aprendamos que nadie está más allá del bien y del mal, ni nadie se “asegura” nada, aun habiendo aprendido toda la Torá y teniendo al mejor de los maestros, si las acciones no acompañan la sabiduría adquirida. Más allá de esta generalidad, los Sabios nos hicieron ver los detalles de una conducta tal que lo tornaron merecedor de pertenecer a tan selecto y nefasto grupo.


En sus viajes, cuando Elishá llegaba a Shunem, paraba en casa de una pareja mayor y piadosa, que incluso dividió su casa a fin de acomodar al profeta reconociendo su virtud. Elishá quiso retribuir a sus benefactores y los bendijo con la pronto nacimiento de un hijo, a pesar de lo increíble que parecía en consideración a la edad de sus anfitriones.

A los pocos años, un día estando en el campo, el niño se quejó de un fuerte dolor de cabeza, y una vez con su madre, falleció. Esta corrió de inmediato a ver a Elishá que a la sazón se encontraba en la zona. Al acercársele a Elishá angustiada, Guejazí intentó apartarla de modo indiscreto e impúdico.
Cuando el profeta escuchó su clamor, envió a Guejazí con su bastón para que lo colocara sobre el niño (para revivirlo). Hizo especial énfasis en exigir que no comentara el tema en camino a Shunem. Guejazí, a pesar de la advertencia de su maestro, no cumplió con la consigna, manifestó burlonamente su mensaje a los viajeros con quienes se encontró descreyendo que realmente sucedería la resurrección del niño. Efectivamente, el niño no volvió en vida sino recién cuando fue Elishá personalmente, rezó y lo devolvió a la vida.


Un general de alto rango de Aram - pueblo vecino de Israel - Naamán, había contraído lepra. Su esposa, a través de una muchacha judía, llevada en cautiverio a Aram, se enteró de la existencia de Elishá, y supuso que lo podría curar. El rey de Aram lo envió con una carta al rey Iehoram de Israel, quien creyó inicialmente que se trataba de una artimaña para comenzar una guerra.
Elishá envió a llamar a Naamán y le mandó sumergirse en el río Iarden (Jordán). Al comienzo, este se negó creyendo que se mofaban de él pues por falta de agua no era más que un fango. A insistencia de sus subalternos, terminó introduciéndose en el río y se curó de inmediato.

Ya más sumiso, retornó a la casa de Elishá, y antes de volver a su país decidió no practicar más la idolatría. Como señal de gratitud quiso dejarle a Elishá obsequios, pero este se negó rotundamente para que no creyera que su acto se había originado por intereses materiales.
Cuando Naamán se retiró, Guejazí - que había observado la escena y ambicionó los obsequios que Elishá en su momento había rechazado - lo persiguió hasta alcanzarlo. Naamán le preguntó qué precisaba, y Guejazí mintió, diciendo al general que justo habían llegado dos nuevos alumnos a la Ieshivá de Elishá y que necesitaba ciertos objetos que Naamán había ofrecido. Naamán inicialmente dudó de su palabra, que contradecía lo que acababa de escuchar de Elishá, pero después de oír el juramento de boca de Guejazí aceptó su versión (Arajin 16.). De inmediato y gustoso, proporcionó lo que se le pidió, y Guejazí llevó estos elementos a su propia casa.
Proféticamente, Elishá supo lo que acababa de acontecer y maldijo a Guejazí con la lepra de la que Naamán terminaba de curarse - a él y a sus hijos (por permanecer impasibles mientras habían podido impedir que sucediera la mala acción de su padre).
Los Sabios cuestionan la sanción extrema de Elishá. Si bien Guejazí merecía ser censurado, consideran la acción de Elishá como quien “empuja al malhechor con ambas manos” impidiéndole rectificarse.


La ciudad de Shomrón estaba sitiada por Aram. La hambruna en la ciudad había alcanzado dimensiones terribles. El propio rey vistió arpillera en vista de la calamidad para demostrar sumisión al Creador. Elishá recibió entonces el mensaje de D”s sobre la increíble salvación que estaba por suceder: “Mañana un Saá (cantidad de volumen muy grande) de harina se venderá por un Shekel (valor de una moneda mínima)…”.
Afuera de la ciudad vivían cuatro leprosos (según la ley de la Torá, quienes sufren de Tzaraat (lepra originada por falencias espirituales), deben vivir en soledad en las afueras de la ciudad. ¿Quiénes eran?
Según los Sabios se trataba de… Guejazí y sus 3 hijos.

Efectivamente, aquella noche D”s aterrorizó los corazones del ejército de Aram que sitiaba la ciudad. Todos - hasta el último - escaparon en dirección de su país dejando allí sus alimentos y pertenencias.
Los cuatro leprosos, sabiendo que no sobrevivirían sin comer, se acercaron al acantonamiento de Aram para procurar alimentos, dispuestos a entregarse si fuera necesario.
El silencio del campamento era absoluto. Comieron, y llevaron los “souvenirs” que encontraron, a su lugar de vivienda. Después de repetir la operación, decidieron que era moralmente injusto aprovechar la situación y permanecer quietos mientras en la ciudad los habitantes estaban muriendo de hambre. Se acercaron a la ciudad y, después de cerciorarse de la verdad de sus palabras, el pueblo salió a tomar del botín de Aram, cumpliéndose así las palabras del profeta Elishá (muchísima comida prácticamente gratis).

Los Sabios atribuyen la debacle de Guejazí a tres motivos: su ojo envidioso, su indecencia en lo correspondiente al pudor, y la negación de Tjiat haMetim (resurrección).

Encontramos el segundo punto (la osadía) en el caso de la mujer de Shunem, y la falta de aceptación de la resurrección, posteriormente, en aquel mismo episodio.

¿Dónde encontramos, sin embargo, la evidencia de su envidia?
Luego que Elishá maldijo a Guejazí y este se tuvo que retirar, el TaNa”J cuanta que los alumnos se quejaron de lo estrecho que resultaba el espacio de estudio en el recinto destinado a ese fin. ¿Por qué, de repente, no alcanzaba el lugar?
Dicen los Sabios, que mientras Guejazí estaba en la Ieshivá, se sentaba afuera durante las clases de su maestro Elishá, demostrando que no había mucho que él podría aprender. El cuadro de Guejazí sentado afuera se difundía entre los demás alumnos que repetían la actitud (no querrían “ser menos”). Resultaba ser, entonces, que la clase de Torá de Elishá se daba en un salón casi vacío…
Recién después de la partida de Guejazí, los alumnos que querían escuchar las enseñanzas de Elishá no encontraban suficiente espacio.


Si la soberbia de Guejazí le hacía sentir que no tenía nada nuevo para aprender, debía a pesar de ello, sentir que su conducta causaba que la clase de su maestro no se aprovechara. Su falta de consideración lo llevó a ser irrespetuoso con su maestro y, finalmente, hablar mal de él (Sanhedrin 100.).
La arrogancia y la codicia se retroalimentan y se expanden. En el episodio en el que estaban afuera de la ciudad sitiada y prácticamente muerta de hambre, recién tomaron conciencia de su falta de consideración para con el dolor de los habitantes atormentados de Shomrón después de ir y volver del campamento de Aram repetidamente.


La postura de permanecer al margen de lo que sucede en la comunidad, es advertida por los Sabios: “No te apartes de la comunidad” dice Hilel en Pirkei Avot (2:4).

Muchas veces encontramos en las sinagogas grupos de personas que optan por reunirse afuera de ella durante distintos lapsos de la Tefilá (¿es aburrida? ¿falta de compromiso con lo que hacen?). Suelen ser los mismos que apenas un rabino comienza a dar una alocución, se escapan (“¿qué hay, acaso, para aprender?”)…
Hay otros que suelen pasearse en ciertos tramos de la Tefilá iniciando conversaciones en el propio Bet HaKneset, algo expresamente prohibido aun si no fuera durante la Tefilá - aun menos cuando se ha convocado al público para ofrecer una Tefilá en conjunto.
La acción en si es negativa y prohibida. Sin embargo, al igual que en el caso de Guejazí, el ejemplo que esto transmite a los adolescentes es aterrador. Precisamente son estos jóvenes quienes necesitan un modelo firme y claro de compromiso, en un mundo que les muestra justamente lo opuesto.

Ser maestro es un gran desafío. No solo por el hecho de la atención que se debe tener continuamente cuidando cada palabra y gesto ante los alumnos. Sino también porque nadie tiene asegurado el camino espiritual que tomarán los alumnos.
Aun cuando Elishá hizo un viaje hasta Damasco con el expreso fin de hacer volver a Guejazí en razones, éste se negó (Sotá 47.). Su pretexto fue que “a quien conduce a otros a pecar (p.ej. dándole un mal ejemplo como él lo había hecho), no se le permite volver en Teshuvá”.
En realidad, esta respuesta también fue evasiva, pues si bien quien se encuentra en aquella triste circunstancia, no será asistido en su Teshuvá, de todos modos debe por su propia cuenta intentar rectificar el mal que ha realizado, como y hasta donde pueda.

Nosotros pedimos al Todopoderoso que no nos ocurra como a “Elishá, cuyo alumno (Guejazí) se apartó de sus enseñanzas” (Brajot 17:).
Los Sabios nos enseñan que “aquel que es más grande que su compañero, su inclinación (hacia el mal) también se amplía” (Sucá 52.).
En otras palabras: en la medida que la persona se va superando, los desafíos espirituales crecen con él. Muy posiblemente no se tiente con las mismas necedades que lo provocaran antes, pero no por eso deje de estar asediado por nuevos retos espirituales.
Así fue también con Guejazí. Si bien, como hemos mencionado, fue un “Guibor beTorá”, lo cual sin duda es un logro encomiable, ello significó que debía seguir creciendo - y no caer en la soberbia que finalmente terminó por consumirlo.

Las historias del TaNa”J son reales. Nos cuentan de aquellos que fueron modelos de vida para todas las épocas, y de aquellos que “quedaron en el camino”. El desafío de vivir y obrar correctamente, abarca toda la vida - de todos nosotros, en cualquier nivel que hayamos alcanzado.
Que seamos merecedores de crecer y seguir creciendo por nuestra iniciativa y con la Ayuda del Cielo.

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