A lo largo de la Edad Media la Iglesia
tenía la costumbre de consagrar los campanarios para combatir y alejar a
los malos espíritus que, siempre según sus creencias, trataban de
entrar ellos para hacer el mal.
En esa época, las tormentas no eran un
simple fenómeno meteorológico, sino una de las formas que utilizaba el
demonio para hacer el mal. Para combatirlo y detener las tormentas
debían tocarse las campanas sin cesar.
Pero el resultado de aquello al final
era siempre el mismo, que muchos de los campaneros a los que se enviaba a
parar las tormentas con el movimiento de las campanas, morían a causa
de los rayos.
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