Niños irlandeses ante una pintada pidiendo la paz, durante el primer día de alto el fuego en Belfast (31-8-1994).
Las
religiones han cumplido muchas y variadas funciones a lo largo de los
siglos. Han ofrecido explicaciones más o menos imaginarias sobre el
nacimiento del universo, el origen del ser humano y de la sociedad. Han
contribuido a impulsar distintas filosofías, ideologías o visiones del
mundo que han marcado cada una de las culturas donde se han
desarrollado, y también han favorecido el nacimiento y desarrollo de
fecundos movimientos artísticos y literarios. Las religiones han servido
de consuelo al ser humano afligido ante lo incomprensible, angustiado
al enfrentarse a la muerte, la enfermedad y la desdicha. Y también han
servido como señas de identidad de las personas y las sociedades.
Pero,
por otra parte, la potente influencia que la religión ejerce sobre los
creyentes ha propiciado que a menudo haya sido utilizada con fines
políticos. En la antigüedad, reyes y emperadores utilizaron la religión
para justificar su posición privilegiada, el lujo de sus vidas y el
enorme poder del que gozaban. Se presentaban al pueblo como elegidos de
los dioses, como hijos de la divinidad e, incluso en algunos casos, se
consideraron ellos mismos dioses, borrando así los límites entre
política y religión.
La
historia nos demuestra que no hay guerras que se puedan explicar
exclusivamente por una simple oposición de creencias religiosas. Todos
los enfrentamientos, incluso los que se ha dado en denominar guerras de
religión, tienen como causas principales cuestiones políticas y
económicas, pretensiones territoriales y expansión de fronteras, o la
simple negativa a aceptar formas de pensar diferentes que puedan hacer
perder a algunos dirigentes sus posiciones de poder.
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