Cascos azules españoles en Mostar, Bosnia, en 1995.
Desde
principios del siglo XIX, el califato otomano fue perdiendo poder y
territorios. Era un imperio caracterizado por la diversidad religiosa
que se mezclaba con las diferencias étnicas y culturales. Esta
diversidad la heredaron los países que surgieron de sus cenizas, pero
solo en algunos casos y en ocasiones ha derivado en conflicto.
La
guerra de los Balcanes dividió a Yugoslavia. Las comunidades étnicas y
culturales que habían convivido en paz hasta 1990 se enfrentaron
violentamente y la religión sirvió para identificar a los distintos
grupos.
Los
eslovenos y los croatas, ambos mayoritariamente católicos, se
escindieron de los serbios ortodoxos, crearon estados propios y
expulsaron de su territorio a la mayoría de los que eran diferentes a
ellos. Las familias se separaron y mucha gente perdió sus hogares.
Pero
los conflictos más terribles se produjeron en Kosovo y en Bosnia. En
Bosnia convivían bosnio-croatas católicos, bosnios musulmanes y
serbo-bosnios ortodoxos. En Kosovo compartían territorio musulmanes de
origen albanés y serbios ortodoxos.
La
violencia, los asesinatos y la llamada «limpieza étnica» fueron tan
terribles en estas zonas que fue necesaria la intervención armada de las
Naciones Unidas y de la OTAN para detener el conflicto. Todavía hay
soldados de diferentes nacionalidades en la zona y el odio entre
aquellas comunidades perdura.
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