En
Líbano, hasta la guerra civil de 1975, no existía ningún conflicto y
convivían musulmanes sunitas y chiitas, católicos maronitas, cristianos
ortodoxos y otras minorías religiosas.
Durante
la guerra civil, se crearon alianzas más o menos duraderas entre grupos
de distinta religión. Esto ilustra sobre cómo la religión era solo un
ingrediente más en este conflicto, y no fue el motivo en sí ni del
comienzo de la guerra ni de lo que pareció su resolución.
Tras
el alto el fuego de 1990, el balance del enfrentamiento fue que una
parte importante de la población del país había emigrado. Líbano es una
nación que no ha normalizado aún la
convivencia aunque haya abandonado la violencia.
Por
otra parte, hoy en día algunos pretenden plantear como una guerra de
religión las hostilidades que enfrentan a palestinos e israelíes.
Tras
varias guerras, en 1948, 1967 y 1973, y a pesar de acuerdos puntuales,
la situación todavía es muy grave. Además hay que añadir el fenómeno del
integrismo, tanto de judíos radicales como de grupos terroristas
musulmanes como Yihad Islámica, Hamas o Hezbolá. En 1995, un joven
fanático judío asesinó al primer ministro de Israel, Isaac Rabin. Este
estaba dispuesto a pactar con los palestinos y entregarles unas tierras
que, según los judíos más radicales, Yahvé les prometió hace miles de
años.
También
se producen atentados terroristas, de forma sistemática y muchos de
ellos suicidas, por parte de grupos islámicos que matan
indiscriminadamente tanto a militares israelíes como a la población
civil.
El
ejército israelí responde a estas acciones realizando ataques selectivos
contra miembros de estos grupos y sellando los territorios palestinos
ocupados. Con esto se causa un grave perjuicio, tanto personal como
social y económico.
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