PÍO XII
Sobre la situación en China
Del 18 de enero 1952
Venerables Hermanos y amados hijos: salud y bendición Apostólica
1. El Cristianismo ha dado
esplendor a la cultura china y no se opone a su idiosincrasia
Deseamos ante todo manifestaros Nuestro ardiente afecto para con
todo el pueblo de China, que ya desde los tiempos más remotos se ha distinguido
por sus empresas, por su literatura y por el esplendor de su civilización, y
que, después de haber sido iluminado por la luz del Evangelio, la cual supera
inmensamente da sabiduría de este mundo, sacó de ellas riquezas mayores para su
espíritu, es decir, las virtudes cristianas que perfeccionan y consolidan las
mismas virtudes naturales. En realidad, la Religión Católica, como sabéis, no
contradice a ninguna doctrina que sea verdadera, a ninguna institución pública o
privada que tenga como fundamento la justicia, la libertad y la caridad, sino
que todo esto resulta realzado y perfeccionado por ella. No se opone a la índole
natural de ningún pueblo, a sus costumbres peculiares, ni a su civilización, que
benévolamente las acoge y con ellas como con nuevos y variados adornos se
embellece.
2. La persecución de la Iglesia
china.
Por este motivo Nos ha entristecido sumamente el saber que entre
vosotros la Iglesia Católica es considerada, presentada y combatida como enemiga
de la nación, que sus Obispos y los demás ministros sagrados, los religiosos y
religiosas, con mucha frecuencia, por desgracia, o son alejados de sus sedes o
se les estorba el libre ejercicio de sus funciones, como si la Iglesia no
estuviera al servicio de las cosas del cielo, no se cuidara de cultivar la
virtud en las almas, de ilustrar las gentes fundando escuelas, de aliviar
finalmente los sufrimientos humanos en los hospitales y de consolar a los niños
y a los ancianos en asilos, sino que, por el contrario, obedeciera a los
intereses humanos y a la ambición por el poder terreno.
3. Su fidelidad.
Por esto, si bien ya en la reciente Encíclica Evangelii praecones[1],
hemos dirigido la palabra a todos los fieles de las últimas regiones del Oriente
que han sufrido y sufren precisamente porque fueron y son fidelísimos a su
Religión, con todo a vos otros de nuevo abrimos Nuestro corazón y de una manera
particular deseamos dirigiros la presente Carta, para consolaros, exhortaros
paternalmente, sabiendo bien vuestras angustias, vuestras ansiedades y vuestras
adversidades. Y puesto que no Nos es menos conocido lo grande que es vuestra
firmeza en la fe y el amor ardiente a Cristo y a su Iglesia, damos gracias a
Dios Padre por medio de su Unigénito Hijo y Redentor nuestro Divino, el cual
desde lo alto os ha con cedido y os concede la energía con que sostener las
batallas por su gloria y la salvación de las almas.
4. Los católicos oran por ellos,
y el Papa los exhorta.
Los católicos de todas partes del mundo dirigen hacia vosotros
con admiración sus pensamientos y sus afectos; vuestra fe es conocida en todo el
mundo[2],
y a vosotros también se os puede aplicar cuanto escribe el Apóstol de las
Gentes: Fueron tentados, desprovistos de lo necesario, atribulados
maltratados... de quienes no era digno el mundo[3].
No en deshonra vuestra, por lo tanto, sino que en vuestra gloria cede si os ha
sido otorgado no sólo creer en Cristo sino también padecer por El[4].
Ya que se trata también de la causa de Dios y de su santa
Iglesia, sin aterraros por nada ante vuestros enemigos[5],
permaneced fuertes con aquélla fortaleza de ánimo que le se apoya no sobre las
fuerzas humanas sino sobre la gracia divina, obtenida con la plegaria. Ofreced a
Dios, como un suave holocausto, vuestras angustias, vuestros dolores y vuestros
sufrimientos, a fin de que El quiera, en su benevolencia, conceder finalmente la
tranquilidad y la libertad a la Iglesia en China y hacer comprender a todos -lo
que por lo demás es más claro que la luz del sol- que ella no busca las cosas
terrenas sino las celestiales y se esfuerza, como deber propio, por dirigir a
todos sus discípulos hacia la patria celestial con la práctica de la virtud y
con las buenas obras.
5. Los fines de la Religión y de
la Iglesia; amor y no política.
No faltan ciertamente -como todos saben y fácilmente pueden ver-
quienes tratan de adueñarse del poder terreno, buscando aumentarlo y dilatarlo
cada día más; pero la Iglesia ni aspira a esto ni lo busca. Ella, por el
contrario, se esfuerza por propagar la verdad del Evangelio, con el cual adorna
los corazones de los hombres, los mejora y los hace dignos del Cielo, trata de
promover la concordia fraterna entre los ciudadanos, consuela y alivia, en
cuanto le es posible, a los miserables y consolida y refuerza los fundamentos
mismos de la convivencia humana con las virtudes cristianas que son más
poderosas que cualquiera otra arma. Los que a ella adhieren, no son inferiores a
ningún otro en el amor a la patria; obedecen a las autoridades públicas por
deber de conciencia y según las normas establecidas por Dios; dan a cada uno, y
sobre todo a Dios, aquello que es debido. La Iglesia no llama a si a un solo
pueblo, a una sola nación, sino que ama a todas las gentes, de cualquier raza
que sean, con aquel amor sobrenatural de Cristo que necesariamente une a todos
con un vínculo de fraterna y mutua solidaridad. Por eso nadie puede afirmar que
ella esté al servicio de una determinada potencia, ni se puede pedir a la misma
que, rota la unidad de la cual su Divino Fundador la ha querido adornar y,
constituidas Iglesias particulares en cada nación, éstas se separen
desdichadamente de la Sede Apostólica, en la que Pedro, Vicario de Jesucristo,
sigue viviendo en sus sucesores hasta el fin de los tiempos. Si una comunidad
cristiana cual quiera quisiera hacer esto, perdería su vitalidad, como un
sarmiento arrancado de la vid[6],
y no podrá producir frutos saludables.
Vosotros, Venerables Hermanos y amados hijos, conocéis bien todo
esto y por ello oponéis la firmeza de vuestra voluntad a todo género de
insidias, aunque os las presenten de una manera engañosa, escondidas y
disfrazadas bajo apariencias de verdad.
6. El por qué de los Misioneros;
el clero indígena y la propia Jerarquía.
No ignoráis que los misioneros de las naciones extranjeras se os
mandan únicamente por este motivo para que atiendan a las inmensas necesidades
de vuestras gentes en aquello que toca a la religión cristiana, y den su ayuda
al clero indígena, que numérica mente no es todavía suficiente para estas mismas
necesidades. Y así apenas esta Sede Apostólica ha tenido la posibilidad de
confiar esas diócesis a Obispos que fuesen vuestros conciudadanos, lo ha hecho
de muy buen grado. Han transcurrido ya en efecto veinticinco años desde que,
Nuestro Predecesor Pío XI, de feliz memoria, en su gran amor hacia la Iglesia de
China, consagró él mismo, en la majestad de la Basílica de San Pedro, a los seis
primeros Obispos, de entre vuestra gente; y Nos mismo, no deseando otra cosa que
aumentar y hacer siempre más duraderos los progresos de vuestra Iglesia, hace
pocos años instituimos la Sagrada Jerarquía en China y un connacional vuestro,
el primero en los anales de la historia, ha sido por Nos elevado a la dignidad
de la Sagrada Púrpura. Y si se impone a todos los Misioneros, que, abandonada su
propia patria, han trabajado con fatigas entre vosotros, en el campo del Señor,
el que se alejen de vuestros lugares, como si fuesen nocivos a ellos, por esto
mismo se les exige, cosa no solo ingrata, sino también dañosísima para el mismo
desarrollo de vuestra Iglesia. Por el hecho de que los mismos no son ciudadanos
de una sola nación extranjera, sino que se eligen de entre otras muchas, más
aún, de entre las naciones, donde la Religión católica está floreciente y se ha
desarrollado la llama del apostolado, resulta evidente que la Iglesia Católica
manifiesta así la nota de su universalidad y estos heraldos del Evangelio no
buscan otra cosa, ni desean mayormente que escoger vuestra tierra como su
segunda patria, iluminada con la luz de la doctrina evangélica, introducir allí
las costumbres cristianas, llevaros la ayuda sobrenatural de la caridad, y, poco
a poco, aumentando en medio de vosotros el número del clero indígena, conducirla
a aquella plena madurez que haga que no sean necesarias la ayuda y la
colaboración de los misioneros extranjeros.
7. La obra de las religiosas.
No menos evidente debe aparecer ante todas las personas justas
que las religiosas, las cuales también en medio vosotros, como ángeles
consoladores, realizan su trabajo en las escuelas, en los orfanatos, en los
hospitales, se mueven a obrar de este modo virtud de aquel amor divino por el
que, renunciando a un matrimonio terrestre por unirse con el Esposo Celestial,
toman como propios a vuestros hijos, especialmente a los pobres y abandonados, y
con espíritu de dulce y sobrenatural maternidad, en cuanto está en su mano, los
alimentan, los instruyen convenientemente y los educan.
8. Misión divina de la Iglesia y
las persecuciones.
Como bien sabéis, la Iglesia Católica hace todo esto por misión
propia y en virtud del mandato de su Divino Fundador, y no pide otra cosa sino
la debida libertad para poder realizar en todas partes sus fines en pro del bien
y salvación de los mismos pueblos.
Y si se ve atacada con falsas acusaciones, sus Pastores y sus
discípulos no deben desanimarse por ello, sino más bien apoyarse confiadamente
en las promesas de Jesucristo expresadas con tas solemnes palabras: Las puertas
del infierno prevalecerán contra ella[7]:
He aquí que yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo[8].
Elevad por el contrario a Dios fervorosísimas oraciones por perseguidores
mismos, a fin de que El en su bondad, con su luz y con su gracia, ilumine sus
mentes y los mueva y dirija hacia las verdades celestiales. Continuad obrando
así, Venerables Hermanos y amados hijos, sin temor a los peligros y a las
dificultades, recordando aquella sublime sentencia del Divino Redentor
Bienaventurados los que lloran; porque ellos serán consolados. Bienaventurados
los que tienen hambre y sed de justicia; porque ellos serán saciados.
Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentira digan contra
vosotros todo género de mal, por mí. Alegraos y regocijaos, porque grande será
en los cielos vuestra recompensa[9].
Como los Apóstoles en los primeros tiempos de la Iglesia se fueron contentos...
porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús[10],
así también vosotros no os asustéis, sino que, puestos en el Cielo vuestros
ojos, vuestro corazón y vuestra alma, llenaos de aquélla alegría y de aquellos
consuelos celestiales que nacen de la buena conciencia y se alimentan de la
firme esperanza del premio eterno
Ya otras veces, a lo largo de los siglos, vuestra Iglesia ha
debido sostener crueles y acerbas persecuciones; vuestro suelo ha sido ya
enrojecido con la sangre sagrada de los mártires; y sin embargo podéis con mucha
razón aplicaros a vosotros mismos aquellas famosas palabras: Somos más cuantas
más veces se nos siega...; semilla es la sangre de cristianos[11].
9. La Iglesia vencerá.
Ciertamente, como cualquiera lo puede ver, todas las cosas
humanas, tristes o alegres, débiles o poderosas, tarde o temprano deberán
desaparecer; pero la sociedad que Cristo Nuestro Señor ha fundado, continúa bajo
la asistencia del Dios Eterno hasta el fin de los tiempos, a través de
dificultades y de contrastes, asechanzas y triunfos, luchas y victorias,
siguiendo su camino y realizando su misión de paz y de salvación: podrá, en
efecto, ser combatida, pero jamás vencida.
Confiando, pues, firmemente en las divinas promesas, de ningún
modo os dejéis atemorizar; de la misma manera que el sol vuelve a brillar
después de la tempestad, así también después de tantas angustias, trastornos y
sufrimientos, con la ayuda de Dios resplandecerá al fin sobre vuestra Iglesia la
paz, la tranquilidad y la libertad. Entretanto de la manera más intensa se unen
íntimamente a vuestras plegarias, tienden a conseguir del Padre de las
misericordias que todo esto se realice de la manera más rápida y más feliz.
10. Intercesión de los mártires
y de María Santísima.
Alcáncennos tales gracias aquellos Santos Mártires que ya dieron
ejemplo de heroísmo a vuestros antepasados y que ahora gozan de gloria inmortal:
os lo obtenga principalmente la Virgen María, Madre de Dios, Reina de China, que
vosotros amáis y veneráis con tanto amor y piedad. Sea Ella el poderosísimo
consuelo principalmente a todos los que se hallan en medio de los peligros, en
angustias, en cárceles, en el destierro, y a aquellos especialmente que entre
vosotros, habiendo constituido una pacifica asociación, se han consagrado al
servicio de Ella y se glorían de su nombre, les sea propicia y les dé fuerza,
consuelo y ayuda.
11. Bendición Apostólica.
Mientras Nos elevamos al Cielo Nuestras oraciones e impetramos
para vosotros la divina gracia, portadora de cristiana fortaleza, en prenda de
ésta y como testimonio de Nuestra benevolencia, a todos y a cada uno de
vosotros. Venerables Hermanos, y a todos los fieles confiados a vuestros
cuidados pastorales, de corazón impartimos la Bendición Apostólica. Dado en
Roma, junto a San Pedro, el 18 de enero de 1952, en la fiesta de la Cátedra
Romana de San Pedro, año 12 de Nuestro Pontificado. PÍO XII.
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