La
expresión "evangelizar las culturas" es relativamente nueva en la
Iglesia. Según la concepción tradicional, la evangelización se dirige
estrictamente a las personas, invitando a cada una de ellas a responder al
anuncio de la buena nueva de Cristo. Propiamente hablando, sólo las personás
son capaces de convertirse, de recibir el bautismo, de hacer un acto de fe y de
adherirse a la Iglesia. Aun reconociendo que los primeros destinatarios de la
evangelización son ante todo las personas, la Iglesia habla hoy de evangelizar
las culturas, es decir, las mentalidades, las actitudes colectivas, los
modos de vida. ¿Cómo comprender esta extensión del concepto de
evangelización? La evolución se explica por dos razones principales. Por un
lado, se ha producido una ampliación de la noción de cultura, aplicada no
solamente a las personas, sino también a las comunidades humanas. Estas dos
acepciones, individual y colectiva, de la cultura se encuentran muy bien
traducidas en ciertas expresiones como "la cultura del espíritu",
"una persona de cultura", "la cultura francesa", "la
cultura de los jóvenes". Por otra parte, bajo el impulso del Vaticano II,
la Iglesia se ha comprometido en un nuevo diálogo con el mundo moderno y sus
culturas, percibidas como un espacio vital para el porvenir religioso del
hombre.
1.
LA CULTURA COMO TERRENO DE EVANGELIZACIóN. Fijémonos primero en la noción de
cultura. Tradicionalmente, la cultura se dice de las personas, de su desarrollo
intelectual, de su creación artística, de sus producciones específicas. Así
se habla de una persona culta, es decir, erudita, instruida, que ha desarrollado
sus dones y sus talentos. Esta acepción sigue
siendo válida; pero al lado de esta cultura, llamada `clásica" o
"humanista", se ha impuesto a nuestros contemporáneos un concepto
"antropológico" de la cultura. En este sentido, se habla de identidad
cultural, de cultura popular, de cambios culturales, de desarrollo cultural, de
diálogo de las culturas. La cultura designa entonces los rasgos
característicos de un grupo humano, sus modos típicos de pensar, de
comportarse, de humanizar un ambiente determinado. Cada comunidad humana se
reconoce por su propia cultura.
Esta
realidad cultural, colectiva e histórica, se percibe hoy como objeto de
evangelización. No basta solamente con llegar a los individuos uno por uno;
es también la colectividad a la que hay que alcanzar en su cultura para
evangelizarla, como ha dicho enérgicamente Pablo VI: "Para la Iglesia no
se trata solamente de predicar el evangelio en zonas geográficas cada vez más
amplias o a poblaciones cada vez más masivas, sino también de llegar y de
convertir por la fuerza del evangelio los criterios de juicio, los valores
determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes
de inspiración y los modelos de vida de la humanidad que son contrarios a la
palabra de Dios y al proyecto de la salvación" (Evangelii nuntiandi, n.
19).
Así
pues, el evangelio se dirige a la vez a la conciencia individual y colectiva, en
el intento de regenerar la cultura de las personas, así como la cultura de los
grupos humanos, es decir, las mentalidades típicas de un ambiente determinado.
Para
captar, más allá de las fórmulas, lo que significa "evangelizar las
culturas", hay que partir de un dato, que podríamos llamar
socio-teológico: el hecho de que el evangelio es de suyo creador de cultura. Lo
recordaba Juan Pablo II en su discurso en la Unesco (2 de junio de 1980), cuando
subrayaba "el vínculo fundamental del evangelio, es decir, del mensaje de
Cristo y de la Iglesia, con el hombre en su humanidad misma. En efecto, este
vínculo es creador de cultura en su mismo fundamento". Toda la historia
del cristianismo ilustra el poder civilizador del evangelio.
2.
UNA LARGA EXPERIENCIA DE EVANGELIZACIÓN DE LA CULTURA. Desde sus orígenes,
la Iglesia ejerció su acción sobre la cultura, iluminando, purificando y
elevando el espíritu humano por el anuncio del evangelio. Los grandes
pensadores cristianos, como Orígenes y Agustín, expresaron el mensaje de
Cristo en unas categorías inteligibles a sus contemporáneos. Más tarde,
algunos teólogos geniales, como santo Tomás de Aquino, enriquecieron el
pensamiento racional y religioso elaborando audaces síntesis entre la
filosofía clásica y la doctrina de Cristo. Este aspecto, más intelectual, de
la evangelización de la cultura sigue siendo actual y constituye para cada
generación cristiana un reto vital para la Iglesia. Este mismo reto se extiende
a la creación artística. La historia atestigua una verdadera evangelización
de la imaginación y del simbolismo por medio de creaciones pictóricas,
arquitectónicas, musicales, poéticas, inspiradas en la fe cristiana
(/Belleza). Pensemos, por ejemplo, en la admirable profusión de imágenes de
Cristo y de la virgen María que han enriquecido para siempre la historia del
arte. Pensemos en fray Angélico, que creaba obras admirables rezando y
evangelizando. Recordemos los tesoros de la música gregoriana. Se puede
entonces trazar un vínculo muy claro entre el progreso de la evangelización y
el nacimiento de un verdadero humanismo cristiano.
La
difusión del evangelio por todo el imperio romano había introducido una nueva
pedagogía de las inteligencias y de las conciencias. A partir de unas escuelas
modestas, centradas sobre todo en el estudio de la Escritura, alimento de la
vida interior y fuente de la predicación, la Iglesia desarrolló las primeras
facultades consagradas a la teología y a las ciencias entonces conocidas. Así
nacieron las universidades, que marcaron profundamente a toda la Europa y a los
países a donde ésta irradió. La cultura estuvo marcada por un humanismo a la
vez teológico, literario y científico, que formó a la elite intelectual,
comprometida en la construcción de Europa y de su civilización. Esta cultura
del espíritu y del corazón fue la que dio los grandes exploradores y los
evangelizadores geniales, como Mateo Ricci en China, Roberto de Nobili en la
India, Las Casas en América Latina.
Mediante
una lenta ósmosis, toda la civilización estuvo entonces impregnada de los
valores del evangelio y todos los aspectos de la sociedad se vieron influidos
por el espíritu cristiano. León XIII recordaba este resultado de la
evangelización en una fórmula impresionante: "Hubo una época en que la
filosofía del evangelio gobernaba los Estados; en aquel tiempo, la fuerza y la
influencia soberanas del espíritu cristiano habían penetrado en las leyes, en
las instituciones, en las costumbres de los pueblos y en la organización del
Estado" (Inmortale Dei, 1 de noviembre de 1885, n. 9).
Estas
breves indicaciones históricas permiten comprender lo que significa transformar
las culturas por la fuerza del evangelio. Se vislumbra cómo actúa el evangelio
a nivel de las personas, de las costumbres, de las instituciones. Esta acción
de la Iglesia sobre la cultura de las personas y de las comunidades humanas se
ejerció desde los orígenes del cristianismo, o sea, mucho antes de que
nuestros contemporáneos empezasen a hablar de evangelizar las culturas. Debemos
entonces preguntarnos cómo se explica el
extraño éxito de esta expresión, relativamente reciente, y reflexionar sobre
la novedad que supone en el planteamiento pastoral de la Iglesia actual.
3.
UNA NUEVA CONSIDERACIÓN DE LA EVANGELIZACIÓN. Esta novedad, se debe a varios
factores. Está en primer lugar el hecho de que todas las culturas están
actualmente sometidas a cambios rápidos y profundos. Todos nuestros
contemporáneos se preguntan cuál será el porvenir de los valores culturales
que daban hasta ahora estabilidad a las costumbres, a las actitudes, a las
instituciones, a los comportamientos tradicionales. Proyectados en la era
moderna, todos los grupos humanos se preguntan por su identidad cultural y
sienten la necesidad de tomar en sus manos su propio futuro, según unos
criterios opcionales cuya importancia moral y espiritual es fácil de percibir.
Esto ha sensibilizado notablemente a nuestros contemporáneos frente a los
cambios culturales, su significado y su orientación. Las intuiciones de los
antropólogos y de los sociólogos, relativas al análisis y a la acción
culturales, han pasado a ser actualmente patrimonio de la mayoría. Los
gobiernos se han comprometido entonces en atrevidas políticas culturales,
creando ministerios de cultura y diversos organismos de promoción cultural.
La
Iglesia, sobre todo en el Vaticano II, ha acogido esta visión moderna de las
culturas como realidades humanas que hay que comprender, discernir y
evangelizar. Juan Pablo II ha creado para ello el Consejo Pontificio de la
Cultura, a fin de sensibilizar a toda la Iglesia en las tareas concretas de la
evangelización de las culturas y del desarrollo cultural. La cultura se ha
convertido, también para la Iglesia, en una categoría dinámica indispensable
para el análisis social y para la
definición del compromiso cristiano en el mundo moderno. En esta perspectiva
histórico-antropológica, en donde el porvenir de las sociedades exige un análisis
cultural con vistas a la acción cultural, se capta toda la
significación que reviste la evangelización de las culturas.
La
evangelización cultural que la Iglesia realizaba en otras épocas mediante una
acción lenta y una paciente ósmosis de los espíritus y las costumbres, debe
emprenderse hoy con un esfuerzo mucho más consciente y metódico.
a)
Rupturas entre la fe y la cultura. El hecho masivo y dramático de la
secularización-exige ahora una nueva reflexión sobre la evangelización de los
espíritus y de las mentalidades. En el mundo moderno, la religión y la cultura
no van a la par, como en las sociedades del pasado. Las culturas desacralizadas
y descristianizadas se han convertido en un nuevo terreno de evangelización.
Esta toma de conciencia es lo que motiva y justifica la evangelización de la
cultura. Pablo VI subrayaba su urgencia dramática: "La ruptura entre el
evangelio y la cultura es sin duda el drama de nuestra época, como lo fue
también en otras épocas. Por tanto, hay que hacer todos los esfuerzos con
vistas a una generosa evangelización de la cultura, o más exactamente de las
culturas" (EN 20).
Esto
exige ante todo en el evangelizador la percepción mental de la cultura
como terreno específico que cristianizar. Se necesita una formación en la
observación, en el discernimiento y en el descubrimiento de los sectores
culturales en donde pueda penetrar el evangelio. Esto significa que el esfuerzo
evangelizador debe buscar a la vez expresamente la conversión de las
conciencias individuales y la conversión de la conciencia colectiva. Pablo VI
describía así los dos aspectos, personal y colectivo, de la evangelización:
"La Iglesia evangeliza cuando, con sólo la fuerza del mensaje proclamado,
intenta convertir la conciencia personal y colectiva de los hombres, las
actividades que emprenden, la vida y sus ambientes concretos" (EN 18).
b)
El `éthos' por evangelizar. Percibir la cultura como terreno de
evangelización significa distinguir, en un ambiente cultural, lo que, entre
otras cosas positivas, esté en contradicción con el evangelio y lo que exige
ser purificado, regenerado y elevado. Puesto que la cultura está constituida
precisamente de modelos de comportamiento y de maneras típicas de pensar, de
juzgar, de sentir, es en el nivel de la actuación colectiva donde hay que hacer
penetrar la luz y la fuerza del evangelio. ES el ethos de un ambiente lo
que hay que captar, esto es, los códigos de conducta recibidos comúnmente en
un grupo humano. El ethos puede a veces estar en contradicción con la
ética, proponiendo como "normales" ciertas conductas que acaban por
destruir al ser humano y su dignidad; pensemos, por ejemplo, en la práctica del
aborto, de la eutanasia, del racismo; pensemos en la permisividad y en el
individualismo, erigidos en estilos de vida.
La
evangelización de las culturas obligará muchas veces a los cristianos a
mostrarse contraculturales; tendrán que criticar y denunciar lo que en su
propia cultura se recibe como lógico, pero que tiende a oscurecer las
conciencias y a debilitar el sentido moral. La presión de las modas, de los
juicios y de los intereses colectivos actúa en profundidad sobre las culturas
vivas y condiciona los comportamientos comunes. Evangelizar significará
discernir esos modelos de comportamiento según los criterios de la enseñanza
de Jesucristo, que vino a salvar a todo el hombre en su dimensión personal,
social y cultural.
Sin
embargo, la denuncia del mal, del pecado individual y colectivo, postulará
también, en un aspecto positivo, el anuncio del ideal evangélico, que responde
a las aspiraciones más secretas de toda persona y de toda cultura. El evangelio
tendrá que influir en los sectores clave del obrar colectivo, como la familia,
trabajo, la educación, el ocio, los ambientes sociales, económicos y
políticos. No se trata solamente de recordar los principios de una moral
social, sino de convertir las mentalidades y de transformar con la fuerza del
evangelio las escalas de valores que marcan a una cultura viva tanto para el
bien como para el mal. Es preciso que los efectos de la redención cambien las
maneras de pensar y el ideal de comportamiento de un ambiente particular. Cada
cultura pide ser interpelada en sus modas, sus costumbres, sus tradiciones. Más
en concreto, un ambiente cultural determinado tiene que descubrir que hay una
"manera cristiana" de trabajar, de vivir en familia, de educar a los
hijos, de dirigir una escuela, de servir al bien común, de comprometerse en
política, de defender los derechos humanos. No es fácil esta acción sobre las
mentalidades; se ejerce ante todo a través de las personas y de las familias.
Intenta sensibilizar las opiniones y los juicios colectivos con vistas a una
conversión real de los comportamientos.
c)
Conversión de las conciencias y de las culturas. Ciertamente,
es indispensable proponer una ética social; pero la enseñanza moral no
constituye más que una primera etapa de la evangelización. No hay
evangelización sin conversión, sin cambio de las conciencias. La fe tiene que
llegar a transformar la cultura viva de un
ambiente. Ciertamente, la conversión de las culturas debe entenderse en
analogía con la conversión individual;
pero hay que subrayar que la conciencia
colectiva tiene también una verdadera necesidad de purificación y de metanoia.
Se dan en las sociedades
"estructuras de pecado" o "faltas sociales", que son el resultado
de múltiples pecados personales, de corresponsabilidades o complicidades
más o menos confesadas; de omisiones, de ambiciones, de prejuicios
colectivos. La conversión de la conciencia
colectiva exigirá un esfuerzo común y la
colaboración de un gran número de
personas dispuestas a reconocer el hecho del pecado socialmente
difundido y la necesidad de redención de
la cultura. La evangelización de las culturas se realiza entonces
por medio de unas personas que aceptan el
mensaje salvífico de Cristo en su vida
individual y en su ambiente vital. Se
produce así una especie de influencia
mutua entre las conversiones individuales y
las conversiones colectivas. Así pues, la fe debe
alcanzar al mismo tiempo a las conciencias
y a las culturas. Es ésta la síntesis que
ha de operar la evangelización de la cultura, como decía Juan
Pablo II: "La síntesis entre la cultura
y la fe no es solamente una exigencia de la
cultura, sino también de la fe. Una fe que
no se hace cultura es una fe que no es
plenamente acogida, totalmente pensada y fielmente vivida"
(Carta de fundación del Consejo Pontcio
de la Cultura, 20 de mayo
de 1982).
4.
EL RETO DE LA CULTURA DE MASAS. Para captar todo el alcance y también la
dificultad de actuar sobre las culturas de hoy, es interesante observar con
atención lo que se llama la cultura de masas y el impacto de los medios de
comunicación local sobre las mentalidades modernas. Los mass media ofrecen
en nuestros días un medio particularmente
eficaz para la acción cultural. Se han convertido en poderosos agentes de
producción y de transmisión de una cultura de masas que condiciona a los
espíritus y a las conciencias. Todo esfuerzo metódico de evangelizar las
culturas tendrá que conceder una atención especial a esos medios, y los
cristianos tienen que aprender a discernir y a criticar eficazmente la cultura
producida por esos medios modernos. Importa sobre todo que los valores
cristianos encuentren su expresión en la producción y difusión de los mass
media. Se trata de un reto decisivo para el porvenir de la cultura y de la
evangelización. Ha sido precisamente la irrupción de los medios de
comunicación social en la vida moderna lo que ha desconcertado radicalmente los
valores y las mentalidades, hasta el punto de que las familias, las escuelas y
las Iglesias se sienten amenazadas en su manera tradicional de educar a las
nuevas generaciones.
Si
insistimos en el significado de los mass media en la sociedad moderna, no
es porque los consideremos como. la única causa de los cambios culturales, sino
sobre todo porque representan a nuestros ojos el enorme influjo que tiene toda
acción sobre las culturas actuales. Esos medios, ciertamente, son productores
de cultura; pero son sobre todo los reveladores de la conciencia moderna, con
sus valores, sus gustos, sus aspiraciones típicas. En ese nivel es donde se
sitúa el nuevo terreno de la evangelización. Este hecho de la civilización
como tal es el que interpela a los cristianos.
5.
LA MODERNIDAD COMO CULTURA. La cuestión nueva y tremendamente compleja que se
le plantea entonces a la Iglesia es saber si las creaciones prodigiosas de la
civilización moderna servirán al bien espiritual o a la ruina de las
conciencias. La modernidad misma debe comprenderse como una cultura que
evangelizar. La cultura contemporánea está marcada por el impacto .que los
fenómenos de la urbanización y de la industrialización ejercen continuamente
sobre las maneras de pensar y de obrar. La l modernidad va acompañada
indudablemente de un progreso y .de unas esperanzas que el evangelizador ha de
saber asumir, pensando en un desarrollo cultural abierto a la esperanza
cristiana. Al contrario, la cultura moderna tiene que ser criticada en sus
rasgos negativos, que constituyen un obstáculo para el progreso humano y
espiritual de las personas y de las sociedades. La conciencia moderna tiene que
enfrentarse ahora con problemas morales de una dimensión planetaria, como la
construcción de la paz, la solidaridad. en el desarrollo de todos, la
protección de la naturaleza. Estas cuestiones superan las capacidades de cada
individuo, pero nadie puede sentirse indiferente ante las responsabilidades
comunes. Estas exigencias forman parte ahora de 1a cultura que emerge en el
mundo.
En
adelante; el esfuerzo evangelizador tendrá que tener en cuenta esta amplia
dimensión de las nuevas, culturas. La seriedad del reto sugiere que esta.
tarea.no podrá llevarse a cabo sin un esfuerzo más concertado y metódico de
todos los responsables de la evangelización. Ninguna diócesis, ninguna
parroquia, ningún instítuto o movimiento religioso conseguirá él solo asumir
la misión de evangelizar a las culturas de hoy. Resulta indispensable un
esfuerzo conjunto en todos los niveles. Aquí es donde reside la novedad y la
promesa de la evangelización de las culturas. Este problema es actualmente
objeto de investigaciones y de estudios especiales, centrados en el tema anejo
de la l inculturación del evangelio. Las dos cuestiones se iluminan
mutuamente: la evangelización de la cultura y la inculturación del evangelio
deben comprenderse en sus mutuas relaciones y en su complementariedad (!
Evangelización; III).
En
resumen, lo que se necesita es una nueva sensibilización de los responsables
de- la evangelización. Se les pide que perciban la dimensión cultural de la
acción pastoral y que promuevan una aproximación concertada al problema a
nivel de toda la comunidad cristiana, para que la fe penetre y regenere las
culturas vivas. Es éste uno de los desafíos más urgentes de la
evangelización, como afirma Juan Pablo II: "Tenéis que ayudar a la
Iglesia a responder a estas cuestiones fundamentales para las culturas actuales:
¿Cómo es accesible el mensaje de la Iglesia a las nuevas culturas, a las
formas actuales de la inteligencia y de la sensibilidad? ¿Cómo puede la
iglesia de Cristo hacerse oír por el espíritu moderno, tan orgulloso de sus
realizaciones y al mismo tiempo tan preocupado del porvenir de la familia
humana? ¿Quién es Jesucristo para los hombres y las mujeres de
hoy?" (Al Consejo -Pontificio de la Cultura, 16 de enero de 1984).
BIBL.:
CARRIER H., Evangile et cultures: de Léon XIII á Jean-Paul 11, Ciudad
del Vaticano 1987; CHIAVAccI E., Cultura, en Diccionario teológico
interdisciplinar, vol. 2, Salamanca 1982, 230-240; DUCH Ll., Historia y
estructuras religiosas, Barcelona 1978; LUZBETAK, The Church and Cultures:
New Perspectives in Missiological Anthropology, Maryknoll (N.Y.), 1988;
MARITAIN J., Religión y cultura, Buenos Aires 1940; TORNOS A., El servicio
a la fe en la cultura de hoy, Paulinas, Madrid 1987.
H.
Carrier
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