I. Por qué y cómo se plantea el problema
Uno de los datos más significativos de la reciente reforma litúrgica, por
desgracia todavía poco asimilado y llevado a la práctica, y que por eso es uno
de los objetivos fundamentales de la renovación puesta en marcha en la iglesia
con la publicación de los nuevos -> libros litúrgicos, es el redescubrimiento
del hecho global de la -> celebración: su genuino significado, sus componentes,
su ritmo, el sujeto y las funciones que se realizan en ella, sus finalidades
específicas. En este contexto se inserta el problema de una diversidad (o
multiplicidad) de estilos celebrativos.
1. EL PROBLEMA DEL ESTILO CELEBRATIVO TAL Y COMO APARECE EN LOS LIBROS
LITÚRGICOS NACIDOS DEL CONCILIO DE TRENTO. De un examen, aunque sólo sea
superficial, del rico y minucioso aparato normativo de los libros litúrgicos
publicados a continuación del concilio de Trento, contenido en el comienzo o en
el cuerpo de los mismos, se desprenden con claridad algunos elementos
importantes concernientes a nuestro tema.
• Celebrar
significa ejecutar una prescripción, o sea, leer unos textos prescritos y
cumplir unos ritos rígida y detalladamente preconstituidos que, en general, se
consideran válidos por sí mismos, independientemente de lo que les haya podido
confiar la genuina tradición para que lo transmitieran y de las condiciones que
en determinada asamblea permiten la comunicación no sólo a nivel intelectual
(nociones), sino también a nivel interpretativo y expresivo.
• La gestión del acto ritual se confía
exclusivamente a miembros del clero, que deben actuar no sólo con plena
fidelidad a lo que está fijado, sino también digne, attente ac devote. Al
hacer sus rituales se ignora o se niega del todo cualquier intervención
innovadora no prevista en el patrón oficial; éste debe ser siempre
idéntico a sí mismo y realizado en todas partes de la misma manera. De aquí se
sigue,naturalmente, un estilo celebrativo uniforme y despersonalizado, que
desgasta a los celebrantes, determinando inevitablemente un modo de actuar
rápido y habitudinario, preocupado más por lo que se exige para su validez que
por la significatividad y la expresión de los diversos ritos que se ejecutan.
• Como consecuencia de ello, la asamblea que
interviene en el rito es en general solamente destinataria de la acción, y
además casi siempre en una actitud muda y pasiva. Efectivamente, se llama a los
fieles —si todo va bien para que escuchen, sin comprender en la mayor
parte de los casos el significado de las palabras y los gestos. La masa asiste
casi siempre de rodillas, en una actitud de oración devota y personal;
generalmente, las respuestas y aclamaciones, aunque estén previstas en el rito,
las hace uno en nombre de todos. Las rúbricas no toman absolutamente en
consideración la presencia y la actuación de la asamblea, y excluyen totalmente
cualquier diversificación de las modalidades celebrativas en relación con la
diversidad de situaciones locales ambientales, culturales o de fe.
Así la celebración toma un aspecto ceremonial, áulico, pomposo y formalista,
que, como mucho, suscita una actitud de estupor, de complacencia, de gusto
estético.
2. CAMBIOS RADICALES PRODUCIDOS CON LA REFORMA DEL VAT. II. Desde este punto de
vista, la reforma inaugurada con el Vat. II ha determinado un cambio radical,
por lo menos en los principios y a nivel objetivo de pronunciamientos oficiales,
y sobre todo de indicaciones teológico-pastorales y normativas, como aparecen
sobre todo en las ricas
Observaciones generales de los nuevos libros litúrgicos.
• El término celebrar, en el lenguaje y en la
praxis litúrgica, indica "la acción concreta que consiste en ejecutar un
determinado rito, entendido como acto de culto de una asamblea concreta de
creyentes. El término condensa todos los componentes del acto ritual: los que lo
ejecutan, el objeto o los valores que persiguen, las modalidades características
de este actuar'''. Acto complejo, pues, que suscita una amplia gama de
problemas, exige una nueva mentalidad, abre posibilidades nuevas y
diversificadas en la actuación ritual, precisa múltiples atenciones psicológicas
y pastorales, pone en movimiento una diversidad de agentes y, por tanto, de
modalidades celebrativas.
• Con la reforma y la utilización de los nuevos
libros litúrgicos está manifestándose un gradual cambio de régimen respecto a la
situación precedente: de uno ritualista, del que hablábamos más arriba, a
otro más abierto y sensible a la experiencia religiosa y a la comunicación'. O
sea, se están modificando los puntos de referencia para una celebración
auténtica, para su justa valoración, sobre todo en orden a las finalidades que
tiene y a los frutos que debe dar. Se pide, especialmente a quien tiene la
misión de animador, que esté más atento a dejarse arrastrar personalmente y a
arrastrar a los miembros de la asamblea, así como al valor efectivo de los
signos más que a su puro y simple verificarse oficialmente.
• Otro dato significativo de novedad consiste en una
identificación más exacta de cada una de las funciones rituales previstas en el
acto completo de la celebración. La Ordenación General del Misal Romano,
por ejemplo, aclara en diferentes puntos el significado y el valor de los gestos
litúrgicos: la acogida, la presidencia,
la proclamación de la palabra de Dios y el simple pronunciar las moniciones,
moverse, actuar, etc. (cf OGMR 11-15; 18-19; 20; 22-23). Todas esas
funciones exigen después que se las manifieste y se las haga sensibles de
diferentes formas rituales. Así sucede que, mientras que la función es
tendencialmente fija, las formas en cambio pueden, y a veces deben, ser diversas
y diferenciadas. Así, puede haber modos y estilos diversos para actualizar un
texto; maneras diversas de cantar; modalidades diferentes para expresar alegría,
consentimiento, compunción, etc.
• Un ulterior aspecto novedoso lo constituye el modo de considerar las
estructuras rituales, en primer lugar el libro que se usa para la
celebración. No deben ponerse al mismo nivel las diferentes partes que lo
componen, ni tampoco tienen todas el mismo valor.
Algunos elementos son más fijos, otros más flexibles: una rúbrica no tiene el
mismo valor que una monición, y a ésta no se la debe situar en el mismo plano
que una oración presidencial o una fórmula sacramental. Las didascalías, por
ejemplo, son indicativas: con frecuencia será necesario repensarlas y
reformularlas; los textos eucológicos, en cambio, son más determinantes y, en
general, intocables, aunque haya la posibilidad de elegir uno u otro entre
ellos. Más aún, las fórmulas sacramentales. De aquí se sigue que, en ciertos
aspectos y dentro de determinados límites, el libro litúrgico no es una
estructura rígida y monolítica, sino un material rico y orgánico, que hay que
ordenar y utilizar con competencia, fantasía y buen sentido, respetando de todas
formas el espíritu, las leyes intrínsecas de la celebración, su dinamismo
interno, etc.; en una palabra: demaneras diversificadas, según las situaciones.
• Finalmente, y es quizá uno de los elementos más importantes, la reforma
litúrgica ha dejado bien claro quién es el verdadero sujeto de la acción
cultual, ensanchando el horizonte del clero y de los ministros sagrados a toda
la l asamblea en cuanto pueblo de Dios orgánicamente estructurado, pero viviente
aquí y llamado hoy a ofrecer al Padre, por Cristo, en el Espíritu
su culto en espíritu y verdad
La atención a la asamblea, en cuanto sujeto del acto ritual, ha llevado
inevitablemente, como era natural y lógico, a dejar en un segundo plano las
cosas y a hacer aparecer a las personas coagentes, con su diversidad de
carismas y funciones, en relación a la diversa cultura, al diverso grado de
pertenencia a la iglesia, al diverso modo de sentir y expresar la fe en el único
Señor. La liturgia es, efectivamente, además de un acto de Cristo resucitado,
una acción cultual y santificante para esta y de esta comunidad,
como dice la misma etimología del término en cuestión.
3. QUÉ SE ENTIENDE POR LA EXPRESIÓN
"ESTILOS CELEBRATIVOS". Para
limpiar el terreno de posibles y fáciles equívocos, por el término estilo
se entiende aquí las modalidades concretas y las características peculiares de
la expresión verbal y gestual propia de la actuación ritual. Esta, en efecto,
desde un punto de vista general, es el conjunto de las palabras-gestos con que
el hombre y un determinado grupo de hombres se abren a la dimensión
trascendental, que es connatural a la naturaleza humana limitada y contingente,
y buscan o realizan el diálogo y el encuentro con ella, de acuerdo con la
naturaleza misma del hombre, que es un ser
simbólico.
Dios, que es trascendente, totalmente otro, con su revelación ha hecho irrupción
en la historia humana para realizar la alianza, o sea, "para invitarlos y
recibirlos en su compañía" y constituir una comunidad, un pueblo que le
pertenezca como especial propiedad suya (DV 2; LG 9), lo reconozca en la
verdad y le sirva fielmente (ib). Y todo esto lo ha realizado adaptándose
al hombre, espíritu encarnado, con palabras y gestos íntimamente relacionados
(DV 2). Por eso se puede hablar de un estilo en el actuar de Dios en
la historia y de una acertada pedagogía adoptada por él en el
cumplimiento de su proyecto de salvación (cf DV 4; 13).
Frente a la provocación y al don de Dios, el hombre está llamado a dar su
respuesta de adhesión y de acogida en la fe, para entrar en la comunidad de su
pueblo y realizar el encuentro-diálogo-comunión con él. Y lo hace —y no podría
ser de otra forma-- mediante palabras y gestos. Es la ley de las mediaciones
sensibles, que preside toda la l historia de la salvación, de la cual la
liturgia es una actuación concreta en el tiempo que va de la ascensión hasta la
vuelta del Señor.
El misterio de la alianza se realiza, por tanto, en una obra, en un conjunto
ordenado y orgánico de palabras, de -> silencios, de -> gestos, o sea, de ->
ritos y -> símbolos, en los que la iglesia toma cuerpo y se hace, en el
Espíritu, una nueva humanidad; y, en ella, cada uno de los creyentes está
llamado a ser una criatura nueva, a ofrecer al Padre por medio de Cristo en el
Espíritu su culto espiritual. En esta perspectiva, la liturgia es de alguna
manera la encarnación de la alianza; ciertamente no de manera exclusiva, perosí
de manera insustituible y según formas propias
De todo lo dicho se sigue que en la liturgia el estilo no es un elemento
accesorio y secundario, sino un componente esencial e intrínseco de ella. Los
problemas que se refieren a él no son, por tanto, nuevos; siempre se han
planteado, aunque hoy adquieran aspectos nuevos por diversos motivos: ante todo,
porque se descubre nuevamente la importancia fundamental de la dimensión
interior y personal de la actuación ritual, respecto a una afincada y constante
tentación formalista de cosificar palabras y gestos, atribuyéndoles un
valor absoluto; en segundo lugar, porque la renovación litúrgica, al abrir el
camino de la l adaptación de las formas rituales y, por tanto, de un legítimo
pluralismo, plantea problemáticas nuevas también en orden a la diversidad de
estilos celebrativos dentro de un mismo acto cultual'.
II. Doble fundamento teológico-pastoral de la diversidad de estilo celebrativo
La diversidad del estilo celebrativo se asienta sobre un doble dato
teológico-pastoral, inherente a la naturaleza misma de la liturgia; o sea, en el
hecho de que es una acción simbólica, y es celebración aquí y ahora de la pascua
de Cristo por parte de una determinada asamblea de iglesia.
Es necesario profundizar el tema para captar toda su riqueza y profundidad, y
para medir adecuadamente sus implicaciones y consecuencias pastorales.
1. LA LITURGIA,
ACCIÓN SIMBÓLICA, PASA A TRAVÉS DE FORMAS SIGNIFICATIVAS DIVERSAS. La liturgia,
en cuanto acción simbólica, es un complejo orgánico estructurado de signos, que
llevan un mensaje de salvación y están destinados a realizarlo, obrando una
transformación en el hombre, concretamente la comunión con Dios y con los
hermanos; sin embargo, esto no sucede de manera automática y casi mágica, sino
en relación con la fe, que los reconoce como revelación del don divino y los
utiliza como forma concreta y visible de la respuesta religiosa personal y
comunitaria a Dios. Ciertamente la liturgia se refiere al -> misterio, o
sea, a las realidades de la fe que están más allá de la experiencia visible;
igualmente, la actuación ritual no busca resultados puramente humanos y
mundanos, sino la llegada del reino. Las realidades de la fe, de todas formas,
así como la llegada del reino, se desvelan y se hacen presentes mediante
palabras, gestos, realidades humanas, que, sin embargo, están destinadas a
remitir más allá de lo que es visible, histórico, humano en ellos y, por
tanto, a manifestar y realizar la alianza. Son signos de Dios para el hombre. En
este sentido no son solamente signos, sino símbolos, y como tales
adquieren significado y valor último no sólo de las experiencias humanas de las
que se toman o de lo que les da el hombre que los realiza, sino de la voluntad
misma de Dios, que conocemos por la revelación, y en última instancia por el
Espíritu Santo, que habla y actúa a través de ellos.
De todas formas, hay un aspecto particular, que afecta a nuestro tema, y que
aquí es necesario subrayar. La liturgia no es únicamente una información o una
enseñanza, en la que cuentan solamente los contenidos que hay que transmitir. Es
una acción simbólica, que pasa a través de _formas significativas. Silas
formas cambian, el rito se modifica y el resultado de participapación-comunión
puede ser notablemente diverso. También la forma es un mensaje. Por tanto, lo
que hace a una celebración viva y llena de significado, y por ende más eficaz,
no son tanto las estructuras y los elementos que la componen, sino el estilo, el
modo de comportarse, y por tanto las modalidades concretas con que se dicen las
palabras y se ejecutan los gestos. Efectivamente, con el mismo programa
ritual se puede llegar a celebraciones bastante diferentes. Baste un ejemplo
para aclarar esta afirmación. En la celebración eucarística, tanto occidental
como oriental, la estructura —que tiene su fundamento en la revelación y en la
genuina tradición eclesial— es única, idéntica, y por ello intangible: se
encuentran unos ritos iniciales, una liturgia de la palabra con lecturas y
cantos, la plegaria eucarística y los gestos de la cena del Señor. Pero puede
darse —y de hecho se da— un cierto modo de adorar, de cantar, de hacer los
gestos, de llevar la acción y de hacerla visible; en definitiva, de significar
el misterio, que puede hacer una celebración diferente de la otra. Todo esto
tiene como finalidad no comprometer el sentido de la unidad, sino enriquecerlo y
valorarlo según la diversidad de las situaciones en que se realiza el acto
celebrativo.
2. LA LITURGIA, CELEBRACIÓN DE UNA
DETERMINADA ASAMBLEA. El segundo dato
—estrechamente unido al anterior— es que la liturgia es acción cultual-simbólica
de una determinada asamblea. Efectivamente, significar el misterio de los signos
litúrgicos, o sea, hacerlos adecuadamente significativos, depende también del
grupo, de su fisonomía concreta, de su cultura, de su sensibilidad religiosa.
Esto deriva de una afirmación teológica, universalmente aceptada en principio y
que la constitución litúrgica y las introducciones de los nuevos libros
litúrgicos no se cansan de repetir: la liturgia es acción de la iglesia (SC
26ss).
Cuando se dice iglesia no se entiende una realidad abstracta, sino la
asamblea litúrgica celebrante, naturalmente en cuanto que es signo y
concentración de la iglesia universal. Es esta comunidad, con sus
peculiaridades humanas, culturales y religiosas, el sujeto no sólo
ejecutivo, sino también interpretativo de la acción litúrgica. En efecto,
el rito, aunque esté bien definido en su significado y valor universal y sea
sustancialmente idéntico tanto en su estructura externa como en la lógica
interna de sus componentes, debe ser personalizado por el sujeto que lo pone en
obra, o sea, por la comunidad cultual concreta, de manera que se reconozca en él
y se exprese y viva de él.
Es verdad que la liturgia está en función de la experiencia objetiva del
misterio salvífico que están llamados a hacer los creyentes en ella y con ella;
pero también está fuera de dudas que el rito, una vez interpretado —o
inculturado, si se prefiere—, se hace fuente y elemento portador de esa
experiencia por la que el misterio de Cristo, más que afectar como desde fuera a
la comunidad celebrante, se manifiesta y se inserta desde dentro, como asumiendo
la fisonomía de esa determinada asamblea. De esta manera, esa asamblea, en vez
de separarse de la iglesia católica, adquiere la conciencia de su
original colocación en ella y de su papel específico dentro de la iglesia.
Alguien podría considerar todo esto como una temible novedad, encuanto que
abriría el camino a una autonomía exagerada y contribuiría a crear más confusión
y división que unidad y comunión. En cambio, de hecho, considerando las cosas
con tranquilidad, se descubre que este fenómeno, concebido y realizado
correctamente, puede ser causa de un gran enriquecimiento y una preciosa
valoración tanto de la iglesia universal como de cada una de las iglesias
locales.
En conclusión, si los ritos se insertan vital y respetuosamente en culturas
diversas, es de esperar y de desear que la expresión litúrgica de ese mismo
misterio salga ganando y que el rostro de la iglesia resulte más vivo, variado y
auténtico.
3. ÁMBITOS
CONCRETOS PARA UN ESTILO CELEBRATIVO DIVERSIFICADO EN LAS FORMAS. Desde esta
perspectiva aparecen con más claridad
los aspectos concretos y los ámbitos en los que se puede manifestar y actuar la
diversidad de estilo.
a) Ante todo, en relación con áreas culturales diversas. Es un corolario
lógico de todo lo que hemos dicho, y una aplicación concreta del principio de la
inculturación del mensaje cristiano [! Adaptación, IV], sancionado por el
Vat. II y repetido constantemente por el magisterio reciente (cf SC 37-39; GS
19; 22). Significa reconocer en los valores socio-culturales y religiosos de
las diferentes naciones, y también de las diferentes asambleas, un signo de la
palabra de Dios, y las semina Verbi que están presentes en el mundo a
causa de la creación y encarnación pascuales. Naturalmente, deberá tratarse de
valores auténticos, no unidos a supersticiones y errores, y que puedan
armonizarse con el espíritu de la liturgia, con su estructura fundamental y sus
leyes extrínsecas; por eso exigirán una cuidadosa atención y discernimiento.
Los sectores más importantes en que se puede hacer sitio a una legítima
diversidad pueden ser varios: las posturas del cuerpo, los movimientos
procesionales, la forma y amplitud del gesto, los momentos y la intensidad del
silencio, las dimensiones y características del lugar y de los objetos
destinados a la celebración. Así, por ejemplo, no tiene en todas partes el mismo
significado el estar de pie, ni tampoco el mismo valor pedagógico; en algunas
culturas, los movimientos del cuerpo necesitan ampliarse en su forma expresiva
(por ejemplo, mediante la danza) para alcanzar una significatividad plena; puede
ser diverso el modo de cantar un texto o de proclamarlo en ciertos ambientes o
en determinadas situaciones; puede ser diferente la manera de presentar los
elementos eucarísticos, de ofrecer un objeto, de intercambiarse la paz, de
adorar, de guardar silencio, etc. "
Podrían multiplicarse los objetos. Aquí nos basta con haber llamado la atención
sobre el principio y haber abierto el campo a algunas aplicaciones concretas.
b) La particularidad de una asamblea celebrante —y
por tanto del estilo está determinada no sólo por su cultura, sino también por
sus dimensiones numéricas y por otras
circunstancias de tiempo y espacio.
Efectivamente, la liturgia es siempre una acción situada: tiene un hoy
y un aquí, que se caracterizan no solamente por el acontecimiento
salvífico que se celebra en ella (por ejemplo, una solemnidad o fiesta
particular que es memorial de un acontecimiento de la historia de lasalvación),
sino también por condiciones peculiares de orden pastoral y psicológico de las
personas convocadas.
La asamblea litúrgica no es nunca una reunión casual; siempre tiene un porqué
y un cómo que determinan un cuándo y un
dónde.
Esto es particularmente evidente en nuestro tiempo y en la actual civilización,
marcados como están por los ritmos frenéticos impuestos por la producción y el
consumismo, así como por la usura del automatismo. En semejante situación se
hace más fuerte en el hombre la necesidad de momentos y gestos diversos de los
momentos y gestos del vivir cotidiano. Nace así la necesidad de la -> fiesta
como ocasión buscada para ganar tiempo, para vivir algo importante junto a otros
en gratuidad y con signos simbólicos ricos de valor, y también diversos en las
diversas situaciones (por ejemplo, en un matrimonio o en otro acontecimiento
significativo para el grupo social). La necesidad de una ruptura con lo
cotidiano se puede expresar también con el simple pasar de la calle al lugar
propio de la celebración, que por eso debe tener su estructuración y su valor
simbólico, y exige, en consecuencia, modos diversos de estar juntos, de
dialogar, de comportarse, etc., según el ambiente y el clima que se desea crear.
La historia de la evolución de las formas cultuales demuestra, por lo demás, que
en el s. Iv, cuando la pequeña
comunidad doméstica de los discípulos del Señor se hace una gran asamblea y la
celebración se traslada de la domus familiar a la más amplia basílica
romana, comienza el proceso de ritualización en la liturgia, con inevitables
consecuencias tanto en el desarrollo de la acción como en el estilo celebrativo.
c) Una tercera serie de factores puede llevar a dar expresión y características
variadas a la celebración: ante todo, la diversidad de funciones que se
desempeñan dentro de la asamblea; y, luego, la índole diversa de los
diferentes elementos que intervienen en el acto ritual.
La liturgia, como se sabe, es acción de una comunidad toda ella ministerial; por
tanto, implica carismas y tareas diferentes, destinados en cualquier caso a
integrarse recíprocamente y a ser unidos y armonizados por quien tiene el deber
de la dirección o, mejor, de la presidencia. [-> Formación litúrgica
de los futuros presbíteros, IV]. Es como una gran sinfonía de partes y de
personas, que tiene su ritmo y sus características propias, y en la que cada uno
está llamado a desempeñar la propia misión según las modalidades exigidas por el
acto que cumple y dentro de los límites de su papel (SC 28).
Algunos ejemplos, tomados de los OGMR, nos ayudarán a aclararlo. Tómense,
por ejemplo, los ritos de introducción de la misa: forman un complejo
indudablemente un poco pesado, y aparentemente diferenciado y articulado; el
signo de la cruz es un gesto personal de valor testimonial; el saludo y la
eventual monición son una toma de contacto fundamental y decisiva con la
asamblea, que puede ser un buen punto de arranque; el acto penitencial es un
rito serio de cara a una conversión que hay que suscitar o mantener despierta,
etc. No se los puede ejecutar mecánicamente, uno tras otro, como si tuvieran el
mismo registro. En algunas circunstancias se podrá acentuar uno u otro
(por ejemplo, la monición de acogida, el acto penitencial...); en las misas en
que participan -> niños será oportuno omitir alguno, paradar una mayor unidad y
linearidad a todo el conjunto.
Todavía más: "La naturaleza de las intervenciones presidenciales exige
que se pronuncien claramente y en voz alta, y que todos las escuchen
atentamente" (OGMR 12); como también "en los textos que han de pronunciar
en voz alta y clara el sacerdote o sus ayudantes, o todos, la voz ha de
responder a la índole del respectivo texto, según se trate de lectura, oración,
advertencia, aclamación" (OGMR 18).
Tales atenciones deben tenerse presentes también por lo que se refiere a los
movimientos y gestos rituales. Así, las características de los gestos propias de
quien preside no pueden ser las mismas que las de quien tiene un papel
subordinado y secundario en la acción; y esto vale también en caso de que éste
desempeñe accidentalmente una función que de por sí es tarea del presidente (por
ejemplo, acoger, saludar e introducir la celebración con una didascalía a
propósito). Por eso, es necesario estar atentos para no provocar desfases en el
ritmo de la acción y malestar en los participantes.
III. Otras indicaciones de carácter general
Para completar el cuadro y concluir el tratamiento del tema, conviene llamar
brevemente la atención sobre algunas constantes-variantes que ayudan a hacer de
la celebración, aunque diversificada en las formas y en el estilo, una acción
siempre armoniosamente unitaria y pastoralmente eficaz.
1. CONOCIMIENTO NECESARIO DE LA ASAMBLEA Y DE SU CULTURA. Ante todo aparece
necesario, para una adecuación de la acción litúrgica a las diversas
situaciones, necesidades y posibilidades de la asamblea, un conocimiento
profundo de su cultura, de sus esperanzas humanas y religiosas, de los factores
ambientales, así como también de las eventuales interferencias de tipo
psicológico que pueden facilitar, comprometer e incluso obstaculizar la
comunicación simbólica y el funcionamiento efectivo de los signos. Esto ayudará
no sólo a encontrar el estilo más justo y apropiado, sino también a respetar el
juego de las libertades personales y evitar palabras-gestos que se pierdan entre
las nubes, que ejerzan una forma de presión de tipo emotivo (por ejemplo,
acudiendo a la experiencia afectiva o de unión cordial) o lleven a unas posturas
demagógicas y populistas.
En este aspecto pueden dar una notable aportación a la investigación, de cara a
una praxis litúrgica más persuasiva, las ciencias humanas [-> Antropología;
-> Psicología; -> Sociología]. Su función es señalar tanto el sistema
antropológico que se vive en el rito como el sistema ritual y el proyecto
cristiano que de hecho el rito presupone y utiliza. No es una empresa fácil para
tantos celebrantes educados y habituados a una actuación predominantemente
ritualista.
2. RESPETO DEL ESPÍRITU, DE LA ESTRUCTURA Y DE LAS LEYES DE LA CELEBRACIÓN. Se
exige asimismo en quien habla y actúa, y sobre todo en quien prepara, ordena y
anima la celebración, un profundo conocimiento y un vivo respeto de la
estructura, del espíritu y de las leyes que guían la acción litúrgica en su
conjunto y el desenvolvimiento de cada parte. De lo contrario, se corre el
riesgo de caer en arbitrariedades y desfases que desnaturalizan el acto
celebrativo, lo apartan de la genuina tradición de la iglesia, en la que están
sus raíces, y lo reducen a la categoría de un acto más o menos individualista.
Los libros litúrgicos renovados presentan diversas formas celebrativas y abren
amplios espacios y numerosas posibilidades de elección y de adaptación en la
expresión concreta de esas opciones
16. Es necesario valorar con sabiduría lo que se nos ofrece, permaneciendo
siempre dentro de los límites consentidos, evitando, por una parte, la pereza y,
por otra, toda tentación de manipulación subjetiva, fruto sólo de una manía por
las novedades.
3. UN ESTILO QUE PARTE DEL CORAZÓN. Para lograr un estilo auténticamente
comunicativo no es suficiente una competencia técnica, tomada de las leyes de la
dinámica de grupos o de metodologías de tipo psico-pedagógico. Se pide algo más
profundo y comprometido, a saber: encarnar en los propios gestos las dos
dimensiones del misterio litúrgico, o sea, la comunión con Dios y con los
hermanos. No es fácil encontrar el tono justo, porque es necesario evitar un
modo de celebrar despersonalizado y mecánicamente repetitivo, y un modo
exageradamente cordial y exhibicionista. La gestualidad más auténtica es la que
viene del corazón "; y el estilo más acertado es el de encarnar una
presencia, la del Resucitado que vive entre los suyos. Misión nada fácil, ya
que exige, por una parte, una profunda conversión evangélica y un sincero
espíritu de fe y de servicio, y, por otra, una familiaridad con los signos de la
liturgia adquirida en el estudio, la meditación y sobre todo en la oración,
actitudes todas ellas que no se improvisan y que nunca se pueden sustituir con
la simple competencia técnica.
Se pueden aplicar a todo actor de la celebración que quiera ser auténtico
testigo del misterio los consejos que Bonhoeffer da a los lectores: "Si se
pudiera explicar, con un ejemplo profano, la situación de quien lee a otros la
Escritura, sería semejante a la de quien lee a otro la carta de un amigo. No
leeré esta carta como si la hubiera escrito yo mismo; en la lectura se notará
claramente esta distancia; y tampoco leeré la carta como si no tuviera nada que
ver conmigo, sino que la leeré con una participación personal. Leer bien la
Sagrada Escritura no es cuestión de ejercicio técnico, que puede aprenderse,
sino que dependerá de mi disposición personal"
Son indicaciones, quizá todavía genéricas y sumarias, pero que, si se las tiene
presentes y se las pone en acto con espíritu de fe y con caridad pastoral,
pueden ayudar a hacer de la liturgia una acción viva para hombres vivos.
L.
Brandolini
BIBLIOGRAFIA:
Maldonado L., Estructura de la celebración eucarística. Tipos y variantes,
en "Phase" 92 (1976) 87-97; ¿Qué es tener sentido litúrgico?
¿Hay una tipología de la sensibilidad litúrgica?, en "Phase" 127
(1982) 9-20; Martín Pindado V., Liturgia y talante celebrativo, en "Phase"
107 (1978) 443-459; Seasolt K., Motivos y matices de las celebraciones
litúrgicas actuales, en "Concilium" 172 (1982) 197-210;
Secretariado N. de Liturgia, La liturgia papal en España, EDICE, Madrid
1983; VV.AA., Las celebraciones eucarísticas de Juan Pablo II en España,
en "Phase' 133 (1983) 49-82; Vergote A., Gestos y acciones
simbólicas en la liturgia, en "Concilium" 62 (1971) 198-211.
Véase también la bibliografía de Gestos y La misa como comunicación.
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