Sobre la Renovación
de la Vida Religiosa según las enseñanzas del Concilio
29-6-1971
EXHORTACIÓN
APOSTÓLICA
DEL SUMO PONTÍFICE
PABLO VI
INTRODUCCIÓN
Testimonio evangélico en medio del Pueblo de Dios
Amadísimos hijos e hijas en Cristo:
1. Testimonio evangélico
EL TESTIMONIO EVANGÉLICO de la vida religiosa manifiesta claramente a los ojos
de los hombres la supremacía del amor de Dios con tal fuerza, que debemos dar
gracias por ello al Espíritu Santo. Con toda sencillez, como ya lo hizo nuestro
venerado predecesor Juan XXIII en vísperas del Concilio 1, quisiéramos deciros
qué esperanza suscita en nosotros, como también en todos los Pastores y fieles
de la Iglesia, la generosidad espiritual de aquellos -hombres y mujeres- que han
consagrado la propia vida al Señor en el espíritu y en la práctica de los
consejos evangélicos. Deseamos asimismo ayudaros a continuar vuestro camino de
seguidores de Cristo siendo fieles a las enseñanzas conciliares.
2. El Concilio
Con ello, nos proponemos dar una respuesta a la inquietud, a la incertidumbre y
a la inestabilidad que se manifiesta en algunos, y alentar igualmente a aquellos
que buscan la verdadera renovación de la vida religiosa. La audacia de algunas
transformaciones arbitrarias, una exagerada desconfianza en el pasado, aun
cuando ofrece un testimonio de la sabiduría y del vigor de las tradiciones
eclesiales, una mentalidad demasiado preocupada por conformarse precipitadamente
a las profundas transformaciones que agitan nuestro tiempo, han podido inducir a
algunos a considerar caducas las formas específicas de la vida religiosa. ¿No se
ha llegado incluso a hacer abusivamente apelación al Concilio para ponerla en
discusión, hasta en sus mismos principios? Y sin embargo es bien sabido que el
Concilio ha reconocido a "este don especial" un puesto escogido en la vida de la
Iglesia, porque permite, a quienes lo han recibido, conformarse más
profundamente "a aquel género de vida virginal y pobre que Cristo escogió para
sí y que la Virgen, su Madre, abrazó" 2. El Concilio le ha indicado también el
camino para su renovación según el Evangelio 3.
3. La tradición de la Iglesia
La tradición de la Iglesia -¿es necesario recordarlo?- nos ofrece desde los
orígenes este testimonio privilegiado de una búsqueda constante de Dios, de un
amor único e indiviso por Cristo, de una dedicación absoluta al crecimiento de
su Reino. Sin este signo concreto, la caridad que anima a la Iglesia entera
correría el riesgo de enfriarse, la paradoja salvífica del Evangelio de perder
en penetración, la "sal" de la fe de disolverse en un mundo de secularización.
Desde los primeros siglos, el Espíritu Santo, junto a la heroica confesión de
los mártires, ha suscitado la maravillosa firmeza de los discípulos y de las
vírgenes, de los eremitas y de los anacoretas. La vida religiosa estaba ya
germinando y advirtió progresivamente la necesidad creciente de desarrollarse y
de articularse en formas diversas de vida comunitaria o solitaria para responder
a la invitación insistente de Cristo: "No hay nadie que haya dejado casa, o
mujer, o hermanos, o padres, o hijos por el Reino de Dios, que no lo recobre
multiplicado en el tiempo presente y en el siglo venidero la vida eterna" 4.
¿Quién se atrevería a sostener que tal llamada no tiene ya hoy día el mismo
valor y vigor; que la Iglesia podría prescindir de estos testimonios
excepcionales de la trascendencia del amor de Cristo, o que el mundo podría
dejar indemnemente apagar estas luces, las cuales anuncian el Reino de Dios con
una libertad que no conoce obstáculos y que es vivida cotidianamente por
millares de sus hijos e hijas?
4. Estima y afecto
Amadísimos hijos e hijas, que mediante la práctica de los consejos evangélicos
habéis querido seguir más libremente a Cristo e imitarlo más fielmente,
dedicando toda vuestra vida a Dios con una consagración particular, que se
arraiga en la consagración bautismal y la expresa con mayor plenitud: ¡Oh, si
pudiéseis comprender toda la estima y todo el afecto que nosotros os reservamos
en el nombre de Cristo Jesús! Os encomendamos a nuestros queridísimos hermanos
en el Episcopado, los cuales junto con los presbíteros, sus colaboradores en el
Sacerdocio, sienten la responsabilidad frente a la vida religiosa. Y pedimos a
todos los seglares, a quienes "de manera propia, aunque no exclusiva, competen
los compromisos y las actividades temporales" 5, que sepan comprender cuán
precioso estímulo suponéis vosotros para ellos en la búsqueda de la santidad, a
la cual están llamados ellos también por su bautismo en Cristo, para gloria del
Padre 6.
5. Renovación
Ciertamente, no pocos elementos exteriores, recomendados por los fundadores de
Órdenes o de Congregaciones religiosas, aparecen hoy día superados. Algunas
sobrecargas o rigorísmos, que se han ido acumulando a lo largo de los siglos,
tienen necesidad de ser aligerados. Deben llevarse a efecto adaptaciones y
también pueden buscarse e instituirse nuevas formas con la aprobación de la
Iglesia. Este es precisamente el objetivo al cual, desde hace algunos años, se
está dedicando generosamente la mayor parte de los institutos religiosos,
experimentando, a veces con demasiada audacia, nuevos tipos de constituciones y
de reglas. Lo sabemos muy bien y seguimos con atención este esfuerzo de
renovación, querido por el Concilio 7.
6. Discernimientos necesarios
En el ámbito mismo de este proceso dinámico, en que el espíritu del mundo corre
constantemente el riesgo de mezclarse con la acción del Espíritu Santo, ¿cómo
ayudaros a realizar los necesarios discernimientos? ¿Cómo salvaguardar o
alcanzar lo esencial? ¿Cómo beneficiarse de la experiencia del pasado y de la
reflexión presente, para reforzar esta forma de vida evangélica? De acuerdo con
la responsabilidad peculiar que el Señor nos ha confiado en su Iglesia -la de
"confirmar a nuestros hermanos" 8-, nosotros quisiéramos por nuestra parte
estimularos a proceder con mayor seguridad y con una más gozosa confianza a lo
largo del camino que habéis escogido. En la "búsqueda de la calidad perfecta" 9
que guía vuestra existencia, ¿qué otra actitud cabría en vosotros sino la de una
disponibilidad total al Espíritu Santo que, actuando en la Iglesia, os llama a
la libertad de hijos de Dios? 10.
LA VIDA RELIGIOSA
7. Las enseñanzas del Concilio
Queridos hijos e hijas: con una libre respuesta a la llamada del Espíritu Santo,
habéis decidido seguir a Cristo consagrándoos totalmente a El. Los consejos
evangélicos de castidad ofrecida con voto a Dios, de pobreza y de obediencia son
ya la ley de vuestra existencia. "La autoridad de la Iglesia bajo la guía del
Espíritu Santo -como nos lo recuerda el Concilio- se ha preocupado de
interpretarlos, de regular su práctica, e incluso de fijar formas estables de
vivirlos" 11. De este modo reconoce y da carácter de autenticidad al estado de
vida constituido por la profesión de los consejos evangélicos: "Mediante los
votos u otros vínculos sagrados -por su propia naturaleza semejantes a los
votos-, con los cuales se obliga a la práctica de los tres susodichos consejos
evangélicos, el cristiano hace una total consagración de sí mismo a Dios, amado
sobre todas las cosas... Por el bautismo ha muerto al pecado y está consagrado a
Dios; sin embargo para obtener de la gracia bautismal frutos más copiosos, por
la profesión de los consejos evangélicos trata de liberarse de los impedimentos
que podrían apartarle del fervor de la caridad y de la perfección del culto
divino, y se consagra más íntimamente al servicio de Dios. Esta consagración
será tanto más perfecta cuanto, por vínculos más firmes y más estables,
represente mejor a Cristo, unido con vinculo indisoluble a la Iglesia, su
esposa" 12.
Estas enseñanzas del Concilio ponen bien en claro la grandeza de esta donación,
decidida por vosotros libremente, a imagen de aquella hecha por Cristo a su
Iglesia y, como ella, total e irreversible. Precisamente pensando en el Reino de
los Cielos, vosotros habéis hecho voto a Cristo, con generosidad y sin reservas,
de estas fuerzas de amor, de esta necesidad de poseer y de esta libertad para
regular la propia vida, cosas todas ellas tan preciosas para el hombre. Tal es
vuestra consagración que se realiza en la Iglesia y mediante su ministerio, ya
sea el de sus representantes, los cuales reciben la profesión religiosa, ya sea
el de la comunidad cristiana, cuyo amor reconoce, recibe, sostiene y circunda a
aquellos que en su seno hacen donación de sí mismos como un signo viviente "que
puede y debe impulsar eficazmente a todos los miembros de la Iglesia a cumplir
sin desfallecimiento los deberes de la vida cristiana... y manifestar ante todos
los creyentes que los bienes celestiales se hallan ya presentes en este mundo"
13.
I - Formas de la vida religiosa
8. Vida contemplativa
Algunos de vosotros habéis sido llamados a la vida, denominada "contemplativa".
Una atracción irresistible os arrastra hacia el Señor. Asidos fuertemente por
Dios, os abandonáis a su acción soberana que os levanta hacia El y os transforma
en El, mientras os prepara para la contemplación eterna, que constituye nuestra
común vocación. ¿Cómo podríais avanzar a lo largo de este camino y ser fieles a
la gracia que os anima, si no respondierais con todo vuestro ser, por medio de
un dinamismo cuyo impulso es el amor, a esta llamada que os orienta de manera
permanente hacia Dios? Considerad pues cualquier otra actividad, a la que no
obstante debéis atender -relaciones con los hermanos, trabajo desinteresado o
remunerado, necesario descanso-, como un testimonio, ofrecido al Señor, de
vuestra íntima comunión con El para que os conceda aquella pureza de intención
unificante, tan necesaria para encontrarlo en el momento mismo de la oración. De
este modo contribuiréis a la extensión del Reino de Dios, con el testimonio de
vuestra vida y con "una misteriosa fecundidad apostólica" 14.
9. Vida apostólica
Otros están consagrados al apostolado en aquella que es su misión esencial: el
anuncio de la Palabra de Dios a aquellos que El pone en su camino para
conducirlos a la fe. Tal gracia requiere una profunda unión con el Señor, la
cual os consentirá transmitir el mensaje del Verbo Encarnado, aun con un
lenguaje que el mundo puede entender. ¡Cuán necesario es pues que toda vuestra
existencia os haga participar en su pasión, en su muerte y en su gloria! 15.
10. Contemplación y apostolado
Cuando vuestra vocación os destina a otras funciones al servicio de los hombres
-vida pastoral, misiones, enseñanza, obras de caridad, etc.- ¿no será ante todo
la intensidad de vuestra adhesión al Señor, lo que las hará fecundas, justamente
según la medida de esta unión "en el secreto"? 16. Si quieren seguir siendo
fieles a las enseñanzas del Concilio, "los miembros de todo Instituto, buscando
a Dios ante todo", ¿no deben "unir la contemplación, mediante la cual se
adhieren a El con el corazón y el espíritu, y el amor apostólico que se esfuerza
por asociarse a la obra de la Redención y por extender el Reino de Dios"? 17.
11. Carisma de los Fundadores
Sólo así podréis despertar de nuevo los corazones a la verdad y al amor divino,
según el carisma de vuestros fundadores, suscitados por Dios en su Iglesia. No
de otra manera insiste justamente el Concilio sobre la obligación, para
religiosos y religiosas, de ser fieles al espíritu de sus fundadores, a sus
intenciones evangélicas, al ejemplo de su santidad, poniendo en esto uno de los
principios de la renovación en curso y uno de los criterios más seguros para
aquello que cada Instituto debería emprender 18. El carisma de la vida
religiosa, en realidad, lejos de ser un impulso nacido "de la carne y de la
sangre" 19, u originado por una mentalidad que "se conforma al mundo presente"
20, es el fruto del Espíritu Santo que actúa siempre en la Iglesia.
12. Formas externas e impulso interior
Es precisamente aquí donde encuentra su medio de subsistencia el dinamismo
propio de cada familia religiosa, porque, si la llamada de Dios se renueva y se
diferencia según las circunstancias mutables de lugar y de tiempo, requiere sin
embargo constantes orientaciones. El impulso interior, propio de cada una,
suscita en el seno de su existencia ciertas opciones fundamentales. La fidelidad
a sus exigencias es la piedra de toque de la autenticidad de una vida religiosa.
No lo olvidemos: toda institución humana está asedia da por la esclerosis y
amenazada por el formalismo. La regularidad exterior no bastaría por sí misma
para garantizar el valor de una vida y su íntima coherencia. Por tanto es
necesario reavivar incesantemente las formas exteriores por medio de este
impulso interior, sin el cual quedarían convertidas bien pronto en una excesiva
carga.
A través de la diversidad de las formas, que dan a cada Instituto su fisonomía
propia y tienen su raíz en la plenitud de la gracia de Cristo 21, la regla
suprema de la vida religiosa, su norma última, es la de seguir a Cristo según
las enseñanzas del Evangelio. ¿No es quizá esta preocupación lo que ha suscitado
en la Iglesia, a lo largo de los siglos, la exigencia de una vida casta, pobre,
obediente?
II - Compromisos esenciales
13. Castidad consagrada
Sólo el amor de Dios -es necesario repetirlo- llama en forma decisiva a la
castidad religiosa. Este amor, por lo demás, exige imperiosamente la caridad
fraterna, que el religioso vivirá más profundamente con sus contemporáneos en el
corazón de Cristo. Con esta condición, el don de sí mismos, hecho a Dios y a los
demás, será fuente de una paz profunda. Sin despreciar en ningún modo el amor
humano y el matrimonio -¿no es él, según la fe, imagen y participación de la
unión de amor que une a Cristo y la Iglesia? 22-, la castidad consagrada evoca
esta unión de manera más inmediata y realiza aquella sublimación hacia la cual
debería tender todo amor humano. Así. en el momento mismo en que este último se
halla cada vez más amenazado por "un erotismo devastador" 23, ella debe ser, hoy
más que nunca, comprendida y vivida con rectitud y generosidad. Siendo
decididamente positiva, la castidad atestigua el amor preferencial hacia el
Señor y simboliza, de la forma más eminente y absoluta, el misterio de la unión
del Cuerpo místico a su Cabeza, de la Esposa a su eterno Esposo. Finalmente,
ella alcanza, transforma y penetra el ser humano hasta lo más intimo mediante
una misteriosa semejanza con Cristo.
14. Fuente de fecundidad espiritual
Por lo tanto os es necesario, queridos hijos e hijas, restituir toda su eficacia
a la espiritualidad cristiana de la castidad consagrada. Cuando es realmente
vivida, con la mirada puesta en el reino de los cielos, libera el corazón humano
y se convierte así "como en un signo y un estímulo de la caridad y una fuente
especial de fecundidad espiritual en el mundo" 24. Aun cuando éste no siempre la
reconoce, ella permanece en todo caso místicamente eficaz en medio de él.
15. Don de Dios
Por lo que a nosotros se refiere, nuestra convicción debe permanecer firme y
segura: el valor y la fecundidad de la castidad, observada por amor de Dios en
el celibato religioso, no encuentran su fundamento último sino en la Palabra de
Dios, en las enseñanzas de Cristo, en la vida de su Madre virgen, como también
en la tradición apostólica, tal como ha sido afirmada incesantemente por la
Iglesia. Se trata, efectivamente, de un don precioso que el Padre concede a
algunos. Frágil y vulnerable a causa de la debilidad humana, él queda expuesto a
las contradicciones de la pura razón y en parte incomprensible para aquellos a
quienes la luz del Verbo Encarnado no haya revelado de qué manera el "que haya
perdido su vida" por El, "la encontrará" 25.
16. Pobreza consagrada
Siendo castos en el seguimiento de Cristo, vosotros queréis también vivir
pobres, según su ejemplo, en el uso de los bienes de este mundo necesarios para
el sustento cotidiano. Sobre este punto, por lo demás, nuestros contemporáneos
os interpelan con particular insistencia. Ciertamente, los Institutos religiosos
han de realizar una importante tarea en el marco de las obras de misericordia,
de asistencia y de justicia social; y, al llevar a cabo este servicio, deben
estar siempre atentos a las exigencias del Evangelio.
17. El grito de los pobres
Más acuciante que nunca, vosotros sentís alzarse el "grito de los pobres" 26,
desde el fondo de su indigencia personal y de su miseria colectiva. ¿No es quizá
para responder al reclamo de estas creaturas privilegiadas de Dios por lo que ha
venido Cristo 27, llegando incluso hasta identificarse con ellos? 28. En un
mundo en pleno desarrollo, esta permanencia de masas y de individuos miserables
es una llamada insistente a "una conversión de la mentalidad y de los
comportamientos" 29, en particular para vosotros que seguís "más de cerca" a
Cristo 30 en su condición terrena de anonadamiento. Esta llamada -no lo
ignoramos- resuena en vuestros corazones de una manera tan dramática que, a
veces, algunos de vosotros sienten también la tentación de una acción violenta.
Siendo discípulos de Cristo, ¿cómo podríais seguir una vida diferente a la suya?
Ella no es, como bien sabéis, un movimiento de orden político o temporal, sino
una llamada a la conversión de los corazones, a la liberación de todo
impedimento temporal, al amor.
18. Pobreza y justicia
Y entonces, ¿cómo encontrará eco en vuestra existencia el grito de los pobres?
El debe prohibiros, ante todo, lo que sería un compromiso con cualquier forma de
injusticia social. Os obliga, además, a despertar las conciencias frente al
drama de la miseria y a las exigencias de justicia social del Evangelio y de la
Iglesia. Induce a algunos de vosotros a unirse a los pobres en su condición, a
compartir sus ansias punzantes. Invita, por otra parte, a no pocos de vuestros
Institutos a cambiar, poniendo algunas obras propias al servicio de los pobres,
cosa que, por lo demás, ya muchos han actuado generosamente. Finalmente, os
impone un uso de los bienes que se limite a cuanto se requiere para el
cumplimiento de las funciones a las cuales estáis llamados. Es necesario que
hagáis patente en vuestra vida cotidiana las pruebas, incluso externas, de la
auténtica pobreza.
19. Uso de los bienes del mundo
En una civilización y en un mundo, cuyo distintivo es un prodigioso movimiento
de crecimiento material casi indefinido, ¿qué testimonio ofrecería un religioso
que se dejase arrastrar por una búsqueda desenfrenada de las propias comodidades
y encontrase normal concederse, sin discernimiento ni discreción, todo lo que le
viene propuesto? Mientras para muchos ha aumentado el peligro de verse envueltos
por la seductora seguridad del poseer, del saber y del poder, la llamada de Dios
os coloca en el vértice de la conciencia cristiana: esto es, recordar a los
hombres que su progreso verdadero y total consiste en responder a su vocación de
"participar, como hijos, a la vida del Dios viviente, Padre de todos los
hombres" 31.
20. Vida de trabajo
Vosotros sabréis comprender igualmente el lamento de tantas vidas, arrastradas
hacia el torbellino implacable del trabajo para el rendimiento, de la ganancia
para el goce, del consumo que, a su vez, obliga a una fatiga a veces inhumana.
Un aspecto esencial de vuestra pobreza será pues el de atestiguar el sentido
humano del trabajo, realizado en libertad de espíritu y restituido a su
naturaleza de medio de sustentación y de servicio. ¿No ha puesto el Concilio,
muy a propósito, el acento sobre vuestra necesaria sumisión a la "ley común del
trabajo"? 32. Ganar vuestra vida y la de vuestros hermanos o vuestras hermanas,
ayudar a los pobres con vuestro trabajo: he ahí los deberes que os incumben a
vosotros. Pero vuestras actividades no pueden derogar la vocación de vuestros
diversos Institutos ni comportar habitualmente trabajos tales que sustituyan a
sus tareas específicas. Ellas no deberían llevaros, de ninguna manera, hacia la
secularización con detrimento de la vida religiosa. Sed pues diligentes con el
espíritu que os anima: ¡qué equivocación sería si os sintierais "valorizados"
únicamente por la retribución de trabajos profanos!
21. Participación fraterna
La necesidad, hoy tan categórica, de la participación fraterna debe conservar su
valor evangélico. Según la expresión de la Didaché, "si compartís entre vosotros
los bienes eternos, con mayor razón debéis compartir los bienes, perecederos"
33. La pobreza, vivida efectivamente poniendo en común los bienes. comprendido
el salario, testimoniará la espiritual comunión que os une; será un reclamo
viviente para todos los ricos y aportará también un alivio a vuestros hermanos y
hermanas que se encuentran necesitados. El legítimo deseo de ejercer una
responsabilidad personal no se expresará en el goce de las propias rentas sino
en la participación fraterna al bien común. Las formas de la pobreza de cada uno
y de cada comunidad dependerán del tipo dé Instituto y de la forma de obediencia
que allí es practicada: así se realizará, según las particulares vocaciones, el
carácter de dependencia, inherente a toda pobreza.
22. La exigencia evangélica
Vosotros dais constancia de ello, queridos hijos e hijas: las necesidades del
mundo de hoy, si las sentís en íntima unión con Cristo, hacen más urgente y más
profunda vuestra pobreza. Si os es necesario, evidentemente, tener en cuenta el
ambiente humano en que vivís para adaptar a él vuestro estilo de vida, vuestra
pobreza no podrá ser pura y simplemente una conformidad con las costumbres de
tal ambiente. Su valor de testimonio le vendrá de una generosa respuesta a la
exigencia evangélica en la fidelidad total a vuestra vocación y no solamente de
una preocupación por aparecer pobres, la cual podría quedar demasiado
superficial, evitando de todas maneras, formas de vida que denotarían una cierta
afectación y vanidad. Aun reconociendo que ciertas situaciones pueden justificar
el quitar un tipo de hábito, no podemos silenciar la conveniencia de que el
hábito de los religiosos y religiosas siga siendo, como quiere el Concilio,
signo de su consagración 34 y se distinga, de alguna manera, de las formas
abiertamente aseguradas.
23. Obediencia consagrada
¿No es la misma fidelidad la que inspira vuestra profesión de obediencia, a la
luz de la fe y según el dinamismo propio de la caridad de Cristo? En efecto,
mediante esta profesión, vosotros realizáis el ofrecimiento total de vuestra
voluntad y entráis más decididamente y con más seguridad en su designio de
salvación. Siguiendo el ejemplo de Cristo que ha venido a cumplir la voluntad
del Padre, en comunión con Aquel que "sufriendo ha aprendido la obediencia" y
"se ha hecho siervo de los propios hermanos", vosotros estáis vinculados "más
estrechamente al servicio de la Iglesia" y de vuestros hermanos 35.
24. Fraternidad evangélica y sacrificio
La aspiración evangélica a la fraternidad ha sido puesta muy de relieve por el
Concilio: la Iglesia se ha definido como "el Pueblo de Dios", en el cual la
jerarquía se pone al servicio de los miembros de Cristo, unidos entre sí por la
misma caridad 36. Dentro del estado religioso, como en toda la Iglesia, se vive
el mismo misterio pascual de Cristo. El profundo sentido de la obediencia se
revela en la plenitud de este misterio de muerte y resurrección, en el que se
realiza de manera perfecta el destino sobrenatural del hombre: es,
efectivamente, a través del sacrificio, del sufrimiento y de la muerte como éste
llega a la verdadera vida.
Ejercer la autoridad en medio de vuestros hermanos significa, pues, servirlos 37
según el ejemplo de Aquel que "ha dado su vida para remisión de muchos" 38.
25. Autoridad y obediencia
Por tanto, la autoridad y la obediencia se ejercen al servicio del bien común,
como dos aspectos complementarios de la misma participación a la ofrenda de
Cristo: para aquellos que están constituidos en autoridad, se trata de servir en
los hermanos el designio de amor del Padre, mientras, con la aceptación de sus
directrices, los religiosos siguen el ejemplo de nuestro Maestro 39 y colaboran
a la obra de la salvación. Así, lejos de estar en oposición, autoridad y
libertad individual proceden al mismo paso en el cumplimiento de la voluntad de
Dios, fraternamente buscada, a través de un confiado diálogo entre el superior y
su hermano, cuando se trata de una situación personal, o a través de un acuerdo
de carácter general en lo que atañe a la entera comunidad. En esta búsqueda, los
religiosos sabrán evitar tanto la excesiva perturbación de los espíritus, como
la preocupación por hacer prevalecer por encima del sentido profundo de la vida
religiosa el atractivo de las opiniones corrientes. Es un deber de cada uno,
pero particularmente de los superiores y de cuantos tienen una responsabilidad
entre sus hermanos o sus hermanas, despertar en la comunidad la certeza de la fe
que debe guiarlos. La búsqueda tiene como fin profundizar esta certeza y
traducirla a la práctica en la vida diaria según las necesidades del momento y
no ya ponerlas de algún modo en discusión. Este trabajo de búsqueda común debe,
cuando sea el caso, concluirse con las decisiones de los superiores, cuya
presencia y reconocimiento son indispensables en toda comunidad.
26. En las necesidades de la vida cotidiana
Las modernas condiciones de la existencia influyen naturalmente en vuestro modo
de vivir la obediencia. Muchos de vosotros, efectivamente, realizan una parte de
sus actividades fuera de las casas religiosas y ejercen una función en la cual
tienen una especial competencia. Otros se sienten inclinados a colaborar en
grupos de trabajo con régimen propio. El riesgo inherente a tales situaciones,
¿no es una invitación a confirmar y a profundizar el sentido de la obediencia?
Para que esto sea verdaderamente beneficioso es necesario respetar algunas
condiciones. Se debe, ante todo, comprobar si el trabajo asumido está en
conformidad con la vocación del Instituto. Conviene también definir claramente
los dos ámbitos. Sobre todo, es necesario saber pasar de la actividad externa a
las exigencias de la vida común, preocupándose de garantizar toda su eficacia a
los elementos de la vida propiamente religiosa. Uno de los deberes principales
de los superiores es el de asegurar a sus hermanos y hermanas en religión las
condiciones indispensables para su vida espiritual. Ahora bien, ¿cómo podrían
cumplirlo sin la confiada colaboración de toda la comunidad?
27. Libertad y Obediencia
Añadamos también esto: cuanto más ejerzáis vuestra responsabilidad, tanto más
necesario resulta renovar, en su pleno significado, la donación de vosotros
mismos. El Señor impone a cada uno la obligación de "perder la propia vida", si
quiere seguirlo 40. Vosotros observaréis este mandato aceptando las directrices
de vuestros superiores como una garantía de vuestra profesión religiosa que es
"ofrenda total de vuestra voluntad personal como sacrificio de vosotros mismos a
Dios" 41. La obediencia cristiana es una sumisión incondicional al querer
divino. Pero la vuestra es más rigurosa porque vosotros la habéis hecho objeto
de una dedicación especial y el horizonte de vuestras opciones se ve limitado
por vuestros compromisos. Es un acto completo de vuestra libertad que se halla
al origen de vuestra condición presente: es deber vuestro hacerlo siempre más
vivo, ya sea por vuestra propia iniciativa, ya sea con el asentimiento que
prestáis de corazón a las órdenes de vuestros superiores. Así, el Concilio
enumera entre los beneficios del estado religioso "una libertad corroborada por
la obediencia" 42, subrayando que tal obediencia "lejos de disminuir la dignidad
de la persona humana, la conduce hacia la madurez, haciendo desarrollar la
libertad de los hijos de Dios" 43.
28. Conciencia y obediencia
Y sin embargo, ¿no es quizá posible que haya conflictos entre la autoridad del
superior y la conciencia del religioso, "ese santuario, en el cual el hombre
está a solas con Dios y en el cual su voz se hace entender?" 44. Es necesario
repetirlo: la conciencia no es por sí sola el árbitro del valor moral de las
acciones que inspira, sino que debe hacer referencia a normas objetivas y, si es
necesario, reformarse y rectificarse. Hecha excepción de una orden que fuese
manifiestamente contraria a las leyes de Dios o a las constituciones del
Instituto, o que implicase un mal grave y cierto -en cuyo caso la obligación de
obedecer no existe-, las decisiones del superior se refieren a un campo donde la
valoración del bien mejor puede variar según los puntos de vista. Querer
concluir, por el hecho de que una orden dada aparezca objetivamente menos buena,
que ella es ilegitima y contraria a la conciencia, significaría desconocer, de
manera poco real, la oscuridad y la ambigüedad de no pocas realidades humanas.
Además, el rehusar la obediencia lleva consigo un daño, a veces grave, para el
bien común. Un religioso no debería admitir fácilmente que haya contradicción
entre el juicio de su conciencia y el de su superior. Esta situación excepcional
comportará alguna vez un auténtico sufrimiento interior, según el ejemplo de
Cristo mismo "que aprendió mediante el sufrimiento lo que significa la
obediencia" 45.
29. La Cruz, prueba del más grande amor
Todo esto para decir a qué grado de renuncia compromete la práctica de la vida
religiosa. Debéis pues experimentar algo del peso que atraía al Señor hacia su
cruz, este "bautismo con el que debía ser bautizado", donde se habría encendido
aquel fuego que os inflama también a vosotros 46; algo de aquella "locura" que
San Pablo desea para todos nosotros, porque sólo ella nos hace sabios 47. Sea la
cruz para vosotros, como lo fue para Cristo, la prueba del amor más grande. ¿No
existe quizá una relación misteriosa entre la renuncia y la alegría interior,
entre el sacrificio y la amplitud de corazón, entre la disciplina y la libertad
espiritual?
III - Estilo de vida
30. Dar testimonio
Admitámoslo, hijos e hijas en Cristo: en el momento presente es difícil
encontrar un estilo de vida que esté en armonía con estas exigencias. Demasiados
estímulos contrarios os impulsan a buscar, ante todo, una acción humanamente
eficaz. Pero, ¿no toca a vosotros dar ejemplo de una austeridad gozosa y
equilibrada, aceptando las dificultades inherentes al trabajo y a las relaciones
sociales y soportando pacientemente las pruebas de la vida con su angustiosa
incertidumbre, como renuncias indispensables para la plenitud de la vida
cristiana? Los religiosos, en efecto, "tienden a la santidad por el camino más
estrecho" 48. En medio de estas penas, grandes o pequeñas, vuestro fervor
interior os hace descubrir la cruz de Cristo y os ayuda a aceptarlas con fe y
amor.
31. Según el ejemplo de Cristo
Con esta condición vosotros daréis el testimonio que el Pueblo de Dios espera:
si sois hombres y mujeres capaces de aceptar la incógnita de la pobreza, de ser
atraídos por la sencillez y la humildad, amantes de la paz, libres de
compromisos, espontáneos y tenaces, dulces y fuertes en la certeza de la fe,
esta gracia os será dada por Jesucristo en proporción a la donación completa que
hagáis de vosotros mismos, sin pretender retirarla jamás. La historia reciente
de tantos religiosos y religiosas que han sufrido generosamente por Cristo en
diversos países es una prueba elocuente de ello. A la vez que les expresamos
nuestra admiración, los presentamos a la admiración de todos.
32. Fortalecer el hombre interior
En este camino, una preciosa ayuda os ofrecen las formas de vida que ha
impulsado a adoptar la experiencia, fiel a los carismas de los diversos
Institutos, y de los cuales ella ha cambiado la síntesis, proponiendo además
continuamente nuevas transformaciones. Aunque las modalidades sean diversas,
estos medios están siempre ordenados a la formación del hombre interior. Y ha de
ser el empeño por fortalecerlo el que os ayude a reconocer, en el ámbito de tan
diversos estímulos, las formas de vida más adecuadas. Un excesivo deseo de
flexibilidad y de espontaneidad creativas pueden, en efecto, llevar a tachar de
rigidez aquel mínimo de regularidad en las costumbres, que exigen ordinariamente
la vida de comunidad y la maduración de las personas. Impulsos desordenados, al
reclamo de la caridad fraterna o de lo que se considera moción del Espíritu,
incluso pueden llevar a la ruina las mismas instituciones.
33. Importancia del medio ambiente
No se debería, por tanto, menospreciar la importancia del medio ambiente tanto
en la orientación habitual de todo el ser, tan complejo y dividido, en la
dirección del llamamiento divino, como en la integración espiritual de sus
tendencias. ¿No se deja arrastrar frecuentemente el corazón por lo que pasa?
Ahora bien, muchos estaréis obligados a conducir vuestra existencia, al menos en
parte, en un mundo que tiende a desterrar al hombre de sí mismo y a comprometer,
a la vez que su unidad espiritual, su unión con Dios. Es necesario pues que
aprendáis a encontrarlo aun en esas condiciones de vida, marcadas por ritmos
siempre más acelerados, por el ruido y por los estímulos de las realidades
efímeras.
34. Para fortalecerse en Dios
¿Quién no ve toda la ayuda que os ofrece, para llegar a esa unión, el ambiente
fraternal de una existencia regulada, con sus normas de vida libremente
aceptadas? Estas aparecen cada día más necesarias a quien "entra en su corazón"
49, en el sentido bíblico de la palabra, que expresa algo de lo más profundo de
nuestros sentimientos, de nuestras ideas y de nuestros deseos, y está penetrado
por la idea del infinito, del absoluto, de nuestro destino eterno. En la
perturbación presente, los religiosos deben dar testimonio de ese hombre, al
cual la adhesión vital al propio fin, es decir, al Dios viviente, ha realmente
unificado y abierto, mediante la integración de todas sus facultades, la
purificación de sus pensamientos, la espiritualización de sus sentidos, la
profundidad y la perseverancia de su vida en Dios.
35. Necesario retiro del mundo
En la medida, por tanto, en que vosotros realizáis funciones externas, es
necesario que aprendáis a pasar de estas actividades a la vida recogida, en la
cual se vuelven a templar vuestras almas. Si realizáis verdaderamente la obra de
Dios, notaréis en vosotros mismos la necesidad de momentos de retiro, que, junto
con vuestros hermanos y vuestras hermanas de religión, transformaréis en
momentos de plenitud. Dadas las excesivas ocupaciones y las tensiones de la vida
moderna, conviene dar una particular importancia, junto al ritmo de la plegaria
cotidiana, a esos momentos más prolongados de oración, que estén distribuidos a
intervalos en los diversos períodos, según las posibilidades y la naturaleza de
vuestras vocaciones. Si además, según vuestras constituciones, las casas a que
pertenecéis practican ampliamente la hospitalidad fraterna, tocará a vosotros
regular la frecuencia y el "estilo", con el fin de evitar cualquier perturbación
inútil y facilitar a vuestros huéspedes la unión íntima con Dios.
36. Iniciación espiritual
Este es el sentido de la observancia que señala el ritmo de vuestra vida
cotidiana. Lejos de considerarla bajo el aspecto único de obligación de una
regla, una conciencia vigilante la juzga por los beneficios que aporta, al
asegurar una más grande plenitud espiritual. Es necesario afirmarlo: la
observancia religiosa requiere, mucho más que una instrucción racional o una
educación de la voluntad, una verdadera iniciación orientada a cristianizar el
ser hasta lo más profundo, según las Bienaventuranzas evangélicas.
37. Doctrina de vida
"Una doctrina probada para el logro de la perfección" 50 es considerada por el
Concilio como uno de los patrimonios de los Institutos y uno de los beneficios
más grandes que ellos os deben garantizar. Y como esta perfección consiste en
avanzar siempre en el amor de Dios y de nuestros hermanos, es necesario entender
tal "doctrina" de manera bien concreta, es decir, como una doctrina de vida, que
debe ser efectivamente vivida. Esto quiere decir que los esfuerzos de búsqueda,
a los cuales se están dedicando los Institutos, no pueden consistir solamente en
la realización de ciertas adaptaciones, determinadas por los cambios del mundo;
por el contrario deben favorecer un nuevo descubrimiento fecundo de los medios
indispensables para conducir una existencia toda ella penetrada por el amor de
Dios y de los hombres.
38. Edificación del hombre nuevo
Por consiguiente se impone la necesidad, tanto para las comunidades como para
las personas que las constituyen, de pasar del estado "psíquico" a un estado
verdaderamente "espiritual" 51. "El hombre nuevo", del cual habla San Pablo, ¿no
constituye acaso como la plenitud eclesial de Cristo y, juntamente, la
participación de cada cristiano a esta plenitud? Tal orientación hará de las
familias religiosas el ambiente vital que desarrollará el germen de vida divina,
injertado por el bautismo en cada uno de vosotros y al cual vuestra
consagración, íntegramente vivida, consentirá producir sus frutos con la mayor
abundancia.
39. Sencillez acogedora de la vida comunitaria
Aun siendo imperfectos, como todo cristiano, os proponéis sin embargo crear un
ambiente apto para favorecer el progreso espiritual de cada uno de los miembros.
¿Cómo se puede llegar a esto, si no es ahondando en el Señor vuestras relaciones
con vuestros hermanos, aun las más ordinarias? La caridad -no lo olvidemos- debe
ser como una activa esperanza de lo que los demás pueden llegar a ser gracias a
nuestra ayuda fraterna. El signo de su autenticidad se comprueba por la gozosa
sencillez con que todos se esfuerzan por comprender lo que cada uno anhela 52.
Si algunos religiosos dan la impresión de haberse quedado como apagados por su
vida comunitaria, la que por el contrario hubiera debido hacerles abrirse, ¿no
ocurrirá esto, porque falta en ella esa cordialidad comprensiva que alimenta la
esperanza? Es indudable que el espíritu de grupo, las relaciones de amistad, la
colaboración fraterna en un mismo apostolado, como también el apoyo mutuo en una
comunidad de vida, elegida para servir mejor a Cristo, son otros tantos
coeficientes preciosos en este camino cotidiano.
40. Pequeñas Comunidades
Desde este punto de vista, van surgiendo algunas tendencias ordenadas a crear
comunidades más reducidas. Una especie de reacción espontánea contra el
anonimato de las concentraciones urbanas, la necesidad de adaptar el edificio de
una comunidad al habitat exiguo de las ciudades modernas y la necesidad misma de
estar más próximos, por las condiciones de vida, a una población que ha de ser
evangelizada, son motivos que inducen a algunos Institutos a proyectar
preferentemente la fundación de comunidades con un reducido número de miembros.
Estas pueden favorecer también el desarrollo de relaciones más estrechas entre
los religiosos y una asunción recíproca y más fraterna de las responsabilidades.
Sin embargo, si un determinado esquema puede efectivamente favorecer la creación
de un clima espiritual, sería ilusorio creer que ello baste para desarrollarlo.
Las comunidades pequeñas, más que ofrecer una forma de vida más fácil, se
revelan por el contrario más exigentes para sus miembros.
41. Grandes Comunidades
Por otra parte, sigue siendo verdad que las comunidades numerosas son
particularmente convenientes para muchos religiosos. Pueden ser exigidas además
por la naturaleza de un servicio caritativo, por determinados trabajos de
carácter intelectual o por la actuación de la vida contemplativa o monástica:
reine siempre en ellas la unidad perfecta de corazones y de almas, en plena
correspondencia con el fin espiritual y sobrenatural al cual tienden. Por lo
demás, prescindiendo de sus dimensiones, las comunidades grandes o pequeñas, no
podrán ayudar a sus miembros más que permaneciendo constantemente animadas por
espíritu evangélico, alimentadas por la oración y generosamente marcadas por la
mortificación del hombre viejo, por la necesaria disciplina para la formación
del hombre nuevo y por la fecundidad del sacrificio de la Cruz.
IV - Renovación y crecimiento espiritual
42. Deseo de Dios
¿Cómo no vais a desear, queridos religiosos y religiosas, conocer mejor a Aquél
que amáis y queréis manifestar a los hombres? ¡Con El os une la oración! Si
hubierais perdido el gusto por ésta, sentiríais nuevamente el deseo poniéndoos
humildemente a orar. No olvidéis por lo demás el testimonio de la historia: la
fidelidad a la oración o el abandono de la misma son el paradigma de la
vitalidad o de la decadencia de la vida religiosa.
43. Oración
Descubrimiento de la intimidad divina, exigencia de adoración, necesidad de
intercesión: la experiencia de la santidad cristiana nos demuestra la fecundidad
de la oración, en la cual Dios se manifiesta al espíritu y al corazón de sus
siervos. El Señor nos da este conocimiento de si mismo en el fuego del amor. Son
múltiples los dones del Espíritu, pero ellos nos permiten siempre gustar este
conocimiento íntimo y verdadero del Señor, sin el cual no lograríamos ni
comprender el valor de la vida cristiana y religiosa, ni poseer la fuerza para
progresar en ella con la alegría de una esperanza que no decepciona.
44. El espíritu de oración penetra la vida fraterna
Ciertamente el Espíritu Santo os da también la gracia de descubrir el rostro del
Señor en el corazón de los hombres, que El mismo os enseña a amar como hermanos.
Y os ayuda a recoger las manifestaciones de su amor en medio de la trama de los
acontecimientos. Con la atención humildemente dirigida hacia los hombres y hacia
las cosas, el Espíritu de Jesús nos ilumina y nos enriquece con su sabiduría,
con tal de que estemos profundamente penetrados por el espíritu de oración.
45. Necesidad de vida interior
¿No es quizá una de las miserias de nuestro tiempo el desequilibrio "entre las
condiciones colectivas de la existencia y las exigencias del pensamiento
personal y de la misma contemplación"? 53 ¡Muchos hombres -y entre ellos muchos
jóvenes- han perdido el sentido de su propia vida y están ansiosamente en busca
de las dimensiones contemplativas de su ser, sin pensar que Cristo, por medio de
su Iglesia, podría dar una respuesta a sus expectativas! Hechos de este tipo os
deberían llevar a reflexionar seriamente sobre lo que los hombres tienen derecho
a esperar de vosotros, que os habéis comprometido formalmente a vivir al
servicio del Verbo, "la luz verdadera que ilumina a todo hombre" 54. Tened pues
conciencia de la importancia de la oración en vuestra vida y aprended a
dedicaros generosamente a ella: la fidelidad a la oración cotidiana seguirá
siendo para cada uno y cada una de vosotros una necesidad fundamental y debe
ocupar el primer puesto en vuestras constituciones y en vuestra vida.
46. Silencio
El hombre interior ve en el tiempo de silencio como una exigencia del amor
divino, y le es normalmente necesaria una cierta soledad para sentir a Dios que
le "habla al corazón" 55. Es necesario subrayarlo: un silencio que fuese
simplemente ausencia de ruido o de palabras, en el cual no podría templarse el
alma, estaría evidentemente privado de todo valor espiritual y podría por el
contrario servir de perjuicio a la caridad fraterna, si en aquel momento fuese
urgente entrar en contacto con los demás. En cambio, la búsqueda de la intimidad
con Dios lleva consigo la necesidad verdaderamente vital de un silencio de todo
el ser, ya sea para quienes deben encontrar a Dios incluso en medio del
estruendo, ya sea para los contemplativos 56. La fe, la esperanza, un amor a
Dios dispuesto a acoger los dones del Espíritu, como también un amor fraterno
abierto al misterio de los demás, implican como exigencia propia una necesidad
de silencio.
47. Vida litúrgica
Finalmente, ¿es necesario recordaros el puesto especialísimo que ocupa en la
vida de vuestras comunidades la liturgia de la Iglesia cuyo centro es el
sacrificio eucarístico, en el cual la oración interior se une al culto externo?
57. En el momento de vuestra profesión religiosa, habéis sido ofrecidos a Dios
por la Iglesia, en íntima unión con el sacrificio eucarístico 58. Día tras día,
este ofrecimiento de vosotros mismos debe convertirse en realidad, concreta y
continuamente vivida. La comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo es la
fuente primaria de tal renovación 59; vuestra voluntad de amar verdaderamente y
hasta la donación de la vida se robustezca incesantemente en ella.
48. La Eucaristía, corazón de la Comunidad y fuente de vida
Reunidas en su nombre, vuestras comunidades tienen de por sí como centro la
Eucaristía "sacramento de amor, signo de unidad, vínculo de caridad" 60. Es pues
normal que ellas se encuentren visiblemente reunidas en torno a un oratorio,
donde la presencia de la sagrada Eucaristía expresa y realiza a la vez lo que
debe ser la principal misión de toda familia religiosa, como, por otra parte, de
toda asamblea cristiana. La Eucaristía, gracias a la cual no cesamos de anunciar
la muerte y la resurrección del Señor y de prepararnos a su venida gloriosa,
trae constantemente a la memoria los sufrimientos físicos y morales que
agobiaron a Cristo y que sin embargo habían sido aceptados libremente por El
hasta la agonía y la muerte en la cruz. Las pruebas que vais a encontrar, sean
para vosotros la ocasión de llevar juntamente con el Señor y ofrecer al Padre
tantas desgracias y sufrimientos injustos que afligen a nuestros hermanos y a
los cuales sólo el sacrificio de Cristo puede dar, en la fe, un significado.
49. Fecundidad espiritual para el mundo
De esta manera, también el mundo está presente en el centro de vuestra vida de
oración y de ofrenda, como el Concilio ha explicado vigorosamente: "Y nadie
piense que los religiosos, por su consagración, se hacen extraños a los hombres
o inútiles para la sociedad terrena. Por que, si bien en algunos casos no sirven
directamente a sus contemporáneos, los tienen sin embargo presentes de manera
más íntima en las entrañas de Cristo y cooperan espiritualmente con ellos, para
que la edificación de la ciudad terrena se funde siempre en el Señor y se ordene
a El, no sea que trabajen en vano quienes la edifican" 61.
50. Participación en la misión de la Iglesia
Esta participación en la misión de la Iglesia -insiste el Concilio- no puede
lograrse sin una apertura y una colaboración a sus "iniciativas y a los fines
que ella persigue en los varios campos, como en el bíblico, litúrgico,
dogmático, pastoral, ecuménico, misionero y social" 62. Preocupados por tomar
parte en la pastoral de conjunto, lo haréis ciertamente, siempre "en el respeto
del carácter propio de cada Instituto", recordando que la exención atañe sobre
todo a su estructura interna y que no os dispensa de someteros a la jurisdicción
de los obispos responsables "en cuanto lo requieran tanto el cumplimiento del
cargo pastoral de éstos, como la debida ordenación de la cura de almas" 63. Por
lo demás, ¿no debéis vosotros, más que nadie, recordar sin descanso que la
acción de la Iglesia continúa la del Salvador en beneficio de los hombres sólo
cuando entra en el dinamismo de Cristo mismo que devuelve todo a su Padre: "Todo
es vuestro; pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios"? 64. La llamada de
Dios, en efecto, os orienta, de la manera más directa y más eficaz, en el
sentido del Reino eterno. A través de las tensiones espirituales, inevitables en
toda vida que sea verdaderamente religiosa, vosotros dais testimonio "en forma
luminosa y singular, de que el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a
Dios sin el espíritu de las Bienaventuranzas 65.
LLAMAMIENTO FINAL
51. Para una auténtica renovación de la vida religiosa
Queridos hijos e hijas en Cristo: la vida religiosa, para renovarse, debe
adaptar sus formas accidentales a algunos cambios que atañen, con una rapidez y
una amplitud crecientes, a las condiciones de toda existencia humana. Pero,
¿cómo llegar a eso, manteniendo las "formas estables de vida" 66 reconocidas por
la Iglesia, sino mediante una renovación de la auténtica e íntegra vocación de
vuestros Institutos? Para un ser que vive, la adaptación a su ambiente no
consiste en abandonar su verdadera identidad, sino más bien en robustecerse
dentro de la vitalidad que le es propia. La profunda comprensión de las
tendencias actuales y de las exigencias del mundo moderno debe hacer que
vuestras fuentes broten con renovado vigor y frescura. Tal compromiso es
exaltante en proporción a las dificultades.
52. Necesidad de testimonio evangélico en el mundo de hoy
Una pregunta apremiante nos abruma hoy: ¿cómo hacer penetrar el mensaje
evangélico en la civilización de masas? ¿Cómo actuar a niveles donde se elabora
una nueva cultura, donde se va creando un nuevo tipo de hombre, que cree no
tener ya necesidad de redención? Estando todos llamados a la contemplación del
misterio de la salvación, os dais cuenta del serio empeño que de tales
interrogantes deriva para vuestras existencias y qué estímulo para vuestro celo
apostólico. Queridos religiosos y religiosas: según las modalidades que la
llamada de Dios pide a vuestras familias espirituales, vosotros debéis seguir
con ojos bien abiertos las necesidades de los hombres, sus problemas, sus
búsquedas, testimoniando en medio de ellos, con la oración y con la acción, la
eficacia de la Buena Nueva de amor, de justicia y de paz. La aspiración de la
humanidad a una vida más fraterna, a nivel de las personas y de las naciones,
exige ante todo una transformación de las costumbres, de las mentalidades y de
la conciencias. Tal misión, común a todo el Pueblo de Dios, es vuestra por
título particular. ¿Cómo cumplirla si falta ese gusto del absoluto, que es el
fruto de una cierta experiencia de Dios? Esto equivale a subrayar cómo la
auténtica renovación de la vida religiosa sea de capital importancia para la
renovación misma de la Iglesia y del mundo.
53. Testimonio viviente del amor del Señor
Este mundo, hoy más que nunca, tiene necesidad de ver en vosotros hombres y
mujeres que han creído en la Palabra del Señor, en su Resurrección y en la vida
eterna hasta el punto de empeñar su vida terrena para dar testimonio de la
realidad de este amor que se ofrece a todos los hombres. La Iglesia no ha cesado
de ser vivificada en el curso de la historia y de alegrarse por tantos
religiosos y religiosas que, en la diversidad de sus vocaciones, fueron
testimonios vivientes de un amor sin límites a Jesucristo. Esta gracia, ¿no es
para el hombre de hoy como un soplo vivificador venido desde lo infinito, como
una liberación de si mismo en la perspectiva de un gozo eterno y absoluto?
Abiertos a este gozo divino, renovando la afirmación de la realidad de la fe e
interpretando cristianamente a su luz las necesidades del mundo, vivís
generosamente las exigencias de vuestra vocación. Ha llegado el momento de
esperar con la máxima seriedad una rectificación de vuestras conciencias si
fuera necesario y también una revisión de toda vuestra vida para una mayor
fidelidad.
54. Llamamiento a todos los Religiosos y Religiosas
Contemplándoos con la ternura del Señor cuando llamaba a sus discípulos "pequeña
grey" y les anunciaba que su Padre se había complacido en darles el Reino 67.
Nosotros os suplicamos: conservad la sencillez de los "más pequeños" del
Evangelio. Sabed encontrarla en el íntimo y más cordial trato con Cristo o en el
contacto directo con vuestros hermanos. Conoceréis entonces "el rebosar de gozo
por la acción del Espíritu Santo" que es de aquellos que son introducidos en los
secretos del Reino. No busquéis entrar a formar parte de aquellos "sabios y
prudentes", cuyo número tiende a multiplicarse, para quienes tales secretos
están escondidos 68. Sed verdaderamente pobres, mansos, hambrientos de santidad,
misericordiosos, puros de corazón; sed de aquellos, gracias a los cuales el
mundo conocerá la paz de Dios 69.
55. Irradiación fecunda de vuestro gozo
La alegría de pertenecer a El para siempre es un incomparable fruto del Espíritu
Santo que vosotros ya habéis saboreado. Animados por este gozo, que Cristo os
conservará en medio de las pruebas, sabed mirar con confianza el porvenir. Este
gozo, en la medida en que se irradiará desde vuestras comunidades, será para
todos la prueba de que el estado de vida escogido por vosotros os ayuda, a
través de la triple renuncia de vuestra profesión religiosa, a realizar la
máxima expansión de vuestra vida en Cristo. Mirando a vosotros y a vuestras
vidas, los jóvenes podrán comprender bien la llamada que Jesús no cesará jamás
de hacer resonar en medio de ellos 70. El Concilio, en efecto, os lo recuerda:
"El ejemplo de vuestra vida es la mejor recomendación del Instituto y la más
eficaz invitación a abrazar la vida religiosa" 71.
Además, no hay duda de que demostrándoos profunda estima y gran afecto, obispos,
sacerdotes, padres y educadores cristianos despertarán en muchos el deseo de
caminar en pos de vosotros, respondiendo a la llamada de Cristo que no cesa de
resonar en sus discípulos.
56. Oración y María
Que la Madre amadísima del Señor, bajo cuyo ejemplo habéis consagrado a Dios
vuestra vida, os alcance, en vuestro caminar diario, aquella alegría inalterable
que sólo Jesús puede dar. Que vuestra vida, siguiendo su ejemplo, logre dar
testimonio de "aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos
aquellos que, asociados en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la
regeneración de los hombres" 72. Hijos e hijas amadísimos: que el gozo del Señor
transfigure vuestra vida consagrada y la fecunde su amor. En su nombre, de todo
corazón, os bendecimos.
Vaticano, en la Fiesta de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, 29 de junio de
1971, noveno de nuestro Pontificado.
Pablo VI
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