Se
entiende por e. la disciplina que estudia lo bello y el -> arte. Ahora bien,
comoquiera que el arte y lo bello se manifiestan en el plano sensible, surge el
problema de si hay y cuáles pueden ser las conexiones de tal disciplina con el
ámbito de los valores transcendentes. La dificultad fue advertida muy pronto,
independientemente del pensamiento cristiano. Así Platón, en la República,
condena el arte justamente por su carácter sensible. Hay que decir, sin
embargo, que la condenación del arte va asociada, en el pensamiento de Platón,
a la exaltación de lo bello, que halla su más significativa interpretación en
el Simposio. Allí se trata de lo bello físico y natural, desde donde se
puede ascender, por grados, a la belleza de orden espiritual, hasta llegar al
supremo valor de la idea. El valor catártico de lo bello está, pues, en una
dimensión suya metafísica que transciende lo meramente sensible. Tal posición
halla sus presupuestos en la especulación de Pitágoras, que establece una
substancial dimensión metafísica de lo estético, en cuanto entiende la
realidad como unida por los profundos lazos matemático-musicales de la armonía.
Una interpretación metafísica de este tipo no será seguida por el naturalismo
aristotélico, sino más bien por la ulterior especulación cristiana medieval,
que la tomará del platonismo y pitagorismo por mediación del misticismo
plotiniano. La atención de algunos pensadores cristianos vuelve al valor
sensible de lo bello, despreciado por Platón, pero justamente resaltado por
Aristóteles, que en las manifestaciones sensibles del arte vio expresada la
primacía de la forma y la posibilidad de purificarse a través de él (Poética
c. 14). Agustín adopta una postura que no carece de dramatismo. Por una
parte, él se siente atraído por el valor de lo bello sensible en sus formas más
sublimes, como el arte y particularmente la música, y por otra parte huye de lo
sensible como fuente de posible perturbación para el ánimo en su ímpetu hacia
los supremos valores religiosos transcendentes (Con f es. 1.x, c. 33).
En
el sucesivo desarrollo del pensamiento cristiano durante la edad media no puede
decirse que se perdiera el interés por la belleza sensible, tal como se expresa
en el arte. Pero ese interés no se manifiesta tanto en los tratados de carácter
filosófico cuanto en los de naturaleza técnica y científica sobre las artes
particulares. La filosofía, en cambio, subrayó la categoría metafísica de lo
bello al concebirlo como un trascendental. Esta concepción llegó a su pleno
desarrollo en el siglo xiii, y quedó firmemente expresada en la Summa atribuida
a Alejandro de Hales y en el tratado De pulchro et bono, de Alberto Magno
(1243). Tomás, en cambio, en su tratado De veritate (1256-59) no
menciona expresamente lo bello entre los trascendentales. En la Summa (1266-71)
aparece una nueva interpretación de lo bello con carácter gnoseológico y
metafísico mediante la fórmula: «Pulchra dicuntur, quae visa placent» (ST,
i, q. 9 a. 5 ad 1). La importancia de poder atribuir un fundamento
metafísico a las varias manifestaciones sensibles de lo bello y, en
particular, de lo bello artístico, está en que, de ese modo, se reconoce a la
e. un valor objetivo que la sustrae a interpretaciones pseudopsicológicas y el
campo estético queda incluido en una fundamentación trascendental del mundo.
Pero
también hay que tener presente el hecho de que, desde el renacimiento, toda la
estética moderna rechaza la gran síntesis cristiana de los pensadores
medievales y se aparta cada vez más de una interpretación metafísica de lo
bello. El interés se desplaza de las estructuras ontológicas de lo bello a lo
que aporta el sujeto, sobre todo en la objetivación de lo bello como obra de
arte, ora tal aportación deba entenderse como fantasía ora como dimensión
cognoscitiva. En el primer sentido se pronuncia la e. de G.B. Vico, que en la
primera y segunda Scienza nuova (1725 y 1730) anticipa teorías que luego
fueron desarrolladas por J.G. Hamann en su Aesthetica in nuce (1762) y
por J.G. Herder en sus Kritische Wülder (1769) y su Abhandlung
über den Ursprung der Sprache (1772).
En la segunda dirección, es decir, la que subraya el valor cognoscitivo del
arte, se mueven la e. kantiana y la del idealismo. Eso sucede a partir de F.W.J.
Schelling, que subraya la dimensión cognoscitiva del arte, hasta interpretarlo
como el instrumento de la filosofía misma (System des transzendentalen
Idealismus, 1800). Lo bello desaparece como estructura metafísica, y queda
absorbido por el arte como modo (aunque muy peculiar) de conocimiento. Una
posición de este tipo aparece también en G.W.F. Hegel, que incluye el arte en
el ámbito del espíritu absoluto y, en antítesis dialéctica con la
religión (Enzyklopadie der philosophischen Wissenscbaften, 1817), le
atribuye una posibilidad abiertamente
cognoscitiva, la de constituir una encarnación concreta del concepto, en cuanto
el arte tiene la capacidad de transformar la idea en realidad dándole una
dimensión sensible (Vorlesungen über A., 1829). Ahora bien, el riesgo
que un pensamiento orientado por la metafísica clásica puede ver en
interpretaciones del arte como la dada por Vico, Kant y el idealismo, es el de
un subjetivismo radical. Este peligro crece por el hecho de que aquí la
dimensión cognoscitiva, en virtud del carácter creador del pensamiento, no
está claramente separada de los elementos que brotan de la fantasía. Cómo,
sin embargo, ese peligro no es tan grande, se esclarece por el hecho de que el
yo, su acción creadora y la actividad de la fantasía, en virtud de su peculiar
carácter trascendental, poseen una «objetividad» supraindividual en el
terreno de la intersubjetividad. Y, por otra parte, la dimensión metafísica y
la conexión con lo absoluto no se pierden del todo por la reducción de lo
estético al ámbito de lo cognoscitivo; pues, en el idealismo, el conocer,
precisamente en cuanto acto creador, a la postre asume en sí todo lo real y
representa lo absoluto en su totalidad.
Una
amenaza mucho más grave a las posiciones metafísicas tradicionales viene de
otro tipo de e. que hizo su irrupción después del idealismo con el método
inductivo de G. Th. Fechner (Vorschule der A., 1876), ha llegado a su
madurez a través de los trabajos del positivismo, y todavía en la actualidad
es defendido bajo una nueva forma con la exigencia extrema de que la e. no sea
entendida como una disciplina filosófica, sino como una ciencia o, según la
acertada fórmula de Dessoir, como un complejo de ciencias (Ásthetik
und allgemeine Kunstwissenschaft, 1906).
Las repercusiones peligrosas de semejante reducción de lo estético al plano de
lo puramente sensible y «científicamente» controlable han sido puestas de
manifiesto por la reciente evolución de la e. angloamericana, para la cual el
arte termina siendo un signo destituido de todo contenido interno. Y, sin
embargo, es de notar que también este tipo de interpretación incluye en sí
elementos muy fecundos para corregir la tendencia, latente a menudo en las
teorías estéticas de cuño metafísico, a desentenderse demasiado aprisa de lo
sensible, con riesgo de confundir abstracciones vacías con
conceptos universales. Así acaece que aun los autores que hoy mantienen las
antiguas posiciones metafísicas de la e., no pueden eximirse del
confrontamiento con la concreta dimensión sensible. Aquí hemos de citar en
primer lugar a Maritain, que en Art et scolastique (1920) propugna una
radical adhesión a la teoría medieval sobre lo bello como dimensión
trascendental, pero insiste luego en la fusión de esta dimensión metafísica
con los datos comprobables sensiblemente. Esto queda acentuado más fuertemente
todavía en Creative Intuition in Art and Poetry (1953). Cómo no se
trata de un caso aislado, lo prueba la insistencia con que otras tendencias, que
defienden postulados metafísicos semejantes, fundamentan su investigación cada
vez más decididamente en lo sensible, empezando por L. Stefanini (Trattato
di estetica, Brescia 1955) hasta L. Pareyson (Estetica, Teoria
delta f ormativitá, Tn 1954) y el interesante ensayo de H.U. v.
Balthasar, que ve en lo sensible, en cuanto representa el punto final de lo
concretamente bello, un lugar en que Dios se manifiesta al hombre. Aquí aparece
una convergencia de la e. y la teología (Herrlichkeit 1-Iv, 1961ss).
Cabría también considerar, una vez establecido el valor de lo sensible, la
posibilidad del enlace de la estética con la metafísica y, mediatamente, con
la teología. Pero esto, no a priori, sino a posteriori, es decir,
no deduciendo lo sensible de una dimensión metafísica previamente diseñada,
sino, más bien, aprehendiendo el _universal metafísico, lo absoluto, lo
transcendente en medio de lo sensible mismo, que debe aparecer en su
peculiaridad, en su rango, en su referencia a otras dimensiones y en sus
límites.
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Cerezo, Arte, verdad y ser en Heidegger. La estética en el sistema de
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Elisa
Oberti
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