CONSTITUCIÓN APOSTÓLICA DEL SUMO
PONTÍFICE PÍO XII SOBRE LA CURA ESPIRITUAL DE LOS EMIGRANTES Y DESPLAZADOS
1/8/1952
1/8/1952
INTRODUCCIÓN
1. La familia de
Nazaret modelo y consuelo de los refugiados. La familia de Nazaret desterrada, Jesús,
María y José, emigrantes a Egipto y refugiados allí para sustraerse a las iras de un
rey impío, son el modelo, el ejemplo y el consuelo de los emigrantes y peregrinos de
todos los tiempos y lugares y de todos los prófugos de cualquiera de las condiciones que,
por miedo de las persecuciones o acuciados por la necesidad, se ven obligados a abandonar
la patria, los padres queridos, los parientes y a los dulces amigos para dirigirse a
tierras extrañas.
Había decretado el
Dios omnipotente y misericordioso que su Hijo consustancial, haciéndose semejante a los
hombres y en la condición de hombre, juntamente con su ínclita Madre Inmaculada y su
piadoso custodio fuese también en este género de angustias y trabajos el primogénito de
muchos hermanos recorriendo Él primero el camino.
2. La Iglesia debe
presentar este ejemplo y los remedios de la situación. Para que estos argumentos de
consuelo en las adversidades y estos ejemplos no dejasen de tener eficacia, sino que
produjesen consuelo en los trabajos de los desterrados y emigrantes y suscitasen la
esperanza cristiana, fue necesario que la Iglesia los corroborase con peculiar cuidado y
asidua asistencia, con lo cual se alimentase la práctica de una vida morigerada y se
conservase íntegra la fe transmitida por los mayores.
Era igualmente
necesario hacer frente con remedios adecuados y eficaces a las nuevas dificultades, no
previstas ni conocidas aún, de los emigrantes a regiones extranjeras, particularmente
para salir al paso de las insidias de los hombres perversos que impíamente, por
desgracia, les salen al encuentro de sus necesidades buscando su ruina espiritual más que
su provecho material.
3. Mayor desgracia, sin
la ayuda de la Iglesia como ya señala San Agustín. ¡Cuántos motivos de angustia
habrían existido y existirían su hubiese faltado o faltase este ministerio evangélico!
Tendríamos que lamentarnos mucho más que en los tristes tiempos de San Agustín, cuando
el Obispo de Hipona exhortaba vehementemente a los sacerdotes para que de ningún modo, a
medida que más urgían las dificultades, dejasen a la grey sin pastor, recordándoles
cuántos bienes se seguirán si permanecían con sus ovejas y cuántos males inevitables
si las abandonaban: "Donde faltan los ministros, ¡qué ruina se abate sobre
aquellos, que salen de este siglo, o no regenerados o ligados (por el pecado)! ¡Qué
desgracia la de los fieles ligados a ellos, que no podrán tener con ellos el descanso en
la vida eterna! Finalmente, ¡cuántos gemidos de todos y qué graves blasfemias de
algunos por la privación de los ministerios y la ausencia de los ministros!"
"Mirad lo que trae
consigo el temor de los males temporales y cuántos males eternos provienen de él: Pero
si hay ministros, con las gracias que el Señor les da se hace frente a todas las
necesidades: unos se bautizan, otros se reconcilian; ninguno es defraudado en la comunión
del Cuerpo del Señor; todos son consolados, edificados, exhortados a rogar al Señor, que
puede apartar todos los males que nos amenazan."
TÍTULO PRIMERO
Relato histórico de la maternal solicitud de la Iglesia por los emigrados.
Relato histórico de la maternal solicitud de la Iglesia por los emigrados.
I. La solicitud de la
Iglesia en la antigüedad
4. La Iglesia ayuda
mediante sus sacerdotes. La Santa Madre Iglesia, impulsada por su vehemente amor a las
almas, se esforzó por cumplir el mandato salvífico universal que Cristo le ha confiado,
cuidando espiritualmente de un modo especial de los peregrinos, forasteros, desterrados y
de todos los emigrantes sin ahorrar esfuerzo alguno y valiéndose para ello en primer
lugar de los sacerdotes, los cuales, con la administración de los carismas, de la gracia
y con la predicación de la palabra divina, trabajan con toda solicitud en confirmar a los
fieles de Cristo en la fe con los vínculos de la caridad.
5. Se recurre a la
Historia: primero San Ambrosio. Es bueno, pues, recordar brevemente todo lo que la
Iglesia, desde los tiempos más remotos, ha hecho en este sentido, tratando más
ampliamente lo que a nuestros tiempos se refiere. En primer lugar, recordemos los hechos y
palabras de San Ambrosio, cuando aquel ilustre pastor de Milán, para poder redimir a los
infelices que habían sido llevados cautivos, después de la derrota del emperador Valente
en Adrianópolis (378), quebró y enajenó los vasos sagrados para poder precaver a
aquellos infelices de los daños materiales y librarlos de los peligros, más graves aún,
espirituales que les amenazaban "¿Quién será tan duro -escribía San Ambrosio-,
cruel e insensible que no quiera que los hombres sean redimidos de la muerte y las mujeres
de los impuros ultrajes de los bárbaros, que son aún más graves que la muerte; que los
jóvenes, los adolescentes y los niños sean preservados del contagio de los ídolos, al
que hubieran vist o obligados con amenazas de muerte? Nosotros hemos tomado esta causa no
sin motivo; pero cuando después la hemos realizado entre el pueblo hemos comprendido, y
así lo confesamos abiertamente, que es mejor salvar almas para el Señor que conservar
objetos de oro."
6. Segundo: la
evangelización y civilización de los bárbaros. Brilla igualmente el celo de los
pastores y el entusiasmo de los sacerdotes que llevaron con su esfuerzo a los habitantes
de lejanas regiones el beneficio de la verdadera fe juntamente con la convivencia civil y
las relaciones sociales, mientras que a los pueblos bárbaros invasores se esforzaren en
hacerlos asimilar a un mismo tiempo la Religión cristiana y la pacífica convivencia con
las poblaciones civilizadas.
7. La misión de las
Ordenes religiosas. Debemos también recordar a las egregias órdenes religiosas fundadas
para redimir a los cautivos, cuyos miembros, a fuer de hombres apostólicos, no duraron en
tolerar graves tribulaciones por los hermanos prisioneros con el fin de hacerles retornar
a la libertad o al menos confortarlos en la prisión.
8. La conquista de
indios y negros. Cuando después se descubrieron y explotaron nuevas tierras en la otra
parte del globo, no faltaron sacerdotes de Cristo que se unieron celosamente a los
colonizadores de aquellas regiones para ayudarles a mantenerse en la práctica de la moral
cristiana e impedirles que con las riquezas de las nuevas tierras se llenasen de orgullo y
también para transformarse en seguida en misioneros de los indígenas, carentes hasta
entonces completamente de la luz de la fe, e instruirles en el Evangelio, haciéndoles
vivir en la fraternidad cristiana.
Ni podemos dejar en el
silencio a los heraldos de la Iglesia que se consagraron a asistir y ganar para Cristo a
los esclavos negros arrancados cruelmente de sus tierras y sometidos a un vil mercado en
los puertos de América y Europa.
9. Las asociaciones
medievales de asistencia y caridad. Queremos también hacer mención, aunque sólo sea
brevemente, de la asidua actividad realizada durante la Edad Media en todas las regiones
cristianas, pero muy especialmente en esta santa ciudad por las piadosas asociaciones
erigidas para atender a los peregrinos. De estas asociaciones tuvieron origen innumerables
hospitales, hospicios, iglesias y hermandades nacionales, de las cuales aún quedan no
pocos vestigios. De ellas son dignos de especial mención las Escuelas de Peregrinos
sajones, longobardos, francos y frisones, las cuales fueron erigidas ya en el siglo 8 en
el Vaticano junto al sepulcro de San Pedro, príncipe de los apóstoles, para atender a
los forasteros que peregrinaban a Roma de las regiones trasalpinas para venerar la memoria
de los apóstoles. Estas escuelas estaban dotadas de iglesia y cementerio propio y allí
se sostenían sacerdotes y clérigos de sus respectivas naciones para que cuidasen
material y espiritualmente de sus connacionales, principalmente de los enfermos y pobres.
En siglos sucesivos se les añadieron monasterios con un asilo anejo para los peregrinos;
esto es, para los etíopes y abisinios, para los húngaros y armenios. Todo lo cual es un
bello eco de las palabras del apóstol Pablo exclamando: "...aliviando las
necesidades de los santos y ejercitando la hospitalidad."
10. La obra de
sacerdotes y parroquias de la misma nación y lengua hasta el día de hoy, su utilidad. Lo
que había demostrado esta experiencia, es a saber: que el sagrado ministerio entre los
extranjeros y peregrinos resulta mucho más provechoso si se ejerce por sacerdotes de la
misma nación y lengua, principalmente cuando se trata de gentes rudas y apenas instruidas
en la doctrina cristiana, lo confirmó solemnemente el Concilio Lateranense IV cuando, en
el año 1215, decretó: "Puesto que en no pocos lugares, dentro de una misma ciudad y
diócesis, se hallan mezcladas gentes de diversas lenguas que, bajo una misma fe, tienen
diversos ritos y costumbres, ordenamos categóricamente que los Obispos de dichas ciudades
o diócesis provean varones i dóneos que les celebren los divinos oficios según los
diversos ritos y lenguas y les administren los sacramentos, instruyéndolos a un mismo
tiempo con la palabra y el ejemplo". Todo lo cual la Iglesia ha conservado fielmente
hasta nuestros días, particularmente con la creación de parroquias para los fieles de
diversas lenguas y naciones; aún más, teniendo en cuenta la variedad de ritos, se han
creado muy oportunamente a veces diócesis, como luego expondremos.
Todos conocen la
utilidad que tales parroquias, asiduamente frecuentadas por los peregrinos, han reportado
a las diócesis y a las almas, y todos las tienen en grande y merecida estima. Por lo cual
el Código de Derecho canónico no dejó de fijarles el régimen, y así con la sucesiva
aprobación de la Santa Sede, han ido surgiendo numerosas parroquias nacionales,
especialmente en América, hasta las últimas que por decreto de la Sagrada Congregación
Consistorial, por no aducir otros ejemplos, se han erigido en las islas Filipinas para los
chinos.
II. La solicitud de la
Iglesia en los tiempos recientes
1. De la Revolución
francesa hasta León XIII
11. El propósito de
este capítulo: las iniciativas del último siglo. Aunque no hubo, pues, ninguna época en
que la Iglesia descuidara a los emigrantes, desterrados y prófugos, no queremos
detenernos más largamente en ello sino que sólo deseamos referirnos a lo que se ha
emprendido al respecto en el último siglo.
12. Cincuenta
volúmenes de la caridad papal para con los franceses. Para comenzar conviene aquí
recordar previamente los cincuenta volúmenes intitulados: "De la caridad de la Sede
Apostólica para con los franceses", conservados en el archivo Vaticano -testimonio
realmente preclaro de la constante solicitud de los Romanos Pontífices hacia los pobres
de las revoluciones públicas o los desplazados por la guerra- con que Nuestros
Predecesores Pío VI y Pío VII ilustran su paternal solicitud por los franceses que
expulsados de su Patria fueron recibidos con gran generosidad en los confines de los
Estados Pontificios y especialmente en Roma o que se refugiaron en otras partes.
13. Vicente Pallotti y
su fundación en favor de los emigrados. Conviene recordar también como digno de mención
al Beato Vicente Pallotti, fundador de la sociedad del Apostolado Católico. Este mismo,
pues, a quien Nos hemos llamado honra y prez del clero Romano, a quien, al principio del
Jubileo universalmente celebrado, pusimos gozosos en el glorioso catálogo de los beatos,
urgido por el amor de las almas y encendido en el deseo de consolidar en la fe católica a
los Italianos emigrados a Inglaterra, envió algunos miembros de su Congregación a
Londres a fin de que se hicieran cargo de la atención espiritual de sus compatriotas; y,
accediendo a una respetuosa solicitud suya, Nuestro Predecesor Pío IX lo facultó para
recoger limosnas con el fin de levantar en Londres desde sus cimientos un templo a Dios
dedicado a San Pedro, príncipe de los Apóstoles, para bien de los emigrados italianos
especialmente.
14. Esfuerzos de la
Iglesia Católica en bien de los emigrados a América. A mediados del siglo 19 cuando a
los indigentes se ofreció la oportunidad nunca antes conocida de hacer fortuna, y cuando
grandes multitudes de Europa, especialmente de Italia, se dirigía a América, la Iglesia
Católica hizo esfuerzos extraordinarios para atender el bien espiritual de los emigrantes
y trabajar por ellos; pues, ella, en el transcurso de los siglos por el amor que tiene a
sus hijos adaptó los métodos de apostolado al progreso de la vida y a las nuevas
circunstancias del tiempo no sólo ensayándolos prontamente sino también
introduciéndolos después de atentos estudios, por cuanto en su solicitud advertía que
lo social, moral y religioso corrían serio peli gro.
2. La obra de León
XIII
15. León XIII y el
Rafaelsverein. La activa solicitud de esta Sede Apostólica tanto más prontamente
manifestada cuanto que también más cuidadosamente las autoridades públicas y los
Institutos privados parecían atenderlos, está comprobada claramente por las Actas de
León XIII, Nuestro Predecesor, quien no sólo denodadamente defendió la dignidad y los
derechos del trabajo humano, sino que protegió decididamente también a los conocedores
de algún oficio que iban a lejanas tierras a ganar su sustento.
Pues, al cabo de su
primer año de Supremo Pontificado, alabó el 9 de julio de 1878, con complacida
benignidad, la sociedad de San Rafael erigida por los Obispos alemanes para ayudar
fructuosamente a sus compatriotas emigrantes. Esa sociedad tanto en los puertos de salida
como de llegada se estableció, al correr de los años, también para otras nacionalidades
como la belga, austríaca e italiana.
16. León XIII y la
fundación de Scalabrini. Desde el año 1887, reconoció, en su Carta Apostólica bajo el
sello del Pescador, que era útil y oportuno el plan que venía ejecutando el Siervo de
Dios Juan Bautista Scalabrini, entonces Obispo de Piacenza, de formar un Instituto de
santos varones que tuvieran ánimo y voluntad de partir para regiones lejanas,
especialmente América, con la intención de llevar los consuelos del sagrado ministerio a
la multitud de fieles italianos que urgidos por las necesidades materiales abandonaban la
Patria para establecerse en aquellas regiones. Luego fundó, pues, aquel varón
apostólico, a quien Nos mismo declaramos, 'meritísimo de la Iglesia y del Estado' con la
ayuda de celosos sacerdotes y esclarecidos supe riores, una sociedad de sacerdotes, en la
cual -para volver a usar las galanas palabras del mismo León XIII en su carta que más
abajo aduciremos- varones eclesiásticos de Italia se unen, urgidos por la caridad de
Cristo para cultivar los estudios y ejercitarse en los ministerios y disciplina que les
permiten desempeñarse feliz y denodadamente como "embajadores de Cristo" y así
se constituyó una nueva familia religiosa de misioneros de San Carlos para los italianos
emigrados, cuyo fundador es aquel siervo de Dios.
17. La Carta "Quam
Aerumnosa" de León XIII y sus saludables efectos. Conviene también mencionar la
Carta a los Arzobispos y Obispos de América publicada al año siguiente por el mismo
inmortal Predecesor Nuestro por cuanto suscitó felizmente una mayor abundancia de
iniciativas y celosa emulación de los hombres para alcanzar el bien de los inmigrantes
pues, tanto numerosos sacerdotes y muchos religiosos de ambos sexos movidos por esta
razón partieron para todas partes de América a fin de asistir a ayudar a sus
compatriotas que vivían en lejanos países; entonces también se fundaron sociedades y
formaron patronatos para bien de los que de Italia, Alemania, Irlanda, Austria, Hungría,
Francia, Suiza, Bélgica, Holanda, España y Portugal emigraba n en masa; ante todo empero
se han erigido parroquias nacionales.
18. Atención a la
migración en la misma Europa. Con la sabiduría y la caridad de que era capaz no dejó de
atender oportunamente también la migración que dentro de los confines de Europa se
hacía; la solicitud dispensada por los Romanos Pontífices consta claramente en las
Cartas, enviadas más de una vez por la Secretaría de Estado a los Ordinarios de Italia.
19. La obra para
emigrantes del Obispo Bonomelli. Movido por las insistentes exhortaciones del Pontífice,
y urgido por el bien de las almas, Jeremías Bonomelli, Obispo de Cremona, instituyó la
Obra de ayuda a los obreros de Italia que emigraban a las regiones foráneas de Europa de
donde nacieron varios institutos culturales y de beneficencia y florecientes
secretariados, y en 1900 por piadosos sacerdotes y seglares de bien, elegidos para la
obra, se predicaban con fruto "misiones" en Suiza, Austria, Alemania y Francia.
Y para que no sucumbiera tan benéfica obra después de la muerte de su Superior, Nuestro
Predecesor, Benedicto XV encomendó la cura de almas de los obreros italianos emigrados a
regiones europeas a Fernando Rodolfi, Obispo de Vicenza.
20. La misión de Santa
Francisca J. Cabrini, madre de los emigrantes. No estará demás recordar aquí las
múltiples instituciones que educan a niños y niñas, y los hospitales y demás
fundaciones provechosamente realizadas en bien de los fieles cristianos de diverso idioma
y de diferente origen los que florecen siempre más y prosperan vigorosamente. Cual
estrella brilla en este campo Santa Francisca Javiera Cabrini quien por consejo y
exhortación del siervo de Dios Juan Bautista Scalabrini y apoyada por la autoridad del
mismo Papa León XIII, de feliz memoria, el cual la persuadió que no dirigiese su mirada
hacia el Este, sino más bien hacia el Oeste, resolvió emprender viaje hacia
Norteamérica, y con tanta caridad perseveró en su obra que pudo consignar ubérrimos
frutos y fue, por su eximia piedad para con los emigrantes italianos y sus admirables
obras, llamada con razón Madre de los emigrantes italianos.
3. La Obra de S. Pío X
21. Sus experiencias
como párroco. La organización ordenada de las obras católicas en favor de los
inmigrantes en Europa, en el Oriente y América debe atribuirse a Nuestro Predecesor, el
Beato Pío X que un día como párroco de Salzano asistió a sus amadísimos feligreses
que emigraron para que al abandonar la parroquia tuvieran un viaje más feliz y un nuevo
hogar más seguro; luego elevado a la cima del Supremo Apostolado acompañó con peculiar
cuidado a las ovejas errantes de la grey universal y emprendió iniciativas solícitas en
pro de la inmigración.
22. Cartas de San Pío
X en favor de los emigrantes. Ardía aquel piadosísimo Pontífice en amor a los fieles
cristianos que habían emigrado hasta las lejanas regiones de Norte y Sudamérica. Con
qué gozo recibiera el celo de los Obispos y sacerdotes empleados en bien de aquéllos,
resalta claramente de la Carta dirigida al Arzobispo de Nueva York, el 26 de febrero de
1904. Entre otras cosas elogió y aprobó tanto la solicitud manifestada a los Italianos a
fin de que al abrigo de peligros, permanecieran firmes en el culto de la Religión de sus
antepasados, como la fundación de un Seminario para educar debidamente a los clérigos de
la Colonia Italiana. Lo mismo prueba la Alocución a los peregrinos de la República
Argentina, como también la Carta a los Arzobispos y Obispos del Brasil o la que dirigió
al Superior General de los Misioneros de San Carlos o al Superior de la Pía Sociedad
Antoniana Universal o al Rector de la Sociedad Católica para los inmigrantes, fundada
recientemente entonces en el Canadá.
23. Solicitud
espiritual por la Sociedad de Misioneros de San Antonio. Para que los emigrantes, los
navegantes o los que permanecían en los puertos de llegada o los que ya gozaban de la
Patria adoptiva, dispusieran de una pronta asistencia espiritual, se constituyó, con la
aprobación del Sumo Pontífice, ya desde el año 1905, la Sociedad de misioneros de San
Antonio de Padua.
24. La obra rectora y
reformadora de la S. C. Consistorial. En lo que respecta a Italia, existen normas dadas
por la Secretaría de Estado para todos los Obispos del lugar. La Sagrada Congregación
Consistorial, una vez recibidos, a su propio pedido, los informes exactos sobre el
particular de los Ordinarios del lugar donde hay emigración e inmigración, cumplió
rápidamente el mandato del Pontífice, acomodando a los tiempos los institutos, ya
erigidos en favor de los emigrantes, decretando la fundación de nuevos, adaptados a las
nuevas circunstancias y recomendando a los Ordinarios la constitución de "Grupos
emigrantes" y "Patronatos".
25. Solicitud por los
matrimonios de los emigrados y las "Instrucciones" al respecto. Pero no sólo de
esta manera se procuró con mucha solicitud el bien de los inmigrantes, pues, dado que se
supo que algunos obreros, emigrados de Europa a lejanas tierras, contraían matrimonio sin
atenerse en lo más mínimo a las solemnidades de derecho, a causa de las circunstancias
más difíciles de lugar y de tiempo en que se hallaban, y aún osaban contraerlo
afectados por impedimentos, a fin de que las leyes del sagrado matrimonio no sufrieran
ningún daño, para prevenir los horribles males, el Sumo Pontífice mandó a la Sagrada
Congregación de Disciplina de los Sacramentos que publicaran una cuidadosa Instrucción
sobre la comprobación del estado de solter ía y las proclamas matrimoniales;
instrucción que en el transcurso de los años fue nuevamente promulgada por la misma
Congregación añadiéndose normas saludables también para comodidad de los emigrados que
deseaban contraer matrimonio por procurador.
26. Atención de
rutenos y rumanos. En el gobierno de este importante Pontífice se establecieron normas
idóneas para los clérigos y seglares del rito ruteno que viven en los Estados Unidos de
América; a su cabeza se puso un Obispo; al obispo del rito ruteno se encomendó también
la atención espiritual de los fieles del mismo rito que viven en las regiones del
Canadá; igualmente, la asociación de la propagación de la Iglesia Católica,
constituida en Toronto del Canadá y los abundantes frutos, dignos de la mayor alabanza
que la misma sociedad pudo recoger defendiendo contra las insidias heréticas a los
católicos rutenos que se habían establecido poco a poco en los territorios que se
extienden hacia el Norte y Oeste; igualmente, las mutuas rel aciones en el orden
disciplinario de los Obispos canadienses del rito latino con el Obispo de los rutenos de
aquella región y entre el clero y los fieles de ambos ritos se regularon; y, finalmente,
se donaron al Obispo católico rumano de la provincia eclesiástica de Fógara y Alba
Julia, la iglesia del Santísimo Salvador en la villa "delle Copelle" en Roma y
la pequeña casa aneja.
27. La Oficina
Pontificia de emigrantes. La más importante de todas las realizaciones es, sin embargo,
la creación del "Oficio" peculiar en la S. Congregación Consistorial para la
atención pastoral de los emigrantes. Las obligaciones de esta Oficina serán, como dijo
el Beato Pío X, "buscar y preparar todo lo que se requiere a fin de que la atención
espiritual de los emigrantes del rito latino se lleve a cabo en la mejor forma posible,
quedando naturalmente a salvo el derecho de la S. Congregación de la Propagación de la
Fe sobre los emigrantes del rito oriental, a los cuales esta Congregación por sus propias
disposiciones atenderá oportunamente. De los sacerdotes emigrantes cuidará únicamente
ese mismo Oficio."
28. En favor de los
sacerdotes emigrantes. No pudo preterirse tampoco la disciplina de los sacerdotes
emigrantes a la que ya antes la Sede Apostólica proveyera valiéndose de la S.
Congregación del Concilio y, cuando se trataba de clérigos del rito oriental, de la
Sagrada Congregación de la Propagación de la Fe y de la misma S. C. Consistorial. Mas
por cuanto entre los clérigos que emigraban allende los mares podía, tal vez, haber
algunos que buscaran más bien el lucro material que no la salvación de las almas, la
misma S. C. Consistorial por decreto instituyó leyes aptas para poder remover los abusos,
si los hubiere, estatuyendo también penas para los transgresores. Estas leyes alcanzaban
también a los sacerdotes que prestaban sus servici os a los obreros agrícolas y
operarios de otros oficios. Estas normas que por otro decreto consistorial se adoptó al
Código de Derecho Canónico, entonces recién promulgado, están aún fructuosamente en
vigencia. En el correr de los años, empero, la S. C. de la Iglesia Oriental y la S. C. de
la Propagación de la Fe, cada uno en el ámbito de su competencia, añadieron otras
normas más.
29. El Colegio Romano
de sacerdotes para los emigrantes italianos. El mismo Sumo Pontífice inició el Colegio
Romano de sacerdotes para los italianos que emigran fundado con el fin de formar
idóneamente a jóvenes sacerdotes del clero secular en el sagrado ministerio especial
mediante un curso apropiado de estudios, y, para que hubiese un número suficiente de
ellos para satisfacer las necesidades existentes, se exhortó a los Obispos, en especial a
los que disponen de una mayor abundancia de sacerdotes, que si descubrieren entre sus
sacerdotes o clérigos a ministros idóneos para ese cometido, los destinaran al
Instituto; y, finalmente, ese mismo beato Pontífice en los últimos tiempos de su
Pontificado -porque luego después, agobiado por la suma pena causada por los horrores de
la guerra que se cernía sobre el mundo voló a recibir el premio celestial- como Padre
amantísimo redactó personalmente los estatutos del Colegio y mandó a la S. C.
Consistorial publicarlos.
4. La Obra de Benedicto
XV
30. Las disposiciones
en favor de este Colegio Romano. El Sumo Pontífice Benedicto XV, siguiendo las egregias
huellas de su Predecesor y continuando denodadamente su solicitud por los emigrantes, cual
herencia que le habían dejado, asignó, apenas elevado a la Cátedra de Pedro, a dicho
Colegio los edificios de San Apolinar. Mas por cuanto la Sede Apostólica por entonces se
empeñaba en socorrer a las regiones devastadas por las aflicciones inferidas al género
humano por la guerra y no pudo al mismo tiempo proveer los medios para cubrir las
necesidades del Colegio, la S. C. Consistorial no desdeñó solicitar erogaciones a los
Ordinarios de Italia y de América para poder ayudar al Colegio.
31. Colecta y
estipendios para la emigración italiana y "patronatos". La misma S.
Congregación, a fin de socorrer las obras católicas que activamente atendían la cura de
alma de los emigrantes italianos, exhortó primero a los Ordinarios italianos a que
anualmente en un día festivo determinado mandaran efectuar una colecta en favor de las
mismas obras; más tarde, empero, decretó que cada sacerdote ofreciera una vez al año
una santa Misa por las intenciones del Sumo Pontífice más bien que "pro
populo" ("por el pueblo"), destinándose el estipendio de la misa por esas
obras. Todos, y en especial los emigrantes y misioneros, saben que ese dinero se gasta
íntegramente para auxiliar aquellas instituciones que, bajo el gobierno de la S. C.
Consis torial o al impulso de los misioneros o religiosos de ambos sexos, se han fundado
en las regiones lejanas con el fin de que prestaran a los emigrantes, cuya fe católica y
cristianas costumbres corren grave peligro en una forma apenas creíble, una sólida y
sabia protección. El Pontífice mencionado propuso, en beneficio de los emigrantes
italianos a los Ordinarios de Calabria que constituyesen patronatos eclesiásticos.
32. Da normas para la
atención espiritual de los emigrantes en el Brasil y elogia al Obispo de Trenton,
Canadá. Al Arzobispo de San Pablo y los demás Obispos de la jurisdicción brasileña
encomendó con instancia que por medio de sacerdotes piadosos del país nombrados para
ello vigilaran para que los obreros que llegaban desde Europa a esas playas, acuciados por
la esperanza de lucro e impulsados por la indigencia, no abandonaran, junto con el patrio
suelo también las patrias costumbres; el mismo escribió al Obispo de Trenton, cuyo celo
desplegado en esta obra elogió; pues, apenas fundada una nueva colonia italiana en la
diócesis de Trenton, se erigieron para ella en seguida una iglesia y los edificios
vecinos, y el Sumo Pontífice hizo ínti mos votos por que los emigrados italianos
pudiesen encontrar ese auxilio de caridad cristiana en todas partes de los Estados Unidos
de América.
33. El cuidado
espiritual de las arroceras en Italia. El mismo Predecesor Nuestro Benedicto XV fijó su
atención igualmente en los italianos que también entonces, abandonando su hogar,
migraban por algún tiempo de una región del país a otra como suele suceder aún a las
mujeres que se dedican a la limpia del arroz.
34. Un prelado para la
exclusiva atención de los emigrantes y de su Colegio. Muy bien aconsejado quiso luego que
hubiera un Prelado que munido de las necesarias facultades y libre de las labores
diocesanas se consagrara íntegramente al bien espiritual de los italianos emigrantes a
quien incumbía exclusivamente elegir a los misioneros que debían dedicarse a ese oficio,
asistirlos, vigilarlos y regir el Colegio de los sacerdotes fundado para formarlos y
ayudarlos. Al año siguiente, a fin de que dicho Colegio hiciese progresos en forma más
expedita, le dio nuevos estatutos, adaptados rectamente a las necesidades del tiempo y de
las circunstancias.
35. Preocupación por
los prisioneros de guerra. El Sumo Pontífice Benedicto XV, compadeciéndose hondamente de
las angustias que agobiaban a innumerables hombres, llevados al cautiverio durante la
horribilísima guerra, decretó que los Ordinarios de las diócesis donde hubieran
prisioneros de guerra, eligiesen cuanto antes a uno o, si la necesidad lo requiriese,
varios sacerdotes que dominaban suficientemente el idioma para destinarlos a la cura de
almas de los prisioneros. Los sacerdotes escogidos para este ministerio no deben
recargarse con otros menesteres, sino sólo hacer lo que pertenece a la utilidad tanto del
espíritu como de la vida y del cuerpo de los cautivos, consuelen, asistan y alivien las
variadas necesidades a veces acerbísima s. Aún en medio de la pesadilla de la guerra
fratricida instituyó para los prófugos que vivían en tierras italianas un Ordinario
especial para que atendiera el bien espiritual de ellos.
36. Por los emigrantes
alemanes: el San Rafaelsverein. No se descuidaron tampoco los gravísimos peligros en que
se hallaban los ciudadanos alemanes, entre los cuales había muchos católicos, que en
gran número, urgidos por tantas angustias se sentían constreñidos a buscar otros cielos
para procurarse lo necesario para la vida. Por eso, la S. C. Consistorial exhortó no
sólo a los Obispos de Alemania sino de toda Europa Central a que celosamente pensaran, y
en sus reuniones o Conferencias episcopales, después de reflexiones y mutuas consultas,
trataran de resolver lo que podían hacer para ir apropiada y rápidamente al encuentro de
tanta necesidad; a la vez indicó la oportunidad de consolidar la acción de la Sociedad
de San Rafael, que antes de la guerra había reportado innumerables beneficios a los
viajeros de cualquier clase, y emplear los medios que la prudencia y la caridad sugiriese
para ayudar. Además, en el año 1921 el Arzobispo de Colonia fue declarado protector de
la benemérita obra -ya fundada en 1904- de la atención religiosa de los católicos de
lengua alemana que vivían en Italia. Esa obra se hizo cargo en los años siguientes de la
cura espiritual de los ciudadanos de la Alemania Occidental, eligiéndose otro protector
más, el Obispo de Osnaburgo, para los emigrantes de la Europa Oriental y fuera de Europa.
37. Por los exiliados
mejicanos. Cuando, al agravarse la perturbación civil de Méjico, algunos Prelados
mejicanos, sacerdotes y muchos fieles fueron expulsados criminalmente de su Patria, se
trasladaron a los Estados Unidos de Norteamérica en busca de un seguro refugio, los
recomendó encarecidamente a la caridad de los católicos de ese país, escribiendo
primero al Obispo de San Antonio, después al Arzobispo de Baltimore, por cuyos generosos
cuidados se pudieron congregar en el Seminario los jóvenes pobres que tenían vocación
para el sacerdocio, lo que es para Nos, como decía el Pontífice, especialmente grato.
38. En favor de los
emigrados de ritos orientales. Además, de las cosas sapientísimamente hechas por el
mismo Pontífice en favor de los fieles de los Ritos Orientales recordaremos éstas: la
ampliamente fomentada asistencia espiritual a los fieles del rito greco-ruteno emigrados a
la América del Sur; la fundación del Seminario para niños ítalo-griegos en el
monasterio (basiliano) de Grottaferrata (cerca de Frascati); y la erección de la
diócesis de Lungro (provincia de Consenza) para los fieles del mismo rito que ya como
habitantes de Epiro y Albania habían emigrado en masa de la dominación turca,
trasladándose a Italia y estableciendo su domicilio en Calabria y Trinacria.
39. Nuestra Señora de
Loreto, patrona de los viajes aéreos, y las facultades de Confesión. No juzgamos tampoco
ajeno a Nuestro propósito recordar el decreto de la S. C. de Ritos, en que se declaró a
Nuestra Señora de Loreto Patrona celestial de los viajes aéreos para que los que se
encomendaran a la protección de la Santísima Virgen, llegaran sanos y salvos a su
destino. Nos empero, a fin de que a los fieles cristianos que emprenden viajes aéreos no
les falte la oportunidad de confesar establecimos que lo que se estatuyó en el Canon 883
del Código de Derecho Canónico para los sacerdotes que emprenden viajes por mar,
respecto de la facultad de oír confesiones, tuviese también vigencia y se extendiese a
los sacerdotes que viajan por vía aérea.
5. La obra de Pío XI
40. Especial
preocupación de Pío XI. Después de haberse realizado felizmente un progreso posterior
muy grande y provechoso en las obras de emigración, el apreciadísimo Predecesor Nuestro
Pío XI, no permitió que ninguna demora lo retrasara. Emigrantes e innumerables
refugiados de las regiones de América y Europa experimentaron los abundantes testimonios
de la universal paternidad del Sumo Pontífice. Del cúmulo de realizaciones quisiéramos
aducir aquí por lo menos las que corresponden a los pueblos orientales.
41. Asistencia a los
armenios prófugos. En el primer año de su Pontificado, cuando por la devastación de
Armenia había que deplorar el asesinato de muchos fidelísimos católicos y se les
encontraba errabundos y lejos de su patria, consoló generosísimamente a sus hijos
infortunados y destituidos de medios, en especial recibió en los edificios de
Castelgandolfo como bajo techo paternal a las débiles niñas, privadas de sus padres, y
con los medios de su largueza los alimentó solícitamente.
42. La Comisión
Pro-Rusia en 1925, el Ordinariato de Harbín (China) y la Iglesia y seminario de eslavos
en Roma. En el año 1925, empero, quiso que los asuntos y negocios que se referían a los
Rusos fueran confiados a la Comisión Pro-Rusia; luego, confió a una Oficina especial,
incorporada a la S. C. de la Iglesia Oriental, la atención de todos los que en cualquier
parte del mundo profesaran el Rito eslavo; erigió después el Ordinariato de Harbín en
China y le dio por Prelado un sacerdote del rito bizantino-eslavo quien como Ordinario de
Harbín de los rusos rigiera y gobernara en lo espiritual a todos los clérigos y fieles
de su rito y en todo el imperio chino; asignó, imitando a sus Predecesores que ya habían
donado a los armenios, sirios , maronitas, griegos, rutenos y rumanos una iglesia propia
en Roma, ahora a los fieles del rito eslavo que vivían en Roma o arribaban a ella, el
templo dedicado a San Antonio Eremita, sito en monte Esquilino para que pudieran orar
allí a Dios según las legítimas costumbres de sus antepasados; en los edificios
adyacentes, empero, levantados desde el suelo, fundó el Seminario ruso. Más de una vez
ayudó a los refugiados de las regiones de Europa oriental de cualquier nación o
confesión que fuesen, con su palabra, su ejemplo, y además con sus dineros que donaba,
estimulando al mismo tiempo la liberalidad de los Obispo y fieles polacos.
43. En favor de los
emigrados del rito bizantino y griego- ruteno. Se empeñó en promover el bien espiritual
de las comunidades del rito bizantino, las que bajo la presión de las persecuciones
habían emigrado antaño a Italia, y allí residían todavía; por eso, separándola de
las parroquias bizantinas pertenecientes a la arquidiócesis de Palermo (Sicilia) y de
Mondovi, erigió la nueva diócesi o eparquía de Piana dei Greci; dio muy oportunamente
normas para la administración espiritual de los Ordinariatos griego-rutenos en los
Estados Unidos de Norteamérica y en el Canadá.
44. En bien de los
emigrados polacos. Como señal de su peculiar benevolencia hacia los polacos distinguió,
primero, con el título y los honores de Basílica Menor el templo de San Josafat, obispo
y mártir, construido en la ciudad de Milwaukee, al cual se halla aneja la cura de almas
de los fieles cristianos de lengua polaca; y después, en el año 1931 dio por protector
de todos los polacos emigrados al Arzobispo de Gnesen.
45. El Instituto de
Godesberg para los emigrantes alemanes. Por cuanto en el año 1924, a ejemplo de la Pía
Sociedad de los Misioneros de San Carlos para los emigrados italianos, había mandado
erigir también para los católicos alemanes emigrados al extranjero, el Instituto
religioso de la ciudad de Godesberg, iniciado con muy buen criterio, y felizmente
inaugurado, distinguió con elogio sus méritos, y cuando hizo los deseados progresos, lo
honró con el título de Sociedad de los Santos Angeles.
46. Los perseguidos de
España y Méjico. Recibió benignamente a los Obispos, sacerdotes y religiosos huidos de
España durante el vehemente furor de la criminal persecución religiosa, y hablándoles
con mucha dulzura los llenó de hondo consuelo. Y para que los mejicanos emigrados a
tierras extrañas no cayeran víctimas de los enemigos de Cristo, ni perdieran las
cristianas costumbres de sus mayores exhortó a los Ordinarios del país que se
consultaran con sus hermanos en el Episcopado que regían los destinos espirituales de los
Estados Unidos de Norteamérica y que llamaran en su ayuda a las Asociación de la Acción
Católica.
47. Por los negros y su
Seminario en Estados Unidos de Norteamérica. Es justo que se recomiende aquí a la debida
atención el celo con que el mismo Sumo Pontífice se preocupó de los descendientes de
los negros, dispersos sin orden en todo el mundo: fácilmente se deduce esto de la carta
que dirigió al Superior General de la Congregación del Verbo Divino, con fecha 5 de
abril de 1923, en que auguró y deseó al Seminario para Negros un porvenir inmediato
feliz, y afirmó que había sido una resolución utilísima recibir a negros que parecían
llamados a entrar en la vida religiosa como miembros de la Congregación del Verbo Divino
a fin de que, una vez iniciados en el sacerdocio, ejercieran entre ellos el sagrado
ministerio con mayor eficacia.
48. La sociedad de
Misioneros de San Antonio para los italianos y otras obras, la tésera eclesiástica. En
cuanto a los italianos: sujetó desde el 26 de enero de 1923 los Capellanes de los
navegantes que hasta entonces formaban la Sociedad de Misioneros de San Antonio de Padua,
directamente a la jurisdicción y disciplina del Director del Colegio de sacerdotes
destinados a los italianos que emigraban al extranjero, y más tarde mandó que se los
instruyera en útiles normas que la S. C. Consistorial había de establecer; igualmente
confió todos los sacerdotes ya dedicados a la Obra de socorro de los obreros italianos
que emigraban a las regiones europeas a un Superior elegido y facultado para ello por la
S. C. Consistorial; y para que los italianos emigrantes en el lugar de su destino pudieran
reconocerse con mayor seguridad y se unieran más fácilmente en su vida diaria con los
católicos, mandó que se les proporcionara antes que abandonaran a los suyos, cierta
cédula o tésera eclesiástica.
49. La Pía Sociedad de
Misioneros de San Carlos para los emigrantes italianos. Encargó, además, a la S. C.
Consistorial la dirección de la Pía Sociedad de Misioneros de San Carlos, la cual había
de sacar de allí gran provecho; pues, el Cardenal, carísimo a Nuestro Corazón, Rafael
Carlos Rossi, Secretario de la misma S. C. Consistorial, y que con toda justicia es
considerado como el segundo fundador de los Misioneros de San Carlos compuso la
adaptación de las Constituciones de la Pía Sociedad al Código de Derecho Canónico, las
cuales fueron aprobadas; la misma sociedad fue restituida al prístino estado religioso,
con emisión de votos; muchas casas nuevas fueron erigidas, especialmente para la
formación de los clérigos; algunas provincias religiosas y misiones fueron constituidas
independientes, de resultas de lo cual aumentaron el número de miembros y los campos de
su apostolado en América, Europa y últimamente también en Australia, tan rápidamente
que se alienta la esperanza segura de que habrá una asistencia cada día más sólida y
firme para los italianos emigrados.
50. Fomento de la
"Obra de Apostolado de Mar". Finalmente, este magnánimo Pontífice quiso con el
testimonio de su benevolencia magnificar la "Obra de Apostolado de Mar",
constituida al principio en la ciudad de Glasgow de Escocia, por el año 1920, para bien
espiritual, moral y social de los marineros, y enriquecerla con la aprobación de la Sede
Apostólica, el 17 de abril de 1922; y por cuanto ya se había difundido ampliamente
mediante no pocas reuniones celebradas y la ayuda de los Ordinarios que a ellas se sumaba,
Nos mismo gustosamente decretamos el 30 de mayo de 1942 que esta Obra disfrutara y gozara
en adelante de la dirección de la S. C. Consistorial. 6. La obra de Pío XII
51. El predominio de la
fuerza y ocupación ilegítima de países. Para prolongar esta exposición hasta Nuestro
Pontificado, no resta sino que digamos algo sobre las realizaciones llevadas a cabo por la
Iglesia en estos últimos tiempos. Apenas fuimos elevados a la dignidad de la Sede Romana,
se veían claramente, y esto está comprobado, las ansias incontroladas de ensanchar con
una audacia cada día más apasionada las fronteras nacionales y el deseo desenfrenado de
ocupar, mediante la fuerza que no se apoyaba en el derecho, regiones ajenas; de allí que
grandes masas fueron despiadada y cruelmente deportadas, oprimidos los pueblos y llevados
a otras partes, excediendo los nuevos crímenes por mucho los antiguos.
52. La obra universal
de caridad del Papa y de la Iglesia durante la guerra. Pronto se desencadenó el
torbellino de los tristísimos hechos o sea la cruelísima guerra. Entonces Nos
emprendimos sin demora Nuestro ministerio de caridad y de paz. Con todo el ahínco
posible, exhortando, conjurando, implorando y actuando ante los gobernantes de las
Repúblicas, tratamos de impedir la horribilísima guerra; ya estallada y avanzando ella
con furia terrible, luchamos de palabra y obra por mitigarla y frenarla a medida de
Nuestras fuerzas. En esas deplorables circunstancias, nuestra Madre la Iglesia Católica y
cabeza de la comunidad universal de caridad, no faltó a su oficio ni desilusionó la
esperanza y según su costumbre fue consuelo de los afligidos, refugio de los atormentados
y patria de los desterrados. No dejamos, pues, tentativa por hacer para llevar alguna
ayuda a los hijos dolientes cualquiera que fuese su condición o nación, aunque se
oponían graves impedimentos y eran dificilísimos los tiempos; a los mismos judíos
exilados, que soportaban una violenta persecución socorrimos con empeño.
53. La solicitud por
los prisioneros de guerra y los desplazados. Concedimos a los prisioneros, refugiados,
desterrados y a los demás hijos Nuestros que por una causa u otra andaban errantes lejos
de su patria, y especialmente a los tiernos niños y los pobres huérfanos, en todas y
cada una de las obras de caridad, por los iniciados o promovidas o recomendadas para
subvenir las innumerables e inauditas calamidades y penalidades originadas por la guerra
que afligían a casi todos los hombres. Mas como todos conocen bien estas obras -constan
en documentos históricos- no hay por qué exponerlas detenidamente: séanos permitido,
sin embargo, enumerar de paso algunas.
54. Las Oficinas,
Consejos y Comisiones de socorro del Vaticano. Apenas comenzado el conflicto armado, Nos,
imitando los ejemplos de Nuestro Predecesor Benedicto XV, de cuyos servicios de caridad
fuimos administradores en el furor de la primera guerra, creamos una Oficina especial en
Nuestra Secretaría de Estado para ayudar por doquiera a todos los pobres y menesterosos;
en el transcurso del conflicto procuramos la creación de otra Oficina para buscar a los
prisioneros y enviar y recibir informaciones y otros Consejos más, entre los cuales Nos
place recordar el Consejo para consolar a los desgraciados por la guerra especialmente los
refugiados y detenidos en lugares de prisión pública, reemplazado más tarde por Nuestra
Comisión de Socorro s a todos los indigentes. Conviene tener presentes aquí también las
"Misiones" para Alemania y Austria, más de una vez estimuladas por Nuestra
Secretaría de Estado, especialmente con el fin de atender la salud de los refugiados y
desplazados.
55. La Pontificia
Oficina de Migración y la Oficina en Ginebra. Mas por cuanto de día en día urgía más
la necesidad, puesto que los asuntos no se habían arreglado aún en definitiva paz, se
procuró socorrer a la multitud de los refugiados de los cuales muchísimos se hallaban
impedidos de volver a su casa y como no pocos hombres de las naciones más populosas
acuciados por la indigencia, deseaban emigrar al extranjero, establecimos por decreto una
Oficina de Migración en la misma Secretaría de Estado la que abarca dos secciones, una
para la emigración libre y otra para la emigración forzosa. A la Oficina de migración
en la ciudad de Ginebra, Nos enviamos a un clérigo a fin de que asistiera a todas las
reuniones o congresos internacionales qu e allí se celebran, y últimamente, aprobamos la
Comisión Católica de Emigración a la que incumbe unir y confederar las fuerzas de todas
las Asociaciones o Comités existentes en cualquier parte del mundo, favorecer las
iniciativas y obras que ellas sostienen en favor de los emigrantes o desplazados,
consolidarlas y coordinarlas.
56. Los Comités en
favor de los refugiados. No debe pasarse en silencio que en casi todas las jurisdicciones
y diócesis se promovieron, por Nuestros Nuncios o Delegados u otros eclesiásticos
enviados especialmente para el efecto, comités o comisiones en favor de los refugiados
indigentes y también de los emigrantes, ayudando por cierto los Ordinarios o ministros
sagrados o miembros de la Acción Católica y de otras Asociaciones de apostolado y
hombres probos por cuya diligente actividad, que gustosamente elogiamos, ya vemos que han
surgido muchísimos beneficios que han de contribuir a la protección de emigrantes y
desplazados.
57. Ayuda a los
refugiados en Palestina y a los árabes refugiados. Nuevas causas de aflicción y duelo
trajo la guerra, estallada en el año 1948 en Palestina; refugiados sin cuento abandonaron
lo suyo, azotados por inefables dolores y obligados en todas partes a ir a otras tierras,
es decir al Líbano, Siria, Jordania, Egipto y la región de Gaza; los que se vieron
asociados por las comunes calamidades, ora ricos o pobres, ora fieles o carentes de la luz
de la fe, ofrecían un espectáculo horrendo y deplorable. Nos, pues, en seguida
proporcionamos consuelo, a medida que lo permitían Nuestros medios, consuelo que la
Iglesia Católica procuraba llevar por doquiera a los afligidos y abandonados. Para ese
fin Nos creamos Nuestra Misión Pro-Palestina, por la cual, como ya se solía hacer en los
tiempos apostólicos subvenimos hasta el presente día por todas partes las necesidades de
los árabes refugiados, valiéndonos particularmente de la Asociación especial fundada
por la Comisión General de los Obispos de los Estados Unidos de Norteamérica.
58. Afanes por las
personas desplazadas por la segunda guerra mundial. Nos afanamos con todo empeño por
disponer favorablemente los ánimos de todos en beneficio de los refugiados y desterrados
como de hermanos más indigentes: expusimos, pues, varias veces la miseria de su vida,
vindicando sus derechos, y más de una vez apelamos a la generosidad de todos los hombres
especialmente de los católicos en mensajes radiofónicos, en alocuciones o sermones, que,
dada la ocasión, pronunciamos, y en cartas o epístolas dirigidas a los Arzobispos y
Obispos. "Especialmente, parece estimular por el momento y urgir vuestra caridad y la
del clero de Alemania -así escribimos a los Venerables Hermanos Arzobispos y Obispos y
Ordinarios de lugar de Alemania- la necesidad de atender con toda ayuda y auxilio del
ministerio sagrado tanto a los refugiados de vuestra Nación que viven en vuestra
diáspora como a los refugiados extraños que, después de haber perdido a menudo los
familiares, bienes, casas, están obligados a tenderse en la mayoría de los casos en
promiscuidad bajo carpas colocadas en los campos, arrastrando una vida miserable y
aflictiva. A esa clase de prójimos, agobiados dirijan los buenos alemanes sus ojos y
espíritus, especialmente los ministros sagrados y socios de la Acción Católica, para
que aquéllos no echen de menos ningún servicio de Religión y caridad."
59. Denunció el mismo
problema en 1949 en la Encíclica "Redemptoris Nostri". Igualmente, al hablar de
los Santos Lugares en Palestina Nos quejamos acerbadamente en Nuestra Encíclica
"Redemptoris Nostri" de este modo: "Efectivamente, todavía Nos llegan los
lamentos de quienes justamente deploran daños y profanaciones de santuarios y sagradas
imágenes, destrucciones de pacíficas habitaciones de comunidades religiosas; nos llegan
todavía los lamentos de tantos y tantos prófugos de toda edad y condición, a quienes la
reciente guerra ha obligado a vivir en el destierro o ha esparcido por campos de
concentración, exponiéndolos al hambre, a las epidemias, a peligros de toda clase."
"Nos no ignoramos lo que muchos organismos públicos y organizaciones privadas han
hecho para aliviar la suerte de esa multitud que ha sufrido tanto. Y Nos mismos,
continuando las obras de caridad que emprendimos desde el principio de Nuestro
pontificado, hemos hecho y hacemos todo lo que podemos para satisfacer todas sus
necesidades más urgentes. Pero la situación de estos prófugos es tan incierta y tan
precaria que no podrá durar mucho. Por eso mientras exhortamos a todas las almas nobles y
generosas para que socorran, según sus posibilidades, a estos desterrados, enfermos y
privados de todo dirigimos un cálido llamamiento a aquellos a quienes corresponde proveer
para que se haga justicia a cuantos, obligados por el huracán de la guerra, abandonaron
sus casas y no ambicionan otra cosa que reorganizar sus vidas en paz."
60. Agradecimiento a
todos, a Obispos, sacerdotes y fieles, especialmente Estados Unidos de Norteamérica y
Australia. Nos manifestamos en cambio, Nuestros más profundos agradecimientos a Nuestros
dilectísimos hermanos en el Episcopado, a los sacerdotes y a todos los ciudadanos de
cualquier clase, a los magistrados públicos y las celosas organizaciones que con obras y
consejos ayudaron a los hombres que por los más diversos motivos se habían refugiado o
emigrado. Entre otras, es preciso hacer mención aquí de la Carta que enviamos
gustosamente al Presidente de la Conferencia del Consejo General de los Obispos de los
Estados Unidos de Norteamérica para Incremento de la Causa Católica, y también la Carta
quirógrafa que con Nuestras congratula ciones dedicamos a los Obispos de Australia, los
cuales celebran el 50 Aniversario del comienzo auspicioso de la Confederación de aquellos
estados.
61. Insistencia ante
los gobiernos, especialmente en favor de la justicia. Nos dirigimos, además, con
insistencia a los supremos gobernantes de los Estados, a los presidentes de organizaciones
y a cuantos hombres rectos y bien dispuestos había para que consideraran con mucho
detenimiento y resolvieran el problema gravísimo de los refugiados y emigrantes, que
removieran al mismo tiempo los peligros que a causa de la guerra corrían todos los
pueblos y pensaran cuáles eran los remedios que habían de aplicarse para reparar los
males; ponderaran, finalmente, cuanto importaba a la sociedad humana que todos, uniendo
ideas y esfuerzos, subsanaran rápida y eficientemente tantas de las más urgentes
necesidades de esos hombres infortunados, coordina ndo los postulados de la justicia con
las exigencias de la caridad: "Ciertamente, muchas de las injustas condiciones
existentes en el campo social puede de algún modo remediar la caridad, pero esto no
basta. Pues, primero se necesita vigorizar la justicia, hacerla prevalecer y realmente
lograr que se imponga."
62. Exposición del
derecho natural a la migración. Desde el principio de Nuestra aceptación de la
servidumbre apostólica dirigimos atentamente Nuestra mirada igualmente a todos los hijos
emigrantes preocupándonos con toda la solicitud de Nuestro corazón tanto de su bienestar
eterno como temporal. Por eso, en el 50 aniversario de la Encíclica "Rerum
Novarum", en la fiesta de Pentecostés, el 1º de junio de 1941 hablamos del derecho
de migración, basado en la naturaleza de la misma tierra en que los hombres habitan; de
ese discurso Nos place citar algunas sentencias (traducidas al latín): "En nuestro
planeta, que posee tan extensos océanos, mares y lagos, con montes y llanos cubiertos de
nieves y de hielos perpetuos, con dilatados desiertos y tierras inhóspitas y estériles,
no faltan, sin embargo, regiones y lugares vitales abandonados al capricho vegetativo de
la naturaleza y que se prestan al cultivo por la mano del hombre, para sus necesidades y
sus operaciones civiles; y más de una vez es inevitable que algunas familias, emigrando
de acá para allá busquen en otra región una nueva patria. En este caso, según señala
"Rerum Novarum", se respeta el derecho de la familia a un espacio vital. Donde
esto suceda, la emigración logrará -según a veces confirma la experiencia- su fin
natural, esto es, la distribución más favorable de los hombres en la superficie de la
tierra que se preste para colonias de agricultores; superficie que Dios creó y preparó
para el uso de todos. Si las dos partes, la que concede permiso para dejar el lugar de
origen y la que admite a los emigrados, se mantienen lealmente solícitas para eliminar
cuanto pudiere impedir que nazca y se desarrolle la verdadera confianza entre el país de
emigración y el país de inmigración, todos los que participen en tal cambio de lugares
y de personas reportarán sus ventajas: las familias recibirán un terreno que para ellas
será tierra patria en el verdadero sentido de la palabra; las tierras de densa población
se verán aligeradas, y sus pueblos se crearán nuevos amigos en territorios extranjeros;
y los Es tados que acogen a los emigrados se habrán ganado unos laboriosos conciudadanos.
De esta suerte, las Naciones que dan emigrados y los Estados que los reciben contribuirán
a porfía al incremento del bienestar humano y al progreso de la civilización. Volvimos
al señalar esos mismos principios generales de derecho natural, al año siguiente, en la
Alocución de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo ante el Sacro Colegio de los
Padres Purpurados y la reunión de Obispos.
63. Insistencia en el
derecho natural de migración a los Obispos de Estados Unidos de Norteamérica El 24 de
diciembre de 1948, empero, escribimos sobre este tema abiertamente a los Pastores sagrados
de los Estados Unidos de Norteamérica lo que sigue: "Sabéis con qué angustiosos
pensamientos y ansiedad Nos preocupamos de los que por la subversión del orden público
en su patria o urgidos por la falta de trabajo y alimento abandonan sus domésticos lares
y se ven constreñidos a trasladar su domicilio a naciones extrañas. El amor al género
humano aconseja no menos que el derecho natural el que los caminos de la emigración se
franqueen para ellos, pues, el Creador de todas las cosas creó todos los bienes
principalmente para beneficio de todos: por eso, aunque el dominio de cada uno de los
Estados debe respetarse no debe aquel domino extenderse de tal modo que por insuficientes
e injustas razones se impida el acceso a los pobres, nacidos en otras partes y dotados de
sana moral en cuanto esto nos se oponga a la pública utilidad pesada con balanza
exacta." "Vosotros conscientes de Nuestra advertencia, hace poco os empeñasteis
y esforzadamente lograsteis que, a fuerza de un próvido decreto al cual esperamos han de
seguir otros más amplios, no pocos desterrados de su tierra podrán entrar en vuestro
país e igualmente atendéis, mediante la labor apropiada de hombres excelentes, a los
emigrantes, sea cuando partan de su casa, sea cuando arriben a vuestras playas,
convirtiendo en bella realidad aquel precepto de benevolencia sacerdotal: "Es deber
del sacerdote no perjudicar a nadie y querer servir a todos".
64. El Papa siente la
angustia del problema de desplazados e insiste en una paz justa también para los
refugiados. A nadie, que oyó las palabras pronunciadas por Nos tanto en la Vigilia de la
Natividad de Nuestro Señor en el año 1945 como en las Alocuciones dirigidas a los
Cardenales recién creados, el día veinte de febrero de 1946 y al Colegio de los
representantes ante la Santa Sede, el día 25 de ese mismo mes, a nadie, decimos, podrá
escapar con qué angustia y desasosiego del corazón se conmovía el Padre de todos los
fieles. En esas alocuciones y mensajes radiofónicos condenamos con palabras enérgicas
los principios del "Totalitarismo" e "imperialismo" del Estado como
también las doctrinas de un desorbitado "nacionalismo" por cuanto el los,
mientras por un lado restringen, a su arbitrio, el derecho natural de los hombres a la
emigración y la fundación de colonias, por el otro obligan a pueblos salir de otras
parte, deportando a los habitantes contra su voluntad y osan criminalmente arrancar a los
ciudadanos a su familia, su hogar y su patria. En la recordada alocución dirigida a los
representantes y embajadores de diferentes naciones Nos quisimos refirmar una vez más
Nuestra voluntad, ya antes a menudo manifestada, en presencia de esa solemne reunión, de
propiciar una paz justa y segura; el otro camino que señalamos para alcanzar esa paz
favorece las mutuas relaciones entre los pueblos de tal modo que permite, finalmente,
regresar a casa a los desplazados y refugiados y a emigrar a otras regiones a los que
carecen de fortuna o sea los que, en casa, se hallan destituidos de lo necesario para la
vida.
65. Alegato papal en
favor de la migración, especialmente la del Japón. En la Alocución a los Padres
Purpurados en la festividad de Nuestro Patrono, pronunciada el mismo año volvimos a
invitar a las Naciones que se distinguieron por la vastedad de su territorio y carecen de
un correspondiente número de habitantes a que aceptaran hombres que viven en regiones
superpobladas, entre las cuales, como a nadie escapa, figura actualmente en especial el
Japón. Lo mismo auspiciamos en la Vigilia de la Natividad de Nuestro Señor, el año
1948: "Debe favorecerse la emigración de familias, decíamos, en regiones que pueden
proporcionarles lo necesario para la vida, más bien que enviar a los prófugos las
enormes erogaciones de los impuestos". Por eso exhortamos nuevamente a los Senadores
de los Estados Unidos de Norteamérica que trabajan en el Departamento Pro-Inmigración,
hace algunos años venidos a Roma, a que trataran de aplicar en cuanto estuviera a su
alcance, con mayor liberalidad las leyes muy severas que vigían acerca de la inmigración
en su país Nos no omitimos proclamar y urgir lo mismo a los ilustres legisladores del
Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica que presiden los asuntos de los refugiados
emigrantes de Europa y recibimos gustosos a los adscriptos a la Comisión de la dirección
de gastos; y de nuevo hace poco, cuando dirigimos un discurso al amado pueblo del Brasil
el día 4 de junio del año en curso.
66. Normas
internacionales de migración. Nos insinuamos también que era muy oportuno dar normas o
reglas internacionales que favoreciesen la emigración, en la Alocución dirigida el 2 de
julio de 1951 a los asistentes al Congreso Internacional de los Católicos, celebrado en
Roma para mejorar las condiciones de vida de los campesinos. Más tarde, en la Audiencia
concedida a algunos hombres preclaros que se habían reunido en Congreso en Nápoles para
tratar el problema de la emigración, les expusimos la gravedad de este problema.
67. Enumeración de las
obras Pontificias en favor de prisioneros y desplazados. Por eso damos gracias eternas a
Dios dador de los bienes que asistió benignamente a su Santa Iglesia. Con su divino
auxilio después de solícito estudio y trabajo de todos los Consejos u Oficinas se han
podido llevar a cabo, entre otras cosas, los siguientes proyectos de beneficencia y obras
de piedad: Las colonias de verano para niños y niñas aún con constante alimentación,
las cuales recibían con atención plena también a los niños de los emigrados que
venían de varias naciones; Instituciones de amparo de huérfanos o infantes en desgracia
por la guerra; Cocinas o comedores para alimentar a los indigentes; albergues para recibir
a los refugiados recién vueltos o prisioneros que regresaban a su patria, y asistencia a
hombres y a sus familias que iban a emigrar al extranjero; aguinaldos entregados por
Nuestra orden a niños y cautivos, becas concedidas a jóvenes de cualquier nación a fin
de que, lejos de su patria, en las Universidades extranjeras pudieran reemprender los
estudios interrumpidos por la fuerza; no pocas reuniones en varias naciones europeas para
llevar ayuda, alimentos, vestidos y medicinas a los indigentes y a los perjudicados por la
guerra; hogares de recreo para los soldados que lejos de su patria hacen el servicio de
armas.
68. Extensión de los
servicios de socorro en los edificios Pontificios en Roma. Cuando, rugiendo aún la
horrible guerra, una enorme muchedumbre de hombres, niños, mujeres, enfermos y ancianos
que salían de las ciudades y pueblos destruidos por incursiones enemigas, especialmente
de las tierras despobladas de Italia, casi hora a hora confluían en Roma para pedir
salvación y amparo al Padre común, Nos ensanchamos en forma, la más amplia posible, los
ámbitos de la caridad; pues, tocaba Nuestro corazón tanto gemido de desterrados y
refugiados, y, conmovidos por la compasión Nos hacía repetir aquella queja del Señor:
Siento compasión de la muchedumbre... . Por eso todos Nuestros edificios, sea los del
Vaticano, sea los del Letrán, sea principalmente los de Castelgandolfo y las casas anejas
a las Basílicas Romanas, los Institutos de los religiosos, los Seminarios y Colegios
eclesiásticos de la Urbe estaban entonces abiertos de par en par. Por tanto, mientras
casi el mundo universo ardía en odios implacables y derramaba sangre hermana la Urbe
sagrada de Roma y los edificios recién nombrados se convirtieron en sede y domicilio de
caridad.
69. Resumen de las
obras papales a favor de prisioneros, desplazados y emigrantes. Nos fue dado, además
consolar a innumerables soldados y prisioneros con iniciativas religiosas y caritativas;
recrear a sus capellanes mediante auxilios espirituales; restituir a los desplazados a su
patria; devolver a la libertad ciudadanos inermes, perjudicados sin razón por el exilio y
las cadenas; liberar de la cárcel y de la segura muerte a los deportados a lejanas
regiones; preparar los viajes para los refugiados o los emigrantes a regiones extranjeras
hospitalarias; ofrecer techo a los clérigos y presbíteros prófugos que mucho habían
sufrido por la fe apostólica y la unidad católica, y asignar a los expulsados de su
patria un nuevo campo de apostolad o entre sus compatriotas emigrados o exiliados; atender
en toda forma posible a los muchos emigrados y especialmente obreros que por su trabajo
vivían fuera de su patria; sostener y proteger la tierna vida de los infantes y curar la
salud de los enfermos; dar sepultura a los restos sagrados de los que murieron en la
guerra, cuidar las cenizas amadas y devolverlas a su patria.
70. Agradecimiento y
audiencias. Por eso quisimos profesar también Nuestra gratitud a todos los que habían
correspondido con largueza a Nuestro llamado aunque ellos mismos se sintieran agobiados de
tantos males privados y públicos. Con emocionada recordación evocamos hasta el día de
hoy a la inmensa multitud de hombres que en plena guerra confluía a Roma y a los
infortunados hijos, desterrados o detenidos en campos de prisión que desde muchos países
europeos acudían en peregrinación a Roma para ganar indulgencias expiatorias, los
admitimos gustosos a una audiencia y, hablándoles como Padre secamos sus abundantes
lágrimas y alentamos a la esperanza cristiana su exacerbado ánimo.
71. Los tiene presentes
y reza por ellos. Una y otra vez pensamos con el corazón contristado en Nuestros
amadísimos hijos los Obispos, sacerdotes, sagradas vírgenes, criminalmente arrancados a
su sede o domicilio, y a los demás condenados a la prisión o trabajos y obligados a una
condición de vida por demás inhumana. Todos esos pobres hombres errabundos cuya suerte
Nos angustia incesantemente encomendamos en Nuestras oraciones constantemente al Padre
eterno y a Nuestro dulcísimo Redentor que es fuente de toda consolación, a fin de que se
sientan recreados por celestiales dones y consuelos, implorando al mismo tiempo a Dios
también para que los que, refugiados, prisioneros o desterrados, fueron arrebatados lejos
de sus patrios lares, puedan cuanto antes volver a su dulcísima patria.
72. Prelados,
directores pontificios de las obras. Además, creíamos cumplir una parte urgente de
Nuestra misión eligiendo a algunos clérigos recomendados por su celo los cuales debían
promover con fervor el bien espiritual de las colonias de compatriotas establecidas lejos
de su tierra y que todo lo que sacerdotes de su mismo idioma habían de emprender
dirigieran y consolidaran; con agrado ya hemos visto que estos Prelados provistos por Nos
de un peculiar mandato como de Visitadores y munidos de las necesarias facultades ya han
cumplido nuestros deseos.
73. Obra de ayuda de
Holanda e Italia y "Cooperación sacerdotal" de España. Entre tanto, con mucho
gozo de Nuestro espíritu Nos supimos que la Obra de ayuda a los emigrantes, que los
Obispos de Holanda procuraron levantar, ya colaboró intensamente al bien de los fieles
que desde ese país desean emigrar a otras tierras o que emigraron anteriormente; que ha
crecido a la vez el número de sacerdotes que se dirigieron especialmente a Bélgica,
Francia, Alemania, Suiza, Holanda, Gran Bretaña como también a las lejanas regiones de
América no sólo para socorrer a los compatriotas emigrados, sino también colaborar en
la cura de almas de los del país en que sólo se dispone de un número muy reducido de
ministros sagrados como por ejemplo en algunas d iócesis de la América Latina. Parece
que han de destacarse honrosamente con una mención especial los Obispos italianos dado
que permitieron, obedeciendo a la exhortación de la S. C. Consistorial, que uno que otro
de sus sacerdotes fuese enviado al extranjero, y también los Prelados españoles a cuyo
celo hay que atribuir la Obra de la Cooperación sacerdotal entre España y América,
nacida en nuestros tiempos.
74. La Colaboración de
las órdenes y congregaciones religiosas y la Sociedad de Cristo de Gnesen. Para que nadie
crea que las familias religiosas hayan contribuido a esto únicamente en pequeña escala,
baste sólo señalar que los Regulares, ofreciéndose espontáneamente a los sacerdotes
seculares y los Prelados cual socios de sufrimiento y labores, partieron en mayor número
que antes a tierras lejanas, y cooperando con su acostumbrado celo, se granjearon hondo
reconocimiento. A las órdenes antiguas y los Clérigos regulares, a las Congregaciones y
Sociedades más recientes, muy conspicuos en este género de apostolado, se añadió poco
ha, con la aprobación de la Sede Apostólica, la Sociedad de Cristo para emigrantes
fundada en la diócesis de Gne sen ya por el año 1932 para encargarse de la cura de almas
de los polacos que viven lejos de su patria.
75. En favor de
maronitas, rutenos y lituanos. Dedicando Nuestra asidua solicitud a Nuestros hijos
orientales desplazados, entre otras cosas, erigimos el vicariato patriarcal de los
maronitas en la diócesis maronita de El Cairo para los fieles maronitas que con
frecuencia emigran desde el Líbano a Egipto o que allí tienen su domicilio estable;
igualmente dividimos en tres el exarcado de los rutenos en la jurisdicción del Canadá, y
constituimos los tres exarcados el Central, el del Este y el del Oeste, separando después
del Central una parte del territorio, establecimos un nuevo exarcado, y últimamente,
erigimos el Ordinariato para los fieles del rito oriental que viven en el Brasil.
Procuramos, además, la creación del Colegio Lituano de San Casimiro en Roma para recoger
a los clérigos y eclesiásticos que huyen de esa región.
76. Dos patronos
celestiales de migración. Finalmente, con gran gozo de Nuestro corazón constituimos a
San Francisco de Paula especial patrono celestial ante Dios de las Universidades que
dirigen la atención espiritual de la gente de mar, de las compañías de navegación y de
todos los armadores de la jurisdicción de Italia; decretamos los honores de los santos a
beata Francisca Javiera Cabrini y la declaramos Patrona celestial ante Dios de todos los
emigrantes.
77. Resumen de la parte
histórica. Todas estas oportunas providencias de la Sede Apostólica y de los pastores
realizadas con la entusiasta cooperación de los sacerdotes, religiosos y fieles -cuyos
nombres, si bien es verdad que, por lo general, no figuran en las páginas de la Historia,
están, sin embargo, escritos en el cielo- eran muy dignas de que se recordasen aquí y se
narrasen, aunque nada más que brevemente, para que aparezca con toda claridad la
universal y benéfica obra de la Iglesia realizada con los emigrantes y exilados de todo
género, a los cuales la Iglesia, sin ahorrar ningún trabajo, ha atendido siempre con su
asistencia religiosa, moral y social. Todo lo cual era necesario recordar particularmente
en estos tiempos en que la próvida actividad de la Madre Iglesia es atacada tan
satánicamente por los adversarios, olvidando y despreciando sus obras aún en la misma
región de la caridad en la cual ella fue la primera en desbrozar el terreno y se la dejó
después frecuentemente sola en el trabajo.
TÍTULO SEGUNDO
Parte dispositiva
Parte dispositiva
I. Introducción: La
extensión de la migración y de las organizaciones exige un arreglo general
78. Los motivos que
impulsan a una nueva regulación: Creciente número de emigrantes y sus necesidades
espirituales. Las frecuentes noticias que estos últimos tiempos hemos recibido, Nos
directamente por correspondencia y todas las que cada día se registran en los periódicos
y revistas indican que cada vez crece más el número de extranjeros en Europa y América
y recientemente en Australia y en las Islas Filipinas. Ahora bien, si es verdad que muchas
asociaciones e instituciones civiles, nacionales e internacionales se han esforzado y se
esfuerzan con emulación por ayudar a los extranjeros en sus necesidades materiales y
morales, Nos, en virtud de Nuestro supremo y universal ministerio apostólico, no podemos
dejar de intensificar Nuestro gr ande amor hacia estos hijos, que se hallan en
tribulaciones y en las calamidades del exilio y sin dejar aparte, dentro de lo que Nos es
posible, el socorro material, Nos esforzamos con todo Nuestro interés en procurarles
principalmente el consuelo de la asistencia espiritual.
79. Petición de los
Obispos. Se da, además, felizmente la circunstancia de que muchos Venerables Hermanos
Nuestros, Arzobispos y Obispos, entre los cuales no faltan varios eminentísimos
Cardenales, los cuales urgidos por el celo de las almas, por trámite de Nuestro hermano
el Cardenal de la S. I. R., Adeodato Juan Piazza, Obispo de Sabina y Poggio Mirteto,
secretario de la Sagrada Congregación Consistorial, Nos han pedido que promulguemos
nuevas disposiciones con el fin de que se organice mejor dentro del régimen de las
diócesis la cura espiritual de los extranjeros.
80. Deseo del Papa de
un nuevo arreglo. Tales demandas coinciden plenamente con Nuestras intenciones, pues
esperábamos con deseo una ocasión oportuna para impartir a los ordinarios normas
adecuadas y no opuestas a la legislación del Código de Derecho Canónico, sino concordes
a su espíritu y tradición y para dar además a los Ordinarios las facultades oportunas
para que puedan atender a la cura espiritual de los extranjeros, extraños y peregrinos en
una forma proporcionada a sus necesidades y no menos eficaz que aquella de la cual gozan
los demás fieles en su diócesis.
81. Resumen general y
esquema de lo expuesto. Por lo cual hemos creído que aprovechará mucho al bien de las
almas y al incremento de la disciplina eclesiástica el dar una breve síntesis histórica
de las obras más importantes realizadas en este campo por la Santa Madre Iglesia
católica y de las normas hasta ahora vigentes promulgadas sucesivamente desde finales del
siglo XIX hasta nuestros días para la cura espiritual de los emigrantes.
82. Ultima razón:
Colección sistemática de todas las disposiciones existentes. Pero, sobre todo, es
necesario presentar en una colección sistemática las leyes -acomodadas a las
circunstancias actuales de tiempo y lugares, previa la abrogación, modificación o
integramiento de la precedente legislación- con las cuales intentamos proveer a la cura
espiritual de los emigrantes e inmigrantes de cualquier condición, cuidado que queremos
que permanezca peculiarmente confiado a la Sagrada Congregación Consistorial, según su
competencia en los fieles de rito latino. Tratada ya la primera parte pasamos ahora a la
exposición de la segunda.
II. Las disposiciones
NORMAS SOBRE LA CURA
ESPIRITUAL DE LOS EMIGRANTES
(Se omiten las Normas:
parágrafos 83 a 88)
EPÍLOGO
89. El decreto.
Considerada muy atentamente toda esta cuestión y movidos por los ejemplos de Nuestros
Predecesores, tomado el consejo de Nuestro Venerable Hermano el Cardenal de la S. I. R.
Adeodato Juan Piazza, Obispo de Sabina y Poggio Mirteto, secretario de la Sagrada
Congregación Consistorial, establecemos y prescribimos todas estas cosas, decretando que
las presentes disposiciones y todo lo en ellas contenido no puedan ser impugnadas ni
siquiera en el caso de que alguien no esté de acuerdo con ella por tener o creer tener de
alguna manera intereses creados en este asunto y que no hayan sido consultados u oídos, o
por otra razón cualquiera; sino que siempre y perpetuamente permanecen y permanecerán
firmes, válidas y eficaces y produci rán y obtendrán todos sus efectos plenos e
integrados y deberán ser sufragadas y respectiva e inviolablemente observadas por todos
aquellos a quienes corresponde o corresponda por determinado tiempo, y será nulo y sin
valor todo lo que contra estas letras se haga por cualquiera, aún dotado de autoridad, a
sabiendas o por ignorancia.
90. Confirmación de
estilo. No obsta en contrario, dentro de lo que es posible, ninguna de las constituciones
y ordenaciones apostólicas dadas por los Romanos Pontífices Predecesores Nuestros,
según arriba hemos dicho, y las demás, aún las dignas de particular y especial mención
y derogación.
A ningún hombre le sea
lícito atacar o contrariar con audaz temeridad alguna página de Nuestra constitución,
ordenación, abrogación, mandato, copilación, admonición, inhibición, precepto o
voluntad. Y si alguno presumiere atentar contra esto, sepa que incurre en la indignación
del Dios Omnipotente y de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo.
Dada en Castelgandolfo,
junto a Roma, el año del Señor 1952, el 1º de agosto, en la fiesta de San Pedro
Apóstol Ad Vincula, el año 14 de Nuestro Pontificado.
Pius pp. XII
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