SEXTO
MANDAMIENTO
Este
mandamiento se encuentra entre otros dos que desempeñan hoy un importantísimo
papel en la conciencia jurídica general y en la praxis de la jurisprudencia: el
quinto mandamiento, que prohíbe el asesinato, y el séptimo, que prohíbe el
hurto o el robo.
Anteriormente,
el sexto mandamiento estaba fuertemente integrado en el ordenamiento legal del
Estado. Hoy día, por lo que se refiere al ordenamiento legal y a la mentalidad
general, el tema se ha liberalizado progresivamente. Entretanto, el adulterio ha
perdido el carácter de delito punible. Y cuando se considera como tal, se trata
simplemente de un «delito caballeresco», presentable, por así decirlo. El
asesinato y el robo, por el contrario, son temas «serios» de las historias de
crímenes, al lado de los cuales el adulterio se considera un añadido
«picante» que no tiene más objeto que el de «embellecer» la película o la
novela en cuestión.
DIVORCIO:Para
muchos, el divorcio es hoy algo natural, algo que verdaderamente se ha
convertido en una simple cuestión formal, de acuerdo con el lema: «Si algo
resulta molesto, ¡fuera con ello!; lo primero es la 'autorrealización'».
Mientras tanto, muchos se dan cuenta de que las facilidades para divorciarse no
han servido precisamente para humanizar las relaciones.
El
generalizado descenso en la estima del matrimonio se manifiesta también en la
rápida disminución en poco tiempo del número de matrimonios «por la
Iglesia». En Alemania, en 1979 de cada 100 parejas católicas, tan sólo 60 se
casaron por la Iglesia. Y el porcentaje es aún menor en otras confesiones
religiosas. Esto, naturalmente, repercute de manera significativa en los hijos,
en los cuales incide el verdadero mal del problema (aunque, por supuesto,
también cuenta la infelicidad de los cónyuges, a menudo bastante grande). En
1979, 787.000 personas no casadas, en su mayoría mujeres, tenían que sacar
adelante a 1.270.000 niños. Una de cada once familias estaba «incompleta».
Uno de cada doce niños vivía en una familia incompleta.
En
este punto, la Iglesia se encuentra ante un auténtico dilema. Por una parte, no
puede olvidarse que tanto una legislación eclesiástica incomprensible y hasta
inhumana como una rigurosísima utilización del sexto mandamiento en la
pastoral y en la pedagogía de la religión durante mucho tiempo constituyen una
de las causas más importantes del distanciamiento de la Iglesia por parte de
muchas personas. Pero, por otra parte, el fomento de una praxis matrimonial
excesivamente laxa no representa un servicio para nadie. Por ello es
especialmente importante, en este terreno, conocer y recordar sus fundamentos.
a)
La intención original
Sin
la referencia al motivo del Éxodo y sin las necesarias perspectivas de la
liberación y la alianza, este mandamiento constituiría, casi inevitablemente,
una simple norma legal que serviría para vejar a las personas, más que para
ayudarlas. En la historia de la Iglesia se ha olvidado esto muchas veces, hasta
el punto de que resultara inevitable el que se impusiera un modo de entenderlo
legalista y erróneo y, en muchos casos, cruel e inhumano. Por lo que se refiere
a la Iglesia Protestante, dice Lochman: «La historia de la interpretación de
este mandamiento no es precisamente una página especialmente gloriosa de la
ética cristiana (y judía)».
MA/RELACION-PERSONAL:La
auténtica intención del sexto mandamiento es proteger el bienestar del
matrimonio y, consiguientemente, de la familia. A lo largo de toda la Biblia
puede perfectamente apreciarse un enorme aprecio por el matrimonio. Y una de las
razones que se dan es que, por medio de la institución matrimonial, los hombres
son convocados a unas relaciones humanas más elevadas. El mandamiento subraya,
pues, que el hombre es un ser social; pero este aspecto social no se reduce
exclusivamente al ámbito de la relación personal entre ambos cónyuges, sino
que tan importante al menos como ésta es la significación de la familia para
los hijos, como subrayan insistentemente la psicología y la pedagogía
actuales. Es decir: Si los hijos han de crecer y evolucionar como personas
libres, tienen necesidad de gran número de estímulos, los cuales se dan
preferentemente dentro de una compleja y constante red de relaciones personales.
Para su desarrollo, los hijos necesitan, por una parte, seguridad y amor y, por
otra, unas múltiples relaciones amistosas.
En
este sentido, el «nido» familiar sigue constituyendo la principal condición
para el desarrollo de la persona. Pero también es muy importante que se dé la
viva tensión entre seguridad y libertad. Especialmente simbólico a este
respecto es el aprendizaje del niño a caminar por sí solo: un niño que se
siente seguro aprenderá a andar mucho antes que otro niño que se encuentre
desamparado.
Pero
no quedaría completo este recuento de los fundamentos si no añadiéramos algo
más: la Biblia describe una y otra vez el matrimonio como el más auténtico
símbolo de la alianza entre Dios y su pueblo (cfr. Os 1-3; Jer 2, ls.; 3, lss.;
Ez 16 y 23- Is 50, 1). Al mismo tiempo se ven en íntima relación la
infidelidad matrimonial y la infidelidad de Israel a Yahvé. Así, los profetas
reprochan constantemente a la «virgen» Israel el haberse entregado al primero
que se cruzara en su camino y haberse convertido en una prostituta (cfr. Jer 2,
1-3, 13; Ez 16, 1-63; 23, 1-49).
Por
el contrario, se acentúa siempre la permanente fidelidad de Yahvé a su pueblo
(cfr. Sal 117, 2, Rom 3 3). De este modo, la experiencia de la fidelidad de
Yahvé a la alianza constituye un constante estímulo a la fidelidad, la
solidaridad y el compromiso en el ámbito de las relaciones con el prójimo.
Evidentemente, la alianza de Yahvé con su pueblo no representa obstáculo
alguno a la libertad. Y lo mismo puede afirmarse de una pareja en la que ambos
cónyuges han alcanzado la madurez humana. Lochman lo formula del siguiente
modo: «La verdadera liberación sólo les llega a los hombres cuando tienen la
fidelidad por objetivo». Y son múltiples las experiencias que muestran que un
matrimonio entendido de esta forma puede efectivamente intentarse y vivirse con
plena confianza en la permanente promesa de Dios. Dios desea hombres libres que
se ayuden mutuamente a desarrollar su libertad. Así pues, el fomento de la
libertad y de las relaciones personales van íntimamente unidos.
No
es de extrañar, por ello, que la Biblia emplee tan a menudo el lenguaje del
amor, y de manera especialmente clara en el Cantar de los Cantares, al que hoy
se vuelve con renovada intensidad, debido, entre otras cosas, a su fuerte acento
erótico. El Cantar de los Cantares puede contribuir intensamente al adecuado
cultivo de la sexualidad, porque no manifiesta enemistad hacia el Eros ni
incurre en una tabuización de la sexualidad, pero sí subraya la relación
personal, es decir, el amor. El Cantar de los Cantares en modo alguno ha sido
incluido en la Sagrada Escritura por un simple descuido. Y es que no representa
únicamente la alianza de Yahvé con su pueblo, sino también la relación
esencial de la confesión de la propia fe con la existencia humana en general:
toda revelación tiene lugar por amor a los hombres. El amor humano y el amor
divino no están en mutuo desacuerdo sino que han de iluminarse y fomentarse
recíprocamente.
En
este contexto puede considerarse también el matrimonio como sacramento, es
decir, como signo elocuente y eficaz de la salvación, no sólo para los
cónyuges y sus hijos, sino también para otros muchos. Si envío una
felicitación a unos recién casados, suelo hacerlo realizando ciertas
variaciones sobre este tema: Deseo, por vosotros y por nosotros, que seáis
sacramento para muchos, es decir que seáis un signo expresivo, eficaz y amoroso
del amor de Dios que todo lo abarca. En vosotros habrá de poderse comprobar
cuán bueno es que los hombres se amen... en la fe en el Dios que ama a los
hombres. En este sentido tan pleno es en el que hay que entender lo que afirma
el Nuevo Catecismo cuando dice que el objeto del sexto mandamiento consiste en
«preservar de la destrucción por el egoísmo la comunidad de vida formada por
el hombre y la mujer, que ha de ser una imagen de la fidelidad de Dios».
Contra
esta concepción del matrimonio se formula la importante objeción de que la
analogía entre el matrimonio y la alianza de Yahvé con su pueblo establece un
ideal demasiado exigente para la mayoría de las personas casadas y, por lo
tanto, de escasa utilidad o ayuda. Esta objeción sólo tiene sentido cuando uno
se fija exclusivamente en la relación de alianza como si fuera algo
definitivamente cerrado, sin tener en cuenta el permanente drama que tuvo lugar
entre Yahvé y su pueblo. Por otra parte, si, además de confiar en el efecto
vigorizante de la fe, es uno capaz de ver cómo debe propiamente configurarse
una relación, todo ello puede ser de gran ayuda precisamente en las situaciones
difíciles.
b)
Ulteriores acentos
En
su redacción original, el sexto mandamiento establecía distintos criterios
para el hombre y para la mujer. Al hombre se le prohibía únicamente
inmiscuirse en otro matrimonio ya existente. Las relaciones sexuales con una
mujer soltera o con una prostituta no se consideraban adulterio. A la mujer
casada, por el contrario, se la consideraba adúltera aunque fuera soltero el
hombre con quien entablara relaciones sexuales extramatrimoniales. A lo largo de
la evolución acaecida, especialmente en el Nuevo Testamento, se puso fin a esta
doble medida (cfr., por ej., Lc 16, 18; Mt 5, 32; 19, 9).
Pero,
mientras que el Antiguo y el Nuevo Testamento poseían una actitud positiva con
respecto a la sexualidad humana, el cristianismo primitivo tomó de la
filosofía de la Stoa una valoración negativa del placer en general y del
placer sexual en particular. El deseo natural en cuanto tal fue considerado ya
como signo de desorden como castigo de Dios por los pecados de los antepasados.
Con el tiempo, este modo de verlo condujo a una peligrosa insistencia en el
comportamiento sexual, especialmente bajo el aspecto de pecado. Desde entonces,
los pecados en este terreno pasaron a tener una consideración de especial
gravedad. Es cierto que la teología desde hace mucho tiempo ha ido abandonando
estas ideas, pero en la mentalidad eclesiástica en general (y no sólo en la
católica, por cierto) estas corrientes siguen teniendo un evidente influjo.
El
sexto mandamiento, además, ha sido tratado, en el terreno de la pedagogía
moral cristiana -al igual que otros mandamientos-, como una especie de «cajón
de sastre» en el que entraban todas las cuestiones referidas a la ética
sexual. Frente a ello, no será ocioso insistir en que el sexto mandamiento
está clarísimamente orientado a la protección del matrimonio y de la familia.
c)
Concreción actual
En
la actual vida eclesial se hace resaltar en primer lugar -en el sentido de una
orientación fundamental- y con toda razón el enorme significado positivo de la
sexualidad humana. Y no se trata sólo de las cuestiones del comportamiento
sexual; más bien, en lo que se hace hincapié es en el hecho de que todo el ser
humano, ya sea hombre o mujer, es un ser sexuado, y que es importante para el
ser humano -un ser, por otra parte, en constante evolución- asumir esta su
constitución sexuada. Semejante forma de ver las cosas hace que los problemas
concretos y aislados del comportamiento sexual «se vean y se valoren
únicamente en el marco de todo el comportamiento moral de la persona».
SEXO/VALOR-HUMANO:
Es en este contexto donde el problema de la posibilidad de la fidelidad
desempeña un importantísimo papel. La fidelidad conyugal, tal como la entiende
la Biblia, es -precisamente atendiendo a la analogía entre el matrimonio y la
alianza de Dios con su pueblo- mucho más que la renuncia formal a hacer
«escapadas» extraconyugales; significa una lealtad que va mucho más al fondo.
Es obvio que no puede suponerse como algo naturalmente existente, sino que
requiere más bien una más amplia opción que va profundizándose continua y
renovadamente en virtud de la fe. Es desde aquí desde donde puede proponerse a
los jóvenes -en orden a la preparación del matrimonio- que ya desde muy
temprana edad traten de adquirir la capacidad de entablar una auténtica
relación amorosa. Para ello no puede ocultarse que «el camino correcto hacia
una madurez sexual y humana en general, sigue siendo penoso y ha de recorrerlo
el hombre durante toda su vida».
Por
más que se insista en el carácter sexuado de todo el hombre, hay que prevenir,
sin embargo, acerca del peligro de una excesiva valoración de la sexualidad,
que muchas veces somete a las personas a la absurda y deprimente presión del
«rendimiento». La sexualidad humana debe más bien insertarse en la totalidad
de la persona y en su dimensión transcendente; tiene que ver con la ordenación
del hombre al tú humano y al tú divino, por lo que es mucho más que un simple
«medio fácilmente accesible de apaciguar los instintos».
Tampoco
basta con un simple aprecio vitalista de la sexualidad, tan frecuente hoy día,
porque suele acabar en una visión superficial del hombre y su comportamiento.
La acentuación aislada de la sexualidad «no conduce a la madurez, la libertad
y la realización del hombre, sino más bien al caos».
Los
problemas que conlleva una detallada elaboración de una pastoral matrimonial
son, sin embargo, muy difíciles y variados. E1 Sínodo episcopal de la
República Federal Alemana de 1971-1975 amenazó con quedarse atascado en este
punto. Sólo a duras penas, y tras un duro debate de once horas, obtuvo la
mayoría exigida de dos tercios la ponencia titulada «Matrimonio y familia
cristianamente vividos». La controversia resultó especialmente acusada en tres
puntos concretos, en torno a los cuales aún hoy sigue litigándose:
1.
Los problemas de la regulación de la natalidad (cfr. nuestras reflexiones
acerca del quinto mandamiento).
2.
El juicio acerca de las relaciones sexuales prematrimoniales.
3.
El problema del acceso a los sacramentos de la penitencia y la eucaristía por
parte de los divorciados que han vuelto a casarse.
El
Sínodo de los Obispos celebrado en Roma en 1980 que se ocupó del tema de «La
familia», también trató estos problemas; pero la forma en que lo hizo
provocó, por lo general, una información bastante escéptica.
Muchas
personas rechazan, de entrada, las declaraciones eclesiásticas acerca de la
sexualidad por considerarlas obsoletas y poco prácticas; y no pocos cristianos
se preguntan si la Iglesia sigue estando en condiciones de dar a aquellas
preguntas que se le plantean unas respuestas susceptibles de ser ampliamente
aceptadas y capaces, en conjunto, de promover la humanidad. Hay que ser
suficientemente objetivo para reconocer que, en este terreno, la Iglesia ha
perdido gran parte de su crédito y que sólo muy raramente se la considera
«maestra de la vida». En este sentido queda aún mucho camino por recorrer. Y
habría que resaltar, aunque sea brevemente, dos aspectos:
1.
Para un juicio acerca del comportamiento sexual antes del matrimonio
NOVIAZGO/SEXO:
Existe en nuestra sociedad una evidente tendencia a considerar al hombre, desde
el punto de vista de la sexualidad, como objeto; lo cual se opone claramente a
su carácter de imagen fiel de Dios. La relación entre los sexos se hace
inhumana cuando se entiende casi exclusivamente como si fuera una «sociedad de
responsabilidad limitada». La idea del matrimonio como comunidad irrescindible
de vida apenas puede dejar de pensarse como parte integrante de cualquier
antropología «prudente», y mucho menos si se trata de una antropología
bíblicamente entendida. Por eso debería ser indudable para los cristianos que
el matrimonio, si no el único, sí es al menos el lugar «normal» de unas
relaciones sexuales duraderas. Y en este sentido ha de admitirse como «valor
orientador» del comportamiento.
Para
un juicio moral acerca de las relaciones sexuales prematrimoniales habría que
citar a O. H. Pesch: «La plena unión sexual fuera del matrimonio conlleva
siempre algo de incompleto. Me atrevería incluso a decir que algo de lastimoso,
en el sentido literal de la expresión: algo digno de lástima, porque se
malgastan las mejores posibilidades en fugaces experiencias faltas de
compromiso, a veces en tremenda discrepancia entre las grandes palabras y los
indignos hechos subsiguientes».
Sin
embargo, no habría que olvidar una importante diferencia señalada por el
Sínodo alemán: «Así como no puede aceptarse la opinión de que las plenas
relaciones sexuales prematrimoniales son algo natural y hasta absolutamente
necesario, así tampoco sería justo condenar indiscriminada- mente todas las
relaciones sexuales prematrimoniales. Es evidente que el trato carnal entre dos
personas que apenas se conocen no puede juzgarse del mismo modo que las
relaciones íntimas entre novios o prometidos, entre dos personas que se aman
mutuamente y están decididas a unirse definitivamente, pero que por razones muy
serias no ven aún la posibilidad de casarse. Sin embargo, estas relaciones no
han de considerarse como las más adecuadas a la norma moral».
El
hecho de que estas orientaciones tengan escasa aceptación en la realidad no
debe esgrimirse en su contra. En muchas cuestiones éticas es necesaria esa
insistencia en los principios, que en el comportamiento real sólo los respeta
plenamente un escaso número de personas, incluso entre los creyentes. No será
poco si se comprende y acepta la orientación de conjunto que subyace a tales
principios, es decir, el interés por la realización del ser humano como imagen
fiel de Dios.
2.
Sobre el problema de la admisión a los sacramentos de los divorciados y vueltos
a casar :DIVORCIADOS/SOS
Como
ya hemos visto, la Biblia conoce perfectamente la fragilidad y caducidad del ser
humano y el carácter inescrutable de su corazón. Lo cual no significa en
absoluto que se apruebe o se considere irrelevante la realidad del pecado, sino
que se cuenta con ella de un modo natural. La Biblia da fe de cómo el pueblo de
Israel infringió una y otra vez la alianza con Dios y cómo éste jamás
atenuó su donación, sino que siguió siendo el Dios fiel que ama a su pueblo a
pesar de su infidelidad.
El
entender esto puede ser de gran ayuda para muchos matrimonios, porque siempre se
dan situaciones -frecuentemente ignoradas durante años- en las que todo parece
absurdo y la idea del divorcio se abre paso progresivamente. Frente a estos
hechos, la recta comprensión del mandamiento puede ayudar a los esposos a
preservar su matrimonio de los efectos de una frívola impaciencia y de una
prematura capitulación, porque este mandamiento «estimula el prolongado
aliento del amor», justamente mediante la referencia al Dios paciente.
Por
supuesto que, a fuer de objetivos, hay que contar con que algunos matrimonios
padezcan, con el transcurso del tiempo, un irreparable proceso de vaciamiento
interior y acaben fracasando. Y entonces surge el importante problema pastoral
de la actitud de la Iglesia en tales casos. Si hace suya la postura de
Jesucristo, entonces podrá hallar el modo de ayudar también a los esposos
fracasados. sin por ello tener que poner en cuestión el significado fundamental
del matrimonio.
Para
indicar al menos la dirección de las posibles soluciones, hay que recordar ante
todo la tradición de la Iglesia oriental donde se aplica de un modo coherente
la cláusula de Mt 19, 9, referida al adulterio. Las palabras de Jesús sobre el
carácter indisoluble y monógamo del matrimonio han de ser tomadas,
indudablemente, muy en serio; pero teniendo en cuenta que la misericordia de
Dios es parte sustancial de su mensaje. El propio Jesús señala que en la
Antigua Alianza, y a causa de la dureza de corazón de los hombres estaba
permitido el divorcio (cfr. Mt 19, 8). ¿Deberá la Iglesia de la Nueva Alianza
tener menos en cuenta la dureza de corazón de sus miembros y ser menos
comprensiva para con las dificultades humanas? ¿No estaría más de acuerdo con
Jesús si a quienes se encuentran en uno u otro callejón sin salida les
ofreciera una imagen del Padre de Jesucristo que no fuera precisamente la de un
legislador implacable? De momento, no se conocen aún soluciones adecuadas que
cuenten con el beneplácito de la Iglesia oficial; pero, ante los concretos y
numerosos problemas que nos apremian, es de esperar que también la Iglesia
llegue a una decisión oficial que posibilite unas soluciones pastorales justas.
La
ya célebre carta del obispo de Limburg con ocasión de la cuaresma de 1981,
dirigida a las comunidades de su diócesis, y de un modo especial a quienes se
encuentran en situación de distanciamiento (carta titulada «A vosotros y a
todos» y que alcanzó amplia difusión), hace suyos con toda claridad los
deseos expresados al respecto por el Sínodo alemán. Y en relación con los
divorciados que han vuelto a casarse, manifiesta: «Las comunidades y sus
pastores desean cada vez más que las determinaciones vigentes acerca de la
participación en la vida eclesial sean revisadas, al objeto de que se tenga
más en cuenta pastoralmente la situación individual en cada caso concreto sin
por ello poner en cuestión la indisolubilidad del matrimonio».
ADOLF
EXELER
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
VIVIR EN LA LIBERTAD DE DIOS
EDIT. SAL TERRAE
COL. PRESENCIA TEOLOGICA, 14
SANTANDER 1983.Págs. 149-159
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
VIVIR EN LA LIBERTAD DE DIOS
EDIT. SAL TERRAE
COL. PRESENCIA TEOLOGICA, 14
SANTANDER 1983.Págs. 149-159
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